HISTORIA / La verdadera lección de Jauretche / Escribe: Julio Fernández Baraibar






El escritor Alvaro Abós, ex redactor de la revista Unidos, ex peronista desde de 1985 y ex impulsor de una izquierda no peronista encabezada por el político demócrata cristiano Carlos Auyero y ahora un desconfiado de “la política como práctica”, según afirma en su blog como si hubiera política fuera de la práctica, pretende en La Nación de hoy usar a Arturo Jauretche para defender a Papel Prensa.


En un intento sólo comparable a citar al cardenal Bergoglio para defender el amor libre, Abós se mete con las conocidas críticas al burocratismo y servilismo que Jauretche escribió tan sólo después de la caída de Perón en 1955.

El artículo evidencia, en primer lugar, muchos errores a designio.

El primero es que Jauretche renunció en 1950 a formar parte del gobierno.

La verdad histórica es que Jauretche y todo el grupo forjista que había rodeado al gobernador Coronel Domingo Mercante, quedaron fuera del gobierno en 1952.

Un año antes había renunciado a la presidencia del Banco de la Provincia de Buenos Aires, como resultado de intrigas contra la gestión Mercante.

El segundo error es considerar que Jauretche era íntimo amigo de Perón. En realidad, Jauretche y Perón no se llevaban bien en lo personal. Su relación era estrictamente política.

La tradición de comité radical de Jauretche y la formación militar de Perón no facilitaban el acercamiento.

Por otro lado, para don Arturo, Perón había interrumpido en cierta manera su aspiración a los más altos cargos republicanos o a la presidencia misma.

Por eso es una imprecisión, que sirve a la finalidad argumentativa de Abós -defender al monopolio de Papel Prensa- afirmar que “el principal motivo del alejamiento fue que Jauretche 'se molesta una y otra vez ante delatores y adulones, choca a menudo con la burocracia que bloquea iniciativas y se inquieta ante el curso del proceso'”.

Jauretche, como todo militante político con independencia de juicio y dignidad, consideraba, obviamente, que la adulación y la alcahuetería, lejos de reforzar, debilitaban a la revolución nacional en marcha.

Pero la verdadera lección que don Arturo Jauretche nos dio a los militantes nacionales y populares es, justamente, la conducta que tuvo una vez alejado del gobierno.

Lejos de salir corriendo a las redacciones de La Nación o La Prensa, como hemos visto hacer a tanto pensador independiente desconfiado de la política práctica en estos últimos años, Jauretche se recluyó, tal como dice Abós, en su casa, pero ni de su boca ni de su pluma salió un sólo comentario o juicio que pudiese ser utilizado por los enemigos históricos de la revolución nacional.

Con la misma vitalidad que en sus años mozos, en 1955 salió a la palestra pública para defender al gobierno derrocado por los “libertadores” y a la política económica desarrollada durante esos años, a la vez que a condenar con energía la restauración oligárquica, el Plan Prebisch y el ingreso al Fondo Monetario Internacional.

Y fue a partir de esta nueva situación, la de la contrarrevolución triunfante, cuando Arturo Jauretche comenzó a hacer conocer sus juicios críticos a algunos abusos y excesos del gobierno peronista.

Pero, insisto en esto porque esa es la verdadera lección de Jauretche que Abós intencionadamente soslaya, jamás lo hizo en las páginas de la prensa enemiga.

Lo hizo abiertamente en los periódicos y publicaciones que defendían a “la segunda tiranía”.

Algunos años después, en una nota al pie, Jauretche explicó su conducta.

Explicaba ahí que cualquiera de las, a su juicio, justas críticas que formulase al proceso revolucionario no iba a ser usada por los enemigos del mismo para corregirlo, sino para derrotarlo.

Y que un revolucionario -que no desconfía de “la política como práctica”- no podía, por justas que fuesen sus críticas, colaborar en la restauración del régimen oligárquico.

