“¡Otro Evita!, me han dado varios estas mañana, pobre señora que tiene que andar pasando por tantas manos”, verdulera refiriéndose al nuevo billete de 100 pesos, Ciudad, Mendoza, enero de 2014.
La inesperada y sorprendente observación de esta trabajadora se inició exactamente cuando le alcanzara el billete para pagarle la cuenta y fue bajando su volumen - supongo que por la indisimulable expresión de asombro en mi rostro – hasta hacerse casi imperceptible en la palabra manos. Estupefacto, no atiné a respuesta alguna, me retiré del lugar sin haber indagado si la trabajadora expresaba su imprevista observación basada en su pertenencia a la cultura peronista y consideraba casi una afrenta la utilización del rostro de Evita en algo tan materialmente vil como el circulante billete de cien pesos; o, intentó, tímidamente, iniciar una conversación anti-oficialista que encontrando como respuesta mi atónito silencio, derivó rápidamente en el convencional intercambio verbal para poner fin a la cotidiana situación de compra: “acá está su vuelto, muchas gracias, hasta luego”. Me aventuraría a decir, apoyado en la constatación de su lenguaje corporal, el tono de su voz y la forma de construcción de la frase, que su intencionalidad abrevaba en la primera de las posibilidades careciendo, sin embargo, de un convencimiento militante o de formación doctrinaria más potente. Me quedó como resabio de la insospechada situación, además del gusto amargo por mi mutismo, la sensación de que la trabajadora no pretendió desplegar el típico comentario que, con mucha frecuencia y en las más insólitas de las situaciones mundanas, plantea insatisfacción, bronca y agresión a quienes no compartimos la sentencia: “estamos peor que hace 10 años”. No, no era la arremetida provocadora que ha vuelto a florecer en las interacciones cotidianas y que, con cierta impunidad, se regodea en violentar incluso a la figura presidencial en burdas y viles descalificaciones. Intuyo que la intencionalidad era defender y preservar la figura de Eva pero fue temerosa, preocupada de mi reacción, con escaso convencimiento de que valía la pena plantear y defender su pensamiento. Y, pensando en Evita, y en uno de los legados del peronismo, me acicateó la idea de que la “dignidad de los/as trabajadores” está peligrosamente debilitada en nuestro país a pesar de las acciones concretadas para su recuperación tomadas en los últimos años por el Kirchnerismo. Imbuido de cierto pesimismo sobre la realidad y futuro del proyecto político que ha cambiado el país en la última década, la forma timorata del planteo sobre la figura de Evita en el billete me disparó una serie de preguntas e inquietudes que me atrevo a compartir.
Me inquieta el comentario por lo inesperado, pero fundamentalmente por lo inextricable de su fundamentación, aun cuando comparta que “no hay ninguna cultura popular autónoma, autentica y completa que esté fuera del campo de fuerza de las relaciones de poder y dominación” (Hall, Stuart, 1984, Notas sobre la deconstrucción de lo popular) considero que el acontecimiento es un síntoma epocal. ¿No quiere que la figura de Eva aparezca en el billete porque la odia profundamente como una buena parte de la sociedad argentina; o, contrariamente, porque la valora casi con veneración, no desea que su rostro circule vehiculizado en sucios billetes, de mano en mano, impúdica y profanamente? Debido a la forma y contenido indefinido del planteo surge cierto desasosiego respecto a si el sentido común dominante, compuesto hegemónicamente de las interpretaciones neoliberales, está horadando también las herencias simbólicas, que como el accionar y pensamiento de Eva, representan (¿representaban?) la dignidad y orgullo por la condición de trabajador/a en nuestro país. ¿Es que la ideología neoliberal - impuesta a sangre y fuego desde el 24 de marzo de 1976 - está también capturando las creencias y discursos más sentidos y profundos de las clases populares en Argentina? Entiendo que no ha bastado esta década de políticas públicas restitutivas de derechos políticos, económicos y sociales para desmontar “lo aceptable discursivo de una época” (Angenot, Marc, 2010, El discurso social. Los límites históricos de lo pensable y lo decible), y que el “relato” que ha acompañado a estas acciones desplegadas por el proyecto político que gobierna la Argentina desde mayo de 2003 está perdiendo su centralidad como práctica discursiva productora de una inteligibilidad contra-hegemónica de la realidad fáctica. “Gobernar significa en primer lugar hacer inteligible el mundo, dar instrumentos de análisis y de interpretación que permitan a los ciudadanos manejarse y actuar de manera eficaz. Hay allí una dimensión fundamentalmente cognitiva de lo político que debe ser destacada con fuerza” (Rosanvallon, Pierre, 2007; La contrademocracia. La política en la era de la desconfianza)
