Cuenta la leyenda griega que estando el reino de Frigia al borde de la guerra civil, Gordio –un pobre campesino que sólo poseía un carro tirado por bueyes– fue elegido rey gracias a la intervención de un oráculo. En agradecimiento, Gordio ofreció su carro al templo de Zeus atándolo con un nudo muy intrincado cuyos cabos se escondían misteriosamente hacia el interior del mismo. Según su profecía, el que consiguiese desatarlo conquistaría al mundo. Tiempo después, al iniciar su campaña para conquistar el Imperio Persa, Alejandro Magno intentó desatar el nudo. Luego de varios intentos fallidos, sacó su espada y lo cortó. Así, de un modo tajante enfrentó la esencia del problema y pudo solucionarlo.
Desde los orígenes de la humanidad, todas las sociedades han enfrentado problemas aparentemente insolubles, que condenan al conflicto permanente y a la destrucción. Encontrar la esencia de los problemas y resolverlos ha sido el camino de la civilización. Lo opuesto es la barbarie que condena a la violencia y a la desintegración. Nuestro país ha enfrentado y enfrenta periódicamente los espasmos bárbaros de la destrucción. Estos no se dan al azar, son consecuencia de un nudo gordiano que desde tiempo atrás reproduce el estancamiento económico y el canibalismo social. Conocer este nudo implica perforar la coyuntura –es decir, el momento que vivimos y sus reverberaciones inmediatas– y encontrar las causas estructurales que explican los conflictos. En este sentido, el momento actual es particularmente aleccionador porque expone a la luz del día los lazos que atan a nuestro nudo gordiano.
En una nota publicada en este diario (13/11/2011) decíamos que profundizar el proyecto de desarrollo con inclusión social y democracia participativa implicaba enfrentar el nudo gordiano de un proceso de acumulación del capital en condiciones de dependencia tecnológica. Este proceso, generado a lo largo de los últimos 70 años, ha configurado una industrialización liderada por grandes empresas –generalmente multinacionales– ubicadas en los sectores relativamente más intensivos en capital, sectores que generan una demanda creciente de importaciones de tecnología incorporada en bienes intermedios y de capital. Esta necesidad de importaciones no puede ser satisfecha con las divisas que en su mayor parte provienen de las exportaciones agropecuarias y agroindustriales. De ahí que este proceso tienda a culminar en una crisis del sector externo. Este fenómeno, comúnmente llamado “restricción externa,” constituye una característica intrínseca a este proceso de acumulación del capital. Todo crecimiento industrial, al ser liderado por estas grandes empresas más intensivas en capital tiende a desembocar en una crisis del sector externo, independientemente del crecimiento del volumen y de los precios de las exportaciones agropecuarias. Sobre esta paradoja se ha asentado el conflicto entre campo e industria que ha marcado a fuego nuestra historia contemporánea.
A lo largo del tiempo, el Estado ha impulsado la industrialización argentina con distintas políticas: desde los subsidios, la protección arancelaria y las exenciones impositivas de todo tipo hasta los contratos de provisión de bienes y servicios, la licuación de deudas y la venta de activos públicos a precios de remate. Inicialmente, estas políticas tuvieron por objetivo estimular el desarrollo de las pequeñas y medianas empresas nacionales. Muy pronto, los principales beneficiarios fueron las grandes empresas (nacionales y extranjeras) y la inversión privada fue reemplazada por subsidios. Estos subsidios tuvieron como contrapartida diversos gravámenes que en esencia implicaron transferencias de ingresos del campo a la industria. Al mismo tiempo, la capacidad de generar divisas ha sido clave para la reproducción del sistema, otorgando así un enorme poder económico y político a los exportadores y a los grandes productores agropecuarios.
Dos fenómenos han agravado la dependencia tecnológica en las últimas décadas. En efecto, el mundo asiste hoy a una nueva forma de expansión de la acumulación global, centrada en la integración compleja de las grandes corporaciones multinacionales. Esta integración ha dado origen a una nueva división internacional del trabajo basada en la desintegración de la cadena productiva a nivel mundial y en el control de segmentos cruciales de las cadenas de valor por parte del capital transnacional. Esto ha tenido un enorme impacto sobre la concentración de las decisiones y del poder tecnológico. La otra cara de este fenómeno es una enorme fragmentación y dispersión de las actividades productivas que recorta cada vez más el poder de los Estados nacionales para planificar políticas en su propio territorio. Los sectores mas dinámicos de la industria argentina, están hoy integrados en cadenas de valor global y muestran la vulnerabilidad de nuestro desarrollo industrial a procesos que ocurren en otros países (Brasil, entre otros) y a decisiones que se toman en el centro de algunas corporaciones multinacionales. Por otra parte, el espectacular avance del cultivo de la soja transgénica en las últimas décadas ha atado al propio desarrollo del agro a un modelo de negocios centrado en la necesidad creciente de importaciones de un paquete tecnológico cuyos proveedores son unas pocas empresas multinacionales que controlan sectores claves del sistema agroalimentario a nivel global.
