ARGENTINA / Sintonía fina, segunda época / Escribe: Roberto Caballero






Hay una frase que dice, desde que el mundo es mundo, que una noticia tapa a la otra. Los que vivimos de contarlas no podemos quejarnos. Trabajamos con una materia prima inacabable, un commodity llamado "realidad". Pero hay que admitir que esa impresionante sucesión de hechos convertidos en tapas, títulos, copetes, zócalos, imágenes y primicias presuntas produce un aturdimiento del que no todos los lectores o televidentes sacan algo en limpio. Genera, es cierto, en la mayoría, algo parecido a la saciedad informativa, como los hidratos de carbono. Sensación de haber comido en abundancia por un momento; impresión de saberlo casi todo después de una jornada de atención. Pero, vaya paradoja moderna, la verdad es que cuantas más noticias se consumen, menos posibilidad hay de comprenderlas, porque también se reduce el tiempo que queda para asimilarlas.


La academia se debe un estudio serio sobre el impacto en las audiencias masivas sometidas a esta desbordante oferta de contenidos donde van mezcladas la reasignación de subsidios en agua y gas con un asesinato macabro en Benavídez, la aprobación del acuerdo con Repsol por YPF con la crisis conyugal de Rial y la Niña Loly, la irrupción del reclamo docente en la TV pública con 3,5 millones de pibes sin clase y la muerte del marido de Nazarena Vélez con la pareja homoparental cordobesa que quiere bautizar a su hija por el rito católico.

En todas estas noticias hay implicancias sociales, políticas, culturales, financieras, sociológicas, históricas y hasta psicológicas. Es demasiado material en crudo para la capacidad de elaboración promedio de cualquier persona. En un mundo ideal, la tarea central de los editores periodísticos es hundir las manos en el caos y extraer de él lo que valga la pena. Resolver qué cosa merece un espacio mayor o un tratamiento diferencial, y qué va a ser descartado.

Las audiencias inocentes depositan en los medios de comunicación la misión de ordenar eso que viene al galope y desencajado. En síntesis, de jerarquizar los acontecimientos, dándoles un sentido, una mirada que el supuestamente informado comparte desde su pasividad, cree y termina asumiendo como propio en un raro caso de religión laica.

El inmenso debate generado en estos años sobre el rol de los medios tuvo una primera y verificable consecuencia: el surgimiento de audiencias menos candorosas que nutren su mirada con una perspectiva crítica que involucra, incluso, a sus medios selectos, inaugurando una etapa de extrañas migraciones y consumos sincréticos. Es un núcleo importante que resignó ingenuidad en función de una comprensión más compleja del mundo cambiante que les toca vivir.

Aunque no es la mayoría, porque los medios conservadores dominantes operan con sagacidad para perpetuar su situación de privilegio. Utilizan una potente destreza para blindar sus intereses políticos y comerciales disimulados en preocupaciones sociales y apoyaturas a candidatos mediáticos que caen en la misma trampa que Narciso. Esta semana lo confesó Elisa Carrió. Apelan a la espectacularidad y el morbo para atrapar la atención, al entretenimiento para retenerla y a los tips clásicos de la agitación de manual para incidir sobre el humor público. Nada de lo primitivo les resulta ajeno. La demagogia informativa cautiva al mismo tiempo que desinforma sobre las reales intenciones de sus beneficiarios concretos. Esa capacidad de ocultamiento, ese talento para la invisibilidad, es inversamente proporcional al efecto que produce en los estados de ánimo generales sus campañas de demolición de la autoestima pública. Donde un problema pasa a ser una catástrofe irreversible, una serie de homicidios repudiables la comprobación sangrienta del fracaso colectivo y, cada decisión tomada, un paso más dado con fruición estúpida hacia el precipicio, último y definitivo.

Por eso pueden ser tribuna irritada y persistente contra la política de subsidios del gobierno a la clase media y media-alta, y una vez que se redireccionan los recursos hacia los más humildes que cobran la AUH, hablar de tarifazo y hasta de ajuste salvaje. Denunciar que el índice oficial de crecimiento del PIB es mentiroso y estimular la sospecha de que se trata de una maniobra ilícita cuando se lo cambia. Exigir un arreglo con el Club de París para no caernos del mundo y asumir más tarde el discurso del FIT para atacar con virulencia el acuerdo. Hablar de confiscación cuando se produjo la expropiación de Repsol y castigar más tarde el convenio indemnizatorio. Alabar el potencial de Vaca Muerta y castigar su explotación por contaminante. Mostrarse primero comprensivos con la represión policial y más tarde indignarse por sus consecuencias. Machacar con el aislamiento argentino y boicotear el Salón del Libro en Francia a través de un conventillo extraliterario que llegó a Le Monde y reducir el contacto de Cristina con el Papa y con Francoise Hollande a simples vacaciones de lujo. Compadecerse de los de jóvenes ni-ni y aplicar una censura militante al programa Progresar. Promover las bondades de una devaluación de la moneda y después quejarse de sus efectos en los precios. Ser más papistas que el Papa y demoler desde sus editoriales cualquier atajo a la cultura del encuentro. Aborrecer del sindicalismo y agitar como Palabra Obrera el paro del 10 de abril para que sea exitoso. Exigir conferencias de prensa y después dejar a Jorge Capitanich hablando casi solo todas las mañanas.