Una disputa en la que, aunque se tenga las explicaciones técnicas correctas, es altamente dificultoso desmantelar el sentido común dominante es la que trata sobre el tema inflacionario. ¿Es que acaso la inflación es una especie de fantasma que recorre la historia argentina del “Rodrigazo” para acá y que indefectible e ineludiblemente sólo puede ser resuelta aplicando una receta de ajuste monetarista? Más allá de las acciones concretas desplegadas en el último tiempo, el fenómeno sigue carcomiendo la confianza ciudadana en su moneda y, agigantado por los medios de comunicación, no deja de ser tema de conversación cotidiano. ¡Sensación o realidad? Poco importa: una disputada, conflictiva, variable y a veces inasible combinación de ambos componentes explican el fenómeno. Sabemos claramente que la suba de precios es una expresión de los intereses concentrados y dominantes que se resisten a políticas redistributivas hacia los asalariados. Lo sabemos, ¿pero lo estamos explicando claramente? ¿O es que estamos fallando en la disputa discursiva y en el despliegue de las capacidades estatales que concreticen las medidas para controlarlo? Como sea, ¿no podemos desenmascarar al fantasma para que aparezcan los rostros de quienes se benefician con el padecimiento y descontento de las mayorías? ¿Y si estuviéramos siendo exitosos en mostrar estos rostros? ¿Estamos fracasando en hacer legible a los sectores populares el encadenamiento causal que termina deteriorando uno de los baluartes centrales de este proyecto político que es el sostenimiento y crecimiento del poder de compra de los salarios?
Desconcierta escuchar a jubiladas, obreros, pequeños comerciantes, docentes, cuentapropistas, trabajadores tercerizados repetir el recetario neoliberal monetarista – “lo aceptable discursivo de una época” (Angenot, Marc, 2010) - que promulga como verdad revelada que “la suba de precios se debe al crecimiento del gasto público (despilfarrado en “planes sociales” que desincentivan la propensión a trabajar) y al exceso de emisión monetaria”. Desanima escuchar a receptores del Plan de Inclusión Previsional; a beneficiarios del Programa PROCREAR; a quienes han recuperado un trabajo formal y logran el acceso a bienes de consumo hogareño; a docentes e investigadores universitarios; repetir acríticamente las explicaciones de quienes llevaron al país al punto del colapso institucional más grave de su historia. Desanima, irrita y desconcierta porque, más allá de la crítica sobre los temas pendientes que deben ser reconocidos, no aparece, en la mayoría de los casos, el más mínimo reconocimiento a los esfuerzos realizados en acciones políticas que han mejorado concretamente la situación de la mayoría de las argentinas y los argentinos. ¡Pero está ocurriendo! Las verdades cuasi-religiosas de los fracasados economistas del establishment (http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/17-7348-2013-12-29.html ) retroalimentan el espiral antipolítico con otro de los grandes ejes que los sectores dominantes se encargan de vehiculizar a través de sus medios de comunicación concentrados y sus representantes políticos: la corrupción. Inflación, corrupción e inseguridad son los ejes - “En todas las épocas reina una hegemonía de lo pensable (no una coherencia, sino una cointeligibilidad)…la hegemonía completa, en el orden de la ideología, los sistemas de dominación política y de explotación económica que caracterizan a una formación social (Angenot, Marc, 2010) - sobre los que se asienta el discurso opositor y sobre los que se va a profundizar el ataque a este proyecto político con la intención de detenerlo en la profundización de distribución de la riqueza basada en un modelo de desarrollo endógeno con inclusión social.
¿Disyuntiva, encrucijada, nudo gordiano? ¿Cómo resolver y encarar este momento político donde el dispositivo de fuerzas antipopulares parece recobrar el centro de la escena? Estas reflexiones, además de su carácter catártico, pretenden contribuir a sacudir cierto encerramiento del discurso oficial respecto a los malestares ciudadanos. Urge recomponerse en acciones y explicaciones políticas que, sin dejar de poner en valor las enormes conquistas alcanzadas en estos diez años y la inescrupulosidad y poder de fuego de los adversarios, se hagan cargo de estos problemas profundizando acciones tomadas, corrigiendo otras y sorprendiendo con nuevas. Esto conducirá a lograr el empoderamiento que nuestra Presidenta nos propone y muchos soñamos para que los sectores populares se organicen políticamente en torno a un discurso profundamente crítico y confrontativo con los sectores dominantes antipolíticos y destituyentes que parecen reorganizarse en nuestro país.
¿Habrá sido lo correcto homenajearla a ella poniéndola en manos de todos?