Acerca de los vaivenes de un grupo mediático
que ya no es lo que era, a pesar que detenta aun
buena parte de su estructura y su capacidad
para hacer daño. Hay monos, parece, metidos en todo esto.
Pero no quiera saber de qué se trata o… ¡mejor lea la nota!
Hace poco estuve en Buenos Aires. Aproveché para hacer mi ronda por sus bares, esos espacios casi sacramentales de la cultura y las artes de una de las grandes metrópolis. Están los temáticos, los tradicionales, los modernos, los amplios, los pequeñitos, los majestuosos, los piringundines, los inolvidables, los “al paso”. En “ la Capi ” hay bares para todos los gustos, muchos de los cuales son instituciones de la historia argentina, por muy diversos motivos del pasado pero mejor aun: del presente y del futuro. Ya sabemos que ingresaremos en la historia si podemos sentarnos a alguna de sus mesas, dispuestas a devolvernos miradas, ángulos, aromas, de la gran urbe.
En casi todos los bares de Buenos Aires, muy a pesar de ciertas recomendaciones gastronómicas relacionadas con “lo que se vende”, hay pantallas. Pero bueno, en un mundo hiper conectado, ya hay pantallas en todos lados. Y en los bares puede verse Todo Noticias, el canal de cable más visto en la Argentina. Con un formato cuidado, con un estilo muy solvente y una estética amable, sus hacedores logran un excelente producto. Las 24 horas hay información. Todo el día dan a conocer muchas y diversas temáticas.
Todo Noticias forma parte del oligopolio Clarín, de Ernestina Herrera de Noble. El Ceo, Héctor Magneto, es la cara visible más importante de un conglomerado que suma más de doscientos medios en todo el país, con un fuerte anclaje gráfico en el auto denominado “gran diario argentino”, líder en venta de ejemplares desde hace muchos años.
Los bares de Buenos Aires, claro está, son una representación de buena parte de la realidad mediática de todo el país, fundamentalmente de los hogares argentinos. Vuelto al podio máximo del rating, Canal 13 es la nave insignia del oligopolio en televisión abierta. También existe Cablevisión, que es la empresa más importante y con mayor número de abonados, que provee el servicio de televisión por cable. Hay mucho más, claro está, si nos ponemos a enumerar todos los medios y los negocios afines que posee esta empresa, ubicada entre las primeras del podio mediático de habla española, en Iberoamérica.
Pero la cuestión de fondo es que se trata de un oligopolio que, muy a pesar de las recomendaciones acerca del habitat que deben ocupar ciertas especies animales que no se relacionan con el Hombre, está ocurriendo. Ya sabemos que peeros y gatos son de los mamíferos que hemos adaptado a vivir entre nosotros. Pero Clarín y sus compañías satélites parecen estar llenas de monos: monos que son periodistas, monos productores, monos que son conductores, monos locutores, columnistas monos, monos asistentes…
Digo esto porque un una de aquellas mañanas sentado a la mesa de uno de esos bellos bares de Buenos Aires, ví que durante más de dos horas se hablaba del Caso Candela y de otros policiales por el estilo. Esto se mechaba con los datos del tiempo, indicaciones para el tránsito en la ciudad, la cotización del dólar y muy poco más.
Entonces comencé a pensar en Mizaru, Kikazaru, Iwazaru, los tres monos de la sabiduría japonesa. Aquellos que hemos visto tantas veces encarnado tres formas de la negación. Justamente sus nombres significan “no ver, no oír, no decir” y suelen aparecer tapándose ojos, oídos y boca.
Los tres monos sabios, también conocidos como “los tres monos místicos” están representados en una escultura de madera de Hidari Jingorō (1594-1634), situada sobre los establos sagrados de un santuario (Toshogu) construido al norte de Tokio. Lo que se ha entendido popularmente por el gesto de los monos es “no ver el mal, no oír el mal y no decir el mal”.
Hay más de uno, pero el significado más extendido del tema de los tres monos es complejo y diverso. Una de sus lecturas entre el pueblo era que los monos hacían eso al rendirse al sistema, un código de conducta que recomendaba la prudencia de no ver ni oír la injusticia, ni expresar la propia insatisfacción, sentido que perdura hasta hoy -en buena medida- en Oriente.
Tomando en cuenta la formidable revolución democrática que está aconteciendo en la Argentina desde hace ocho años, lo mejor que se le ocurrió a Héctor Magneto es intentar convertir a todos los empleados que manejan la Palabra en sus empresas periodísticas, en monos que no ven, que no oyen y que no dicen. Se niegan, sin más, a ser parte de esta construcción que desde ya hace tiempo los tiene como enemigos.
La Argentina ha logrado importantes avances en muchos terrenos, producto de las políticas públicas llevadas adelante por el oficialismo. Pero Clarín y sus replicadoras niegan tanto todo eso que han creado un discurso cada vez más inservible. Para muestra basta el botón del acto eleccionario del 14 de agosto, cuando se percataron que más del cincuenta por ciento de los votantes avisó que va a darle un nuevo período de cuatro años, a la actual presidenta Cristina Fernández.
Sin embargo bien sabemos que la verdad emerge siempre, tarde o temprano, por lo que ellos también caerán un día en la cuenta que mientras no quieren ver lo que pasa, no quieren oír lo que ocurre y tampoco quieren decirlo, un nuevo y formidable país está renaciendo, a medida que Clarín vende cada vez menos ejemplares.