HISTORIA / El pensamiento de Perón / Escribe: Humberto Podetti






En los inicios del siglo de la tecnología y las comunicaciones, la mayor parte de la humanidad está excluida de los derechos a la vida, a la alimentación, a la salud, al conocimiento, a la paz y a la propiedad de los bienes indispensables para una vida digna.

Todas las razones invocadas para explicar esa situación pueden resumirse en una sola: el egoísmo como motor de la conducta humana personal y social.

En consecuencia, un proyecto de sociedad capaz de corregir el egoísmo aparece como el único camino que puede abrir posibilidades concretas para construir un mundo nuevo, más justo y solidario.



A mediados del siglo XX dos personas plantearon simultáneamente, aunque sin conocerse, ese camino. Uno, como programa y, el otro, como acción de gobierno, desde lugares muy distantes del mundo: Hannah Arendt, filósofa alemana, forzada a emigrar a Nueva York, huyendo del nazismo, y Juan Perón, estadista sudamericano, al presentar ante los más importantes filósofos del mundo, inclusive el maestro de Hannah Arendt -Karl Jaspers- la acción de su gobierno, al cerrar en la Universidad Nacional de Cuyo el primer Congreso Internacional de Filosofía.

Hannah Arendt, en su obra `Los orígenes del totalitarismo` y Juan Perón, en su conferencia `La Comunidad Organizada`, sostuvieron que la corrección del egoísmo por la ética, la justicia y la solidaridad, la profundización de la democracia como democracia política, económica y social y el ejercicio de la libertad como responsabilidad, constituyen los ejes imprescindibles de toda sociedad que se proponga garantizar el ejercicio de los derechos y exigir el cumplimiento de los deberes del hombre a todos sus miembros por igual.

También, el único lugar en que esos derechos y deberes humanos pueden ejercerse plenamente.

En consecuencia, el derecho a tener derechos, natural de todo hombre por la sola circunstancia de haber sido concebido, sólo puede expresarse cabalmente como el derecho y el deber simultáneos, inalienables e irrenunciables, a pertenecer a una comunidad organizada.

Esta cuestión, trascendente en todo momento de la historia humana, ha sido puesta en el centro de este tiempo de crisis global, que configura una situación excepcional de la historia universal.

Ya no hay dudas que finaliza una era y comienza otra.

Los últimos 30 años han ido señalando el agotamiento de un sistema y la necesidad de trasformaciones profundas.

Estos años complejos y ricos en acontecimientos han tenido millones de protagonistas: de los astilleros de Gandsk a la plaza Tian An Men, de Soweto a Santiago de Chile, de Buenos Aires a Moscú, de México a Chicago, que enfrentaban de mil modos diversos primero al mundo bipolar y, luego, a la sociedad global del mercado, afirmando el valor de la libertad y la responsabilidad, de la dignidad y la justicia, del acceso a la propiedad y el conocimiento para todos, de la posibilidad de construir una humanidad con derechos, sociedades más justas, democracias sin excluidos, un mundo sin guerras.

Han transcurrido más de 60 años de la publicación de `Los orígenes del totalitarismo` de Hannah Arendt y del Primer Congreso Nacional de Filosofía de Mendoza.

Leyendo la obra de Arendt y la conferencia de Juan Perón, debiéramos concluir que la filósofa y el estadista fracasaron porque el mundo que imaginaron y propusieron fue rechazado por los gobernantes y los actores del mercado, que desarrollaron de modo extraordinario el conocimiento casi exclusivamente como técnica y reservaron sus beneficios a una pequeña parte de la población del mundo.

Simultáneamente aplicaron ese desarrollo a guerras ininterrumpidas, hambre, exclusión, racismo, intolerancia, injusticia y agresión sin límites a la naturaleza.

El resultado de la disociación del pensamiento con la dirección de los asuntos del mundo es, 60 años después, casi tan desolador como aquel pasado.

Sin embargo, la caída del sistema financiero de la sociedad global del mercado, que cierra el derrumbe del mundo bipolar surgido al finalizar la segunda gran guerra y el mundo unipolar que lo sucedió, nos propone una interpretación diferente.



Tal vez la filósofa y el estadista dejaron su testimonio para este siglo, para que pensemos, trabajemos, investiguemos, debatamos y propongamos acerca del mundo que queremos, comenzando por nuestra comunidad inmediata, Argentina, América, el Mundo, en el esfuerzo de participar activamente en el surgimiento de un nuevo humanismo, de un nuevo patrón cultural, que permita sociedades más justas, comunidades organizadas en una comunidad mundial que se proponga resolver los conflictos y las diferencias sin recurrir a la muerte por el hambre, la peste o la guerra, a una convivencia más razonable con la naturaleza.

O, lo que es lo mismo, que ponga al servicio del hombre las formidables herramientas tecnológicas desarrolladas en los últimos 60 años.

El final del mundo bipolar, surgido a la terminación de la última guerra continental europea y del mundo unilateral emergente del derrumbe del sistema soviético ofrecen -hoy- la posibilidad de un mundo multipolar, de grandes bloques continentales multiculturales, integrados en una comunidad mundial donde los conflictos se resuelvan -al menos en una medida significativa- en los marcos del derecho de toda la humanidad a tener derechos.

La comunidad organizada es el programa.

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