HISTORIA / Acerca del caudillo Estanislao López / Nota






En 1829 como jefe del ejército nacional derrotó a Lavalle, en Puente de Márquez, con el apoyo de Juan Manuel de Rosas.

Nació en Santa Fe el 22 de noviembre de 1786 y era hijo de una familia pobre y virtuosa. Su padre, Juan Manuel Roldán, era capitán de milicias provinciales y descendía de conocidas familias de la colonia. Se educó en las escuelas locales y a los 15 años salió de ellas para trasladarse a la frontera del Norte en calidad de soldado. Muy joven fue hecho cadete, calidad en la que permaneció largos años.

La vida del campo, la guerra contra el indio y su contacto diario, dieron a Estanislao López agilidad y destreza suma en el caballo y la lanza. Conocedor de todas las argucias de los aborígenes, de sus ataques nocturnos, de su arte guerrero, más tarde aplicará estos procedimientos en su famosa táctica montonera y ella le permitirá ser invencible ante los generales de la Independencia, al frente de ejércitos regulares. En la frontera se relacionó con los caciques indios que luego supo halagar y hacer entrar en sus emprendimientos, conteniendo sus desórdenes y atropellos con mano de hierro, cuando fue necesario.

Sirvió en la Reconquista de Buenos Aires, en 1806, y después del estallido de la Revolución de Mayo se hallaba sirviendo como sargento, destacado en un pueblo de Misiones. Abandonó luego su guarnición para ir a solicitar al general Manuel Belgrano que le permitiese marchar con la división de Machain, que fue la primera que pisó el territorio paraguayo, el 19 de diciembre de 1810. Los 100 Blandengues santafecinos sobresalieron por su denuedo en aquella campaña azarosa.




Tomado prisionero en Tebicuary, López fue conducido a Montevideo, que se hallaba en poder de los realistas, y detenido con otros patriotas a bordo de la fragata española “Flora”, que servía de pontón. Una noche, sin ser sentido, se arrojó al agua, logrando llegar al campo sitiador del coronel José Rondeau. Permaneció en Montevideo, hasta que en el mes de octubre de 1811 fue levantado el asedio por el tratado firmado entre el Gobierno de Buenos Aires y el Virrey Elio. López regresó a Santa Fe, siendo uno de los pocos que llegaron a su provincia de los 100 Dragones santafecinos que se habían incorporado allí a Manuel Belgrano.

Cayó prisionero del coronel José Eusebio Hereñú en el combate del Sauce o del Espinillo, en 1815, juntamente con el coronel Holmberg. Hallándose en la ciudad de Santa Fe el capitán Contuso, su segundo, el teniente Estanislao López aprovechó su ausencia para sublevarse en Añapiré el 2 de marzo de 1816. Siguió el ejemplo de López el día 7 la 2ª compañía encabezada por el sargento Marcelino Avellaneda. Pronto se le incorporó Mariano Vera, poniéndose a la cabeza de los sublevados. Otras sublevaciones producidas, dejaron al general Viamonte aislado en la ciudad de Santa Fe, esperando el auxilio que había solicitado a Buenos Aires, que se encontraba en San Nicolás de los Arroyos. López se hallaba entre los que estaban en abierta oposición con las fuerzas legales. Vera se proclamó gobernador, y desde la bajada de Andino destacó la compañía de Blandengues de Estanislao López, hecho ya capitán, quien en canoa pasó el río tirando su caballo, y siguiéndole del mismo modo la demás gente, a nado, con sus caballos y armas unos, a pie otros, y muchos sin arma alguna.

En esta forma se apoderó de los barcos porteños, que estaban a las órdenes del general Matías Irigoyen.

El 31 de agosto se apoderaron de la ciudad de Santa Fe. Estanislao López fue el héroe de esta campaña y en compensación a su valor y energía, obtuvo del gobierno de la provincia, el grado de teniente coronel y el nombramiento de comandante general de armas. En marzo de 1818 emprendió una expedición contra los indios del Chaco, la que prosiguió con éxito los meses siguientes.



