Varias muertes de grandes intelectuales la semana anterior. Primero Laclau, luego Verón, finalmente García Márquez. No es que el morir sorprenda -es un destino inevitable-, pero de alguna manera nos es siempre inesperado; lo curioso es esta serie conjunta, extraña y tristemente continua para la inteligencia y la escritura de nuestro subcontinente y del mundo.
Laclau ha sido el autor de ciencias sociales de origen argentino, que más alto haya llegado en la consideración mundial. Ayudó a ello que hubiera vivido en Inglaterra por cuarenta años, pero el núcleo central es la fineza de su teoría post-marxista sobre la hegemonía, el discurso como constitutivo de la percepción, la primacía de la política y la fuerza histórica del populismo. Tuvo la grandeza de asumir el apoyo al gobierno argentino y a otros de Latinoamérica (Bolivia, Venezuela, Ecuador) cuando ya podía perfectamente quedarse en la cúspide de la fama en Europa, y ahorrarse los ataques de la prensa que recibió por esos compromisos (una prensa, cuyos escribas habitualmente no podrían entender una página del aporte teórico de Laclau, sumamente sofisticado y animado por autores tan complejos como Derrida y Lacan).
Recuerdo aquella noche del último noviembre, él en la parte anterior y yo en la posterior de un viejo auto que nos llevó de ida y vuelta en el tramo Buenos Aires-La Plata. Presentábamos su revista "Debates y combates"; era de noche y él dictaba a su secretaria sobre los llamados telefónicos a hacer, los contactos a sostener, los lugares por los cuales distribuir la revista. Al día siguiente volaba a Brasil, y desde allí de vuelta a Inglaterra, y planificaba su retorno a la Argentina para algún momento hacia el final de este año. No sospechábamos entonces que eso resultaría imposible.
Ha muerto recordado por una enorme militancia que lo respeta y aprecia su compromiso, aunque no siempre lo haya leído. Muy diverso destino del de Eliseo Verón: estudiante izquierdista de joven, autor ligado al marxismo luego, finalizó su vida muy lejos de aquellos compromisos iniciales. Brillante semiólogo que vivió mucho tiempo en París pero alcanzó influencia principalmente en Latinoamérica, es mucho lo que aportó para el análisis del discurso en general, y del discurso político en singular.
Con él íbamos ambos en la parte posterior de un automóvil que nos llevaba -también ya de noche- desde cerca del Estadio Nacional hacia el centro, en Santiago de Chile. Ambos estábamos invitados, hará unos siete años atrás, como conferencistas a un Congreso Nacional de Estudiantes de Comunicación en el vecino país. Le pregunto qué está haciendo en ese momento. "Trabajo para Duhalde", declara escuetamente para mi sorpresa. Nada que ver con su pasado: el resto del camino lo hacemos en silencio.
Hace unos meses nos enteraríamos de su paso por la Audiencia que llamó la Corte Suprema por la ley de medios. El intervino en contra de la constitucionalidad de la ley, es decir, en contra de la mayoría de las organizaciones de periodistas, de radios comunitarias y medios alternativos de todo el país. Una última intervención pública que lo puso en un destino invertido respecto de Laclau: Verón había abandonado al final de su vida los ideales que había sostenido en su práctica y su escritura anteriores.
Gabriel García Márquez, el más conocido, literato de llegada planetaria, Premio Nobel por su narrativa. El inventor de Macondo, el autor de la fábula más asumida sobre nuestra historia latinoamericana.
En él se sostuvieron las posiciones en pro de la Cuba revolucionaria, que lo llevaron a una larga amistad con Fidel y una larga enemistad con Vargas Llosa. Una escritura en la que nos hemos identificado y con la que hemos producido una especie de "tradición inventada" compartida por todos los latinoamericanos.
También periodista. Serio, de los de antes. De los no arrasados por la velocidad y la mediocridad televisivas. Un ejemplo a seguir en ese punto.
García Márquez cierra esta serie necrológica desde la coherencia, al fin de su vida, con lo que antes había sostenido. No todos abdican de los ideales que animaron las prístinas vivencias juveniles: "sé fiel hasta la muerte" proponía Cortázar en algún célebre epígrafe, y acertaba en sostener uno de los pocos legados que uno puede llevarse en el momento de la partida definitiva.-