Martín Granovsky.-
Fue embajador en Colombia casi ocho años. Está por acreditarse como embajador en Costa Rica. Como jefe del Ejército, el teniente general retirado Martín Balza terminó a cañonazos con la última sublevación carapintada y en 1995 inició la primera de una serie de declaraciones públicas sobre la masacre de la dictadura. De paso por Buenos Aires entre un destino diplomático y otro, aceptó conversar sobre la guerra de Malvinas desde su experiencia como teniente coronel que fue jefe de una brigada de Artillería sin estar de acuerdo con la decisión de desembarcar en las islas.
–¿Cuál es el nivel de importancia del Informe Rattenbach?
–Como Benjamín Rattenbach era el militar más antiguo (se había retirado del Ejército en 1957) fue elegido presidente de la comisión. Por eso se conoce como Comisión Rattenbach. Pero no era un órgano jurisdiccional. Podría ser algo similar –digo similar, no igual, porque no es lo mismo una democracia que una dictadura– a la Conadep. Obtuvo información y la entregó al órgano jurisidiccional, que en ese entonces era el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas. Producido el fallo del Consejo, el expediente se trasladó a la Cámara Federal. Esos eran los órganos jurisdiccionales.
–¿Es cierto que Rattenbach pidió la pena de muerte?
–No. La Comisión sólo dijo que algunos oficiales, como Leopoldo Galtieri y Jorge Anaya, y tal vez también Alfredo Astiz, podrían estar incursos o contemplados en un número del entonces vigente Código de Justicia Militar que preveía la figura de la pena de muerte.
–¿Cuántos declararon?
–No lo sé. Seguramente un número importante, en cantidad y en jerarquía, de jefes y oficiales.
–Por ejemplo usted.
–Sí, declaré como jefe del Grupo de Artillería 3. Era teniente coronel. Pero también tenía otro puesto: coordinador de apoyo de fuego, que es el que coordina todos los fuegos de artillería, de morteros pesados 120 y de los aviones Pucará que estaban en las islas. Como yo era el más antiguo de los
jefes de artillería, eso me permitió tener un conocimiento de todas las operaciones en las islas y las decisiones del continente. En la guerra cada uno tiene su visión, y esa visión es veraz, pero a veces se trata del cabo, del sargento, del teniente, del que está al lado del pozo de zorro. No soy el que más conoce, pero sí probablemente el que tiene la vivencia de ese conflicto. Lo viví, lo olí, lo aprecié y soporté la incapacidad de quienes tenían que conducir las operaciones de estrategia nacional y operacional, desde la Junta y Nicanor Costa Méndez por un lado hasta el vicealmirante Juan José Lombardo, jefe del teatro de operaciones, por otro.
–Hubo condenas.
–La Cámara Federal unificó la pena en Galtieri, Anaya y Basilio Lami Dozo, el jefe de la Fuerza Aérea. Estoy totalmente de acuerdo con el criterio, porque los tres fueron corresponsables como miembros de la Junta. El Consejo había condenado a catorce años a Anaya, doce a Galtieri y ocho a Lami Dozo. Estoy convencido de que el Informe Rattenbach es un documento veraz, completo, serio, que apuntó a la esencia de lo que ellos llamaban la “impericia”, y yo le agregaría carencia de profesionalidad y una por demás evidente incapacidad. Pero el documento también habló de otros niveles. De Lombardo, el único almirante que pretendió ganar una batalla naval desde tierra. De Costa Méndez, que dijo en enero: “Yo soy el canciller que va a tomar las Malvinas”. De Mario Benjamín Menéndez, designado gobernador de las islas. Yo no sé si alguna vez se enteró de eso. Se lo debe haber impedido su manifiesta incapacidad y una gran pusilanimidad.
–¿Cuánto duró su declaración ante Rattenbach?
–Fueron cuatro horas de declaración informativa. Unos años después, cuando ya había ascendido un grado, me lo encontré en la Escuela de Defensa Nacional. “Qué cosas interesantes nos dijo usted, coronel”, me comentó. Por ejemplo, el general Omar Parada no fue a visitar nunca a su tropa a Pradera del Ganso. Su tropa combatía allí. Hasta Menéndez le dio orden de trasladarse. No lo hizo porque decía que no había seguridad. Otro caso a analizar es el de Cristino Nicolaides.
–El jefe del Ejército que designó a Reynaldo Bignone como último presidente de la dictadura.