La lista de temas es tan asombrosa como interminable. No es gataflorismo. Tampoco esquizofrenia. Esto no se explica los trastornos de conducta, ni se resuelve con terapia. Es un procedimiento absolutamente racional que pretende vaciar de legitimidad las decisiones del Estado democrático, inhabilitar moralmente a sus funcionarios, desvincularlos de las expectativas sociales y aplicarles el rigor disciplinante del aislamiento.

Su realidad de diseño es diseminada hacia los rincones más lejanos por un altavoz que, aún hoy, es más penetrante en el inconsciente colectivo que las tan apreciadas redes sociales: el carácter oligopólico de las empresas comunicacionales que coordinadamente producen contenidos parecidos e idénticos enfoques desde la noticia desopinada, desde la opinión previamente advertida o desde el sigilo del entretenimiento para construir un presunto sentido común de los acontecimientos.

El resultado de esta falsa construcción de pluralidad informativa –donde varios diferentes dicen una misma cosa desde distintos lugares–, es la naturalización de una mirada empobrecedora de nuestras inquietudes y necesidades como sociedad. Además de la antesala, la masa crítica, el terreno abonado para la irrupción en la escena pública de liderazgos redentores revestidos de posibilidad sensata. ¿Qué fue Carlos Ruckauf? ¿Dónde está ahora? Y de Menem, ¿qué se sabe? ¿Cavallo vive acá o en Washington? ¿Y de Berlusconi? ¿Massa volvió de su viaje?

Todos estos años de trabajosa polémica por la Ley de Medios dejaron al descubierto una parte de los engranajes de esta maquinaria impresionante que fabrica candidatos, construye agendas, sujeta gobiernos e influye en el temperamento ciudadano.

El kirchnerismo es víctima de su propia excepcionalidad política. Los dueños de las noticias deseadas por el orden conservador no van a perdonarle por un tiempo largo el atrevimiento de haberlos expuesto de la manera en que lo hizo. La revancha del poder local permanente es lo único que está garantizado. Aunque doloroso, no deja de ser un mérito.

La búsqueda de respaldo internacional –en Nueva York, en París o en el Vaticano– para poner a raya al belicoso establishment nacional es un plan de contingencia que muestra a un oficialismo inteligente y pragmático, que piensa en el futuro y no quiere verse morir con las botas puestas, sino seguir caminando.

Da cosa ver el desconcierto de los analistas, consultores y políticos del antikirchnerismo haciendo malabares para gritar que todo está pésimo, y a la vez reconocer que lo de Vaca Muerta está bien y que YPF mejoró su performance energética, que el nuevo IPC es confiable, que acordar con el Club de París es necesario, que el anteproyecto del Código Penal es mejor que el actual y salió por consenso. Se ve que sus carreras –o la de algunos de ellos, para ser ecuánimes– dependen más de lo que opinen sobre sus opiniones en el exterior, que de la cucarda moral que pueda entregarles Marcelo Longobardi desde Radio Mitre.

Pero hay que saber que cada semana va a ser una batalla diferente. Cada jornada, una ejecución simbólica por el adjetivo más hiriente. Cada hora, un escándalo por los diarios digitales y los canales de noticias. Cada minuto, una citación judicial promovida desde los canales de TV que controlan el ánimo y hasta la velocidad de pesquisa de los magistrados.

Aún soportando esta adversidad programada, el enrarecimiento adrede del aire hasta hacerlo irrespirable, los discursos envenenados a repetición, el riesgo cierto de que todo acabe en un estallido de las variables por la inflación, el recalentamiento paritario, los paros decretados por Moyano y Barrionuevo, o una baja en el crecimiento, el kirchnerismo bajo fuego consigue todos los días algo impensado para el país viejo que sigue abrazado a las recetas de sus fracasos exitosos: construir una identidad histórica que trascienda las complejidades de la coyuntura. Eso es lo que pasa cuando las cosas se ven desde el futuro, no desde el pasado.

Una noticia tapa a la otra, es verdad. Hace pocos meses, Cristina estaba recuperándose de una operación, las policías provinciales lanzaban un paro armado con saqueos, las empresas eléctricas extorsionaban por tarifas dejando a medio mundo sin luz, el peronismo fragotero hablaba de ley de acefalía, los diarios que ya sabemos se entusiasmaban con la idea, los fondos buitre conseguían un fallo lesivo para los intereses de la Argentina y la última corrida cambiaria abría la puerta a una devaluación. Hoy hay otros problemas.

