ARGENTINA / Devaluaciones / Escribe: Alfredo Zaiat






Desde la década del cincuenta se han registrado seis episodios de devaluaciones relevantes, a partir de considerar que la de menor envergadura fue un aumento del tipo de cambio nominal de 64,5 por ciento en el año. Ha habido otros procesos donde la paridad registró movimientos pero en forma menos pronunciados. Existen similitudes y diferencias en esa media docena de eventos que resulta interesante precisar para definir las características de la más reciente devaluación. Esta última reúne rasgos comunes con las otras pasadas, pero también propios, empezando que ha sido de una magnitud menor (aumento el tipo de cambio nominal en 35 por ciento, noviembre 2013-marzo 2014, aunque si se estira el período de enero 2013 a marzo 2014 la suba es de 62,3 por ciento) y que el Gobierno dispuso inmediatas iniciativas compensatorias, como el aumento a los jubilados, la ratificación de mantener abiertas las paritarias, el lanzamiento del plan Progresar y el programa Precios Cuidados para inducir a una desaceleración en los aumentos.


Un documento técnico elaborado en el Ministerio de Economía correspondiente al tercer trimestre de 2012 colabora en la comprensión del origen de las perturbaciones en el mercado cambiario. “Crisis de divisas y devaluación en Argentina: una perspectiva histórica”, elaborado por Esteban Bertuccio, Juan Manuel Telechea y Pablo Wahren, identifica las causas de esas seis grandes devaluaciones, y las agrupa en dos períodos. El primero, de 1955 a 1975, donde se contabilizan tres devaluaciones que estuvieron asociadas a crisis en el comercio exterior, siendo el principal problema la insuficiencia de divisas por el aumento creciente de las demanda de importaciones de bienes intermedios y de capital, con un nivel de exportaciones primarias más o menos estable. El segundo, de 1976 a 2002, con otras tres grandes devaluaciones originadas por las recurrentes crisis financieras, con apertura total de la cuenta capital y elevado endeudamiento externo. O sea, la división es entre devaluaciones comerciales y devaluaciones financieras. Los investigadores explican que en ambos períodos la causa originaria fue diferente, pero la insuficiencia de divisas fue un factor común. Y las consecuencias de la devaluación fueron similares: caída del salario real, disminución de la actividad económica y suba del desempleo. Esos seis episodios se detallan a continuación:


- Devaluaciones por crisis comerciales.

Octubre 1958: el flamante gobierno de Arturo Frondizi modificó la paridad cambiaria en 68,2 por ciento, y la inflación se aceleró a 113,7 por ciento anual, siendo la primera vez en la historia argentina de variación de precios por encima de dos dígitos.

Abril 1962: el gobierno de José María Guido, con el ministro de Economía, Federico Pinedo, liberalizó el mercado cambiario y con fuertes devaluaciones mensuales terminó con una suba del tipo de cambio nominal de 64,5 por ciento en el año.

Junio 1975: el ministro de Economía, Celestino Rodrigo, subió 99,3 por ciento el tipo de cambio nominal, junto a una liberación de precios y aumento de tarifas, con congelamiento de salarios. En los meses siguientes se efectuaron repetidas devaluaciones, y al finalizar el primer trimestre de 1976 la suba acumulada respecto a junio de 1975 fue de 873,7 por ciento.

- Devaluaciones por crisis financieras.

Abril de 1981: tras cuatro años de superávit comercial, en 1980 el saldo fue negativo en 3259 millones de dólares. A diferencia de experiencias anteriores, ese déficit no fue por el crecimiento industrial y la necesidad de importaciones de insumos y bienes de capitales. Fue por la política de atraso cambiario y la apertura comercial indiscriminada, más una deuda pública y privada de crecimiento explosivo. El nuevo ministro de Economía, Lorenzo Sigaut, comenzó una sucesión de fuertes devaluaciones el 2 de abril de 1981 hasta terminar el año con un aumento del tipo de cambio nominal de 225,8 por ciento.