–Nicolaides es uno de los que ordenó la confección del Informe, pero tiene otro grado de responsabilidad porque era comandante del Cuerpo I que mandó la
Brigada X mal pertrechada. No pasó del continente a las islas con todo el material que debía. Fue responsable de las penurias que padeció una brigada suya. La Brigada 3 de Artillería, la que yo comandaba, tenía un sistema de incorporación diferente. Mis soldados llevaban un año de instrucción, a diferencia de otras que llevaban cuarenta días. Un soldado no combate solo. Si el soldado no está mandado... Las operaciones duraron 44 días. Además, mi unidad tenía casi un 50 por ciento de suboficiales y oficiales. El sistema de incorporación que había pensado era cuatrimestral. Entonces siempre tenía dos tercios de los conscriptos entrenados, especialmente en combate nocturno. Llevé a los más entrenados. Volviendo al Informe Rattenbach, para mí es más riguroso aún que los fallos del Consejo Supremo y de la Cámara Federal, porque expone una inoperancia que costó vidas, que no fue sancionada salvo en el caso de la Junta. También pone en evidencia a las unidades que funcionaron bien. Y a sus jefes de unidad. No hablo de mí, aunque mi brigada tuvo un buen desempeño. Hablo del 25 de Infantería, del Batallón de Infantería de Marina N0 5 y de compañías de comandos. Es muy contundente.
–¿Qué preguntas hacían Rattenbach y sus ayudantes?
–Uno relataba. Ellos preguntaban y todo era pasado a máquina de escribir. Preguntaban dónde estaban las posiciones, el tipo de material utilizado, con cuántos hombres había pasado a las islas, cuáles eran las dificultades... No me preguntaron si desobedecí órdenes. Me lo preguntó una vez por radio el periodista Eduardo Anguita. Y le dije que sí. En Malvinas. Una orden decía que los cambios de posición de Artillería sólo podían realizarse con expresa autorización del comandante de la Agrupación Ejército Puerto Argentino, que era el general Oscar Jofre. Traté de comunicarme con Jofre y no pude porque la red de fuego (la red de comunicaciones del tráfico de artillería) estaba ocupada en cuestiones logísticas. Ordené un cambio de posición. Una batería mía estaba en primera línea. Cuando se enteraron, después, el segundo de Jofre me dijo: “Usted no ha cumplido una orden”. Le dije: “No la cumplí, pero por no cumplirla salvé la vida de 60 o 70 hombres y la batería, porque ahí cayó el fuego inglés”. Otra vez me puse a construir posiciones simuladas con cañas, ruedas viejas y red de enmascaramiento. Dio resultado, pero me cuestionaron. Estaban equivocados. Si un jefe de unidad con jerarquía de teniente coronel no puede tomar una decisión así, concreta, sería un autómata. Claro, ellos a veces usaban la red de fuego para informar el horario de baño. En otras oportunidades cuando estaba por oscurecer, ponía los cañones de 155 milímetros en lugares especiales para que los isleños los vieran, porque yo
sabía que ellos les pasaban información a los ingleses. Después los movía y entonces el fuego naval le erraba porque disparaba sin datos precisos. El que está mandando tampoco es el hacedor del universo. A veces no hay tiempo de consultar. Y hay que hacer de todo. Cada vez que iba manejando el jeep y pasaba por el centro logístico bajaba y llevaba una bolsa de papas, de verdura, para mis soldados. Eso lo hace cualquier comandante que se preocupe por su brigada.
–¿Vio su propia declaración?
–No. Si es que me tomaron todo lo que dije, debe estar la declaración entera. Mire, hay algo que sostuve siempre, como jefe del Ejército y antes en Malvinas como jefe de una unidad táctica, que es donde mueren las palabras. Si tuviera que poner una enseñanza diría que la mejor voz de mando es el ejemplo personal. Las palabras pueden convencer, pero los ejemplos arrastran. Si el soldado ve que cuando caen los proyectiles, lo pueden matar a él pero a uno, el jefe, también, ya es otra cosa. Si el sargento no duerme y el jefe, que tampoco duerme, a las tres de la mañana le pregunta cómo está, ahí está el ejemplo. Un jefe debe proceder con la fracción que manda como con los tallarines: con cuidado, porque si los empujás se arrugan. Me acuerdo bien de un hecho. Había un bombardeo. Estaba recorriendo una batería y un soldado mío me gritó: “Póngase el casco, mi teniente coronel. Usted nos exige que andemos con el casco para cuidarnos, así que cumpla con lo que dijo”. Me conmovió, porque me cuidaba. Y en medio de la guerra festejábamos los cumpleaños con un trago de whisky para cada uno. No era lo mismo ver al general Parada con su bastoncito de mando en Puerto Argentino, todo atildado, caminando y sancionando a los que veía con pelo un poco largo o algo de barba. Quiero destacar a algunos que no son amigos míos. El entonces teniente coronel Quevedo fue a la guerra seriamente disminuido en su capacidad física por una enfermedad. Un infante, el teniente coronel Soria, del Regimiento 4, tenía un hijo con una enfermedad terminal. Fue igual a la guerra. Remarco también el profesionalismo del entonces teniente coronel Arias en la artillería antiaérea. En cambio no hubo ningún ejemplo de liderazgo más arriba.
