Casi dos semanas íntegras a puro ejercicio de memoria colaboran en despejar infinidad de dudas. Muy a pesar de la cada vez menos influyente reacción de nuestro país, esta conducta que se presenta novedosamente como un hábito en la mayoría del pueblo argentino nos permite comprender y valorar con más y mejores elementos la situación en la que hoy estamos y, sobre todo, qué es lo que debemos defender y atacar para transitar el camino hacia un futuro mejor aún.
La embestida irracional contra los “derechos humanos” a partir de una serie de sucesos trágicos consecutivos ocurridos en Mendoza, no fue más que un cachetazo en plena siesta al fascismo minoritario y latente existente en cualquier sociedad occidental, posteriormente potenciado por una facción política ligada a los medios de comunicación masivos devenida en oposición política que añora esos momentos donde la gente “normal” podía caminar tranquilamente y segura mientras se producía el peor genocidio social, político, económico y cultural de nuestra historia. Presos del terror y aferrados a su fe la mayoría de ellos, otros cómplices conscientes o actores protagónicos del terror, los argentinos indiferentes al genocidio se mantuvieron y se mantienen distantes de la realidad, o en una realidad muy particular. El triunfo cultural de los organismos de derechos humanos y el clivaje político del kirchnerismo en la materia lograron plasmar consenso social acerca del horror, traducido en desahogo colectivo hecho relato.
Esta gimnasia de la memoria, además, descubre la repetición de los rostros personales e institucionales de la muerte entre comprovincianos. Recordar el asesinato de José Benedicto Ortiz el 30 de marzo de 1982 en el marco de la movilización de la CGT bajo el lema “paz, pan y trabajo” reclamando el retorno a la democracia, es recordar la penosa y deleznable actuación del Partido Demócrata con Bonifacio Cejuela como gobernador y Alberto Aguinaga al mando del ministerio de gobierno. Como en toda su historia, si de ir en contra de los intereses del pueblo se trata, ahí está el PD. Hoy, Aguinaga es uno más de esa familia tan gansa que reivindica y defiende a los genocidas de la dictadura. Hoy, Aguinaga, aboga por el torturador y asesino Carlos Rico Teijeiro, D2 y GE 78 en dictadura, polizonte jaquista en democracia.
Ni hablar si nos retrotraemos al conflicto por Malvinas. Surge en la memoria colectiva la figura del “demócrata” Amadeo Frúgoli como multiministro de la dictadura, de Defensa durante Malvinas, y, reconocido por él mismo, prospecto de presidente “civil” si se volteaba a Galtieri. Una de sus obras más célebres fue manejar el fondo patriótico destinado a los combatientes. Consecuente a su estilo e ideario, el esfuerzo solidario del pueblo fue a parar a los bolsillos de unos pocos.
Del capitán de Fragata Pedro Giachino, inmortalizado y homenajeado por doquier como el primer héroe del conflicto bélico con Inglaterra, sabemos que fue parte del engranaje de torturas y vejámenes realizados por la Armada argentina en la división de tareas que impuso el entramado de la dictadura.
Si nos vamos más atrás aún, el Mendozazo nos proporciona más demócratas en acción. Tras dieciocho años de proscripción del peronismo (o sea, millones de argentinos con los derechos políticos cercenados), un contexto internacional repleto de empatía con la revolución y un tejido social preparado y organizado para la lucha popular, se produjo el desenlace lógico: el pueblo tomando el espacio público. Y la reacción lógica sería encontrar a los gansos defendiendo el statu quo con Francisco Gabrielli en plena legitimación del gobierno de facto. Aún cargando con la sangre de muchos hermanos, don Pancho fue canonizado por el relato dominante, el de las elites locales y se lo ha erigido en ejemplo de dirigente.
Hoy, la cruzada gansa no encuentra el rumbo. Sólo se nutre del estrato que es pura tradición y su poca representación retumba en desconcierto. Los hay macristas, los más liberales, los hay duhaldistas, los más desconcertados, los hay peronistas, los más pragmáticos. Todos responden a los intereses de una minoría muy clara de nuestra sociedad. Crecimiento con inclusión es una realidad que nunca se cruzó por sus cabezas y su actividad política se limita a obedecer a los instintos básicos de la conserva menduca. El cambio de época no les permite dar muerte de forma directa, por lo que persisten, al menos, en encontrarla en resabios estructurales. En sintonía con la mayor parte de la Iglesia católica argentina (causalmente ambas instituciones han tenido mucha onda a lo largo de la historia), rezan por la inseguridad mientras luchan por un sistema que mata a miles de mujeres que intentan evitar un embarazo no deseado. Son las formas que van quedando de permanecer junto a la sangre. Lo preocupante es que no lo hacen solos, sino que se sirven de la acción de dirigentes políticos instalados en el poder provincial que vociferan la pertenencia a un modelo sin coincidir en sus máximas. Así les va: Arancibia se pregunta qué se hizo mal para que la iglesia pierda tantos fieles; el partido demócrata desconoce qué es la fidelidad y las improntas derechosas de Paco y Ciurca les harán pagar una carísima factura si no dan cuenta del cambio de época.
En tiempos de militancia de la inseguridad, tener en claro qué es lo que bajo ningún aspecto se puede repetir, aparenta imprescindible.
Por obvias razones, esta opinión, esta efectivización del derecho a la libertad de expresión, lleva Pos Data.
PD: asesinos.