Febrero 1989: entre 1983 y 1989 la tasa promedio de crecimiento anual del PBI fue nula. El punto de partida de la hiperinflación se ubica en febrero de 1989 cuando la paridad cambiaria subió 61,1 por ciento en relación con el mes anterior. Ese ajuste efectuado en un contexto de inercia inflacionaria, dentro de una económica con prácticas indexatorias y seguida de otras devaluaciones sentaron las bases para el proceso inflacionario más importante de la historia argentina. La hiperinflación marcó el record de 3079 por ciento, mientras que el tipo de cambio nominal subió 4084 por ciento.

Enero 2002. El estallido de la convertibilidad, régimen del 1 a 1 que se prolongó diez años y medio, tuvo como desenlace una drástica devaluación: la paridad subió de 1 a 3 pesos por dólar de diciembre de 2001 a marzo de 2002.


La variación del tipo de cambio, antes y ahora, tiene efectos inflacionarios en economías con una estructura productiva no suficientemente industrializada, como la argentina.

Las devaluaciones que ocurrieron durante el proceso de la industrialización por sustitución de importaciones (ISI) fueron precedidas por déficit en la balanza comercial (en 1958, -2,5 por ciento; en 1962, -2,8; y en 1975, -3,7), originados por el deterioro en los términos de intercambio. En ninguno de esos tres eventos la carga de los intereses de la deuda era significativa.

Las devaluaciones por crisis financieras de la fase neoliberal tuvieron otra dinámica: la salida de capitales por pago de servicios de la deuda constituyó el principal factor explicativo de los desequilibrios externos (en 1981 y 1989 fue equivalente a 2,8 por ciento del PBI, y en 2002, 5,1 por ciento).

En esos seis episodios disminuyó el Producto Bruto Interno y se aceleró la inflación. El alza de precios fue determinante para explicar la caída de los salarios reales en cinco de los seis episodios (la excepción fue el de 1962). “En resumen, las devaluaciones aplicadas en nuestro país tuvieron consecuencias recesivas en materia de actividad económica y regresivas en términos de distribución del ingreso”, afirman Bertuccio, Telechea y Wahren. Agregan que “los episodios fueron respuesta de última instancia, y no lograron corregir los problemas estructurales de la economía argentina, teniendo en cuenta que a lo largo de la historia las crisis en la balanza de pagos siempre tendieron a reaparecer”.

En la devaluación de enero pasado fue el saldo de una combinación de cuestiones comerciales y financieras: el aumento de las importaciones no fue el único canal por el cual disminuían las divisas, sino que también por la flexibilidad de la cuenta capital, porque hasta 2012 se permitía una generosa capacidad de atesoramiento de dólares, como también existía un régimen amplio de giro de utilidades de multinacionales hacia las casas matrices. Además, sin posibilidad de refinanciar vencimientos, el pago de deuda (capital más intereses) con reservas abultaba aún más el canal de salida de divisas.

Así se desplegó el combo completo, con el disparador de la retención de exportaciones del complejo agrario: escasez de divisas por aumento de importaciones por el intenso crecimiento económico, al que se le agregó la pérdida del autoabastecimiento energético requiriendo crecientes compras externas de combustible, y la merma de reservas por atesoramiento, remesas de dividendos de multinacionales y pago de deuda. Un escenario comercial y financiero que se expresó en la irrupción de la restricción externa. Escasez de divisas que derivó en devaluación.

La justificación principal de una devaluación es el restablecimiento del equilibrio de la cuenta corriente, en un contexto económico de pérdida de divisas. El financiamiento externo permitiría eludir la devaluación pero con costos posteriores si esos recursos no se aplicaran a proyectos generadores de divisas. Por eso mismo conocer las fuentes de las tensiones cambiarias, el desenlace en bruscas devaluaciones y sus consecuencias sirven como antídoto ante el terreno que abonan usinas de la city convocando a una segunda vuelta devaluatoria.

(Diario Página 12, domingo 23 de marzo de 2014)

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