Acabamos de salir del infierno", me dijo el referente de DD HH, Martín Almada, fuera de la cárcel de Tacumbú, en Asunción, donde está preso Rubén Villalba, uno de los dirigentes campesinos procesados por la masacre de Curuguaty. Integrábamos la comitiva que ingresó a la penitenciaría para interiorizarse sobre la situación de Villalba, condenado a siete años de cárcel por una toma de tierras, y ahora afronta, junto con otros compañeros, un juicio por la toma de tierras de Marina Kue en junio de 2012 y las muertes de policías. Mientras se avecina el inicio del juicio oral contra los campesinos, el sistema judicial no ha investigado las denuncias por las torturas y las muertes de campesinos a manos de la policía, lo que derivó en denuncias internacionales por parte de organismos de DD HH y organizaciones sociales.
Durante el Segundo Encuentro Mundial de Movimientos Populares en Santa Cruz, Bolivia, Francisco fue saludado por Cony Oviedo, delegada de la Coordinación Nacional de Organizaciones de Mujeres Trabajadoras Rurales e Indígenas (CONAMURI), con estas palabras: "Nuestro gobierno (paraguayo) está en contra de los excluidos. Queremos que escuche al pueblo paraguayo y que reciba a los familiares del caso Curuguaty."
Al día siguiente el Papa Francisco visitó la cárcel de Palmasola en Santa Cruz de la Sierra. "Reclusión no es lo mismo que exclusión", dijo, a la vez que denunció el hacinamiento, el funcionamiento de la justicia y la violencia carcelaria. Horas después llegaba a Asunción y encontraba a un pueblo movilizado por su visita y a sus organizaciones sociales analizando el modo de sortear el férreo cerrojo impuesto por el gobierno colorado para evitar que sus reclamos lleguen a oídos del Sumo Pontífice. En su camino desde el aeropuerto, Francisco rompió el protocolo para detenerse unos minutos frente a la cárcel de mujeres Buen Pastor, un gesto que fue valorado por las presas y las organizaciones sociales.
Pero en eso de romper el protocolo se esconden distintos intereses. Cuando el Papa se dirigía a los jardines del Palacio de López, el presidente paraguayo Horacio Cartes le pidió que saludara a la diputada oficialista Cristina Villalba, acusada de proteger a narcotraficantes de la zona norte del país y de la muerte del periodista Pablo Medina. La diputada, sin perder un instante, abrazó a Bergoglio y acarició su rostro. El hecho generó un escándalo, pero fue silenciado por los medios oficiales. De todos modos, las palabras de Francisco fueron claras al condenar la corrupción y el narcotráfico en un país cuya calidad institucional se halla malherida y su dirigencia política se halla presta al capricho de los ricos.
El Papa reivindicó el rol de los anónimos trabajadores y a la mujer paraguaya, recordó a "los hermanos paraguayos de Buenos Aires" y pidió esfuerzos para que no haya niños sin educación, familias sin hogar, obreros sin trabajo, campesinos sin tierras que cultivar y tantas personas obligadas a emigrar hacia un futuro incierto. El sábado por la mañana visitó el Hospital de Niños Acosta Ñu, donde visitó a chicos bajo tratamiento y dedicó palabras de aliento y consuelo a sus padres. Por la tarde ofreció una misa en la iglesia de la virgen de Caacupé, en la que una vez más habló del dolor de quienes deben emigrar.
Otro Francisco me esperaba en el aeropuerto, un paraguayo fornido, miembro de una organización social que trabaja por los derechos de los campesinos. Aproveché su compañía para refrescar mis rudimentarios conocimientos del guaraní y él para agradecer el trato que el pueblo argentino brindó a su familia. Su sobrino, de 20 años, necesitaba un trasplante de hígado, una operación que no se hacía en el Paraguay. Como era imposible realizarla en el Brasil por sus altos costos y honorarios, decidieron viajar a Formosa, donde fueron atendidos en un hospital que en nada se parecía a los del Paraguay, donde la gente aguarda días enteros a ser atendida, tirada en pasillos de mala muerte para que algún médico alguna vez recomiende una medicina que no se podrá conseguir o pagar. En Formosa no sólo fueron atendidos, sino controlada la enfermedad con el tratamiento adecuado hasta conseguir un donante, que finalmente llegó hace un mes. Los familiares de Francisco el paraguayo viajaron de urgencia. Cinco horas después su sobrino estaba en el quirófano y hoy está rehaciendo su vida, trabajando y estudiando. "Cuando acá alguno los llama 'curepi' (piel de chancho), nosotros les contamos lo que la Argentina hizo por nosotros", dijo Francisco, el paraguayo.
Al día siguiente, con el sociólogo Robert Grosse, participamos como observadores internacionales por el caso de Curuguaty de una conferencia junto con el monseñor Melanio Medina, Cristina Coronel por Articulación Curuguaty y doña Elida Benítez, actual vocera de la reocupación Marina Kue y madre de dos muertos en la masacre y de dos presos acusados. Elida exigió en guaraní la libertad de los presos y justicia para las familias campesinas, olvidadas por el gobierno paraguayo, cuya única respuesta es la represión por medio de su brazo policial judicial. Los familiares contaron la situación por la que atraviesan los presos y sus familias, que no cuentan con medios de subsistencia y muchos de ellos carecen de vivienda. Los informes de juristas y organizaciones internacionales destacan la necesidad de una revisión total del caso, en el que no sólo no se cumplieron las mínimas normas del debido proceso, sino que se toman medidas de desgaste como la de sancionar a los abogados defensores exponiéndolos a una permanente coacción.
De los encuentros con los familiares participó el padre jesuita Francisco de Paula Oliva, quien el sábado pidió al Papa que intercediera por reforma agraria y tierra para los campesinos y por las víctimas de la masacre de Curuguaty. Oliva fue echado en 1969 por la dictadura de Stroessner por asesorar a movimientos sociales. Se refugió en la Argentina donde conoció a Bergoglio en Buenos Aires en épocas de la dictadura. "En el '78, gracias a él, me libré de que el ejército me quitara del medio", dice, agradecido. En la Argentina trabajó ayudando a los migrantes en su organización, chilenos, bolivianos, paraguayos y uruguayos. Vive en el Bañado Sur, un modesto barrio que padece las inundaciones, la basura y las enfermedades. "En Paraguay se gobierna para quienes tienen más. El 80% de toda la tierra del Paraguay está en manos del 2%, ganaderos y sojeros", dice el viejo sacerdote, que para ver a su viejo amigo Bergoglio se puso una remera que decía "¿Qué pasó en Curuguaty?"
(Tiempo Argentino, domingo 12 de julio de 2015)