Presidente EDE Mendoza en Nuevo Encuentro
El lunes 9 se reunió en Santiago de Chile la troika que se acordó en el cónclave constitutivo de la CELAC – Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Se trató de la reunión de cancilleres de Chile, Cuba y Venezuela en que se definió la agenda 2012 del organismo.
Va tomando forma de este modo, en términos de funcionamiento permanente, el organismo continental y caribeño que excluye a Estados Unidos y Canadá. Participan del mismo todos los países de América Latina y el Caribe. Todos, menos Puerto Rico por ser estado asociado a Estados Unidos.
Fue un extraordinario logro diplomático y estratégico de los pueblos que Martí llamaba Nuestra América. En él tuvo un rol protagónico el presidente bolivariano Hugo Chávez. Pero, ¿por qué participaron todos?
Está claro que para Hugo Chávez es una aspiración permanente unir al continente. Esa aspiración es compartida por los países del ALBA. Hay gobiernos como el argentino, el uruguayo, el brasileño y muchos otros para los que la integración latinoamericana está permanentemente presente en su ideario. No sorprende para nada que ellos estén.
Pero no estuvieron sólo ellos. En el continente no todos los gobiernos piensan igual. Lejos de eso.
Estuvieron países, representados por gobiernos, que trabajan (suplican) cotidianamente por firmar acuerdos de libre comercio con Estados Unidos. O que los tienen. Estuvieron en la presentación de la CELAC gobiernos que están en las antípodas de Chávez, gobiernos a los que no les interesa ni un poquito la unidad latinoamericana, ¿Por qué estuvieron? Estuvieron porque les conviene.
Les conviene por muchos motivos, entre otros, porque era muy difícil argumentar la ausencia como gobierno ante sus propios pueblos. Les conviene por marketing hacia adentro. Pero también estuvieron porque les conviene a sus países.
Un caso ilustrativo de este tipo de razonamiento es el del presidente colombiano Juan Manuel Santos. Habiendo sido ministro del anterior presidente, Álvaro Uribe, Santos condujo un viraje político que llevó a una distensión de las relaciones con Venezuela. Gestionó las negociaciones nuestro ex presidente Néstor Kirchner. El razonamiento de Santos fue muy práctico: la economía colombiana se resentía fuertemente si dejaba de comerciar con Venezuela.
El caso de México, también con un gobierno de derecha, con un TLC (Tratado de Libre Comercio) con Estados Unidos, es demostrativo. Explícitamente México ha planteado la necesidad de un mayor acercamiento a América Latina, perplejo por no poder resolver las crisis que le llegan desde el norte, en forma de restricciones económicas, condicionantes políticos y violencia.
Seguramente esta es la lógica que ha inducido muchas presencias en la CELAC.
Una de las especulaciones fue -y sigue siendo- hasta qué punto puede la CELAC reemplazar a la OEA. Los países del ALBA y aquellos con gobiernos más compenetrados del ideario de unidad de Nuestra América postulan una CELAC fuerte que avance todo y lo más posible. Los países con gobiernos de derecha, tienen una posición menos decidida. Hay presiones muy fuertes de Estados Unidos que algunos gobiernos no pueden soportar. Pero tampoco pueden dejar de estar.
Esta tensión se hizo visible cuando se discutió si se podía votar o no en la CELAC. Finalmente se fijó momentáneamente que las decisiones se tomarán por consenso. Se notó también en la elección de las próximas sedes de las cumbres que mantendrán equilibrio entre gobiernos de derecha y progresistas: Chile, Cuba, Costa Rica.
Es un proceso que recién empieza y plantea muchos retos.
A las derechas les plantea un desafío que si no novedoso, aparece como más evidente.
Las derechas contaron para la acción política interna en nuestro continente con la mano imperial que actuaba de asistente de su praxis. Cuando no pudieron controlar los gobiernos con los votos, recurrieron a los golpes de estado o incluso a las invasiones. El último caso, el derrocamiento del presidente hondureño Manuel Zelaya con complicidad de sectores de la administración estadounidense. Pero no sólo eso, las agresiones sistemáticas a cada uno de los países del ALBA y a los gobiernos que pretenden autonomía incluyendo Brasil y Argentina, fortaleciendo los grupos opositores. En fin, situaciones bien conocidas de prácticas imperiales en las que las oligarquías locales, las derechas locales, son los socios de la embajada yanqui.
Aparece claramente visible el siguiente dilema: si las derechas, y los gobiernos de derecha, siguen el “caminito yanqui” (seguidismo político, apertura económica, tratados de inversiones, tribunales en Washington que diriman los conflictos, con suerte TLC), si siguen ese camino, van al desastre. Estados Unidos no es una esperanza para la economía de ningún país. Sí lo es Asia, los BRICs, América Latina.
Esta ambigüedad es una oportunidad muy interesante. Porque muestra que el camino ideal de las derechas es un fracaso. Seguramente habrá quien diga que eso estuvo claro siempre. Lo que no era tan claro era que la opción por la “locomotora económica yanqui” implicara quedarse estancado sin combustible en medio del camino.
¿Dónde está la ambigüedad? Las derechas necesitan a Estados Unidos para hacer política interna, pero si aceptan este “internacionalismo” están condenadas a darle la peor opción a su país.
Este dilema trae por contraste evocaciones de la discusión sobre el internacionalismo que se le presentó a la izquierda en la previa de la primera guerra mundial y donde fue protagónica Rosa Luxemburgo. La izquierda, internacionalista, la que pregonaba la unidad de los obreros del mundo, según sostenía el grupo de Rosa, no podía participar de las guerras que suponían enfrentar obreros alemanes con obreros franceses por conflictos de sus burguesías.
Otros sectores de la izquierda pensaban lo contrario, la izquierda no podía abandonar a sus connacionales, a su patria, cuando ella más los necesitaba. Esta discusión hizo estallar la izquierda alemana, para cuya parte mayoritaria primó la lógica de la nación sobre la lógica de la clase. Las naciones se impusieron a la clase.
La contracara de este dilema es el que se le presenta hoy a las derechas latinoamericanas. Si apelan al cipayismo de ofrecerse al servicio colonial los resultados los pondrán en problemas, si no lo hacen, no podrán apelar a que “la embajada” les solucione la política interna. Con el agravante que el imperio al que ellos aspiran a representar sólo tiene bombas para ofrecer.
En esta ambigüedad (en sentido dialéctico de W. Benjamin) hay una de las claves para el fortalecimiento de la CELAC. Como se ve en los hechos, los más preclaros líderes de la región han percibido que hay que avanzar sobre las derechas para que decidan apostar a la región.