“La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería”, advierte el papa Francisco en su encíclica Laudato si (Alabado seas), sobre “el cuidado de la casa común”, difundida ayer en el Vaticano. El texto (completo en www.vatican.va) de 192 páginas en su versión española, presenta un análisis de la situación ambiental en el mundo, hace severas críticas al modelo capitalista consumista, responsabiliza a los poderes económicos y a los países desarrollados de gran parte de los desastres ecológicos, pero vinculando al mismo tiempo el tema central del cuidado del ambiente y de la naturaleza con la defensa de la vida y la dignidad de las personas, la pobreza y la exclusión en el mundo. En un texto escrito en primera persona, aunque retomando la tradición de la Iglesia y haciendo frecuentes referencias al magisterio de episcopados católicos de todo el mundo, el Papa se pregunta: “¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?”
El documento es la primera encíclica exclusiva de Jorge Bergoglio, dado que la escritura de la anterior (Lumen fidei, 2013) había sido redactada en forma conjunta con su antecesor Benedicto XVI. La presentación del texto fue hecha ayer por la mañana en el Vaticano en una conferencia de prensa de la que participó el cardenal Peter Turkson, presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz. En la oportunidad, el prelado rescató el concepto de “ecología integral, que incorpora claramente las dimensiones humanas y sociales” presentes en el pronunciamiento papal y sostuvo que “no hay dos crisis separadas, la ambiental y la social, sino una misma crisis socioambiental y la solución pide abordar el problema de manera integral, incorporando a los excluidos”. Subrayó también “la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta y que todo está profundamente interconectado”.
La encíclica denuncia una relación directa entre destrucción del medio ambiente, pobreza y explotación económica y advierte que no sirve luchar contra uno de estos tres factores si no se atacan los otros. Al mismo tiempo, alza la voz contra la tecnificación obsesiva y un “falso humanismo” que, en el fondo, relega a la persona en beneficio de la máquina.
“Hoy no podemos dejar de reconocer que un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres”, se puede leer en un fragmento del documento que tiene seis capítulos y 246 párrafos, que concluyen con dos oraciones por la creación, una cristiana y una interreligiosa.
Reafirmando la íntima vinculación entre cuidado de la naturaleza y la realidad económica y social, el Papa sostiene que “los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo contexto y los efectos sobre la dignidad y el medio ambiente”. Y en tono claramente acusador señala que “así se manifiesta que la degradación ambiental y la degradación humana y ética están íntimamente unidas”.
El texto papal incluye un mapa conceptual de la misma presentación señalando que para la elaboración se han tomado “los mejores conocimientos científicos disponibles en la materia”, retomando la tradición bíblica y judeocristiana para enriquecer la reflexión, y señalando que “las raíces del problema” están en la tecnocracia y en el excesivo repliegue autorreferencial del ser humano. A partir de allí el Papa refuerza la idea de que la cuestión ambiental está inseparablemente unida a las “dimensiones humanas y sociales” y propone emprender “un diálogo honesto” a todos los niveles de la vida social que hagan posibles alternativas de decisiones transparentes.
Francisco destaca “la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida”.
En el capítulo uno de la encíclica Francisco aborda el cambio climático (“es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas”), la cuestión del agua (“el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos”), la pérdida de la biodiversidad (cuando la intervención humana se pone al servicio de las finanzas y consumismo “hace que la Tierra en que vivimos se vuelva menos rica y cada vez más limitada y gris”), y la “deuda ecológica” para señalar que hay “responsabilidades diversificadas”, con mayores responsabilidades para los países de- sarrollados y una deuda del Norte en relación al Sur. En particular sobre el tema del agua, Francisco sostiene que “privar a los pobres del acceso al agua significa negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable”.
En otra parte del documento, el Papa asegura que “el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral y la inclusión social”, que la ecología ambiental “es inseparable de la noción del bien común” que debe entenderse además en el contexto actual “donde hay tantas inequidades y cada vez son más las personas descartables, privadas de derechos humanos básicos”, todo lo cual, asegura Francisco, supone hacer opciones solidarias sobre la base de “una opción preferencial por los pobres”. Y advierte que “no hay conciencia clara de los problemas de los excluidos (...) que son la mayor parte del planeta” pero cuyos problemas “se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación, que se plantea de manera periférica, si es que no se la considera un mero daño colateral”. “La inequidad –dice el Papa– no afecta sólo a individuos, sino a países enteros y obliga a pensar una ética de las relaciones internacionales.”
Hay también una crítica directa a las cumbres mundiales sobre ambiente que “en los últimos años (...) por falta de decisión política no alcanzaron acuerdos realmente significativos y eficaces”. Y reclama un régimen de gobernanza global sobre los “bienes comunes globales” dado que “la protección ambiental no puede asegurarse solo en base al cálculo financiero de costos y beneficios” porque “el ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente”.
Frente a todo esto, Francisco sostiene que “llama la atención la debilidad de la reacción política internacional; el sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas” en vista de que “la alianza entre la economía y la tecnología termina dejando afuera lo que no forme parte de sus intereses inmediatos”. Sin embargo, el Papa sostiene también que “la humanidad tiene aún capacidad de colaborar para construir nuestra casa común”, dado que “el ser humano es todavía capaz de intervenir positivamente” y “no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, pueden también superarse, volver a elegir el bien y regenerarse”.
(Página 12, 19 de junio de 2015)