HISTORIA / Entrevista a Julio Cortázar (parte 4) / Escribe: Hugo Guerrero Marthineitz






(viene de la edición de ayer)

Usted me dijo al principio que no era político y le hacían preguntas como si manejara política, sobre todo, latinoamericana. Yo tampoco soy político, quizá sea un tanto soñador, un tanto más que idealista, fantasioso. Yo creo que en este momento, en su país, en nuestro país, lo que hace falta es realmente esa toma de conciencia para que toda la gente trabaje y saque adelante este país.

Bueno, algunos elementos de esa toma de conciencia, sin ser político, yo puedo intuirlos. Tengo la impresión de que hay una voluntad deliberada de salir del inmovilismo, de la actitud pasiva de la aceptación, que ha sido muy frecuente, en mis tiempos, por lo menos. La aceptación de lo que sucedía en eso que llaman "las esferas superiores", con la compensación privada de hablar mal del gobierno, pero sin la menor responsabilidad, sin comprometerse, eso lo he vivido yo en la Argentina y tengo la impresión de que es una etapa superada. Es admirable ver cómo la gente da su opinión en la calle, en las librerías, en los cafés, en los lugares donde yo puedo hablar con ellos. Opiniones que a veces podrían ser, incluso peligrosas para la persona que las está diciendo, y sin embargo, las dan. Los jóvenes, sobre todo, las dan sin ningún temor, y eso me parece admirable, eso es lo que usted llama toma de conciencia, y yo también.


Salgamos de la política, y de los escritores. Con los pintores, ¿cómo andamos? ¿Cuáles son sus preferencias, de acuerdo con los plásticos argentinos que están en el candelero, como suele decirse? Los nombres que suenan, los nombres que repercuten. ¿Tienen trascendencia en París estos pintores?

Sí, usted sabe bien que hay una serie de pintores argentinos que tienen prestigio, no sólo en el país sino en todos los grandes centros europeos y en USA. Supongo que no hay por qué repetirlo: gente como Macció, como Julio Le Parc, como Torres Agüero. Toda esa gente es muy conocida y estimada. Lo que sucede es que la proliferación de pintores latinoamericanos ha confundido un poco a los europeos. No distinguen demasiado bien, me parece a mí, entre un pintor peruano y un argentino o mexicano.

¿No distinguen tan bien como en el caso político?
No, por la sencilla razón de que pocas pinturas, relativamente pocas, expresan claramente un contenido ideológico. Cada vez con más frecuencia lo vamos a ir viendo. Es el caso de muchas de las pinturas de Seguí, y muchas de las cosas que ha dicho o hecho Julio Le Parc. Pero el conocimiento es menos definido que en el caso de la literatura. Es cierto que hay signos de cansancio en Europa. No es el cansancio que lleva a decir a algunos que Europa está muerta y liquidada, pero hay una madurez que se traduce a veces en una pintura o en una literatura excesivamente reflexiva o excesivamente hecha de recapitulaciones culturales. En cambio, llegan los latinoamericanos con una pintura fresca, llena a veces de ataques contra todo un sistema de valores, y eso al europeo lo sorprende y lo admira profundamente. Yo me he fijado cómo asisten ellos a las bienales de pintura sudamericana que se organizan de vez en cuando. El francés se interesa mucho por eso. Nota que hay algo que es diferente. Pero no incide demasiado la nacionalidad de los pintores.

Debido a Los Beatles, que se fueron a la India y encontraron sonidos nuevos para su sorprendente expresión musical popular, pude oír también que en los europeos hay una búsqueda de sonidos autóctonos latinoamericanos: se usa la quena, se usa el charango... ¿Usted pudo apreciar algo allá?
Sí, lo de la quena es algo muy divertido, porque su sonido se escucha cuando uno se pasea por las calles de París. Ya sea que provenga de un altoparlante, de la radio, de un disco o de uno de esos aparatos de los cafés: hay un sonido a quenas por todos lados. Además, en la noche, en las boîtes, en los cafés, en los lugares donde hay pequeños conjuntos, siempre hay alguien que está tocando quena o charango.

Y usted, ¿toca la trompeta?
Sí, para gran desesperación de mis vecinos. Yo la tengo como procedimiento higiénico. Cuando estoy muy cansado, fatigado, por haber escrito o leído mucho, tocar un rato la trompeta es un ejercicio respiratorio formidable. El problema de la trompeta es que es un instrumento implacable porque exige una preparación previa de los labios y eso se consigue tocando bastante seguido unos cuantos días. O sea que, en el momento en que yo empiezo a sentirme un poco satisfecho, o me voy de viaje o no puedo tocar durante un mes; entonces, cuando vuelvo, es una calamidad. Pero me divierto mucho.

