Populismo: materia pendiente / Escribe: Miguel Longo






“Esta sociedad política es novedosa en Brasil. Se trata de un pacto social en que Lula representa el trabajo y yo represento el capital. Si usted me pregunta por qué acepté acompañarlo como vicepresidente, le respondo así: en la historia de la civilización, primero vino el trabajo y después el capital...". Esta proclama de José Alencar, el empresario que acompaña al tornero Lula en la fórmula presidencial del Brasil, seguramente merecería ser calificada -de acuerdo con las categorías en boga con que se catalogan las ofertas electorales- como puro “populismo”.


Sin embargo, resulta curioso que si uno busca en el diccionario de la Real Academia Española el sustantivo “populismo”, se lleva una sorpresa. Ese sustantivo no figura. Pero sí figura el adjetivo “populista”, al que se define como “perteneciente o relativo al pueblo”. Pese a esta ausencia, la palabra “populismo” no se nos cae de la boca y aparece una y otra vez en cuanto comentario, opinión o análisis de política y economía se hacen. Y, en general, su mención va acompañada de un cariz peyorativo, algo así como un fantasma que hay que aventar. En realidad, desde el punto de vista del análisis político, se usa ese concepto como “una suerte de cajón de sastre de las ciencias sociales, en el cual se arrojan todos los procesos sociohistóricos no susceptibles de ser clasificados conforme el imaginario teórico e ideológico eurocéntrico”. (Susana Velleggia)

No son pocos, sin embargo, los pensadores, historiadores y analistas que no tienen una valoración tan peyorativa. En una conferencia que dictó hace poco en Buenos Aires el historiador uruguayo Alberto Methol Ferré, señaló: “En los años ’30, vino la crisis de los centros capitalistas metropolitanos y la emergencia, entre nosotros, del nacional populismo, que muchos han convertido en una mala palabra y que es la mejor palabra que inventó la política de América Latina. Lo más original, lo más hondo, lo más popular y lo más nacional de América Latina. Ahora, con el lío de fondo de los mercados financieros, en Washington la preocupación es que no vuelva el populismo. Parece que eso es horripilante”.

“¿Qué fue el nacional populismo? El inventor fue el líder peruano Haya de la Torre. A partir de la crisis del 1929, se inicia la lucha por la industrialización, por la sustitución de importaciones. Una lucha que Haya de la Torre percibía ante todo como la exigencia de la democratización radical de nuestros países agrarios. Para eso había que industrializar. Y para sostener el proceso de industrialización había que ir a la integración. Porque la industrialización iba a fracasar si quedaba encerrada en los minipaíses hispanohablantes de América del Sur, en los nueve enanos. El enano mayor era Argentina y el otro gran enano estaba en Colombia. Los otros eran todos enanitos. Este es un dato de la realidad. Si no lo sabemos bien, vamos a macanear incesantemente”.

Nidia Carrizo de Muñoz, profesora asociada de Historia de las Instituciones Argentinas de la Facultad de Derecho (UNCuyo), en un trabajo titulado “Populismo e identidad”, encuentra su protohistoria en la Revolución Mexicana (1910-1917), en el gobierno de Batlle y Ordóñez en Uruguay (1903-1915) y en la Argentina el Irigoyenismo (1916-1930). Su surgimiento -dice- brota de "sociedades anhelantes de credibilidad, participación, justicia y cambio".

La corriente se consolida entre 1930 y 1960. En este período, los movimientos nacionales populares van ocupando el amplio espacio político latinoamericano: En Bolivia, con los gobiernos de Toro, Busch, Villarroel y el Movimiento Nacionalista Revolucionario. En Brasil, con Getulio Vargas. En Colombia, con Alfonso López y Eliecer Gaitán. En México, con Lázaro Cárdenas. En la Argentina, con el peronismo. En Chile, con los presidentes Aguirre Cerda e Ibáñez del Campo. Se puede llegar a afirmar, entonces, con Julio Godio que “en América Latina, el espacio político popular ha sido ocupado predominantemente por los movimientos nacional-democráticos, que han cristalizado como sentimiento nacional-popular”. Y concluir, con Torcuato Di Tella, que “es bastante claro que el populismo es el único vehículo disponible para quienes se interesen en la reforma o en la revolución en América Latina”. Por lo cual, se explica que Natalio Botana, un politólogo no precisamente “populista”, en un reciente artículo publicado en La Nación, abogue por "echar luz sobre las raíces de este fenómeno persistente: hay, en efecto, populismo porque la gente quiere que haya populismo”.

En esta tarea de “echar luz”, de los muchos estudios que existen podríamos sintetizar este “fenómeno persistente” en cinco rasgos centrales (enumero los positivos, esos que hacen que la gente lo quiera; de los negativos ya hay demasiada gente que se ocupa): 1) tendencia a la inclusión (participación política, movilidad social, ciudadanía); 2) son movimientos no afiliados a las macroideologías, sino que en general representan fuerzas transformadoras en el seno de sistemas liberal-capitalistas; 3) democratización de las estructuras políticas, sociales, económicas y culturales; 4) industrialización (con especial énfasis en el desarrollo de ciencia y tecnología propias); 5) búsqueda de la unidad de los países del subcontinente. “Todavía ninguno alcanzó el objetivo de la realización, que es la integración. Han sido todos nacional populismos truncos...”. (Methol Ferré)

Como conclusión, pienso que no es cuestión de ir esparciendo calificaciones peyorativas al voleo. Eso es seguir cayendo en el viejo vicio de mirarse con ojos ajenos, lo cual no sólo es la peor de las alienaciones, sino que por ese camino siempre se llega a callejones sin salida. Así, caemos en la paradoja de que lo que apreciamos en otros como “popular” terminamos descalificándolo entre nosotros como “populista”.


Se impone un análisis profundo de la historia para asumir lo que vale y desechar lo que no sirve. Más que un fantasma que ahuyentar, el populismo para nosotros constituye una materia pendiente. Nunca ha sido bueno tirar por la borda la experiencia histórica de las mayorías (eso que hoy llamamos “la gente”). Porque, como advertía Séneca: “El que no sabe de dónde viene, no sabe adónde va; y para el que no sabe adónde va, ningún viento resulta favorable”.

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