Entre noticia y noticia, hay información. La mayoría la desconoce, otros la olvidan. En el medio, Cristina relanzó su gobierno, produjo cambios en el área económica, garantizó la sustentabilidad política de su administración y volvió a hablar de los subsidios.

Era lo que prometía en enero de 2012, poco después de haber ganado las elecciones por casi el 55% de los votos. La tragedia de Once –con su macabro recuento de muertos y heridos, y la espantosa verosimilitud que adquirieron las denuncias previas de corrupción de funcionarios del área de Transporte– produjo un enfriamiento social, la apertura de una oreja atenta al discurso antikircherista que había sido conjurada por el "Clarín miente" y los festejos por el Bicentenario, aprovechada esta vez sibilinamente por los dueños del relato opositor. Fue la grieta. Sobre ella vienen trabajando desde entonces.

Un día antes de que se cumplieran 23 años de la votación en el Parlamento de la Ley de Convertibilidad, con el saldo conocido del programa económico neoliberal aplicado en la década del '90, la presidenta instruyó a Axel Kicillof y a Julio De Vido para que anuncien la reasignación de los subsidios pendiente.

Es la segunda etapa de la "sintonía fina", aunque los diarios que ya sabemos digan otra cosa.

Es Cristina Kirchner volviendo a ser ella.


El relato

Hablar de leyes sociales o de voto secreto y obligatorio en el Siglo XIX pertenecía, casi, al terreno de la ficción temática. Tuvo que cambiar la centuria para que Yrigoyen comenzara tibiamente a introducir el derecho obrero que los socialistas promovían en la agenda pública. No fue una revolución, sí un síntoma de la época por venir. Vacaciones, aguinaldo, estatutos especiales, voto femenino, todo ese bagaje emancipatorio, llegó finalmente con Perón a concretarse y nunca más se fue de nuestra realidad. Hoy son parte del patrimonio colectivo, del paisaje de leyes inalienables, introducidas por dos movimientos nacionales y populares, aunque estos temas, a mediados del Siglo XX, parecían una utopía impracticable.

Mucho se discute sobre qué es el kirchnerismo. Un momento del peronismo, el peronismo de este siglo, un movimiento amplio que incluye a los no peronistas, una nueva identidad política en tránsito. Lo único más o menos seguro es que los movimientos políticos perduran si tienen una agenda de cambios, de ampliación de derechos, que atrapa algo del pan del futuro y lo trae a la mesa de todos los días. Le pasó al radicalismo yrigoyenista, a los forjistas, que terminaron fundidos en el peronismo; y podría decirse que bastante tiempo después, el peronismo más dinámico, el menos conservador, existe hoy dentro y no fuera del kirchnerismo. La AUH es una fórmula de integración para que la comunidad organizada alrededor de valores solidarios sea una realidad y no una declamación. La Ley de Medios, un programa revolucionario que reconoce el derecho a la información como un Derecho Humano. Los juicios contra el Terrorismo de Estado, un legado sobre la igualdad ante la ley. Unasur, un mandato de unidad latinoamericana que viene de nuestros padres fundadores y se proyecta como Nación. Podrían enumerarse cientos de hitos que forman parte de una herencia que, parafraseando a la Bersuit, no para de nacer. Esta semana, fue noticia que dos chicas cordobesas unidas por matrimonio igualitario van a bautizar en la fe católica a su hija, y quieren que Cristina sea su madrina. Hay un dato muy relevante: la Iglesia las reconoció como "nueva familia", no las expulsó ni las discriminó ni dejó que la lesbofobia de algunos de sus miembros tradicionales impidieran este encuentro. Del Bergoglio que estaba contra el matrimonio igualitario, al Papa Francisco que reconoce esta realidad amorosa diversa, hay más que la hora de las hostias: hay un mundo nuevo que puja por abrirse paso. Están los que lo interpretan, porque lo pueden percibir, y los que no. Es probable que dentro de 20 años esto no sea noticia. Que sea algo tan común, tan cotidiano, que a nadie le interese. Pero aún hoy sigue siendo una osadía. Cuando el kirchnerismo impulsó el matrimonio igualitario y la ley de género, pudo ver eso que pasaba y de lo que pocos hablaban. Hacer de esa realidad una norma de mayorías, admitiendo la diversidad sexual, fue hacer entrar de verdad a nuestro país en el Siglo XXI. Hasta la Iglesia cordobesa, de las más conservadoras del país, comienza a entenderlo ahora.

Está pasando. Sucede de verdad. Las madres de Umma, Karina Villarroel y Soledad Ortiz, una ex policía, la otra panadera, ya hablaron con el cura y sueñan que Cristina responda a su pedido de madrinazgo.

Cuando el día de mañana, Umma lea que todo esto fue un relato, primero no va a entender y después se va a largar a reír.

(Diario Tiempo Argentino, domingo 30 de marzo de 2014)

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