¿Vio la película El Perseguidor, que se hizo sobre un cuento suyo?
Sí, la vi en un festival europeo. En esa película me gustó mucho la banda sonora. Entonces yo no sabía que el que tocaba era el Gato Barbieri, porque el Gato no tenía en aquel momento la justa fama que consiguió después. Yo sabía que había dos hermanos Barbieri, que uno había hecho los temas y el otro, los había tocado, pero no los conocía. Cuando vi la película, la música me impresionó, porque yo me estaba temiendo que se hiciese un simple pastiche de Charlie Parker. Puesto que el personaje, en alguna medida, encarnaba a Charlie Parker, los Barbieri tuvieron la extraordinaria habilidad y la honestidad de hacer una música muy original y que, al mismo tiempo, tenía un estilo. Era un homenaje, pero no un pastiche.

¿Cuántas películas basadas en sus cuentos se han filmado ya?
Yo me olvido fácilmente. Manuel Antín filmó tres películas de las que yo conozco dos. Hay una, Circe, que no vi nunca. Bueno, luego los mexicanos filmaron un mediometraje basado en el libro El ídolo de las Cícladas, que vi en París. Creo que la película no tuvo éxito, no se la vio más. Los mediometrajes son de difícil ubicación en las salas, me parece. Era, tal vez, una película sin intenciones comerciales. Luego, usted sabe, está Blow Up.

¿Qué significa para un escritor como Julio Cortázar, que filmen una película como Blow Up? ¿Tiene repercusión económica satisfactoria, trasciende como promoción para la venta de sus libros?
En el caso de Blow Up la repercusión de tipo económico yo la advertí únicamente en USA, porque la película de Antonioni tuvo un enorme éxito, despertó gran interés e hizo que la gente empezara a leer mis cuentos. Ahora los leen mucho más allá.

¿Y económicamente?
Bueno, eso se traduce, naturalmente, en un aumento del número de ejemplares vendidos. En cuanto a los derechos por la película, le voy a decir una cosa muy divertida que le probará mi incurable ingenuidad. Es feo dar cifras, pero usted me hace la pregunta y yo le contesto. Por Blow Up ese genio de las finanzas modernas que es Carlo Ponti me ofreció, y yo acepté, 4.000 dólares; ellos ganaron 25 millones con la película. Eso no tiene ninguna importancia. El resultado es que Antonioni hizo una admirable película y él se dio el gusto: eso cuenta mucho más que 4.000 dólares.

Y usted se dio el gusto de verla.
Sí, claro. Y verla así, como un espectador cualquiera; estaba en Amsterdam, un día de lluvia, estrenaban Blow Up, pagué mi entrada y la vi. Me gustó mucho.

¿Cuántos idiomas habla, Cortázar?
Bueno, aparte del español, hablo el francés y, con dificultades por falta de práctica continua, el inglés. Es un idioma que me gusta mucho, pero como voy poco a Londres, y no voy nunca, por fundados motivos, a Estados Unidos, tengo pocas posibilidades de practicar el inglés en París.


Pero ha estado en Estados Unidos.
Estuve una sola vez, en el año 60, trabajando en uno de estos organismos de las Naciones Unidas: me ofrecieron un contrato de revisor de traducciones en Washington, en un congreso de quince días; entonces fui por las Naciones Unidas, estuve en Washington y con el dinero que gané en esos quince días me fui a Nueva York y me los gasté en otros quince días. Fue muy divertido, porque cuando volví a París saqué la cuenta y ese viaje me había salido un dólar. Fue una experiencia muy hermosa para mí, porque Nueva York me exaltó y aplastó al mismo tiempo, me pareció (estos son lugares comunes, porque creo que todos los latinoamericanos sienten más o menos lo mismo) una ciudad absolutamente inhumana para nuestro temperamento, pero en la que hay cosas extraordinarias para ver y para conocer. De modo que había una ambivalencia continua de sentimientos. Se puede ser muy desdichado y feliz, al mismo tiempo, en esa ciudad. Lo que sé es que cuando el avión despegó para llevarme de vuelta a Francia, yo pedí cuatro whiskies seguidos. Tenía una sensación de felicidad infinita. Sí, tenía la sensación de escaparme de algo que no era para mí. Yo no podría nunca vivir en Nueva York.

¿Y se toma whiskies cuando se va de Buenos Aires, en el avión?
No, jamás. Bueno, tomo los whiskies que me ofrece la aeromoza, que tienen esa manera de ofrecer absolutamente irresistible. Tomo cualquier cosa que me den, pero no tengo ninguna razón para tomar whisky; en cambio, cuando me marché de Nueva York sí necesitaba festejar que volvía a un lugar en el que me siento mejor.

