Grandes santos que antes fueron grandes pecadores parecen que llegaron a esas alturas por haber hecho el esfuerzo espiritual, material y moral de dejar de ser lo que vulgarmente eran: tremendos sinvergüenzas. Según un breve listado que encontré en una modesta biblioteca, por ejemplo San Francisco de Asís, San Agustín y San Mateo se flagelaban en las festicholas que organizaban con prostitutas y virtuosos holgazanes de la realeza. San Mateo fue además un hebreo traidor a su clan. San Ignacio de Loyola fue espadachín, guerrero y mujeriego, soberbio y petulante: San Pablo, nada menos que San Pablo, perseguidor de cristianos a los que asesinaba sin asco. San Agustín hacía gala de su ateísmo en templos y salones galantes. Hasta fue uno de esos santos padres que mandaban a la hoguera a cristianos que expresaban algunas debilidades de la carne y la sangre, y del saber en afán de descubrir secretos de un universo que todavía era un enigma para toda la humanidad.
Y esto viene a cuento por la decisión de Francisco, el argentino instalado desde hace un tiempo en el sitial papal del Vaticano, que en uso de sus facultades casi divinas -no olvidemos que el Papa es infalible- decidió que los que fueron sus predecesores hace unas decenas de años atrás, los denominados Juan XXIII y Juan Pablo II, de ahora en más serán honrados en todo el culto católico como santos. Y si bien es cierto que Juan XXIII figuraba en el canon, es decir en el listado para ser ungido Gran Pastor de una grey desparramada por todo el mundo, el polaco -la identidad nacional de Karol Wogtyla- no aparecía ni a placé, aunque en la superestructura del Vaticano, los que realmente mandan tras el trono, no se dejaba de proyectar su nominación a tal estado celestial, que eso es también el santoral. Pero lo que menos se esperaba es que lo hiciera la mano de Bergoglio, Francisco, es decir el Papa argentino. Y aunque los ecos de sus correrías y trapisondas -el de Wogtyla se tienen bien presente, Francisco olvidó el abrumador catálogo de sus pecados terrenales. Sin recato alguno, Karol fue amparo de los pedófilos, tramitador de pactos y componendas con las dictaduras asesinas de Chile y Argentina. En su entorno se sucedían "suicidios" jamás aclarados, asociación con la mafia, montaje de un sistema bancario paralelo para financiar a mafias internacionales y también sus obsesiones políticas del ahora santo y la lucha contra el comunismo y persecución implacable contra las corrientes progresistas de la iglesia.
Al mismo interior de la feligresía más consecuente se visualizó que el proyecto de ungir en santo a un Papa que promovió y encubrió a los pedófilos y violadores de la iglesia su canonización es una aberración y un ultraje para cualquier cristiano del planeta.
Hubo otras expresiones de repudio como aquella en el 2011, en que destacados teólogos de Alemania firmaron un documento en contra de la beatificación de Karol por no haber respaldado al arzobispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 por un comando paramilitar. Romero tiene todos los méritos para ser consagrado santo. Ese día aciago, Romero acababa de dar misa en su iglesia de San Salvador, y al terminar una arenga dijo: "...les suplico (a los genocidas), les pido...les exijo que no asesinen al pueblo!!!", pero las balas terminaron con su vida. Romero no esperó que Bergoglio llegara al Vaticano para hablar de una "Iglesia pobre para los pobres". La encarnó en su figura y la pagó con su vida. Muchos otros curas del Vaticano en esa era del papado de Karol, eran tildados de marxistas o comunistas, con lo cual, teológicamente, eran condenarlos a muerte.
Karol era un anticomunista consumado, y durante la guerra fría fue adalid en la lucha que desclasados como Walesa, el sindicalista de Solidaridad, promovieron en Polonia inmediatamente después de terminada la segunda guerra mundial, el regreso del capitalismo a esa nación. Conseguido este propósito, lo primero que exigió la curia, de la mano de Karol, fue la devolución de las propiedades, los latifundios y todo aquello que había sido recuperado por el régimen comunista para beneficio de toda la población. Fue la avanzada para imponer lo mismo en el resto de la Europa Oriental, es decir al mejor estilo medieval, el usufructo exclusivo de ls mejores tierras y los oropeles del oro y las piedras preciosas que distinguía en ese entonces a la iglesia católica.
Lo de Bergoglio es una clara definición de su política que intenta mantener el lado más reaccionario de la iglesia; la recuperación de prestigio y la sacrosanta influencia ideológica -el oscurantismo capitalista- hacia un mundo que transita por sendas libertarias de esas tutelas. Lo dijimos aquel momento mismo en que fue ungido como supremo, y ratificamos con igual profesión de sinceridad el respeto por ese catolicismo que se identifica con el Cristo que se encarna en los curas y prelados que son militantes de la Teología de la Liberación., los llamados del Tercer Mundo.
(Fuente: La Quinta Pata)