Este 25 de febrero de 2014 PROYECTARIO cumplió dos años. Es un honor para mi llevar adelante esta iniciativa comunicacional de la que participan muchas y muy buenas plumas de Mendoza y la Argentina. Día a día damos a conocer nuestra mirada acerca de temas políticos de orden provincial, nacional e internacional. He seleccionado ocho textos para cada una de las ediciones que van desde el 26 de febrero y hasta el 11 de marzo. En ellas daré a conocer los últimos artículos de quienes más han participado en este sitio: Roberto Follari, Horacio Verbitsky, Pablo Salinas, Roberto Caballero, Guillermo Carmona, Hernan Brienza, Carlos Almenara, Luis Bruschtein, Alberto Lucero, Hugo Presman, Ramón Abalo, Sandra Russo, Raul Dellatorre. A cara descubierta y en forma decidida, quienes nos comunicamos a través de PROYECTARIO lo hacemos por la defensa y profundización del Proyecto Nacional y Popular que lidera la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Lo hacemos desde hace dos años y seguiremos en el mismo camino.
MARCELO SAPUNAR
Director
"Existo donde no pienso, pienso donde no existo". La frase, con reminiscencias de aquella otra muy célebre de Descartes, fue pronunciada por un célebre psicoanalista parisino. Y sintetiza espléndidamente el principal logro de las ciencias sociales, desarrolladas a partir del siglo XX: el ser humano es muy diferente de lo que cree que es.
Lo trabajó ya Carlos Marx, cuando señaló que "lo hacen, pero no lo saben"; es decir, que hay condiciones objetivas de la historia que se nos imponen y a las que respondemos, pero sin darnos cuenta, creyendo que somos nosotros los que mandamos y decidimos "libremente". A su manera diferente pero convergente en este punto, lo señaló Emile Durkheim, poniendo así el hito que daría pie a que la Sociología fuera reconocida como ciencia: "hay que tratar a los hechos sociales como cosas", es decir, como situaciones objetivas pasibles de ser pensadas en términos de leyes y tendencias objetivas, que van amás allá de la voluntad de los sujetos. Y Durkheim llevaría la cuestión a su consumación al señalar que la sociedad produce "coerción" sobre los individuos; es decir, que hacemos lo que corresponde al rol que la sociedad nos estableció, no a lo que pudiera establecer una intencionalidad individual de nuestra parte.
En la sociedad no hay Rambos que dibujen el mundo a medida de su propia voluntad; sobre todo, porque la voluntad misma no es una variable independiente, sino está adquirida bajo condiciones sociales. Hay quien piensa que su ventaja frente a los pobres, es que él estudió y trabajo, y esos pobres no lo habían hecho. Y a menudo eso es cierto; sólo que el pobre jamás podría haber estudiado en las condiciones en que le tocó vivir, y a quien es de clase media le fueron dadas las mejores posibilidades para hacerlo. Hay quienes son más éticos que otros; pero las condiciones para construir la ética no han sido iguales para todos. De tal manera, apostrofar a quienes en algún momento se entregaron a la rapiña, el alcohol o la droga, es ignorar que en iguales condiciones hubiéramos sido cada uno de nosotros quienes lo hubiéramos hecho. En el lugar de miseria y abandono, yo hubiera sido drogadicto, lo hubiera sido Ud., lector, lo hubiera sido la persona que Ud. más admira.
Es que no somos "yo y mi circunstancia", como dijera alguna vez el filósofo Ortega y Gasset en una frase demasiado celebrada. Según esa frase, parece que existe un yo incontaminado y ajeno a las circunstancias, que "luego" se liga con ellas. Eso no existe: nunca hubo un "yo" previo a las circunstancias, somos "yo-formado-en-circunstancias". Somos siempre circunstanciados, y nadie seríamos si esas circunstancias no nos hubieran configurado (el psicoanálisis muy bien lo explica, cuando uno nace es carente de determinaciones psíquicas, una "larva" según dijo un reconocido intelectual). Antes de las circunstancias o por fuera de ellas, no existimos. Somos "seres en situación", como dijo -con mayor precisión que Ortega en este punto- el pensador alemán Karl Jaspers.
