Julio Cortázar nació el 26 de agosto de 1914 en Bruselas, Bélgica, donde su padre se desempeñaba como funcionario diplomático de la embajada argentina. Por entonces la ciudad estaba ocupada por los alemanes y el itinerario de los Cortázar estaría signado por el devenir de la Primera Guerra Mundial. Lograron instalarse un tiempo en Suiza y más tarde en Barcelona antes de que la familia pudiera regresar a Buenos Aires, cuando Cortázar tenía cuatro años. De esta primera etapa de su vida, le quedó la “r” afrancesada, que arrastraría durante toda su vida.
Pronto la familia logró regresar al país y se instaló en Banfield, por entonces un pueblito de la provincia de Buenos Aires, donde Cortázar cursó estudios primarios. Leía tanto que el médico recomendó a su madre que restringiera sus lecturas, medida que sólo logró cumplir durante un cierto tiempo.
Su formación, como maestro normal y profesor en Letras, pronto le brindó la oportunidad de recorrer el interior, trabajando de maestro rural en diversos pueblos: Bolívar, Saladillo, Chivilcoy fueron algunos de los lugares que dejaron su huella. “En Bolívar, donde había vivido dos años antes de mi pase a Chivilcoy, (…) yo había leído a Rimbaud y a Keats para no morirme demasiado de tristeza provinciana”, recordará años después. “En Chivilcoy, era un joven profesor en la escuela normal; vegeté allí desde el 39 hasta el 44. En esa aplastada ciudad pampeana (…) casi nunca pasaba nada, casi nunca se podía sentir que la vida era algo más que enseñar instrucción cívica a los adolescentes o escribir interminablemente en un cuarto de la Pensión Varzilio”, escribirá en el prólogo a las Novelas y cuentos de Felisberto Hernández.
Pronto se trasladaría a Mendoza, donde dictó cursos de literatura francesa en la Universidad Nacional de Cuyo, aunque renunció poco después, tras el triunfo de Juan Domingo Perón. De vuelta en Buenos Aires publicó su cuento Casa Tomada. No tardaría en consagrarse como un gran escritor con una obra original y prolífera, entre cuyos títulos se encuentran Bestiario, Final del Juego, Las armas secretas, Los premios, Historia de Cronopios y de Famas, La vuelta al día en ochenta mundos, Todos los Fuegos el Fuego, 62 modelo para armar, El libro de Manuel, Deshoras, Los autonautas de la cosmopista, etc. Rayuela, una de sus novelas, marcó un hito en la narrativa contemporánea.
“Para él escribir era jugar, divertirse, organizar la vida -las palabras, las ideas con la arbitrariedad, la libertad, la fantasía y la irresponsabilidad con que lo hacen los niños o los locos. Pero jugando de este modo la obra de Cortázar abrió puertas inéditas, llegó a mostrar unos fondos desconocidos de la condición humana y a rozar lo trascendente, algo que seguramente él nunca se propuso. No es casual (…) que la más ambiciosa de sus novelas tuviera como título Rayuela, un juego de niños”, apunta Mario Vargas Llosa, en un artículo periodístico aparecido en El País el 28 de julio de 1991.
En 1951 se instaló en París, donde vivió con su primera mujer, Aurora Bernárdez, con quien se casó dos años más tarde. Así recordaba sus primeros años en esa ciudad cosmopolita: “Tus cartas me devuelven a mis primeros años de París. (…) También yo escribí cartas afligidas por la falta de dinero, también yo esperé la llegada de esos cajoncitos en los que la familia nos mandaba yerba y café y latas de carne y de leche condensada, también yo despaché mis cartas por barco porque el correo aéreo costaba demasiado”. Pronto lo contratarían para traducir la obra completa, en prosa, de Edgar Allan Poe.
La Revolución Cubana le dejó una profunda impresión. En 1963 visitó Cuba para ser jurado en un concurso. Nunca dejaría de interesarse por la política latinoamericana. Luego del triunfo de la revolución sandinista visitó varias veces Nicaragua. Sus experiencias quedarán plasmadas en el libro Nicaragua tan violentamente dulce.
Vargas Llosa dirá sobre esta transformación, este despertar en el escritor de un compromiso con la realidad latinoamericana: “El cambio de Cortázar -el más extraordinario que me haya tocado ver nunca en ser alguno, una mutación que muchas veces se me ocurrió comparar con la que experimenta el narrador de ese relato suyo, Axolotl,en que aquél se transforma en el pececillo que está observando- ocurrió, según la versión oficial -que él mismo consagró- en el Mayo francés del 68. Se le vio entonces en las barricadas de París, repartiendo hojas volanderas de su invención, y confundido con los estudiantes que querían llevar ‘la imaginación al poder’. Tenía cincuenta y cuatro años. Los 16 que le faltaban vivir sería el escritor comprometido con el socialismo, el defensor de Cuba y Nicaragua, el firmante de manifiestos y el habitué de congresos revolucionarios que fue hasta el final”.
Cortázar murió el 12 de febrero de 1984 a causa de una leucemia. Sin embargo, la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi asegura que en los análisis de sangre no había síntomas de leucemia y conjetura que el escritor murió de sida, virus que habría contraído tras realizarse una transfusión en el sur de Francia.
Poco más de un año antes había fallecido prematuramente a los 36 años su tercera mujer, Carol Dunlop, de quien Cortázar estaba profundamente enamorado. Nunca se recuperó de la pérdida. “Estoy tan solo y tan deshabitado”, escribirá en carta a Silvia Monrós cuatro meses más tarde.
Poco antes de la muerte de Carol, en febrero de 1982, Cortázar –siempre comprometido con la situación que se vivía en la Argentina- había proclamado un“Nuevo elogio a la locura”publicado en el periódico La República, en París, el 19 de febrero de 1982, luego de enterarse de que “los sicarios de la junta militar argentina echaron a rodar la calificación de ‘locas’ a las Madres de Plaza de Mayo”. Decía entonces: “la locura merece ser elogiada cuando la razón, esa razón que tanto enorgullece al Occidente, se rompe los dientes contra una realidad que no se deja ni se dejará atrapar jamás por las frías armas de la lógica, la ciencia pura y la tecnología”. Y concluía más adelante: “Sigamos siendo locos, madres y abuelitas de la Plaza de Mayo, gentes de pluma y de palabra, exiliados de dentro y de fuera. Sigamos siendo locos, argentinos: no hay otra manera de acabar con esa razón que vocifera sus slogans de orden, disciplina y patriotismo. Sigamos lanzando las palomas de la verdadera patria a los cielos de nuestra tierra y de todo el mundo”.
(Fuente: www.elhistoriador.com.ar)