El 23 de julio de 1818, Estanislao López se nombró gobernador interino de la provincia de Santa Fe por sí mismo, lo que hizo conocer por medio de un bando público; separándose de este modo de la provincia de Buenos Aires. Posteriormente se alió con el caudillo José Gervasio de Artigas, de la Banda Oriental y con Francisco Ramírez de Entre Ríos. Su autoridad fue legitimada en julio de 1819 por una asamblea provincial, y a partir de entonces ejerció el gobierno durante veinte años, “en forma discrecional, pero entre sus contemporáneos”, como dice Susana N. de Molinas.

Después del tratado del Pilar se separó de la liga artiguista, junto con Francisco Ramírez, y en 1821 luchó contra el Supremo Entrerriano, hasta su derrota.

El 6 de diciembre de 1821 fue reelecto gobernador de la provincia, funciones que mantendría hasta su muerte, acaecida el 15 de junio de 1838.

Su mayor prestigio y poder fue ejercido entre 1828 y 1835, es decir, después del motín de Lavalle. En 1829 la Representación Nacional reunida en Santa Fe lo designó jefe del ejército nacional destinado a luchar contra Lavalle, a quien derrotó en Puente de Márquez, con el apoyo de Juan Manuel de Rosas.

Su amistad con los hermanos Reinafé, de Córdoba; su enemistad con Juan Facundo Quiroga, y la influencia que en su gobierno tuvo Domingo Cullen, fueron factores fundamentales en la vida de Estanislao López, cuyas tentativas en pro de la constitución confederal, de 1831, fueron desbaratadas por la alianza Rosas-Quiroga.

En la historia argentina se lo denomina impropiamente “el Patriarca de la Federación”, ya que tal título le correspondería a Artigas, o en todo caso a Mariano Vera. López suplió con inteligencia natural su deficiente formación cultural, y por eso mismo sufrió la influencia de fuertes personalidades que lo rodearon. Sus tesis de economía regional proteccionista, de 1830, sostenidas contra Buenos Aires, eran válidas, pero no contó con aliados suficientes para imponerlas, ya que Juan Facundo Quiroga, el jefe del federalismo del noroeste, nunca fue su amigo y don Juan Manuel de Rosas pudo fácilmente jugarlo contra la Comisión Representativa, en los preliminares de la firma del Pacto Federal del 4 de enero de 1831.

Estanislao López y San Martín

Rivadavia y sus satélites boicoteó la campaña libertadora de San Martin, a tal punto que este decide entregar el mando a Bolivar y retornar a su patria.

Mientras San Martín permaneció en Mendoza, retirado en su chacra, Rivadavia y el gobierno de Buenos Aires lo hostilizó de todas formas. Primero le puso un mucamo como espía de sus movimientos y luego hasta le violaba su correspondencia privada. El propio San Martín se lo confiesa a O´Higgins en carta del 2º de octubre de 1827:

“...Mi separación voluntaria del Perú parecía me ponía al cubierto de toda sospecha de ambicionar nada sobre las desunidas Provincias del Plata. Confinado en mi hacienda de Mendoza, y sin más relaciones que algunos vecinos que venían a visitarme, nada de esto bastó para tranquilizar la desconfiada administración de Buenos Aires; ella me cercó de espías; mi correspondencia era abierta con grosería...” (Altamira, Luis Roberto: “San Martín. Sus relaciones con don Bernardino Rivadavia”. Impresiones Pellegrini 1950. Museo Histórico Nacional. Su Correspondencia)

El 16 de agosto de 1828 el mismo O´Higgins lo conformaba en carta a San Martin:

