Era en abril.
En 1982, aquel rock debilitado, que sólo se escuchaba en las casas, volvía a sonar en las radios.
Era nuestra música, nuestra identidad.
Muchos de los músicos habían abandonado el país perseguidos por los militares, muchos habían integrado tenebrosas listas negras.
Ahora volvían para ser los buenos de la película.
El inesperado conflicto bélico de Malvinas nos sorprendió a todos en la escuela.
Aquella mañana fue una mezcla de euforia y voracidad informativa. Habíamos recuperado las Malvinas.
En mi caso particular, empecé a interesarme por los noticieros y por leer el diario.
Ahora los ingleses y norteamericanos eran el enemigo real y empezaban a ser mala palabra.
Los malos de la película.
Por otra parte, el rock argentino (aquel que había nacido en los años sesenta) volvía a asomar tímidamente su desordenada melena después de varios años en el ostracismo de los armarios o las bolsas llenas de long plays escondidas en el galponcito del fondo por las dudas.
La excepción a esa regla habían sido Spinetta y Charly Garcia, que se habían escabullido como un pescado enjabonado entre las manos de los censores con un repertorio rebuscado y lleno de metáforas huidizas a los oídos distraídos.
Sencillamente, hablaban un idioma incomprensible para los censores que les había permitido coexistir con la represión.
Habían zafado por raros.
"La gran mayoría de los artistas del momento aceptaron participar dejando en claro que lo hacían en solidaridad con todos los hermanos soldados involucrados en Malvinas y no como apoyo directo al gobierno militar."
Pero un día nos despertamos y estábamos en guerra, y entonces los Bee Gees, Billy Joel, Earth Wind and Fire, Neil Diamond y otros músicos volvieron a la frialdad de los archivos para ser reemplazados por Raúl Porchetto, Nito Mestre, León Gieco o Litto Nebbia.
Es que el gobierno militar, en pleno conflicto, había “sugerido“ a los medios de comunicación reemplazar las canciones en inglés por aquellas cantadas por artistas nacionales.
Entonces, nuestro rock tuvo una enorme y sorpresiva difusión.
Pronto las canciones inundaron la radio y la televisión como un verdadero y efervescente fenómeno popular.
Ahora el rock argentino era digno, y los rockeros pasaron a ser unos simpáticos muchachos, un poco vagos pero de buen corazón, que con sus guitarras colgadas animaban pequeñas reuniones y fogones.
Ahora sí era nuestra música.
Por mi barrio, en el sur del conurbano bonaerense, la infancia y adolescencia transcurrió en medio de la invasión omnipresente del deporte.
Todos jugaban al fútbol (éramos campeones del mundo), otros jugaban al rugby y el resto al tenis (vivíamos la Vilas-manía).
En este modelo de juventud sana y deportiva, la música aparecía como una actividad ociosa y poco saludable.
En Monte Grande solíamos juntarnos con mi primo y mi hermano a tocar la guitarra. Allí, en ese cuarto de tres por tres conocí a bandas como Invisible o Arco Iris.
También escuché por primera vez jazz en formatos chicos (tríos o cuartetos).
Mi viejo escuchaba sólo grandes orquestas como las de Glenn Miller o Ray Conniff.
La música por aquellos tiempos sucedía así, como minúsculas células lejos de la mirada de la gente.
No había lugares donde tocar, ni pubs (aparecerían después), tampoco teatros y mucho menos grandes auditorios.
Sí había muchas canchitas de fútbol.
Una por cada terreno baldío.
Pero con Malvinas la cosa cambió y mucha gente redescubrió la emoción de escuchar a nuestros melenudos artistas en las radios.
En ese contexto es que el 16 de mayo se realiza el Festival por la Solidaridad Latinoamericana, realizado en el club Obras Sanitarias, en las canchas externas al aire libre.
El objetivo era reunir donaciones de ropa, abrigos, cigarrillos, alimentos no perecederos o golosinas para los soldados. Los organizadores fueron Daniel Grimbank, Alberto Ohanian y otros productores de rock del momento.
El festival reunió unas 70 mil personas y fue transmitido en directo por la televisión (yo lo vi pegado al televisor de principio a fin).
La gran mayoría de los artistas del momento aceptaron participar dejando en claro que lo hacían en solidaridad con todos los hermanos soldados involucrados en Malvinas y no como apoyo directo al gobierno militar.
Subieron a escena el dúo Fantasía, Ricardo Soulé y Edelmiro Molinari, Miguel Cantilo y Jorge Durietz (los famosos Pedro y Pablo que se juntaron para la ocasión), Dulces 16, el negro Rada, Oscar Moro y Beto Satragni, Litto Nebbia (quien venía de radicarse varios años en México) y el potente trío Tantor (de Héctor Starc, Machi y Rodolfo García) entre otros. También participaron del concierto Alejandro Medina, Reinaldo Rafanelli y Javier Martínez.
Al promediar la noche subió el flaco Spinetta con una guitarra acústica (plena época del disco Kamikaze) y tocó temas como "Barro Tal vez" y "Ella también".
Después subirían Nito Mestre y León Gieco para hacer una tremenda versión de "La colina de la vida".
Charly García junto a David Lebón, hicieron temas de Seru Giran.
El cierre fue con "Algo de paz" de Raúl Porcheto y "Rasguña las piedras", de Sui Generis (que no tocaba desde el famoso Adiós Sui Géneris en 1975) con Nito Mestre en la voz, Charly en el piano y Porcheto y Gieco acompañando.
Hubo un antes y un después a aquel abril del 1982.
Entre tantos desgraciados sucesos, nuestro rock conquistaba un espacio inédito en la escena musical argentina.
Un espacio de masiva popularidad que jamás iba a abandonar.