Aunque parezca una simplificación de la realidad –de hecho, lo es–, no resulta descabellado pensar que en términos conceptuales hoy, ante la ausencia de un partido político (o grupo de partidos) con un proyecto consistente, el principal oponente que tiene el gobierno es el segmento más recalcitrante del establishment que, por razones políticas e ideológicas, se quiere sacar de encima a esa pesadilla llamada Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, ante la ausencia de una partido aglutinante, el principal mecanismo que tiene a mano el poder económico para apostar a la descomposición política de Cristina o asegurarse un giro progresivo hacia la derecha, es avanzar hacia una devaluación. En este sentido, el dólar ilegal forma parte del proceso preparatorio. El engorde progresivo y continuado del blue persigue dos objetivos. Por un lado, generar un clima de inestabilidad económica que deteriore seriamente las expectativas y detengan cualquier proyecto de inversión a la espera de que se dirima la pulseada entre el fantasma de los mercados y el poder político. Por el otro, las tapas de los diarios anunciando todos los días el aumento del blue generan zozobra entre los sectores medios acostumbrados a convivir con dos monedas: la de uso diario, el peso, y la otra, el fetiche del dólar. Esta es una característica propia de ciertos sectores desclasados, que se saben trabajadores y argentinos pero sueñan con ser empresarios y vivir en los Estados Unidos o en Europa. En definitiva, la concepción cultural más profunda del dólar está asociada más a un simbolismo que a una necesidad fáctica de la vida cotidiana. Son muy pocos los momentos de la vida en los que el dólar resulta de utilidad pero el atesoramiento de dólares le da, particularmente al porteño de clase media, una sensación de seguridad. El aumento del dólar ilegal moviliza en este segmento social los fantasmas más mórbidos de nuestra historia. Despierta intranquilidad, sensación de malestar y reanima viejos cucos, con crisis que siempre terminaron afectando el estándar de vida de la clase media. Sin embargo, el principal objetivo de esta campaña para instalar el ascenso del dólar ilegal es forzar una fuerte devaluación del peso. Tanto en el Banco Central como en otras esferas económicas del gobierno, se ha monitoreado la competitividad del tipo de cambio y los resultados obtenidos han sido tranquilizadores. Un informe de circulación interna que se está manejando en algunas esferas oficiales, correspondiente a la primera semana de febrero, muestra que el tipo de cambio real sigue siendo mucho más favorable para los sectores productivos argentinos que los de Brasil, Chile, Uruguay e incluso que México. En otro informe reservado del 7 de mayo de este año, intitulado "Porque no hay que devaluar", los expertos le achacan el debate por el tipo de cambio a "errores conceptuales alimentados por una teoría económica neoclásica ya superada en los ámbitos académicos". Además, el documento señala que "la persistente preocupación por el tipo de cambio es exagerada" porque "todos los estudios muestran que las exportaciones argentinas no dependen tanto del valor del tipo de cambio, sino del precio internacional de los bienes que exportamos y, fundamentalmente, de la demanda internacional". En este sentido, el informe también subraya que "cuando el mundo está en crisis o cuando nuestros principales socios comerciales disminuyen su demanda (especialmente Brasil), por más que se devalúe la moneda de un país, las exportaciones no necesariamente aumentan en ausencia de un mercado que las compre". En síntesis, la devaluación no mejoraría la competitividad de las empresas para colocar sus productos en el exterior porque la crisis internacional retrae la demanda mundial. En los ámbitos oficiales, en cambio, se ha ido consolidando la idea de que las presiones devaluatorias están más orientadas a mejorar la rentabilidad de ciertos sectores exportadores, particularmente la agroindustria y la industria básica y, por el otro, a alimentar los beneficios de aquellos que tienen sus activos dolarizados y buscan obtener más dividendos con sus divisas.
Existen, entonces, múltiples razones para comprender la preocupación del poder económico de que se frustre el operativo devaluación. En términos económicos, queda claro que los que apuestan a la devaluación no esperan vender más sino ganar más por cada unidad vendida. Los grandes atesoradores de dólares, en tanto, quieren aprovechar para comprar con sus divisas más baratas las casas, las empresas y pagar menos impuestos. Además, existe una intencionalidad política más profunda: asegurarse el fracaso del modelo económico, retornar a un sistema distributivo más inequitativo y destruir, so pretexto de una crisis, todos los avances en materia social como la AUH y la jubilación para todos.
Esto también explica la apuesta del establishment al impulso político del dólar blue y el temor a que el gobierno lo controle.
(Diario Tiempo Argentino, domingo 12 de mayo de 2012)