“..ejerzan enhorabuena su rabia inquisitorial en nuestra comunicaciones privadas que ellos no encontrarán otra materia más que la misma firmeza y honradez que no han podido contradecir de nuestra vida pública. Hasta la evidencia se podría asegurar que las ocho o diez cartas que veo por su apreciable del 29 de septiembre del año pasado se han escamoteado como las que he escrito a Ud. paran en poder del hombre más criminal que ha producido el pueblo argentino. Un enemigo tan feroz de los patriotas como Don Bernardino Rivadavia estaba preparado por arcanos más oscuros que el carbón para humillarlos y para degradación que su desastrosa administración ha dejado a un pueblo generoso, que fue la admiración y baliza de las repúblicas de América Sudeste. Hombre despreciable que no solo ha ejercido su envidia y encono contra Ud. no queda satisfecha su rabia, y acudiendo a la guerra de zapa, quiso minarme en el retiro de este desierto, donde por huir de ingratos busco mi subsistencia y la de mi familia con el sudor de mi frente...”(Altamira, Luis Roberto. Ibidem) (JS.p.36)

También a Martiniano Chilavert le refiere San Martín sobre los ataques y calumnias que recibía por parte de la prensa rivadaviana. En carta del 1° de enero de 1825 le decía:

“...A mi regreso de Perú establecí mi cuartel general en mi chacra de Mendoza, y para hacer más inexpugnable mi posición, corté toda comunicación (excepto con mi familia), y me proponía en mi atrincheramiento dedicarme a los encantos de una vida agricultora y a la educación de mi hija, pero ¡vanas esperanzas! En medio de esos planes lisonjeros, he aquí que el espantoso “Centinela” (periódico rivadaviano) principia o hostilizarme; sus carnívoras falanges se destacan y bloquean mi pacífico retiro. Entonces fue cuando se me manifestó una verdad que no había previsto a saber: que yo había figurado demasiado en la revolución para que se me dejara vivir tranquilamente” (Comisión Nacional del Centenario. Documentación del archivo San Martín. Tomo I )

San Martín decide trasladarse a Buenos Aires a darle el último adiós a su esposa que agonizante reclamaba su asistencia. Pero San Martín debe postergar su viaje ante la certeza de un complot para interceptar su viaje para prenderlo o asesinarlo, y en carta a Guido del 27 de abril de 1828 dá cuenta de ello:

“¿Ignora Ud por ventura que en el 23, cuando por ceder a las instancias de mi mujer de venir a Buenos Aires a darle el último adiós, resolví en mayo venir a Buenos Aires, se apostaron en le camino para prenderme como a un facineroso, lo que no realizaron por el piadoso aviso que se me dio por un individuo de la misma administración”. (Altamira, Luis Roberto: “San Martín. Sus relaciones con don Bernardino Rivadavia”. Impresiones Pellegrini 1950. Museo Histórico Nacional. Su Correspondencia)

El 12 de agosto falleció la mujer de San Martín en ausencia de su esposo.

Así agradecían los “civilizados” al libertador de medio continente, mientras los “bárbaros”, según la definición sarmientina, le ofrecían su ayuda y gratitud; el gobernador “bárbaro” Don Estanislao López le remite la siguiente correspondencia:

“Se de una manera positiva por mis agentes en Buenos Aires que a la llegada de V.E. a aquella capital será mandado juzgar por le gobierno en un consejo de guerra de oficiales generales por haber desobedecido sus órdenes en 1817 y 1820, realizando en cambio las gloriosas campañas de Chile y Perú. Para evitar este escándalo inaudito y en manifestación de mi gratitud y del pueblo que presido, por haberse negado V.E. tan patrióticamente en 1820 a concurrir a derramar sangre de hermanos con los cuerpos del Ejército de los Andes que se hallaban en la provincia de Cuyo, siento el honor de asegurar a V.E. que a su solo aviso estaré en la provincia en masa a esperar a V.E. en El desmochado para llevarlo en triunfo hasta la plaza de la Victoria”. (Altamira, Luis Roberto. Ibidem) (JS.p.37)


"El boleado” general Paz.

El general Paz se aprestaba a llevar las armas sobre el litoral, mientras en la legislatura de Buenos Aires se denunciaban las intenciones de España de recuperar sus colonias. También se denunciaba la expedición, y se preparaban, en Colombia, Venezuela, Ecuador, Nueva Granda y México.