Cuando se va de Buenos Aires, ¿siente tristeza de dejar su país? ¿Quisiera quedarse? ¿Cómo se siente Cortázar cuando se va de su ciudad?
Cuando me voy de Buenos Aires, y no me preocupa en absoluto que alguien pueda pensar que estoy mintiendo, no siento que me voy de Buenos Aires, no tengo nunca la sensación de irme de Buenos Aires, porque apenas llego a París entro en una órbita de vida en la que Buenos Aires está cotidianamente presente; sobre todo en estos últimos años. Cuando digo Buenos Aires estoy diciendo la Argentina y América latina. Para eso trato, en la medida de lo posible, de identificarme con toda nuestra América latina. En estos últimos años, el trabajo que un grupo de gente intenta realizar en París (entre otras cosas, por ejemplo, la defensa de los prisioneros políticos) hace que aquello siga siendo Buenos Aires en cierta medida. Yo recibo llamadas telefónicas que son de porteños, seguimos hablando nuestro idioma y leyendo los diarios de aquí.

Cortázar, en este momento se me acaba de ocurrir una pregunta, hablando de los presos políticos. ¿Qué se hace por los presos políticos que puede haber en Cuba?
Bueno, en primer lugar habría que tener información más precisa sobre los presos políticos que puede haber en Cuba, y por qué siguen presos. La información que yo he tenido siempre es que los presos políticos de la Isla están purgando una pena que les fue impuesta por un tribunal. Es decir, que es gente, algunos de los sobrevivientes del ataque de Playa Girón, que puede estar presa por ese motivo y tendrá que purgar una condena de equis años. Yo no conozco casos de presos políticos que no hayan sido juzgados en Cuba.

En este momento, si hay alguna reacción contra el sistema cubano dentro de Cuba, ¿no se llevan presa a la gente, no se la arresta? ¿Hay libertad de expresión? ¿Podríamos hablar como en la Argentina, en este momento, de Paco Urondo sin mayores temores que los propios miedos internos?
Bueno, piense en eso que se llamó el "caso Padilla". Las modalidades que se aplicaron en ese caso a mí me parecen criticables, esa llamada autocrítica que hizo Padilla me pareció una cosa inútilmente espectacular y, además, repetía modelos que no me son simpáticos, como los soviéticos. Pero es evidente que Padilla tuvo el pleno derecho de hacer su autocrítica, de contestar a las preguntas y de responder a cualquier tipo de interpretación que se hiciera en el curso de aquella reunión en la Sociedad de Escritores. Tras lo cual Padilla se reintegró a su vida ordinaria; no sé si sabe que tiene un puesto de traductor en el ministerio y trabaja como cualquier otro cubano. Por eso es que cuando en Europa los firmantes de aquella triste y lamentable segunda carta a Fidel Castro aludían a procesos en Moscú y al stalinismo, se equivocaban tristemente. Porque los procesos en Moscú terminaban habitualmente con una bala en la nuca del acusado, y Padilla termina con un empleo de traductor en el ministerio. Tengo la impresión de que hay alguna diferencia.

¿Ha visitado a su amigo Urondo en la cárcel?
No, porque las visitas no están permitidas. Sólo pueden verlo los familiares más inmediatos.

¿Y le han hecho llegar sus saludos?
Por supuesto. Y él a mí.

Los nuevos escritores

¿Qué se hace, cuando se es tan importante como usted, en Europa, por la difusión de los escritores que comienzan su tarea?
Se puede hacer mucho. Hay unos cuantos argentinos, peruanos, gente que vive en París y que hace mucho por los jóvenes. Yo creo en los buenos parricidios. Así como Freud sostiene que el adolescente tiene que, simbólicamente, matar a su padre para convertirse en un auténtico adulto, las generaciones literarias deben proceder de la misma manera. Hay un momento en que hay que matar al padre; es decir, al maestro, al modelo. Pero hay que matarlo en buena ley y no con golpes bajos. Entonces, ese tipo de parricidio me parece necesario. Yo pienso, por ejemplo, que esa generación latinoamericana que se ha llamado del boom, ha completado su obra; muchos de nosotros seguiremos escribiendo porque nos da la gana y porque es nuestro derecho, pero en el terreno de la acción, de la influencia literaria, yo creo que éste es el momento en que la palabra les es dada a los jóvenes, y que ellos deben asumir esa responsabilidad. Entonces, por mi parte, en la medida de mis fuerzas, yo ayudo todo lo que puedo. Yo soy el hombre más odiado por todos los carteros de París, porque tienen que subir cuatro pisos dos veces por día, con varios metros cúbicos de paquetes de libros y cartas que me llegan de América latina. Los jóvenes me mandan sus libros. Y en la medida de mis fuerzas, yo los miro. La lectura de todos es imposible por razones físicas, pero con los años uno tiene un olfato y un cierto instinto, y yo sé muy bien si un libro merece ser leído íntegramente, me doy cuenta casi en seguida. Y entonces, siempre que me es posible, recomiendo ese libro a las editoriales francesas.


