Duhalde, más Luis que nunca. La inquietante relación de un luchador por los derechos humanos y las coordenadas de su tiempo. La memoria de un militante y la militancia por la memoria.
“A los 72 años falleció Eduardo Luis Duhalde, secretario de derechos humanos de la nación”. La información, fría y escueta, se desparramó al instante por las autopistas congestionadas del sistema de medios. Luego llegaron las interpretaciones periodísticas y los testimonios políticos que, desde enfoques encontrados, reconstruyeron su vida pública, su desempeño al frente de un área jerarquizada por las últimas administraciones y sus historias pasadas como activista y pensador.
Las memorias construidas alrededor su figura se ajustaron –casi de modo mecánico- a los márgenes del debate político sobre la significación del pasado reciente. Este cierto determinismo, método de pensamiento que suele ser ajeno a los análisis complejos, se explica, sin embargo, a partir de la inevitable asimilación de un personaje con su tiempo. En ocasiones, un dirigente logra sintetizar un conjunto de políticas y de relatos hasta confundirse con ellos en esa amalgama indisoluble con la que se moldean los grandes mitos de la historia.
Así, su figura quedará por siempre asociada a la nulidad de las leyes de impunidad, al discurso de Néstor Kirchner frente a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), a las sentencias condenatorias de los juicios por delitos de lesa humanidad, al abrazo de Cristina Fernández con las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo.
Su nombre encierra más que una sucesión arbitraria de letras cuya sonoridad habilita a confusiones impropias. “¿Cómo está Duhalde?”, le preguntó el periodista Julio Rudman para introducir una entrevista. “Más Luis que nunca” respondió con una elocuencia punzante. La misma que lo impulsó a defender con su cuerpo la vida de los presos políticos y la lucha de los familiares de detenidos desaparecidos; la misma que iluminó su deconstrucción del relato mitrista, su crítica al engendro mistificador de los dos demonios y su resistencia al paradigma cultural del olvido.
Ofreció sus argumentos –siempre esclarecedores, siempre justos- contribuyeron a enunciar una lógica transformadora y una lectura de la historia acorde a los nuevos tiempos. Se ocupó, entonces, de sostener una firme base de apoyo para, desde allí, derribar los ejes del país oligárquico.
Así, en 2006 rubricó un nuevo prólogo para el Nunca Más. Se trata de un texto fundacional que revierte las marcas genuflexas del documento que guió la transición argentina: “Es preciso dejar claramente establecido -porque lo requiere la construcción del futuro sobre bases firmes- que es inaceptable pretender justificar el terrorismo de Estado como una suerte de juego de violencias contrapuestas, como si fuera posible buscar una simetría justificatoria en la acción de particulares frente al apartamiento de los fines propios de la Nación y del Estado que son irrenunciables”.
Años atrás, en pleno desarrollo del relato alfonsinista sobre los crímenes del genocidio argentino, Duhalde editó “El Estado terrorista argentino”. Ese libro fue, a las claras, una interpretación temprana pero lúcida de la complejidad del régimen agotado y una lectura a contrapelo del reduccionismo que impregnó el sentido de la naciente democracia: “No se trata sólo ya del Estado militarmente ocupado, asaltado por su brazo militar, donde la coerción ha reemplazado a las decisiones democráticas y donde el autoritarismo se configura en el manejo discrecional del aparato del Estado y en la abrogación de los derechos y libertades de los ciudadanos. Por el contrario, implica un cambio cualitativo y profundo en la propia concepción del Estado, se trata de un nuevo Estado, una nueva forma de Estado de Excepción”.
La reacción conservadora y antidemocrática lo recordará por todo eso. Nosotros también. Sin embargo, no habrá en, ese ejercicio ineludible de recordarlo, lugar alguno para medias tintas ni para matices relativistas. No en este caso.
Roberto Noble y Bartolomé Mitre, fundadores de los diarios Clarín y La Nación respectivamente, merecieron la atención historiográfica de Duhalde. Ambas empresas constituyen el núcleo articulador de las actuales maniobras desestabilizadoras.
En “El origen nazi de Clarín”, señaló que “El nazismo y antisemitismo de Noble no era objeto de ocultamiento: el 10 de abril de 1939, al realizarse un gigantesco acto en el Luna Park de adhesión al Tercer Reich, con gran despliegue de banderas con la cruz esvástica y abundantes cánticos contra los judíos, los comunistas y la francomasonería, contó con la presencia del gobernador Manuel Fresco, acompañado por su ministro de gobierno, Roberto J. Noble”. Y agregó: “el 16 de septiembre de 1955, el día que asumió la presidencia Lonardi (luego de derrocar a Juan Perón), Clarín colocó como gran titular de tapa la palabra: Libertad”.
En “Contra Mitre. Los intelectuales y el poder de Caseros a los 80”, Duhalde se propuso “rescatar entre silencios y opacidades, el juicio adverso a la figura de Mitre y la oposición ardiente a su política de gran parte de la intelectualidad de su tiempo. No tiene otro propósito que promover un mejor conocimiento histórico, en contraposición a la sacralización del pasado que escamotea sus conflictos y edulcora la narración histórica”.
Con la asunción de Néstor Kirchner en 2003, Duhalde se reconoció en la política de derechos humanos del gobierno nacional. En un mismo acto, orientó su diseño y reprodujo las trazas definidas por el proyecto que lo abrazó desde el comienzo. Comprendió que las decisiones oficiales en la materia tienen la solidez de un asunto estratégico. Entendió que la triada Memoria, Verdad, Justicia interviene como componente esencial en la propia construcción identitaria de la generación del bicentenario.
Sus escritos, filosos y provocativos, conservarán el estatus de barrera de contención contra todo intento de restauración derechista. Su presencia, serena y expectante, seguirá ocupando la primera fila en cada audiencia pública donde sea juzgado un genocida. Sólo será cuestión de mirar con atención.