La guerra entre el interior y el litoral sobrevino inmediatamente. El gobernador de Santa Fé, Estanislao López, es nombrado general en jefe del ejército confederado. Quiroga operaba con éxito sobre Córdoba. El general Pacheco derrota a Pedernra en Fraile Muerto y los federales ocupan Tío, India Muerta y Totoral Chico. Quiroga toma Río Cuarto y avanza sobre San Luis y en el Río Quinto derrota a Pringles.

Convulsionada Córdoba y con Quiroga a su espalda, “el Manco” Paz decide ir sobre López. López rehuye el enfrentamiento y retrocede hasta los Calchines. Paz ordena a Dehesa marchar contra los Reinafé.

Casi llegada la noche, el general Paz escucha un tiroteo que supone de sus guerrillas con el enemigo, y se adelanta en reconocimiento de las fuerzas que se batían, acompañado con un ayudante, su ordenanza y un baqueano.

El manco Paz, que no quería poner en evidencia sus operaciones, manda a su ordenanza en busca del jefe de su guerrilla, y como aquel no volviera, Paz despacha el ayudante y sigue adelante con el baqueano, yendo a dar precisamente sobre el flanco izquierdo se su enemigo. Talvez confundió a las partidas enemigas con su propia tropa, pese a la advertencia del baqueano que le advierte que está frente a las tropas de López. Duda en volverse, talvez receloso de “disparar de sus soldados”. Cuando advierte su error, ya era tarde. Los federales lo habían reconocido. Incluso uno grita su nombre, lo que aumenta la confusión de Paz.

Un federal bien montado, de apellido Serrano, se adelanta, lo persigue y le bolea el caballo. “El manco” cae al suelo, y es tomado prisionero.

Adolfo Saldías, en su “Historia de la Confederación Argentina” (T.II.p.237) refiere lo dicho por un testigo ocular, don Saturnino Gallegos, que se encontraba en la tienda de López cuando llega el prisionero.

Dice el señor Gallegos, en septiembre de 1882:

"En la madrigada del 11 de mayo de 1831 nos encontrábamos en Calchines acompañados, esperando las fuerzas de Buenos Aires que mandaba el general Juan Ramón Balcarce, para emprender la campaña contra el general Paz. El general López, su secretario coronel Pascual Echagüe y otro jefe lo acompañaba alrededor del fogón tomando mate, cuando se presentó un joven cordobés que dijo llamarse Serrano, anunciando que dejaba a corta distancia la partida que conducía prisionero al General Paz, cuyo caballo había boleado él mismo.

Si grande fue la sorpresa que produjo esta noticia, no lo fue menos la duda acerca de la veracidad del informante: aunque entre las señas quedaba, la de “manco” era incontestable. El general ordenó al señor Echagüe que sin demora montase una mitad de lanceros de 25 hombres con un oficial a la cabeza y acompañado del chasque Serrano fuese a encontrar la partida que se decía conducía al prisionero. Verificado esto, y antes de mucho rato, regresó toda la gente y a la inmediación del general López desmontaba el señor Paz, en mangas de camisa, y quitándose un gorrete de tropa, que se le había dado en vez de la gorra que le quitó uno de los soldados. Don Estanislao López y demás de su círculo se pusieron de pie, y el prisionero, ofreciéndole con grandes instancias aceptase la única silla, que era una pequeña con asiento de paja, para sentarse, la que aquél rehusó con toda cortesía, sentándose en una cabeza de vaca de las que rodeaban el fogón. El señor López le ofreció entonces mate, café o té (el informante no recuerda qué aceptó); y al mismo tiempo ordenó a un asistente que subiese a su carretón y trajese un poncho de abrigo y una chaqueta para que el huéspedes cubriese, pues el frío era fuerte, diciendo al mismo tiempo:

- General, las únicas “capas” que podemos ofrecerle son las de “cuatro puntas” y de ponerse por la boca. -A lo que el general Paz contesto eran las mejores, y cuando vino se cubrió arrebozándose.