–¿Cómo define el liderazgo?
–Una cosa es el comando, otra el mando y otra el liderazgo. El comando es cuando el jefe ejerce comando amparado por los reglamentos, sobre todo de la llamada justicia militar. Ordeno tal cosa porque si no me obedecen se harán pasibles de una sanción. El mando es cuando el hombre cumple la orden sin la
espada de Damocles de una sanción. Sabe que si el jefe ordena, es porque corresponde. El liderazgo se da cuando el ejemplo convence. Julio César cuenta que le dijeron: tenés más potestas que nosotros. Les respondió: potestas tengo lo mismo, lo que tengo más que ustedes es auctoritas. Autoridad.
–¿Autoridad moral?
–La autoridad que va más allá de los atributos del mando. Eso es lo que define al líder. Que el soldado pueda seguir una acción con una mirada. Una vez se prendió fuego un pequeño polvorín. Veo un soldado que sale corriendo a intentar apagar el fuego. Le grité: “Venga para acá. Se está arriesgando y nadie le dijo que hiciera eso”. Me respondió: “¡Pero yo creí que tenía que hacerlo!”. Uno ve solidaridad y egoísmo, valentía y cobardía, al hombre a quien siguen y al que no lo siguen. Estando en la guerra me comunicaron que mi esposa había tenido una hija. Mi hija Inesita. Por esos días le tuve que informar a un hombre que ahora es coronel y era teniente primero que el hijo que esperaban había nacido muerto. Fui y le dije: “Mi amigo, tengo que darle una noticia”. Se la di. Su esposa está bien. Vaya a Puerto Argentino y hable por teléfono. Soportó ese trance. Se quedó en las islas. A algún soldado le tuve que comunicar que había muerto el padre. También lo soportó.
–¿Cuántos muertos hubo en su brigada?
–Un oficial y dos suboficiales. De los 25 heridos, trece fueron oficiales y suboficiales. Doce, soldados. El 13 de julio, el día de Bélgica 1-Argentina 0 del Mundial de España, fueron los combates de Artillería más intensos. El 13 a la mañana, cuando yo cumplía 47 años, estaba con un cabo primero cerca de las baterías y se desencadenó un fuego de contraartillería inglesa que quería neutralizarnos. Logré arrastrarme con el médico hasta el pozo, pero vimos que el cabo primero estaba boca abajo. En una pausa de segundos, corrimos. Sangraba. Se llamaba Quispe. Sangraba de los oídos, de la nariz y de la boca. El médico me dijo que estaba muerto por la onda expansiva. Le corté la chapita de identificación y lo metimos en una bolsa, en un forro de colchoneta, porque no se habían llevado bolsas para los muertos. Al muerto hay que sacarlo inmediatamente, para que quien combate no lo siga viendo. Soy creyente. Siempre dije que, hasta ahora, Dios me dio treinta años de vida después de esos diez metros de distancia en que cayó el cabo primero. Podría haber sido yo. Y me permitió conocer a Inesita, que nació el 22 de abril de 1982. No sé si respondí a la oportunidad que Dios me dio.
–Usted estaba en Paso de los Libres cuando Galtieri convocó a Plaza de Mayo el 10 de abril, el día que dijo “si quieren venir, que vengan” y lo aplaudieron, y el mismo día que lo silbaron cuando se presentó como “presidente de los argentinos”.
