Cuando el 25 de Mayo de hace nueve años, el entonces flamante presidente Néstor Kirchner anunciaba que “por mandato popular, comprensión histórica y decisión política” comenzaba un proceso de cambio de paradigma, resultaba difícil comprender la magnitud de aquel aviso.
El contexto crítico que vivía la Argentina era el primer impedimento para visualizar ese presagio. Sin embargo, la transformación –que todavía hoy se vive–se va desarrollando de manera constante y sostenida. En algunos lugares es más veloz. En otros todavía tarda y se espera, pero está ahí inmanente.
El proceso es dinámico y dialéctico. En algunos casos se avanza hacia un objetivo con una ley para luego aplicarla en el territorio y ver sus frutos o, tal vez es mejor así, primero se aplica una política, reclamada socialmente las más de las veces, que luego se sustenta con una norma jurídica. En estos nueve años, el kirchnerismo probó todas las alternativas con más éxitos que fracasos. Y en ese devenir, tanto Kirchner como Cristina Fernández visualizaron al Congreso como uno de los escenarios donde, además de concretar la carnadura normativa del modelo, se hace repicar (también mediáticamente) el cambio cultural y moral que se precisa.
Los primeros cuatro años del Congreso de la era kirchnerista podrían considerarse pobres en leyes de peso político. Sin embargo, hay varios elementos que lo justifican y también algunos hechos para considerar como necesarios e imprescindibles para lo que vino luego.
En principio, en 2003, el kirchnerismo como tal no existía en el Congreso (en buena parte del país tampoco). Había apenas un grupo escaso de diputados que vieron en Kirchner la posibilidad de reconstruir un proyecto de país. El bloque de diputados era, en todo caso, una clara expresión de lo mucho que el menemismo había enfermado al peronismo. Había liberales, conservadores, arribistas, pícaros y mal entretenidos, pero también peronistas que querían una nueva oportunidad. En el Senado, la situación no era mucho mejor, la diferencia sustancial era que estaba Cristina Fernández, a la sazón garante de la lucha interna, necesaria para sostener el incipiente modelo.
De a poco fueron avanzando. La renovación de la Corte Suprema se hizo de acuerdo a como lo había decidido Kirchner, efectiva y real, a diferencia de la fantochada pergeñada por Eduardo Duhalde que la impulsó y abortó al mismo tiempo. Hay más ejemplos, como la Ley de Financiamiento Educativo, que invirtió la relación de los puntos porcentuales del PBI. Hasta el año 2002, el 5% estaba destinado al pago de la deuda externa. Ahora el 6% va a educación. Es un cambio sustancial.
La anulación de las leyes de impunidad fue otro punto básico en la construcción de los cimientos del modelo. Pasó a la historia por ser un proyecto impulsado por José María Díaz Bancalari. En realidad, esa fue la mejor alternativa que el kirchnerismo encontró para apaciguar el rechazo que generaba, entre varios legisladores/as del PJ, que sea Patricia Walsh la verdadera promotora de esa norma.
Sin esas decisiones en el Congreso, que incluyeron batallas internas (que obligaban incluso a cambiar el nombre del autor de una ley para que obtuviera el respaldo necesario) no se podrían haber conseguido leyes como la movilidad jubilatoria, la de servicios audiovisuales y hasta la expropiación de YPF. Incluso los tropiezos, como fue la Resolución 125, fueron útiles para la construcción del modelo. Aquel gran desgaste, que incluyó traiciones como la de Julio Cobos y la defección de diputados y senadores pejotistas, sirvió para fortalecer la cohesión interna del kirchnerismo y, tal vez sin quererlo, enviar un mensaje a la sociedad donde se confirmaba la existencia de un proyecto de país que avanzaba con beneficios claros para el pueblo.
Mucho de lo que vino después está más fresco en la memoria colectiva.
Al menos de los que votan y no tanto en las fuerzas políticas de la oposición que, de tanto en tanto, retornan a su práctica obstruccionista y debilitadora del Estado, a pesar de los malos resultados electorales que esa estrategia les deparó.
En aquel discurso de 2003, Kirchner hacía referencia al rol del Estado al que consideraba “el gran reparador de las desigualdades sociales en un trabajo permanente de inclusión”. Una definición que se fue cumpliendo durante el gobierno de Cristina Fernández al sancionarse leyes como la reforma del Estatuto del Peón Rural, la Ley de Matrimonio Igualitario, Muerte Digna e Identidad de Género, que protegen a los sectores más vulnerables de la sociedad.
Nueve años más tarde de aquellas palabras, donde Kirchner advertía que “las cosas no van a cambiar de un día para otro sólo porque se declamen”, y que había que trabajar en “una sumatoria de hechos cotidianos que en su persistencia derroten cualquier inmovilismo”, la Argentina es diferente y mejor. Lo es incluso a pesar de los errores y de lo que todavía está pendiente, porque, como afirmó el viernes la presidenta en Bariloche, “la patria es una construcción cotidiana”.
(Diario Tiempo Argentino, domingo 27 de mayo de 2012)