A poco se llamó al sargento que mandaba la partida apresadora, quien explicó la boleadura del caballo, que presentó (era un malacara choquezuela blanca), animal de buena apariencia y manos; y cumpliendo la orden que se le dio, se hizo entrega l general Paz de la casaca de que se le había despojado, gorra buena, etcétera.

Como ni el general López ni otro alguno abría conversación, el general Paz, rompiendo el silencio dijo; “Señor López, los soldados de usted son unos valientes y los míos unos cobardes, que me han abandonado a doce cuadras de mi ejército”.

El general López asintió con un movimiento de cabeza y el general Paz, continuó: “Dejo un ejército, que en moral, disciplina, armamento, etcétera, es completo y capaz de batirse con el que usted presentase, fuese el que fuese; pero falto yo, todo es perdido; pues Lamadrid, que es quien queda a la cabeza, es incapaz de sacar ventaja alguna de su posición, careciendo de aptitudes para llevar a cabo mis planes”

Tampoco consiguió que el señor López dijese más que palabras sueltas, ni cosa que pudiera dar ofensa ni halago al prisionero, y así continuó hasta que las tareas del día, entre las que tuvo lugar la de encontrarse con el ejército que llevaba al general Balcarse y otras, dejaron al general Paz encargado de los que le custodiaban.

Se ha querido decir que el general Paz fue insultado y amenazado a su llegada, lo que no es cierto; si bien causó un tumulto natural conocer su arribo, entre lo más se mostraba la algazara y retozo de los indios guaycurúes de la división que llevaba el general López, compuesta por mil hombre más o menos. Tampoco se puede negar que entre las consideraciones tenidas con el general Paz, no fue la menor su envío a santa Fe a cargo del capitán don Pedro Rodríguez, mozo altamente educado y elegido por el general López como la persona más propia para el desempeño de la comisión que se le confió”.

El general Paz, prisionero, fue bien tratado tanto por López como por Rosas. El mismo paz lo reconoce en carta a Rosas publicada en el Lucero el 3 de junio de 1831, en la que le declaraba que había sido generosamente tratado por López y que esperaba serlo del mismo modo en lo sucesivo (Memorias de Paz. Tomo II pag.335)

Paz sería luego trasladado a Buenos Aires y se le guardó toda consideración. Fue alojado en el cabildo de Lujan con libertad de movimientos y la sola obligación de hacer noche en el lugar. Luego Rosas le dio por cárcel la ciudad de Buenos Aires bajo palabra de no ausentarse, palabra que no cumplió “el manco”, escapando más tarde para formar un ejército para luchar contra Rosas.


Rosas, Estanislao López y el manco Paz (como sacarse "el bulto de encima”)

“El manco Paz” cae en prisionero de Estanislao López, y al concluir la guerra, éste se quería “sacar el bulto de encima”, y lo consulta a Rosas. Este le contesta el 22 de febrero de 1832:

“Si hemos de afianzar la paz de la República, si hemos de dar la respetabilidad a las leyes, a las autoridades legítimamente constituidas, si hemos de restablecer la moral pública y reparar la quiebras que ha sufrido nuestra opinión entre la naciones extranjeras y garantir ante ellas la estabilidad de nuestro gobierno, en una palabra, si hemos de tener Paria, es preciso que el general Paz muera. En el estado incierto y vacilante en que nos hallamos ¿que seguridad tenemos que viviendo el general Paz no llegue alguna vez a mandar en nuestra República? Y se aquello sucediese ¿no sería un oprobio para los argentinos? Fuera de que nuestros hijos y descendientes, que vean algún día vivir a Paz tranquilamente entre nosotros y oigan la historia de los horrorosos desastres que ha causado en todos los pueblos, debería familiarizarse con la idea de los más grandes crímenes, o nos reputarán como hombres inmorales o imbéciles que no supimos valorar la magnitud de tan espantoso crimen…Sin embargo que antes de ahora he opinado por que se le conserve la vida, pensando después más detenidamente sobre este importante negocio…he variado de opinión”

El 12 de marzo, López le contesta a Rosas:

“He leído con mucha atención todo lo que usted me dice en orden al general Paz...a pesar que mi carácter es y ha sido siempre inclinado a la indulgencia, no puedo menos que confesar que el fallo de usted es imperiosamente reclamado por la justicia en desagravio de los atentados atroces inferidos a los pueblos y a las leyes. Si algún pretexto se presenta para salar la vida de este hombre es el mérito que contrajo en la guerra contra los brasileros en que no se puede negar que hizo un grande bien al país, más yo no me atrevo a decidir si esto sería lo bastante para salvar una vida que delitos espantosos convencen que debe quitarse”, y para no responsabilizarse por esto, pedía que la muerte de Paz fuese por el “pronunciamiento expreso de todos los gobiernos confederados o por cosa semejante”, pidiéndolo a Rosas que consultase a la Provincias.

Pero Rosas no estaba a tomar “el bulto” que le largaba López, y no queriendo comprometerse en la muerte de Paz opina que “si López de un modo privado y amistoso” le ha pedido su opinión, “yo francamente la he dado en los términos en que podía hacerse”, pero la decisión por la muerte de Paz correspondía solamente a su apresor, “lo mismo que yo aquí castigaría si el autor de taes delitos se tuviese en mi territorio”. Si López consultaba a las provincias, la nota debía firmarla él exclusivamente “que lo hizo prisionero y lo custodia en su territorio” (28 de marzo)

López insiste en “sacarse el bulto” de encima, y el 24 de abril le pide a Rosas que le redacte un borrador “para salir de una vez de este negocio”.

Pero a Rosas no lo iban a enredar fácilmente, y el 17 de mayo le contesta a López:

“Me excuso, compañero, hacer la redacción que me pide; esta obra es exclusivamente suya y nadie si no usted mismo es quien debe dirigir y firmar”

Rosas envia la circular el 8 de octubre; Rosas se defirió su voto al de “las demás provicias”, y éstas se pronunciaron por que resolviera un consejo de guerra. El consejo nunca se reunió.

En 1835 López mandó a Paz a Buenos Aires y Rosas lo retuvo en el cabildo de Luján. Paz, que se había casado en la prisión, habitó en el piso alto como confinado, pudiendo salir con la única obligación de pernoctar allí. Luego, a pedido de Paz, Rosas lo tralada a Buenos Aires dándole al ciudad como cárcel. Le pagó sus sueldos y devolvió su escalafón militar. Paz no actuaría de la misma forma, abandonando la ciudad para formar un ejercito en contra de Rosas. (Rosa,J.María. Historia Argentina. T.II.p.160)


Rosas, López, Quiroga y “el moro”

La animosidad de Quiroga contra López venía de tiempos de la misión Amenábar-Oro, y se había exacerbado después de Oncativo. La diplomacia de Rosas consiguió apaciguar al “Tigre de los Llanos”, cuyos estallidos de cólera no llegaban al rencor permanente, y Quiroga había aceptado el mando de la División de los Andes que lo subordinaba a López, general en jefe del ejército federal. Pero sea por recelo a sus resonantes triunfos en Río Cuarto, Río Quinto, San Luis y Rodeo del Chacón, o porque López oyera a los interesados en perjudicar a Quiroga, en vez de ir contra Lamadrid con la totalidad del ejército federal, le encomendó al Tigre de los Llantos la tarea de aniquilar a los atrincherados en la Ciudadela: “¿Qué quiere decir la orden que dio (López) para marche contra los restos del ejército sublevado y el poder de las provincias aguerridas que más de una vez domaron el orgullo de los españoles, sino que el Señor General tenía interés ñeque la División de Los Andes fuese destruida?”, escribía Quiroga a Rosas. Se descargó airosamente el 4 de noviembre, pero presentó al día siguiente su renuncia del ejército.

Había otro motivo, al que Quiroga daba mucha importancia: Lamadrid se apoderó en La Rioja del caballo moro de Facundo, que quedó abandonado en Córdoba cuando su retirada después de el Tío. López, sin creer que “ese mancarrón”, como dice a Rosas, era el célebre caballo de Quiroga, se lo apropió. Quiroga no pudo conseguir que se lo devolviera, y su furor estallaría con estruendo.