La acumulación del capital en condiciones de dependencia tecnológica ha dado lugar a una creciente concentración y centralización de capitales en la industria, al dominio del capital extranjero en sectores clave de la producción, del acopio y del comercio exterior e interior y al control monopólico u oligopólico de segmentos de la economía que tienen importancia estratégica para el crecimiento del país. Las grandes empresas –sean nacionales o extranjeras– que dominan estos segmentos son formadoras de precios en los puntos “neurálgicos” de la economía y tienen, por eso mismo, una capacidad decisiva sobre la formación de precios en el mercado interno y sobre el control de las divisas provenientes del comercio exterior. Esto les permite retener y desabastecer productos de importancia estratégica: desde el dólar hasta los alimentos pasando por la chapa y otros insumos de producción. Les permite además obtener ganancias extraordinarias, aprovechar los estímulos oficiales al mercado interno y ejercer su poder de veto sobre las políticas que consideran nocivas a sus intereses. De ahí, su capacidad para afectar la estabilidad política e institucional del país.
De este modo, los procesos estructurales que conforman la dependencia tecnológica se expresan en una estructura de poder que constituye el nudo gordiano de nuestro desarrollo. Los lazos invisibles de este nudo aparecen hoy expuestos a la luz del día expresados en tres fenómenos: la inflación, las corridas cambiarias y la restricción externa. Estos lazos tienen un común denominador: el control monopólico u oligopólico de sectores claves de la economía. En los últimos meses del 2013, estos lazos han adquirido especial relevancia en virtud de las vicisitudes del proceso electoral y de sus resultados. Constituyen la principal fuente de desestabilización y un desafío crucial frente al 2015.
En efecto, el año 2013 finalizó envuelto en la polvareda levantada por la inflación, las corridas cambiarias, la pérdida de reservas del Banco Central y el crecimiento desmedido de las importaciones de tres sectores industriales dinámicos –automotriz, productos electrónicos y productos químicos– integrados a cadenas de valor global en niveles relativamente poco sofisticados. A estos fenómenos se sumó la retención por parte de los productores de parte de la cosecha de cereales del 2013 y el persistente rechazo a liquidar las divisas de exportación por parte de las grandes empresas exportadoras agudizando así el faltante de divisas necesarias para cubrir las importaciones de la industria y fogoneando una especulación interminable con el dólar. Todo esto ocurrió en un contexto político marcado por los fuegos de artificio de un supuesto “fin del ciclo K” anunciado por la oposición luego de los resultados de las PASO.
En un escenario político traumatizado por la súbita ausencia de CFK, la provincia de Buenos Aires pasó a ser el principal campo de batalla y el fragor del enfrentamiento entre dos versiones del duhaldismo (Massa/Scioli) dominó la escena política nacional. En este contexto político, frente a la embestida de “los mercados” y de la oposición política y mediática, el oficialismo no tuvo una respuesta adecuada. Particularmente, notable es el caso de la inflación donde por años el Gobierno negó su existencia embarcándose al mismo tiempo en una negociación poco transparente y espuria con algunas empresas y con los principales supermercados a fin de congelar los precios de algunos bienes de consumo popular. Esto permitió el accionar impune de los formadores de precios erosionando la credibilidad de muchos de los objetivos perseguidos por el Gobierno. En consecuencia, el tema de la inflación fue cooptado por la oposición y tuvo una incidencia decisiva en el resultado electoral.
La reaparición de CFK a fines de noviembre, los cambios en el equipo de gobierno, la reiteración de los objetivos propuestos y el énfasis puesto en una nueva forma de enfrentar la inflación y la inseguridad convocando a la participación popular pusieron en evidencia que CFK continúa definiendo la agenda política del país. Muestran además que, a pesar de haber perdido votos en las elecciones, el kirchnerismo no está terminado y mantiene la decisión de profundizar su proyecto político de aquí al 2015. Los primeros anuncios del nuevo equipo de gobierno plantearon tres cuestiones fundamentales: el control de la formación de precios y de la apropiación del excedente en las cadenas de valor, la revisión de la orientación dada hasta ahora a la industria y la racionalidad de los subsidios otorgados. Abordar el problema de cómo se distribuye y apropia el excedente en las cadenas de valor remite necesariamente a preguntarse por el rol del capital monopólico y su relación con la industrialización y los subsidios. Esto implica empezar a arrojar luz sobre una cuestión que hasta ahora había permanecido invisible, siendo sin embargo central a los conflictos que ha vivido y vive el país. El rol de la dependencia tecnológica, el modo en que la misma reproduce el poder del capital monopólico y oligopólico en los distintos sectores de la economía, y la incidencia que este poder tiene sobre la vida de todos los ciudadanos, son temas que deberían ocupar el centro del debate político. Esto implica empezar a preguntarse por los factores que perturban nuestra integración productiva y nuestra identidad nacional y nos condenan al canibalismo político.
El nuevo equipo económico ha anunciado que ejercerá todo el poder que el Estado tiene para hacer cumplir los nuevos acuerdos de precios. Esto es de importancia crucial. Sin embargo, el Estado no es un simple instrumento inerte. Es, en cambio, un campo de relaciones de fuerza. Para que el control de las políticas de precios, de sustitución de importaciones o de subsidios sea efectivo no basta con tener estrategias y regulaciones. Es necesario además legitimar los objetivos y las decisiones que se toman haciéndolos transparentes y promoviendo el debate y la negociación entre todos los actores sociales. Más aún, es necesario una participación organizada de la ciudadanía en el control de gestión y en el debate de estas políticas en todos los niveles de la vida social: desde las cadenas de valor, los barrios y las empresas, hasta el nivel municipal, provincial y nacional. El conocimiento de lo que está en juego y la movilización ciudadana constituyen la espada que permitirá cortar nuestro nudo gordiano. No dejemos pasar esta oportunidad.