–Muchos de los que estaban allí fueron a exteriorizar lo que yo llamo el “sentimiento Malvinas”. Claro, la Junta creyó que era el “sentimiento Galtieri”. Fue una causa justa en manos bastardas. El 14 de junio, la derrota mostró la falta de hidalguía de los altos mandos respecto de los combatientes. Pero los pueblos siempre valoran al combatiente. Y no me refiero sólo a los muertos. Me refiero al que sufre stress postraumático, al que combatió y volvió. Los pueblos separan el comportamiento en combate de la torpe decisión política. Escuché a la Presidenta hace cinco años, cuando era senadora, en el Observatorio Malvinas. Se refirió a los combatientes y aclaró que hubo hombres que combatieron bien.
–Como teniente coronel ¿por qué fue a las islas?
–Obviamente no participé de la decisión. Yo sabía que era torpe, pero si no hubiera ido mis propios soldados me hubieran tildado de cobarde. No sé si fue Quevedo o Góngora el que dijo que el valor es el miedo disfrazado. Mis soldados recuerdan, más bien, el 14 de junio. Por eso me parece bien que el sentimiento ahora sea una causa nacional y una política de Estado que busca la paz y la negociación, y quede separado el análisis del comportamiento concreto de quienes estuvimos en las islas. Hay un dato interesante: los británicos no hablan mal de los soldados argentinos. Yo estuve con la Comisión de Defensa de la Cámara de los Comunes, charlando con ellos. No es lo mismo hablar de Malvinas como parte de un gobierno democrático que en nombre de un gobierno desprestigiado y condenado en el mundo por las violaciones a los derechos humanos. Está la relación de fortaleza con Brasil, está el respaldo de Unasur, está la decisión del Mercosur de evitar que atraquen los barcos del no-Estado. Estoy convencido de que hubo coherencia, con el altibajo de Menem, que le dio participación a una tercera pata que no puede ser parte: los isleños. Las únicas partes son la Argentina y el Reino Unido.
–Estos días uno de los debates es qué actitud debe tener la Argentina hacia los isleños.
–Los isleños no pueden ser parte pero la Argentina siempre se comprometió a respetar su forma de vida y sus intereses. Sin embargo, la autodeterminación de los pueblos no rige para ellos, que no son pueblos originarios. En cuanto al respeto, se dio hasta durante la guerra. Recuerdo haber escuchado al gobernador de entonces, Rex Hunt, diciendo que había habido dos casos de violaciones. Pero no dijo que habían sido cometidas por argentinos. No hubo un solo isleño muerto por fuego argentino. Los muertos que hubo fueron por fuego inglés que se equivocó y pegó en una casa. De manera que los isleños no pueden dudar del respeto a los intereses y a la forma de vida. Le voy a decir algo como militar: la forma de recuperar las islas es el diálogo y la negociación. La guerra no. La guerra no es una obra de Dios. La guerra son muertos, huérfanos, mutilados... Isaac Rabin, un tipo que admiré, dijo que el sendero de la paz es siempre mejor que el de la guerra. Y era general. La guerra no es obra de Dios incluso cuando se respeta el derecho internacional humanitario. Lo dijo el Comité Internacional de la Cruz Roja sobre la guerra de Malvinas. Dijo que era el único conflicto en que ambas partes respetamos la convención de Ginebra. El derecho internacional humanitario se vulneró no sólo en la Primera Guerra Mundial y en la Segunda sino en los Balcanes, en Irak, en los conflictos de hoy. Respetamos la dignidad del adversario. A los prisioneros ingleses y a los isleños. No entrábamos a los supermercados para no producir desabastecimientos. Y repito, ni una muerte.
–Reynaldo Bignone, a quien usted nombró antes, tomó dos decisiones paralelas como presidente, además de la autoamnistía militar. Una, ordenar la destrucción de los archivos de la represión. La otra, disponer que los resultados de la Comisión Rattenbach fueran secretos.
–El propio Bignone dijo durante la dictadura que los tres secretarios generales de la fuerza se reunieron para ver si daban a conocer las listas y que al final decidieron no difundirlas porque después vendrían las preguntas sobre dónde estaban los muertos y quiénes los habían matado. O sea que él reconoció antes de 1983 que había listas. Quemó documentación como parte del Ejército y como presidente designado por Nicolaides. No dio a conocer institucionalmente el Informe Rattenbach porque quedaba clara la ineptitud, la impericia, la incapacidad de los mandos militares y diplomáticos que nos llevaron a esa aventura. Entonces decidió que no debía ser conocido para que la población no se enterara a través de un documento oficial.