En apenas poco más de 60 días, los argentinos concurriremos al cuarto oscuro por enésima vez al año. Por suerte, ya es una sana costumbre que, desde la instauración del sistema democrático, en 1983, hemos realizado sin extrañas interrupciones. Cada una de las elecciones en estas décadas estuvo enmarcada en un clima de época y, de alguna u otra, amoldó la vida de millones de argentinos, como no podía ser de otra manera. Las próximas, las del 25 de octubre, también son más que significativas y representan una encrucijada profunda para la historia.
Las primeras elecciones, aquellas de octubre de 1983, estaban precedidas por la Argentina autoritaria de la dictadura militar, pero también por casi 60 años de "Democracia Imposibilitada". Aquellas jornadas también suponían el desafío de aprender las nuevas pautas de relacionamiento político entre partidos, organizaciones, individuos, es decir, de instaurar nuevas reglas de juego, un nuevo sistema político y, al mismo tiempo, trastocar la cultura política de aquella sociedad que salía del infierno. 1983 significó el cambio de pautas político-culturales más profundo de los últimos 25 años del siglo XX: ya no era legítima la violencia política ni tolerado el germen del autoritarismo y el signo de la década era la pluralidad democrática.
Seis años después, el clima había cambiado sustancialmente: la decantación de las pautas democráticas, el rechazo definitivo de las intervenciones militares, abrieron un espacio a otras preocupaciones que venían de arrastre: la crisis económica y la hiperinflación marcaron el ritmo de las elecciones de 1989. Un Carlos Menem que prometía "salariazo" y "revolución productiva" se alzó con la victoria y trastocó las pautas económicas de aquel país cansino: reducción del Estado, privatizaciones, desregulación del mercado, fueron las nuevas fórmulas del lenguaje que se apoderaron del espacio público y que ocultaban otras como precarización laboral, desocupación, marginalidad y exclusión. Las elecciones del '95 fueron una continuidad del proceso iniciado en el '89 con algunos agregados: convertibilidad, voto cuota, corrupción.
El fin de siglo y sus elecciones desteñidas proponían un "menemismo blanco", una continuidad económica con correcciones morales, pero el clima de época estaba marcado por palabras como recesión, estancamiento, ajuste, pago de deuda, FMI, riesgo país, exclusión, miseria, disolución.
Y la ecuación implosionó las jornadas del 19 y 20 de diciembre: un pueblo en la calle apostaba por el sistema democrático pero al mismo tiempo proclamaba que las promesas alfonsinistas de que la democracia curaba, educaba y alimentaba habían sido un fraude; que era necesario volver a dotar de sustancialidad a un sistema que se había olvidado de las mayorías, que cerraba números con millones de personas afuera.
Las elecciones de 2003 fueron confusas, dificultosas, con opciones difusas, con más reclamos que esperanzas. Un año dificilísimo y contradictorio, con un inicio de recuperación económica pero con la herida abierta de los asesinatos de Avellaneda. Tres candidatos del panradicalismo disputaban la presidencia con otros tres candidatos del panperonismo. No fueron comicios marcados por la esperanza sino por la resignación, aún flotaba en el aire la marca del descontento y la desconfianza en la clase política. El ganador, Néstor Kirchner, debió reconstituir los lazos de autoridad, pero también resignificar los lazos entre un amplio sector de la sociedad y la política.
Las dos elecciones siguientes fueron marcadas por la "propuesta de ese sueño" que realizó Kirchner en la asamblea legislativa del asunción del mando. El año 2007 significó la ratificación del rumbo, pero también la construcción de un nuevo clima de época y del uso de vocablos que en el diccionario de los argentinos estaban olvidados: recuperación del Estado, nacionalización de empresas, reestructuración de deuda, latinoamericanización, nacionalismo económico. Al mismo tiempo que el gobierno kirchnerista cerraba la página del neoliberalismo, tiraba una diagonal a una gran parte de la sociedad que establecía un vínculo de confianza, por primera vez en muchas décadas, con un gobierno, y recíprocamente, esa misma élite dirigente se reconoce a sí misma como representante de una mayoría.
De ese maridaje surge la opción política de los ocho años restantes: profundización, redistribución de la riqueza, inclusión social, oba pública, Bicentenario marcarán los años que van de 2008 a 2013 y que son el quinquenio político-cultural-económico estricta e indubitablemente kirchnerista. Me atrevería a decir que el corazón y la esencia del kirchnerismo quedan patentes en esos cinco años que conmovieron a los argentinos. El año 2011 es hijo de esa continuidad, pero también marca un hito hegemónico para la historia argentina: por primera vez en 150 años un gobierno autoreconocido como nacional y popular quebraba la marca de continuidad de diez años en la gestión, cosa que no habían podido lograr ni Hipólito Yirigoyen ni Juan Domingo Perón. Se rompían de esa manera, los 25 años de neoliberalismo instaurados por la dictadura militar y el plan económico genocida de José Alfredo Martínez de Hoz.
Las elecciones de octubre también tienen su encrucijada histórica. Muchos creen que se trata simplemente de optar por la continuidad o el cambio. Es una simpleza. Nada más alejado que una danza de nombres o de estilos. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner dijo días atrás: "No atacan a un candidato, atacan el Frente para la Victoria." Pero atacan también un proyecto, un bloque hegemónico, atacan a una mayoría. No por Daniel Scioli, ni siquiera por el kirchnerismo. Estas elecciones no hablan del pasado reciente, de lo que se ha hecho, como fueron las de 2007 o de 2011, sino que hablan del futuro. Estas elecciones marcan el futuro de todos los argentinos.
¿Qué hay que evitar con el voto en octubre? Hay que evitar el futuro que la Vieja Argentina quiere imponer a millones de nuevos argentinos. Hay que evitar el regreso del festival de dólares producto de un endeudamiento brutal y suicida, hay que evitar el regreso de las relaciones carnales con Estados Unidos, el empobrecimiento de las mayorías, el debilitamiento del movimiento obrero organizado, pero también de los sectores del trabajo y de la producción. Hay que evitar la concentración económica, la pérdida de las empresas del Estado, pero también la chabacanería y el cualunquismo cultural. Mauricio Macri significa todo eso. El regreso de esa Vieja Argentina Brutal. Hace 12 años, Néstor Kirchner vino a proponernos un sueño a los argentinos. Muchos lo aceptaron, otros lo rechazaron y, claro, como ya se sabe, la realidad siempre es más compleja, más contradictoria que los sueños. En las redes, por estos días, se viralizó una foto jocosa, burlona, con un Macri con un cartelito que decía "Vengo a proponerles un Dueño", y debajo la bandera de los Estados Unidos. La imagen era ocurrente pero marcaba cierta imaginería descarnada al futuro que propone el macrismo: la supremacía de los poderes reales, concentrados, de los propietarios de la Argentina por sobre la política. Es el regreso de los gerentes, de los empobrecedores de siempre. Octubre no trata sobre lo que podemos llegar a ganar los argentinos. Octubre versa sobre lo que no debemos perder.
(Tiempo Argentino, domingo 23 de agosto de 2015)