Desde París
Cero. El número del todo y de la nada preside la cumbre de los 28 jefes de Estado y de gobierno que este domingo se reúne en Bruselas para dar el toque final al hipotético pacto entre Grecia y sus acreedores, o constatar el fracaso. Las dificultades no se han superado. Hasta último momento y pese a la “victoria póstuma” (Maria Malagardis, diario Libération) que la Unión Europea se adjudicó por encima del No expresado por los electores griegos en el referendo de domingo 5 de julio, los miembros del Eurogrupo, reunidos el sábado, sometieron a Atenas a una centrifugadora. La violencia económica y el chantaje fueron las armas de los ministros de Economía de la Zona Euro para arrinconar al Ejecutivo griego y sacarle más concesiones que las que ya obtuvieron con la aceptación, por parte del primer ministro Alexis Tsipras, de la agenda de reformas y ajustes exigida por sus acreedores. El FMI, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea (la troika) habían juzgado que los compromisos de Atenas constituían “una base positiva” de cara a la negociación.
Sin embargo, ahora exigen más y hasta ponen en tela de juicio la seriedad del equipo griego. El gran mosquetero de la alianza euroliberal, el presidente del Eurogrupo y ministro de Finanzas de Holanda, Jeroen Dijsselbloem, dijo que las reformas presentadas por Atenas “no son suficientes”. La Zona Euro se cerró en bloque e impugna la “credibilidad muy baja” (Luis de Guindos, ministro español de Finanzas) y la “confianza” que se puede tener en el gobierno griego. Según Jeroen Dijsselbloem, “hay que saber si podemos contar con que este gobierno aplique aquello a lo cual se comprometió”. Alemania también marcó los límites. Su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, aseguró que era “extremadamente difícil” concluir un acuerdo con Grecia.
Ya no se trata más de que el equipo de Syriza acepte un ajuste en contra de la voluntad popular, sino de un tema de confianza y de que se “adopten medidas adicionales”. La troika argumenta en este momento que el plan de Tsipras es insuficiente (13 mil millones de euros de ahorro) porque no toma en cuenta la degradación bancaria del país como consecuencia del corralito. Pero pide aún más: no está satisfecha con el proyecto de despidos masivos. El Eurogrupo se desgarró, con, a la cabeza del No a Grecia, Alemania seguida por Bélgica, Eslovenia, Finlandia y Eslovaquia. El quinteto se niega a aprobar una extensión del plan de ayuda y aduce que no es posible confiar en un dirigente, Alexis Tsipras, que convocó un referendo sobre las condiciones de los acreedores e hizo campaña por el No. Sólo Francia mantiene su postura a favor de Grecia. En un apasionante y preciso artículo publicado en su blog, el renunciante ministro griego de Finanzas, Yanis Varoufakis, saca una conclusión sobre los reiterados rechazos alemanes: “Mi convicción es que el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, quiere que Grecia sea apartada de la moneda única para asustar a los franceses y hacerles aceptar su modelo de una Zona Euro disciplinada”.
No les bastó con la feroz intimidación bancaria y la estrangulación económica a la que sometieron a Grecia luego de que Alexis Tsipras anunciara el referendo. Le harán pagar hasta la última gota esa opción que no sólo transfirió a la Nación una decisión de política económica sino que, por encima de todo, dejó de manifiesto el carácter lobbysta e inhumano, la indiferencia ante las decisiones tomadas por la mayoría de un pueblo y la indolencia democrática de la Unión Europea. Sólo Francia parecía mantener una línea de diálogo sin hachas de guerra con los representantes griegos. París, por otra parte, organizó una dosificada fuga de información para demostrar que, de una u otra manera, fue Francia quien ayudó a Tsipras a redactar los últimos detalles de su propuesta y a que no se rompa el diálogo. Un consejero ministerial citado (anónimamente) por el vespertino Le Monde dice: “Son los griegos quienes tienen la lapicera, pero se sirven de nosotros como un sparring-partner”. Otra fuente citada por el vespertino declara: “La idea no consiste en decirle a los griegos lo que deben hacer, sino darles consejos para que sus propuestas de reformas sean aceptables por el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea”. El presidente francés, François Hollande, jugó así en dos tableros de ajedrez al mismo tiempo: uno, evitar que Grecia salga de la Zona Euro: dos, frenar el impacto de la victoria del No en el referendo para que éste no beneficie a la critica a la izquierda de su partido y a los demás movimientos y líderes cercanos a las ideas de Syriza (Jean-Luc Mélenchon, por ejemplo). Los socios europeos de París acusan a Francia de “injerencia” y de ser al mismo tiempo “juez y parte”. Simultáneamente, las filtraciones en la prensa narran a un François Hollande entregado en cuerpo y alma a la causa del acuerdo. Un consejero presidencial cuenta a Le Monde que Hollande “pasa un montón de horas en el teléfono hablando con unos y otros para tejer un hilo”.