Perón en el poder tenía, es cierto, la mano pesada. No la tenían menos sus enemigos que no vacilaron en bombardear una Plaza de Mayo llena de argentinos, fusilar a presos sin juicio previo, asesinar a militantes políticos y gremiales, torturar y hacer desaparecer a quienes se le resistían.



Intentar comparar, como hace Abós, -para defender el monopolio de Papel Prensa obtenido en una mesa de tortura, en un negocio con el gobierno más criminal del siglo XX argentino- las condiciones políticas de la Argentina de 1950 con las de hoy es una indignidad intelectual y ética.

Y usar nada menos que a don Arturo Jauretche para ello es, por lo menos, producto de la mala intención.

Aquí la nota completa sobre la que he basado mi escrito:


LA LECCIÓN DE JAURETCHE

Por Alvaro Abos
(para LA NACION)

La preservación de la hegemonía en el vértice del poder explica las arquitecturas legales de las leyes sobre Papel Prensa y antiterrorismo. El triunfo electoral se traduce en ejercicio irrestricto del mando con un personalismo que no se detiene en la constitucional división de poderes. El Legislativo y el Judicial pasan a ser un apéndice del Ejecutivo.

No es nuevo ese personalismo que repite lo sucedido en el primer gobierno de Juan Perón y que produjo un primero pero clamoroso disconforme. En 1950, Arturo Jauretche renunció a formar parte de ese gobierno. Había acompañado Jauretche a Perón en los momentos bravos de la trayectoria del entonces coronel. Jauretche fue ideólogo de la construcción política que llevó a Perón a la victoria electoral de 1946 y uno de los principales, si no el principal, intelectuales que colaboraban con el gobierno. Estaba asqueado de los burócratas serviles, de la obsecuencia de quienes llamó "los pensionistas del poder". Jauretche volvió al llano, pero fue condenado al ostracismo interior y hostigado por disentir con la voz oficial. Es que en sistemas de personalismo agudo la disidencia tiene un precio: el éxodo.

Había sido uno de los fundadores de Forja, una corriente que se separó del radicalismo en los años 30, disconforme con el alvearismo que predominaba en el partido fundado por Leandro N. Alem. Los hombres de Forja -además de Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Homero Manzi, Luis Dellepiane y Gabriel del Mazo- reivindicaban a Hipólito Yrigoyen, el nacionalismo económico, el antiimperialismo. Forja apoyó a las nuevas corrientes populares que confluyeron en la Unión Popular, la sigla con la que Perón ganó las elecciones de 1946. Jauretche era íntimo amigo de Perón, quien le confió misiones importantes. Por ejemplo, convencer al ex gobernador de Córdoba Amadeo Sabattini de que aceptara integrar una fórmula con Perón en las elecciones de 1946, fórmula que el líder radical desechó.

Al llegar a la presidencia, Perón nombró a Jauretche director del Banco Provincia. No podía haber un destino mejor para un hombre -nacido en Lincoln en 1901- que conocía la provincia de Buenos Aires como la palma de su mano. En 1949, Jauretche tuvo diferencias con el presidente del Banco Central, Alfredo Gómez Morales. Jauretche renunció el 30 de enero de 1950. Pero esas diferencias no hubieran explicado por sí solas la renuncia.

El principal motivo del alejamiento fue que Jauretche "se molesta una y otra vez ante delatores y adulones, choca a menudo con la burocracia que bloquea iniciativas y se inquieta ante el curso del proceso". Son palabras de Norberto Galasso, quien, en su abarcadora biografía del hombre de Lincoln ( Jauretche y su época , Peña Lillo Editor, 1985) sostiene que a Jauretche le chocaba "el autoritarismo de Perón, su personalismo".

Años después, escribiría Jauretche estas palabras: "Perón no quería que hubiera capitanes ni tenientes ni sargentos ni nada. Me lo dijo a mí en el 45: «Estaremos la tropa y yo y la tropa y yo nos encontraremos en cada vuelta de la jornada». Yo le dije: «Vea, no se olvide de que en el 18, Yrigoyen se quedó solo de golpe y lo salvaron los remeros, los cuadros partidarios. Usted necesita esos cuadros. Piénselo». No me hizo caso".