Ojalá este logro decisivo de la ciencia contemporánea pudiera hacerse carne, siquiera parcialmente, en la conciencia social actual. Ello permitiría un margen mayor de humildad en cuanto a los propios logros: estos son, en parte nada menor, fruto de condiciones que nos tocaron y que nos impulsaron. Pero más aún que eso, esto permitiría establecer un manto de piedad hacia quienes solemos entender como lacras sociales: son el frito de lo que la sociedad ha hecho de ellos, de lo que todos nosotros hemos hecho de ellos. Nos escandalizamos por la barbarie de algunos crímenes, pero no de las condiciones sociales que hemos establecido para que ellos puedan suceder.
Quizá podamos allí, encontrar sentido a aquella frase de un añejo literato de origen cristiano: "Los seres humanos somos más desgraciados que culpables". Y, por ello, más dignos de compasión que de furia vengadora.
Lo trabajó ya Carlos Marx, cuando señaló que "lo hacen, pero no lo saben"; es decir, que hay condiciones objetivas de la historia que se nos imponen y a las que respondemos, pero sin darnos cuenta, creyendo que somos nosotros los que mandamos y decidimos "libremente". A su manera diferente pero convergente en este punto, lo señaló Emile Durkheim, poniendo así el hito que daría pie a que la Sociología fuera reconocida como ciencia: "hay que tratar a los hechos sociales como cosas", es decir, como situaciones objetivas pasibles de ser pensadas en términos de leyes y tendencias objetivas, que van amás allá de la voluntad de los sujetos. Y Durkheim llevaría la cuestión a su consumación al señalar que la sociedad produce "coerción" sobre los individuos; es decir, que hacemos lo que corresponde al rol que la sociedad nos estableció, no a lo que pudiera establecer una intencionalidad individual de nuestra parte.
En la sociedad no hay Rambos que dibujen el mundo a medida de su propia voluntad; sobre todo, porque la voluntad misma no es una variable independiente, sino está adquirida bajo condiciones sociales. Hay quien piensa que su ventaja frente a los pobres, es que él estudió y trabajo, y esos pobres no lo habían hecho. Y a menudo eso es cierto; sólo que el pobre jamás podría haber estudiado en las condiciones en que le tocó vivir, y a quien es de clase media le fueron dadas las mejores posibilidades para hacerlo. Hay quienes son más éticos que otros; pero las condiciones para construir la ética no han sido iguales para todos. De tal manera, apostrofar a quienes en algún momento se entregaron a la rapiña, el alcohol o la droga, es ignorar que en iguales condiciones hubiéramos sido cada uno de nosotros quienes lo hubiéramos hecho. En el lugar de miseria y abandono, yo hubiera sido drogadicto, lo hubiera sido Ud., lector, lo hubiera sido la persona que Ud. más admira.
Es que no somos "yo y mi circunstancia", como dijera alguna vez el filósofo Ortega y Gasset en una frase demasiado celebrada. Según esa frase, parece que existe un yo incontaminado y ajeno a las circunstancias, que "luego" se liga con ellas. Eso no existe: nunca hubo un "yo" previo a las circunstancias, somos "yo-formado-en-circunstancias". Somos siempre circunstanciados, y nadie seríamos si esas circunstancias no nos hubieran configurado (el psicoanálisis muy bien lo explica, cuando uno nace es carente de determinaciones psíquicas, una "larva" según dijo un reconocido intelectual). Antes de las circunstancias o por fuera de ellas, no existimos. Somos "seres en situación", como dijo -con mayor precisión que Ortega en este punto- el pensador alemán Karl Jaspers.
Ojalá este logro decisivo de la ciencia contemporánea pudiera hacerse carne, siquiera parcialmente, en la conciencia social actual. Ello permitiría un margen mayor de humildad en cuanto a los propios logros: estos son, en parte nada menor, fruto de condiciones que nos tocaron y que nos impulsaron. Pero más aún que eso, esto permitiría establecer un manto de piedad hacia quienes solemos entender como lacras sociales: son el frito de lo que la sociedad ha hecho de ellos, de lo que todos nosotros hemos hecho de ellos. Nos escandalizamos por la barbarie de algunos crímenes, pero no de las condiciones sociales que hemos establecido para que ellos puedan suceder.
Quizá podamos allí, encontrar sentido a aquella frase de un añejo literato de origen cristiano: "Los seres humanos somos más desgraciados que culpables". Y, por ello, más dignos de compasión que de furia vengadora.