Para Grecia, lo que está en juego es un nuevo rescate y, desde luego, una reestructuración de su deuda (180 por ciento de su PIB). El FMI y los organismos europeos calculan que las necesidades de Atenas ascienden a unos 74.000 millones de euros, de los cuales 25.000 millones serían absorbidos por la recapitalización bancaria. La Eurozona debía dar su visto bueno al paquete de reformas presentado por el gobierno de Alexis Tsipras y a la solicitud de un rescate por unos 50.000 millones de euros. Luego, este domingo, los 28 jefes de Estado de la Unión Europea se reúnen para la firma final o, en su defecto, para un salto a lo desconocido. El procedimiento, con todo, no concluye acá. Si hay acuerdo en torno de un tercer plan de ayuda, 8 Parlamentos de la Zona Euro deben caucionarlo: Alemania, Finlandia, Francia, Austria, Estonia, Letonia, Eslovaquia y Grecia. En Holanda no es obligatorio consultar a los parlamentarios, lo mismo que en Irlanda, mientras que en Bélgica, Luxemburgo, Chipre, Lituania, Italia, España, Portugal, Malta y Eslovenia no hace falta el pronunciamiento del Parlamento.
Yanis Varoufakis refuta los argumentos que se le oponen y asegura que “la respuesta no está en la economía sino que reside en el fondo de laberinto político de Europa”. La lección es contundente. Si dentro de la UE a alguien se le ocurre preguntarle a su pueblo lo que piensa, enseguida pierde la confianza del resto de sus socios. La democracia directa está excluida del euro. Aunque en otro contexto, la respuesta es similar a lo que ocurre cuando los Estados organizan referendos sobre los tratados europeos. Varias veces, luego de que los electores dijeran que No, los gobiernos de turno volvieron a organizar otro referendo, a reformular la pregunta para arrancar el Sí. Grecia, en todo caso, ha logrado cuestionar el modelo de la Unión y los parámetros y sacrificios que el euro recarga sobre las sociedades. El debate, profuso, agrio pero también metafórico para una gran mayoría, se encarnó y se visibilizó en Atenas. El huracán griego despejó la cortina de humo. Algunos intelectuales liberales muy críticos impugnan con lanzallamas al Ejecutivo de Tsipras. Uno de ellos, extravagante y charlatán pero de gran (e incomprensible) influencia, Bernard-Henri Levy, escribe: “¿La Unión Europea no es acaso ese espacio pacificado en el que, poco a poco, aprendimos a reemplazar precisamente la eterna lógica de la confrontación por la de la negociación y el compromiso? Este filósofo y polemista ve en el referendo griego un atentado contra la construcción europea. Del otro lado, el demógrafo y ensayista Emmanuel Todd retrata a Europa como “sistema jerárquico y autoritario”. En una entrevista publicada por el diario belga Le Soir, Todd afirma: “Europa es un continente que, en el Siglo XX, de manera cíclica, se suicida bajo la dirección alemana. Hubo primero la guerra del 14 (Primera Guerra Mundial, 1914-1918), luego la segunda. Sin dudas, ahora estamos asistiendo a la tercera autodestrucción de Europa, otra vez bajo la dirección de Alemania”. Como las negociaciones entre Grecia y el Eurogrupo, las posiciones parecen inconciliables. Ha surgido una nueva Europa. O, tal vez, recién se empieza a ver el verdadero rostro de Europa, la nueva entidad-identidad financiera que reemplazó, con una unión bancaria, el maravilloso proyecto político y social de un continente desgarrado por varias guerras.
(Página 12, domingo 12 de julio de 2015)