Agrega Arturo Jauretche: "Lo alerté a Perón del mal que le causarían los obsecuentes, así como lo contraproducente que resultaba una propaganda machacona y personalista. Cuando todo suena a Perón, le dije, es que suena Perón. El General se dio vuelta y con tono preocupado le comentó a Apold: «Vea, aquí me dice Jauretche que me están ahogando en baba?». Apold hizo un comentario superficial pero suficiente para disuadirlo del peligro y todo siguió igual".

¿Qué hizo Jauretche cuando se fue del gobierno? Se recluyó, junto a su esposa, Clara, en su departamento de Santa Fe 1159, para cultivar su vena de escritor, que hasta entonces la acción política había postergado. Pero la independencia de criterio y el pensamiento libre no sólo eran inaceptables para el personalismo imperante, sino que eran un pecado que debía ser castigado. Jauretche, el precursor, el hombre que después sería entronizado en el panteón de la gloria, fue hostigado por el "coro de los dóciles" que rodeaban a Perón. Le iniciaron una investigación patrimonial que encubría una acción hostil. Uno de los inspectores que hurgaban en el módico patrimonio de Jauretche le confesó: "Vea, doctor, la verdad es que a mí me mandan para joderlo, nada más". No le habían perdonado su libre albedrío, su altivez, la dignidad con la que siempre les habló a Perón y a Eva Duarte, quien estimaba la franqueza de Jauretche, aunque le dolía. Una vez, Evita, en su presencia, había dicho: "Estos alcahuetes son los que nos van a joder".

Recordaría luego Arturo Jauretche: "No me perdonaron que nunca pronunciara un discurso encomiástico en presencia de Perón y Eva Perón".

Si bien en 1950 aceptó el llano como su hábitat, la cabeza de Jauretche siguió funcionando. No abjuró de la opción que había hecho en el 45 y repitió una y otra vez que el antiperonismo cerril conduciría al desastre, pero tampoco ocultó, en esos años que van de 1950 a 1955, sus críticas a los desatinos del gobierno, como por ejemplo la manía de rebautizar calles, ciudades y hasta provincias con el nombre de Perón o Eva Perón, o la persecución a la prensa opositora, y eso que Jauretche fue quien desarrolló, por no decir que la inventó, una rigurosa radiografía de lo que llamó la "colonización pedagógica" cuyo vehículo era la prensa. Durante su gestión al frente del Banco, Jauretche le había otorgado un préstamo a La Prensa para renovar su imprenta.

Los desatinos del primer peronismo habían alejado a los sectores medios de los trabajadores, debilitaron al peronismo y contribuyeron a su caída. Desde que salió del gobierno, Jauretche fue silenciado por la prensa oficial peronista. Así lo explicó: "La política pequeña del movimiento triunfante en el 45 no toleraba que llegasen hasta el pueblo los hombres que pudieran tener alguna independencia".



El 16 de septiembre de 1955, un golpe militar con apoyo civil derrocó al gobierno de Juan Perón. Al día siguiente, Arturo Jauretche volvió a la política activa. Cuando Aramburu reemplazó a Lonardi, y enterró la idea comprensiva de "Ni vencedores ni vencidos", comenzó la larga noche de la proscripción. Jauretche, que había rechazado la comodidad del poder, se sumergió en los rigores de ese combate.

Durante esos años escribió sus grandes libros: de Los profetas del odio a Manual de zonceras criollas , de El medio pelo en la sociedad argentina a Pantalones cortos . Fueron libros combativos que aún pueden ser leídos con provecho, en el acuerdo o en el desacuerdo, porque más allá de sus ideas, en Jauretche palpita con pasión un pensamiento vivaz y creativo, una mirada alerta y subyugante, que además construyó una lengua escrita única, cuya oralidad no era sino una máscara de su enjundia literaria.

Pero mucho antes, un primer Jauretche ya había sentido sobre el lomo la bota de un poder intemperante, para el cual toda disidencia es traición.

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