Mientras que en los grandes centros urbanos está planteada una complicada disputa por desarmar las prácticas abusivas en la formación de precios, con grandes cadenas comerciales y empresas productoras altamente concentradas en la mira, desde el interior del país se desarrolló una tarea muy distinta, pero que confluye hacia el mismo objetivo. No menos de 300 ferias y “plataformas” comerciales funcionan en distintos puntos del país, reuniendo a productores zonales para ofrecer una amplia variedad de alimentos a precios, habitualmente, muy inferiores a los que se pagan en las góndolas de Buenos Aires, Rosario o Córdoba capital. “Funcionan como mercados de cercanía, en localidades pequeñas o medianas de todo el país pero también en el conurbano bonaerense; se abastecen con la producción excedente de pequeños agricultores familiares pero con estándares de calidad muy elevados. Pueden ofrecer sus productos a una población de dos mil o de cien mil habitantes según el caso, no pretenden llegar a las grandes capitales ni a la góndola de los hipermercados, pero con la acción impulsora del Estado han logrado, en cinco años, generar una oferta alimentaria diversificada y accesible, inclusión social y equidad para una población a la que las leyes del mercado no se las garantizan”, describe Carla Campos Bilbao, secretaria de Desarrollo Rural, que desde 2008 lidera este proyecto.
Con distintos niveles de intervención estatal, desde el apoyo para la conformación de organizaciones comunitarias, a la instalación de centros de procesamiento para el agregado de valor a nivel local, el programa de desarrollo de la agricultura familiar ya engloba a 85 mil productores en todo el país. Su producción fluye por circuitos alternativos a los tradicionales, habitualmente muy concentrados en su manejo y centralizados en el abastecimiento a grandes centros urbanos. El desarrollo de este tipo de organización productiva ha posibilitado, por ejemplo, que en Misiones, que hasta hace cinco años “importaba” de otras zonas del país más del 80 por ciento de los alimentos que consumían sus habitantes, haya podido revertir esa relación y hoy produzca, en su territorio, más del 80 por ciento de sus alimentos a través de la agricultura familiar.
“La intervención pública es estrictamente necesaria para alcanzar estos logros, porque se trata de dotar a los pequeños productores de las herramientas para poder desarrollarse, encontrar los canales de comercialización y facilitar las condiciones de asociatividad”, señala Carla Campos Bilbao al explicar la tarea y sus resultados. “El desafío es garantizar alimentos básicos a la población, pero de la mano de estas intervenciones del Estado, que fueron más de 2500 en cinco años, también se logra el desarrollo social de las zonas rurales, que es lo que explica hoy las muy bajas tasas de desocupación y de mortalidad infantil”, sostuvo ante Página/12.
El modelo de desarrollo de ferias itinerantes y francas arrancó entre 2009 y 2010, como una forma de acompañar la reactivación del consumo y la necesidad de atender “una nueva ruralidad, no limitada al alambrado y al paquete tecnológico”, apunta Campos Bilbao, en referencia al modelo de producción extensivo que ata la producción primaria a la exportación y a los monopolios que le venden la semilla, fertilizantes y agroquímicos al productor dejándolo cautivo del monocultivo. “No podemos caer en la trampa de que el mercado resuelva la meta de las 160 millones de toneladas de producción, planteada en el Plan Agroalimentario 2020, aumentando simplemente la producción de soja”, advierte la funcionaria.
El programa de desarrollo de ferias regionales ya incluye a más de 30 puntos de concentración de producción y ventas en provincia de Buenos Aires (La Plata, Luján, Esteban Echeverría y La Matanza son algunos de los lugares donde más se han expandido), 6 en Corrientes, 4 en Entre Ríos, 3 en Salta. En Misiones, existen 55 ferias reunidas en la Asociación provincial de Ferias Francas. En Río Negro, funciona en la ciudad de General Roca la feria de horticultores, de lunes a viernes, a primera hora para mayoristas (de 6 a 9) y luego para el público en general (de 9 a 14). Los productores asociados siguen un protocolo interno por el cual garantizan un piso de calidad y se comprometen a que los precios entre los 30 puestos existentes no difieren mayormente para un mismo producto. Los precios son notablemente más bajos en que los supermercados y la calidad es superior. La manzana, por ejemplo, que las grandes firmas de la zona destinan prioritariamente a la exportación, y dejan para el mercado interno la de menor calidad y a precios elevados, en esta feria se obtiene a mitad de precio que en un supermercado (7 pesos por kilo contra 14). El modelo de comercialización en ferias zonales, lejos de reducir la dieta alimentaria a unos pocos productos de cultivo local, este tipo de organización ha diversificado notablemente la oferta de alimentos.
Es una forma distinta de entrar en el debate por la competitividad y la distribución de ingresos; en la instancia actual, donde salen a la luz los abusos de los sectores formadores de precios en la cadena de procesamiento y comercialización de alimentos, hay experiencias que revelan que, desenganchándose de los circuitos tradicionales, productores y consumidores salen beneficiados a la vez. “Donde hay concentración en algún punto de la cadena, cualquier medida que mejore el precio final no llega al productor, porque el que tenga el poder de control se la apropia y no la transfiere: es el caso de la devaluación, de la que al productor de una economía regional prácticamente no le llega nada”, sostiene Campos Bilbao.
(Diario Página 12, domingo 9 de febrero de 2014)