De este caballo habla Paz en sus Memorias al mencionar las creencias populares sobre Facundo: “Tenía (Quiroga) un célebre caballo moro que a semejanza de la cierva de Sartorio le revelaba las cosas más ocultas y le daba los más saludables consejos... rodando la conversación (relata una sobremesa de oficiales), vino caer en el célebre caballo moro, confidente, consejero y adivino del general Quiroga. Fue grande la carcajada y la mofa en términos que picó a Güemes Campero (antiguo oficial de Quiroga), que dijo:

“Señores, digan ustedes lo que quieran, rían cuanto se les antoje, pero lo que yo puedo asegurar es que el caballo moro se indispuso terriblemente con su amo el día de la acción de La Tablada porque no siguió el consejo que le dio de evitar la batalla ese día: soy testigo ocular que habiendo querido el general montarlo el día de la batalla, no permitió que lo enfrenasen por más esfuerzos que se hicieron, siendo yo mismo uno de los que procuré hacerlo, y todo para manifestar su irritación por el desprecio que el general hizo de sus avisos”

El 7 de noviembre de 1831, tres días después de Ciudadela, Ruiz Huidobro escribió a Mansilla el disgusto de Quiroga por “un caballo oscuro que él estimaba mucho (que) se le tomó Lamadrid en San Juan y ahora se halla en poder del señor López… (Quiroga) desde que le dieron la noticia se halla como en poder desahogarse del disgusto: quiso retirarse en el acto del ejército, y se conformó en no hacerlo por causa de Don Juan Manuel hasta dar una batalla. Ahora se dispone de hacerlo… recelo otros resultados que quizás nos pongan de peor con morir sin venganza ni darle al general López dos días de gusto, y eso se debe a López que devolviese el moro y tranquilizó a Quiroga:

“Suponiendo fuese cierto que López tiene el caballo, y éste es oscuro, ha estado muy lejos de la intención de agraviarle reteniendo el animal que sólo él puede montar y lo mira como una alhaja de un amigo recobrada del enemigo para ponerlo en sus manos en la ocasión que creyese conveniente hacerlo”

López se extrañó en carta a Rosas por la historia de ese maldito caballo “que puedo asegurarle, compañero, que doble mejores se compran a cuatro pesos donde quiera… no puede ser el decantado caballo del general Quiroga porque éste es infame en todas sus partes”. Sin embargo no lo devolvió.

Tomás Manuel de Anchorena, viendo que López no se desprendía del moro, escribió a Quiroga que desistiese de reclamarlo y que no hiciera de esa cuestión minúscula un asunto que podía perturbar la marcha de la República, comprometiéndose a pagar su valor. Enfurecido Quiroga contestó el doce de enero: “Estoy seguro de que pasaran muchos siglos de años para que salga en la República otro caballo igual, y también le protesto a usted de buena fe que nos soy capaz de recibir en cambio de ese caballo el valor que usted contiene la República Argentina, (por eso) es que me hallo disgustado más allá de lo posible”

Sarmiento en Facundo menciona el incidente: “Sabe (Quiroga) que López tiene en su poder un caballo moro sin mandárselo, y Quiroga se enfurece con la noticia. ¡Gaucho ladrón de vacas! – exclama –, ¡caro te va a costar el placer de montar en bueno!”

Fuentes:
Chávez, Fermín – Iconografía de Rosas y de la Confederación – Buenos Aires (1970).
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939).
Oscar J. Planell Zanone – Oscar A. Turone - Efemérides Históricas
(JS) Sulé Tonelli, Jorge. La coherencia politica de San Martín. Edit. Favro. Bs.As. 2007 Saldías, Adolfo. Historia de la Cofederacion Argentina. T.II.p.237 Memorias de Paz. Tomo II
Rosa, Jose María. Historia Argetina. T.IV.p.168

(Fuente: La Gazeta Federal)

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