MENDOZA / Trenes y modelo / Escribe: Carlos Almenara






El miércoles 8 se aprobó en la Cámara de Diputados de la Nación el proyecto de estatización del sistema ferroviario.

Los trenes tienen connotaciones afectivas y estratégicas que seguramente no son ajenas al resultado de la votación: 223 a favor, 5 en contra y 7 abstenciones. Números curiosos para los debates previos dentro y fuera de la cámara.

Como sostuvo Carlos Raimundi en su alocución, se produjo la situación inversa a casos anteriores. Las oposiciones daban escasos argumentos y votaban en contra (luego que se consiguiera el quórum que ellos negaban). Ahora ocurrió que argumentaron en contra del proyecto, a casi nadie le parecía suficiente, pero igualmente votaron, en su gran mayoría, a favor.



Entre las curiosidades del debate se pudo apreciar a legisladores de Pro cuestionando la falta de garantías que los trenes se fabriquen en Argentina, se criticó que no se establece una política de promoción de la industria ferroviaria.

Si algo ha caracterizado la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner es precisamente, la defensa de la industria. Le costó críticas de diversos sectores e incluso juicios ante la Organización del Comercio.

La explicación que da ministro Randazzo es que paulatinamente, a medida que se reconstruyen talleres que pueden producir equipos modernos, con tecnología actualizada, se va incorporando la producción nacional.

Todo es opinable, lo que habría que notar es que el modelo económico no es independiente de la posibilidad de desarrollar una industria ferroviaria. La liberalización total de la economía que propone Macri es incompatible con este tipo de producción industrial.

Macri afirma eliminará el “cepo cambiario” y que el dólar costará su precio de mercado. Todo libre, sin intervención estatal y sin retenciones a los granos. Eso ya lo conocimos. Durante los noventa, con la salvedad de la convertibilidad, que era sí un tipo más verosímil de cepo cambiario, el modelo de Macri tuvo vigencia.

Ese modelo determina un tipo de cambio de equilibrio al nivel que hace rentable la más productiva de las actividades nacionales. Dicho de otro modo, lo que Aldo Ferrer denomina “enfermedad holandesa” genera que en países como el nuestro, si hay un régimen de libertad cambiaria total, el tipo de cambio se fija al nivel en que los sojeros ganan plata, el problema es que a ese nivel no son viables ni la industria ni las economías regionales. Lo que muchas veces se ha presentado como el “modelo agroexportador” o nuestro rol en la división internacional del trabajo refleja, precisamente, este hecho. Argentina, un país que debe basarse en su “ventaja comparativa”: su fértil pampa húmeda.



Hay un regreso fuerte de estas ideas y es totalmente lícito sostenerlas. De hecho son las que dirigieron las políticas públicas durante la mayor parte de nuestra historia. Pero, claro, no se puede vender la harina y luego querer comerse el pan.

El modelo de la “ventaja comparativa” no va de la mano de la industria ferroviaria. Va de la mano de la importación de las formaciones. Una importación, que si juzgamos los datos recientes del Subte de Buenos Aires, es de coches viejos para prestar servicios varias veces más caros. Y esto también es el modelo de Macri: podés pagar, viajás, no podés, te quedás en el andén. Al que le fue mal, el que se quedó sin trabajo, no es un problema del país, de la economía, es culpa de él, no se habrá esforzado lo suficiente... tendrá que aceptar cobrar menos, que aprenda a diseñar los currículum...

Es el modelo de sociedad individualista extremo, supuestamente meritocrático, “eficientista” e insolidario. Lo que no está en el modelo pero constituye una regularidad histórica es que siempre que se aplicó el mando salió de la política y pasó a las corporaciones.

Lo bueno de Macri es que lo formula de modo transparente, aunque adeuda un seminario con sus diputados.

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