(viene de la edición de ayer)
El día 11 de octubre de 1945 surgiría el primer chorro brillante de hierro que, en palabras de Savio, “iluminará el camino ancho de la nación argentina”.
Sin demora, el capitán Lutteral se tomó desquite: envió al sabio alemán Schlagimtweit, el mismo que tres años atrás sostuviera que “el mineral de Zapla no es reductible”, un trozo de lingote con una simple tarjeta: “Para que le clave los dientes”.
Así, Palpalá se fue convirtiendo, como lo quería Savio, en un centro de irradiación industrial, a la vez que elevaba el nivel económico, cultural y social de la región, transformando al pueblito que en 1940 tenía tan solo tres casas, en el tercer centro poblacional de Jujuy, con más 30.000 habitantes, viviendas espléndidas, escuelas primarias y técnicas, y centros culturales.
Claro, soplaban otros vientos que ahora.
En el ya citado discurso a la Unión Industrial Argentina, en el mes de junio de 1942, Savio definió los lineamientos de lo que sería la planificación de la nueva industria, destacando primordialmente la “necesidad de protección, por lo menos en la etapa inicial”, señalando que “Me siento en el deber de expresar, sin eufemismos, que sin una franca protección del Estado, todo este plan y cualquier otro, correrá igual suerte; porque es un secreto a voces que la producción universal de todos los productos que he enunciado está controlada por organizaciones poderosas, con medios suficientes para determinar crisis decisivas donde y cuando convengan”.
El descubrimiento casual de una mina de azufre por parte de un grupo de exploradores en el sudoeste de la provincia de Salta, a unos 5.200 metros de altura, sería el comienzo de la industria azufrera argentina.
Comenzada a explotar a cielo abierto por una compañía privada, Savio tomó contacto con ella y en 1943 se organizó la Sociedad Mixta Azufrera Salta.
Al año siguiente, mediante el apoyo de Savio y la DGFM, empezó a producir 31.000 toneladas de azufre, utilizadas en su mayor parte para la obtención de ácido sulfúrico, sulfuro de carbono para la pólvora negra y aspersiones contra insectos hongos, entre otros.
El 30 de enero de 1938 se inaugura la Fábrica Militar de Pólvoras y Explosivos “Villa María”, ubicada en la localidad cordobesa de igual nombre, y que Savio completara y pusiera en funcionamiento en agosto de 1942, con las plantas de éter y pólvoras de nitrocelulosa.
Poco tiempo después, se instalaría el segundo conjunto fabril químico de la DGFM en Río III.
De su producción, las Fuerzas Armadas sólo consumen apenas el 4 por ciento, el resto lo absorbe la industria privada, que utiliza la nitrocelulosa para la elaboración de pinturas, esmaltes, lacas, barnices y películas radiográficas, mientras diversos explosivos se destinan a minería, obras viales y sismográficas.
La carencia de neumáticos –cubiertas y llantas- durante la Segunda Guerra había creado enormes dificultades al país. Savio se aplicó a que la DGFM obtuviera caucho sintético, para lo cual creó por concurso la Sociedad Mixta Atanor, que si bien no pudo resolver su producción, empezó a satisfacer la demanda de agua oxigenada, cloro soda, metanol y soda cáustica.
El 26 de agosto de 1942, bajo la dirección de Savio, la DGFM creaba en las proximidades de Campana, provincia de Buenos Aires, la Fábrica Militar de Tolueno Sintético: era el comienzo de la petroquímica en el país.
Con la colaboración de Y.P.F. inauguró el 31 de diciembre de 1943 la producción del tolueno para la obtención del explosivo TNT. Y su desarrollo llegó a abastecer a la industria con solventes aromáticos y parafínicos, aguarrases y thinners.
El 4 de agosto de 1942, en la ciudad de San Francisco, provincia de Córdoba, se instalaba la Fábrica de Munición de Guerra y Armas Portátiles, que cuatro años después producía cartuchos de guerra y de fogueo, y posteriormente elementos de uso civil como motores eléctricos, discos para arado, material ferroviario como vagones y furgones, entre otros.
Dos meses después, el 3 de octubre de 1942, se colocaba la piedra fundamental de la actual Fábrica Militar de Armas Portátiles “Domingo Matheu” en la ciudad de Rosario.
El 1º de abril de 1947 Savio inauguraba la Fábrica Militar de Material de Comunicaciones y Equipos, en la localidad de San Martín, provincia de Buenos Aires con la finalidad de fabricar equipos de dotación de las Fuerzas Armadas, al tiempo que empezó a producir, también, equipos electrónicos como transmisores, receptores y equipos de televisión.
Preocupado por los requerimientos de la industria del cobre para las Fuerzas Armadas y el uso civil, en 1944 adquirió la Sociedad Electrometalúrgica SEMA, de origen alemán, que pasó a llamarse Fábrica Militar de Vainas y Conductores Eléctricos.
Ubicado en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, este establecimiento empezó fabricando latón militar para vainas, metales para la industria manufacturera y una amplia gama de conductores eléctricos.
En 1945 se creó la Fábrica Militar de Materiales Pirotécnicos, con asiento en Pilar, provincia de Buenos Aires, que abasteció a las Fuerzas Armadas y cubrió las necesidades de explosivos de uso civil como la elaboración de cargas para las perforaciones petrolíferas y mineras.
La Fábrica Militar de Aceros, de Valentín Alsina, que fundara en 1936 el general Reynolds y completara Savio en 1938, para 1969 era la única planta que producía en el país laminados planos de alto carbono y de acero al silicio para los que antes se dependía exclusivamente de la importación.
