La sucesión de acontecimientos que se desencadenaron a partir del documento episcopal de la semana anterior, las reacciones de todos los sectores, el encuentro del jueves de la Presidenta con la cúpula de la Iglesia Católica y la forma y la celeridad con la que el mismo se gestó, las declaraciones del arzobispo Víctor Fernández y de su colega Jorge Lozano ayer, hablan a las claras de la atención que tanto el Gobierno como la Iglesia le están prestando a su relación. Podría decirse más. Pone en evidencia que a las dos partes les interesa que, aun manteniendo sus posiciones y sin ceder ni espacios ni perspectivas, el diálogo entre la Iglesia y el Gobierno se mantenga fluido y sin interferencias. También que se quiere impedir que una relación, para la que existen canales directos y aceitados, sea mediada por medios de comunicación que operan de manera interesada para generar entorpecimientos en un espacio que ha sido históricamente difícil y que pasa por un momento de mutuo respeto institucional.
No es habitual tampoco que los obispos, como hicieron ayer Lozano y Fernández, salgan tan directamente a desmentir lo afirmado por algunos medios y periodistas. Tampoco que lo hagan en los duros términos en los que, por ejemplo, utilizó el rector de la UCA, tildando de “falsa” la información consignada por un columnista del diario La Nación. Si bien es frecuente que, ante cualquier documento, los obispos afirmen que “no es contra nadie” y que hablan “para el conjunto de la sociedad” las categóricas declaraciones de Lozano para señalar que no se trata de un texto “contra el Gobierno” en consonancia con lo dicho por Fernández, constituyen claros indicios de que desde el costado eclesiástico se quiere evitar un enfrentamiento con el Gobierno.
Más allá de que el texto dice lo que dice, ¿los obispos no pensaron que el documento podría tener la lectura y la repercusión que tuvo? Es difícil decirlo, pero acreditar ingenuidad a la cúpula eclesiástica sería menospreciar a los obispos y a la institución. Los obispos querían decir lo que dijeron y tenían conciencia del alcance de sus palabras. Es más, según Fernández, el documento fue aprobado por unanimidad. Pero está claro que aun así el estilo eclesiástico es siempre ambiguo y puede dar lugar a lecturas siempre ambiguas.
Este es, en realidad, el principal reproche que se les puede hacer (ahora y siempre) a los documentos episcopales. Sólo en muy contadas ocasiones utilizan lenguaje preciso, se refieren directamente a hechos concretos. Sus alusiones suelen ser generales, referidas a los principios. Y con este método los textos resultan inevitablemente ambiguos. Hay justificaciones para ello, pero lo cierto es que dado el estilo las palabras así pronunciadas abren todo tipo de interpretaciones y hasta de manipulaciones.
Pero más allá de ello lo que queda ahora en claro es que ambas partes, Gobierno e Iglesia, se ocupan hoy de cuidar las relaciones institucionales. Cuando en una y otra vereda se pregunta por el estado de la relación la respuesta reiterada es “buena”. Se agrega, “cordial” e “institucional”. No se desborda en entusiasmo, pero tampoco hay preocupación. Hay quienes también interrogan acerca de cuánto incide en esto la presencia de Jorge Bergoglio como papa Francisco desde Roma. Es una respuesta que sólo se podrá responder con el tiempo, pero lo cierto es que el pontificado de Francisco en el Vaticano abrió también aquí la etapa de las relaciones cuidadas.
(Diario Página 12, sábado 17 de mayo de 2014)