¿Un nombre?
Néstor Sánchez, por ejemplo. Un novelista que es muy criticado y muy combatido por el carácter experimental, muy audaz, de su obra, pero que a mí me parece un escritor sumamente útil en nuestro medio. Es un hombre que rechaza los moldes ordinarios de la literatura narrativa y busca escribir libros que, siendo novelas, tienen al mismo tiempo un aspecto formal, un aspecto idiomático, que está lleno de belleza porque va en contra de todos los lugares comunes de la adjetivación usual. Néstor Sánchez tiene una imaginación muy extraña y que trabaja a base de síntesis fulgurantes, lo cual dificulta mucho la lectura. Es un problema, yo lo sé, es muy difícil leer a Sánchez, pero yo siempre lo he querido y lo he estimado mucho y estoy contento de pensar que uno de sus libros se va a traducir ahora al francés. Y luego, supongo, seguirán los otros. Ese es un nombre. Estoy muy contento también de saber que Manuel Puig ha sido inmediatamente traducido y conocido en Francia, y estimado. Y pienso que muchos otros seguirán el mismo camino.

Y de los tangueros contemporáneos, ¿cuáles son los que oye en su discoteca, en su casa de París?
Bueno, sucede que a mí me gustan tanto los viejos tangueros (en eso soy un perfecto reaccionario, evidentemente) que no he tenido realmente tiempo de estudiar un poco más, conocer un poco más, lo que está sucediendo en este momento. Justamente, en estos días ando buscando discos para llevarme a París. Anoche, por la radio pasaban un tango: me gustó mucho cómo sonaba, un sonido nuevo, moderno, diferente. Me enteré que lo interpretaba un conjunto que se llama algo así como Guardia Nueva. Bueno, no tengo la menor idea de quiénes son, pero me gustó mucho. A lo largo de América latina me han preguntado mucho por la música de Piazzolla; evidentemente hay un gran interés por estos experimentos que se hacen con el tango. Pero, volviendo a mi aspecto reaccionario, cuando es medianoche, estoy cansado y es la hora del último trago antes de dormir, yo sé que casi siempre pongo un disco de Pichuco.

¿Por qué Pichuco?
Porque lo quiero mucho. Porque creo que es un gran, gran artista. El bandoneón, en manos de Pichuco, es un instrumento de posibilidades infinitas. Tiene una manera de frasear, de murmurar un tango, que me parece incomparable. Yo sé que, sin duda, debo ser injusto con otros bandoneonistas, que los habrá quizá tan buenos como él. Pero tengo un disco de Pichuco donde Roberto Grela toca la guitarra, que me parece absolutamente admirable. Espero llevarme una buena cantidad de discos de gente joven.

¿Por qué accedió a conversar con nosotros, Julio Cortázar?
Porque le tengo confianza. Eso es una cosa que cuenta para mí más que cualquier otro tipo de referencia. Se dice muy frecuentemente que yo desprecio a los críticos, que desprecio a los periodistas. Eso es también una calumnia. Yo no desprecio a nadie en principio. Pero sospecho a veces las intenciones. Sospecho quién manda a un señor. Quién telemanda a un señor. Y entonces no es que lo desprecie, simplemente no le concedo lo que me pide y eso crea, naturalmente, un mecanismo de resentimiento que se expresa luego por la palabra. El día que se presentó mi último libro la prensa dio una información falsa: dijo que yo iba a asistir a ese acto. Yo no he asistido ni asistiré jamás a la presentación de un libro mío, porque creo que un libro mío debe abrirse su propio camino, ya no necesita de mí. Yo le di todo lo que pude para hacerlo, ahora él tiene que seguir solo. Yo no iba a ir a esa reunión, no iré a ninguna de ese tipo. El resultado fue que, al día siguiente, cuando encendí la radio, un señor se estaba explayando sobre mi desprecio a los críticos y la provocación que, según él, suponía el hecho de haber anunciado mi presencia y no haber ido. Yo no tengo la culpa de una noticia falsa. Y mi editor puede dar fe de que, cuando me pidió que fuera por el hecho de que se había anunciado mi presencia, le dije una cosa en la que creo: yo pienso que una noticia falsa no puede obligar a un hombre a ajustar su conducta a una falsedad y conducirse él también falsamente.

¿Se ha psicoanalizado?
Jamás. Tengo amigos psicoanalistas.

(Fuente: “La vuelta a Julio Cortázar en 80 preguntas”, por Hugo Guerrero Marthineitz, Revista Siete Días, N° 311, 30 de abril al 6 de mayo de 1973)

(Fuente: www.elhistoriador.com.ar)

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