Catorce fábricas propias –o “núcleos de paz”, como las llamara Savio-, participación en ocho sociedades mixtas y nueve sociedades anónimas con mayoría estatal, tal es el panorama resplandeciente legado por Savio como Director de la DGFM.
Alarmado al comparar que treinta años atrás –en el decenio 1905-1914- la Argentina consumía 150 kilos de hierro y acero por habitante, y que en esos días de 1943 había descendido peligrosamente a menos de 50, sumado a que, a diferencia de la época de la Primera Guerra, la Segunda Guerra Mundial interrumpía el suministro a una Argentina que demandaba camiones, autos, locomotoras y demás, Savio proyecta un programa siderúrgico que comprenda “la ejecución anual de alrededor de 315.000 toneladas de acero en una etapa inicial”.
Sostenía que “necesitamos barcos, ferrocarriles, puertos y máquinas de trabajo, y no nos podemos detener a la espera de milagros.. ello es ya un imperativo en nuestro progreso, porque es un mandato de la argentinidad, porque lo requiere nuestra soberanía dentro de un programa que no persigue ninguna autarquía deformada por exacerbado nacionalismo, sino porque aspira a contar con un mínimo de independencia”.
El 24 de enero de 1946 tenía entrada en la Presidencia de la nación el proyecto de ley suscripto por el general Savio, con el objetivo de elevar el Plan Siderúrgico.
Al someterlo al Congreso señala: “su finalidad esencial consiste en crear una real capacidad para la producción nacional de acero, en condiciones tales que aseguren el desenvolvimiento económico de la siderurgia argentina y su ulterior afianzamiento”. “La actividad industrial que encara este plan es vital, la necesitamos, como hemos necesitado nuestra libertad política, como hemos necesitado en su oportunidad nuestra independencia”. “La industria del acero es la primera de las industrias; y constituye el puntal de nuestra industrialización”.
En forma muy resumida, las finalidades de la ley eran: a) Producir acero en el país utilizando materias primas y combustibles argentinos y extranjeros en la proporción que resultara más ventajosa económica y técnicamente, tratando de mantener activas las fuentes nacionales de minerales y de combustibles. b) Suministrar a las industrias de transformación y terminado de acero en calidad y costos adecuados. c) Fomentar la instalación de plantas de transformación. d) Afianzar el desarrollo de la industria siderúrgica argentina.
El plan se cumpliría sobre la base de: a) Yacimientos de hierro en explotación y plantas del Estado existentes en este momento. b) La planta de la SOMISA que se creaba por esa ley. c) Otras plantas de sociedades mixtas que pudieran crearse. d) Las plantas de transformación y terminado de productos de acero del capital privado.
El 21 de junio de 1947 el Poder Ejecutivo promulgaba el Plan Siderúrgico convertido en la Ley Nro. 12.987, nombrando a Manuel Savio como Presidente de la Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina.
En primer lugar, decide la ubicación de la planta siderúrgica en Punta Argerich, sobre el río Paraná, en el partido de Ramallo, provincia de Buenos Aires.
El 13 de marzo de 1948, en su carácter de Presidente de SOMISA, suscribe el contrato con la Armco Argentina, por el cual se encargan los planos y estudios, supervisión de la instalación y de la puesta en marcha de la planta a instalarse.
El 26 de junio de 1948, el Directorio de Somisa aprueba el plan definitivo presentado por Armco, optando por un complejo para elaborar 500.000 toneladas de productos semiterminados de acero.
Imprevisiblemente, y en mitad de la realización de su proyecto industrial para la Argentina, el general Savio muere y su Plan Siderúrgico se vería aplazado por casi una década, siendo Arturo Frondizi, aquel diputado que integrara la comisión especial para estudiar el Plan de Savio, quien en 1958, ya ungido presidente de la República, haría uso manifiesto del préstamo de 60 millones de dólares que en 1955, el Eximbank (Export and Import Bank of United States) le concediera al país en el gobierno de Perón para financiar las adquisiciones de equipos y servicios a efectuarse en Estados Unidos para la instalación de la planta de Punta Argerich, que pasaría a llamarse Planta Siderúrgica “General de División Manuel N. Savio”.
El 20 de abril de 1960 se produce, en la planta de Punta Argerich, el primer deshornado de coque apto para fines metalúrgicos; el 20 de junio, la primera colada de arrabio y el 5 de mayo de 1961, la primera colada de acero.
El 25 de julio de ese 1960, trece años después de la promulgación de la Ley 12.987, se realiza la inauguración oficial de la planta con la asistencia del presidente Frondizi.
La figura de Savio estará ligada a toda una serie de acontecimientos fundamentales para el desarrollo económico del país; y no se podrá hablar en el futuro de la industrialización argentina sin tener en cuenta sus ideas y conceptos. El fijó con precisión los límites y el significado del proceso económico nacional. Y mostró las consecuencias del trabajo perseverante, tenaz, y sin renuncias al servicio de los intereses del país. Como fray Luis Beltrán, como Enrique Mosconi, el general Manuel Savio fue un varón ilustre. Su vida rompió los moldes comunes para transformarse en un ejemplo. Su personalidad no admite elogios fáciles, sino que exige penetrar en los múltiples rasgos que hicieron de él un jefe militar destacado, un creador vigoroso, un acendrado patriota.
Tantas décadas después, todavía suenan como corolario, en un país espiritual y materialmente vaciado, las palabras de Savio en 1946 “La del acero es una industria básica sin cuyo desarrollo no puede considerarse que un país ha alcanzado su independencia económica. Incluso se comprueba la verdad opuesta: cuando menor es el desenvolvimiento de esta industria, mayor es la dependencia que se tiene del extranjero, con las graves consecuencias que de estas circunstancias se derivan”.