El artiguismo fue, en la primera década revolucionaria, el sueño nacional que más profundamente cuestionó tanto la herencia colonial como el proyecto de las clases dominantes rioplatenses: se proponía conquistar la independencia, pero no sin reparar la larga deuda social con los desposeídos. Sólo los poderosos habían accedido a las “mercedes reales” o “repartimientos” que otorgaba el virreinato. La palabra de Artigas es rotunda: “...los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suerte de estancia, si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad y a la de su provincia... Serán igualmente agraciadas las viudas pobres si tuvieren hijos. Serán preferidos los casados a los americanos solteros, y éstos a cualquier extranjero”.
Artigas fue el precursor y el más intransigente partidario de la independencia nacional, frente a gobiernos vacilantes. En el noroeste y Cuyo, Güemes, Belgrano y San Martín, y en oriente Artigas. Son conocidas sus Instrucciones a los diputados orientales a la Asamblea Constituyente de 1813: “Primeramente pedirán la declaración de la independencia absoluta de estas colonias, que ellas están absueltas de toda obligación de fidelidad a la corona de España, y familia de los Borbones, y que toda conexión política entre ellas y el estado de España, es y debe ser totalmente disuelta”.
Pero si se estaba fundando un régimen poscolonial, ¿se intentaría una articulación más igualitaria entre las provincias o se confirmaría la preeminencia de Buenos Aires sobre el interior?
Después de la muerte de Moreno y el desplazamiento del oriental Joaquín Campana, Artigas enfrentó en soledad a fuerzas gigantescas: el imperio esclavista de Brasil, el centralismo de Buenos Aires y la insidiosa diplomacia británica. Pero el enemigo más difícil de vencer, y el que finalmente lo venció, porque estaba adentro mismo de sus fuerzas propias, era el espíritu oligarca. Los doctorcitos con su ideologismo y los ricos de mirada corta, sacrificaron la grandeza de la revolución al precio vil de sus privilegios. Artigas fue el bárbaro y la amenaza a un nuevo orden tan injusto como el colonial.
El dilema artiguista era claro: revolución o contrarrevolución.
Al gauchaje movilizado en la reconquista y la defensa de Buenos Aires de las invasiones inglesas los movía algo más que fervor patriótico: iban tras sus reivindicaciones sociales. A partir de entonces, sin distinción de raza ni estamento, aquellos desposeídos preferidos por Artigas estaban tiñendo con su sangre los escenarios de la emancipación americana. ¿Serían algo más que carne de cañón para el encumbramiento de una nueva clase dominante? ¿Tendrían a su regreso la porción de tierra que les pertenecía, el respeto ciudadano que se habían ganado, la dignidad e igualdad por la que habían peleado, el derecho a ejercer libremente su cultura, su tradición? Esa era la creencia que llevó a miles de pobres a la guerra. ¿O sólo serían dueños de su fuerza de trabajo, sin derechos sociales ni participación en las decisiones políticas, al servicio de los privilegiados de siempre y nuevos ricos empinándose otra vez sobre su sacrificio?
A partir de estas interrogantes es que se comprende la misión histórica que inspiró a Artigas, encarnación de lo plebeyo. Cuyanos que poblaron los ejércitos sanmartinianos, altoperuanos que se rebelaron en las “republiquetas”, orientales que protagonizaron la “redota”: de la interpretación de sus esperanzas surgen los principios que van a regir en las principales medidas de gobierno adoptadas por Artigas, cuya cumbre son los logros alcanzados en el llamado Congreso de Oriente, que de modo irregular e históricamente poco documentado, se sabe que sesionó en el Arroyo de la China, actual Concepción del Uruguay, en la provincia de Entre Ríos.
A favor de la trascendencia de la fecha del 29 de junio de 1815 debemos además advertir: en ese Congreso se sentaron las bases de un pensamiento que dio origen a todos los movimientos nacionales y populares, incluso a los que hoy imperan en la mayor parte de los países que componen la Nación fragmentada de la América del Sur.
Implícito en todas las revoluciones americanas, desde las asonadas hasta las guerrillas, de las insurrecciones campesinas a las puebladas urbanas, la memoria de José Artigas, de su pueblo en armas y de los caudillos que lo acompañaron, ha vivido en la intuición de los pueblos que luchan por la igualdad, la libertad y la dignidad. Castro, Ortega, Chaves, Roussef, Humala, Correa, Morales, Mugica y Cristina Kirchner, UNASUR, son herederos de esta tradición de Patria Grande y Justicia Social.
Podemos afirmar así que ¡ARTIGAS VUELVE!, porque a pesar de más de un siglo de ocultamiento y denigración, hoy su figura a cabalga por el continente americano, su Patria, la que él no pudo ver.