Una muerte es siempre dolorosa, más si hay sentimientos que se vinculan con la vida política local e internacional. Ese fue el caso del presidente Juan Perón: figura política del siglo XX, epónimo de una época y catalizador de anhelos de millones de argentinos.
Algunos lo han definido (positiva o negativamente) como el Demiurgo de la Argentina contemporánea. El Demiurgo, en la filosofía platónica, es un dios creador, conductor y ordenador del mundo. Productor de las cosas naturales: contemplando las ideas y utilizándolas como modelos, donde las realiza en la materia, en búsqueda del bien.
Para los gnósticos, en cambio, es el impulsor, más no creador, del universo. Pero si dicho universo en el platonismo era imperfección, en el gnosticismo se transforma en maldad. Era una gradación, desde lo más sutil (Dios) hasta lo más bajo (la materia). Así el Demiurgo se convierte en encarnación del mal, aprisionando a los hombres y encadenándolos a las pasiones materiales. De tal forma, el espíritu del hombre, en permanente batalla frente al cuerpo y lo material, transita la tierra como equivalente del infierno. Muchos autores, para conceptuar al líder justicialista, utilizan esta acepción para degradarlo! En mi caso tomo el concepto en su primera acepción: resaltando el sentido helénico encarna al creador y maestro. Perón encarnó, como Demiurgo, a las fuerzas vitales de una Nación esclavizada en preconceptos de mentalidad colonial y una correspondiente dependencia, donde los instrumentos económicos nos fueron ajenos.
Militar y docente, conductor y político, ante todo fue el intérprete de un sentido histórico nacional. En una época de corrupción política y sometimiento al Imperio Británico, canalizó las esperanzas de aquellos que buscaron el despegue industrial, la integración social y la dignificación de los trabajadores. Y ellos encontraron en Perón su referencia política y pertenencia cultural.
Derrocado en 1955, su retorno por el poder popular en 1972 – 1973 significó un hito liberación que aún motiva. En sus memorias de reciente publicación, Antonio Cafiero reflexionó: “Perón tuvo que enfrentar la falta de comprensión de su propuesta de unidad nacional y de revolución pacífica. Desde distintos sectores, aparentemente opuestos, las acciones terrorista pretendían socavar al gobierno constitucional y popular… el 1º de julio de 1974, Perón nos dejaría para siempre”.
Con debates y polémicas, su figura marcó una senda continuada en los gobiernos de Néstor y Cristina, donde, más que citarlo de memoria, imbricaron su legado en el actual proyecto nacional de refuerzo del poder estatal, integración latinoamericana, respeto por los derechos humanos e inclusión social.
A pesar de tensiones políticas actuales, las ideas de Perón – sepultadas durante los ‘90 y resucitadas a inicios del siglo XXI - se entroncan en las obras de Cristina, quien mantiene vivo su legado y marca el camino para la liberación definitiva.