INTERNACIONAL / La razón es la alegría / Escribe: Carola Chávez



Desbordada mi capacidad de asombro, como en una alucinación psicodélica la vida me pone una acreditación y un revoloteo de mariposas en la barriga... Durante un mes iré corriendo detrás de mi Presi para escribir crónicas de su campaña, de nuestra campaña.

Empezamos con un encuentro con los trabajadores en Vargas. Llegamos con horas de anticipación y a mi me carcome la ídem. Me siento, con la tonta noción de que solo cuando llegue mi Presi es que voy a conseguir historias para contar. La historia ya estaba ahí.

Alguien, grita consignas probando el micrófono. A martillazos, ajustan los últimos detalles... Yo tengo sed y espero...

Tengo sed de que empiece todo.

Van llegando los trabajadores, vienen con sus afiches, con pancartas escritas a mano, con su alegría. Se van acomodando en los mejores puestos, pero todos los puestos son mejores cuando uno viene a ver a Chávez.

En la medida en que se llenan los asientos, se llena todo de alegría, y voy a insistir en esto: en la alegría, porque eso somos, esa es nuestra fuerza y nuestra razón.

Me llaman unas señoras que me han visto en la tele, son un club de abuelos pachangosos y muy chavistas -valga la redundancia- que vienen a ver a mi Presi. Entre ellos, Rosa vestida de burriquita, linda, estrenando esta semana sus setenta y dos años. Emperatriz, haciendo lo que las abuelas hacen, me regala una botellita de agua y Elisa me pide que le diga al Presi que ella lo quiere mucho. Abuelos jubilados, trabajadores de ayer que no se sientan a contar arrugas sino que hacen revolución.

Un niño me hace señas desde lo más alto de las gradas, agita una bandera pequeñita como él. Me grita algo, me hace más señas, veo sus ojos y su urgencia, quedamos en vernos allá del otro lado, más abajo, donde podamos escucharnos.

El niño se llama Daniel, se fue a Vargas, solito desde San Antonio de los Altos, para hablar con mi Presi. Traía una carta escrita con sus letras de primaria, dobladita, con la esperanza apretadita en su puño.

Quería dársela a mi Presi, a su Presidente como él mismo decía, quería entregarse "cara a cara" para contarle, de paso, que "él es el niño más bolivariano del estado Miranda". Daniel espera por su casa, angustiosa espera para un niño, pero sabe que es posible tenerla, sabe que muchos ya la han recibido, por eso, porque lo sabe, estaba ahí pidiendo una para su papá, mamá, y su hermanita. ¡Ahí vamos, mi niño bolivariano!

La gente canta, la gente grita. Como en un presentimiento colectivo, una fuerza nos dice que ya está cerca, que ya viene... Arranca la música y la fiesta se vuelve más fiesta. Los chavistas estamos predispuestos a la gozadera. Al son del más leve ritmo nos paramos todos a bailar. Allá la veo, a Rosa, la burriquita, bailando con sabrosura. Arriba todos bailan, abajo todos bailamos, yo bailo y anoto el baile en una libretica, como si estas cosas pudieran olvidarse...

¡Uh, ah, Chávez no se va! Bailamos... Al son de la clave bailamos.

Por momentos parecemos agua, como si todos fuéramos una sola cosa... -Y es que somos una sola cosa, somos chavistas-. Parecíamos agua que se mueve toda junta, que fluye, que empapa... Que empapa de alegría.

Al fin llega mi Presi. Lo supe no por haberlo visto llegar sino por el ruido que se levanta y llena todo, que pone la piel de gallina, que te envuelve, y te incluye porque uno también está gritando. ¡Te amoooooooo!

Llega mi Presi y la alegría se convierte en atención. Queremos escucharlo, queremos escucharnos en su voz. Entonces mi Presi hace lo que siempre hace: ser nosotros. Y como nosotros, entre muchas verdades, dice la verdad más grande de todas: "Quien se meta con el pueblo se mete con Chávez y quien se meta con Chávez se mete con el pueblo". Otra vez como el agua, fluyendo todos juntos, a veces haciendo olitas, porque a veces chocamos, pero siendo siempre lo mismo, siempre siendo chavistas. Mi Presi arropándonos a todos, nosotros arropándolo a él.

Y arropada termino la noche, con los ojos abiertos de par en par prometiéndome en vano un desvelo que no fue. Escribiendo en mi cabeza lo que en la mañana siguiente, después del sueño profundo que viene después del sueño realizado, les terminaría de escribir.

Esta historia continuará... Hasta el dos mil siempre.

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