Sólo nos queda el espejo de nuestro propio desencanto. Y cierta tristeza humana y “geopolítica” a la hora de constatar que, frente al gran espía universal norteamericano vestido con el ropaje de la democracia, los europeos no sólo dieron muestras de una espantosa cobardía frente a Estados Unidos sino, también, que toda su potencia económica, todo su espacio comunitario, todo su Banco Central y su euro ni siquiera les sirvieron para crear un contrapeso numérico al lado del alucinante poderío norteamericano. El periodista de investigación y especialista de las redes Jaques Henno, autor de dos sobresalientes libros sobre el espionaje (Todos fichados y Sillicon Valley, el valle de los predadores), comenta: “Nosotros, en tanto que europeos, estamos en la periferia del imperio norteamericano. Le enviamos informaciones porque no fuimos capaces de crear el equivalente de Google, Apple o Facebook para conservar en Europa esas informaciones”. Kavé Salamatian, profesor de informática y telecomunicaciones en la Universidad de Lancaster, expresa cierta amargura cuando dice: “La NSA no nos engañó. Era previsible que nos espiara. Fuimos engañados por las empresas privadas, Google, Facebook, Apple, Microsoft. Nos espían de una forma muy sencilla: utilizan las informaciones que nosotros les proporcionamos y la confianza que tuvimos en las empresas que ofrecen servicios informáticos. Esos actores se han vuelto tan parte de nuestra vida que nos olvidamos de las informaciones esenciales que les suministramos”.
El espionaje organizado a partir del dispositivo Prisma, revelado por el ex miembro de la NSA norteamericana Edward Snowden, es de una simpleza infantil. Stéphane Bortzmeyer, especialista en seguridad informática y arquitecto de sistemas y redes, explica que Prisma “es sólo una parte del espionaje norteamericano. La idea consiste en conectarse con los grandes servicios de intercambio, las grandes redes sociales que están en Estados Unidos, o sea, entre otros, Google y Facebook. El gran interés de actuar a ese nivel consiste en que se tiene acceso a una información que ya está estructurada y tratada”. Todas las fantasías de los adeptos a las teorías conspiracioncitas que se imaginaban a Estados Unidos espiando cada rincón del planeta con satélites y dispositivos híper tecnológicos se esfumaron en un par de días: “Prisma –agrega Bortzmeyer– es una tecnología simple, que ya existía y que, además, es la misma que nosotros utilizamos”. En suma, la alta tecnología somos nosotros mismos: ni satélites espías, ni rayos invisibles. No. Les entregamos nuestros correos, nuestros secretos, las fotos y los nombres de nuestros hijos y hermanos, de nuestros amigos, envueltos en papel para regalo transparente. Nicolas Arpagian, experto en cíberseguridad, profesor en el Instituto de Altos Estudios de Seguridad y Justicia, resalta justamente que “el problema con los datos radica en que si se toma una información de un servidor informático siempre estará ahí. No hay robo. Se puede operar sin que la víctima se dé cuenta. La fuerza de ese tipo de espionaje radica en el hecho de que la víctima ignore su estatuto de víctima”.
Los juguetitos conocidos que la NSA emplea para aspirar nuestras intimidades son tres: el ojo es Prisma; sus aliados son Boundless Informant y X-Keyscorey. Prisma se conecta en los servidores de las redes sociales, Google, Microsoft, Apple, Twi-tter, Skype, Facebook y otros. Boundless Informant es un soft dirigido en gran parte al ataque extraterritorial. El dispositivo mide el nivel de seguridad que cada país aplica a sus sistemas al tiempo que consolida los metadatos de las conversaciones telefónicas (quién habla con quién) y los metadatos de las comunicaciones informáticas, las IP. X-Keyscorey es, en este montaje, el cerebro del llamado Big Data, o sea, el conjunto de los datos almacenados y... analizables. X-Keyscorey es una suerte de “Google” interno de la NSA, o sea, un analizador de contenidos que abre las puertas de todo: historial de las navegaciones de una persona y las búsquedas en Internet que realizó, contenido de los emails, conversaciones privadas en Facebook, cruce de informaciones según el idioma, el país de origen y de destino de los datos y los intercambios. Si la NSA lo decide, con X-Keyscorey nuestra vida numérica es un cuerpo a cielo abierto. Comprar un congelador de gran capacidad (se usaron para almacenar explosivos), viajar en primera clase a los Estados Unidos (los asientos están cerca de las cabinas), o adquirir una olla a presión puede levantar las sospechas de la NSA. Prisma y sus programas asociados realizan perfiles matemáticos para detectar eventuales sospechosos según las navegaciones en la red o los datos. “Todo es analizable en masa”, dice Stéphane Bortzmeyer. Como lo resalta Kavé Salamatian, el problema está en que “eso no es la realidad, sino pura virtualidad construida a partir de una apariencia de racionalidad matemática”.
“Google y los útiles que ofrece pueden seguirnos a escala planetaria y de forma permanente”, explica Nicolas Arpagian. Somos, de hecho, hijos de la trazabilidad. Jaques Henno habla de una “trazabilidad política, sexual, ideológica y religiosa”. Las cifras hablan por sí solas: Google y Facebook tienen más de mil millones de usuarios en todo el mundo, el 80 por ciento de las comunicaciones a través de Internet pasa por Estados Unidos, en Facebook se suben 350 millones de fotos por día, lo que da 3500 millones de fotos en diez días y 35 mil millones en cien. La magia se opera cuando nos inscribimos en Google o Facebook. Pocos leen las condiciones de utilización, pero éstas explicitan claramente que el usuario “autoriza” el almacenamiento de las informaciones en el territorio norteamericano. Los datos, por consiguiente, dependen del derecho norteamericano, tanto más cuanto que la Ley Patriot Act, votada luego de los atentados del 11 de septiembre, permite a las administraciones estadounidenses requerir el contenido de los ficheros de las personas sospechosas. Y todavía más. Como lo explica Nicolas Arpagian, “la ley norteamericana se aplica a las empresas cuando el 51 por ciento de su capital está en manos de capitales norteamericanos, sea cual fuere su localización”. Ello inaugura una suerte de extensión del derecho doméstico de Estados Unidos al resto del planeta. Arpagian analiza este dato y acota que “la particularidad de este empleo ofensivo de las tecnologías de la información está en que ya no se establece más la diferencia entre el mundo civil y el mundo militar”.
Sistemas globales de espionaje hubo varios, el más conocido y que precede a Prisma es Echelon. Este dispositivo de espionaje instalado en Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña, Nueva Zelanda y Australia se limitaba a colectar comunicaciones telefónicas. Prisma, en cambio, hurta todo y con una distinción mayor: “La diferencia entre Echelon y Prisma pasa por el hecho de que Echelon era una estructura únicamente del Estado, mientras que Prisma exige la colaboración de las empresas privadas”. Entre medio están los británicos y su cuartel general de espionaje, donde filtran casi exclusivamente todo lo que pasa por la fibra óptica. Los teóricos del ocaso del imperio se equivocaron por mucho. “No cabe duda alguna de que, por medio del control de las tecnologías de la información, Estados Unidos cuenta con un elemento de considerable potencia. Y ese poder norteamericano corresponde a lo que nosotros dejamos en manos de esta sociedad de información”. Los europeos tienen mucha literatura diplomática, pero carecen de contrapeso tecnológico. Por una razón misteriosa, no han querido jugar en el ajedrez numérico. Sus ciudadanos y sus empresas –y hasta los servicios públicos– son clientes de Google y Microsoft como cualquier habitante de este planeta. Sus datos están en el “cloud” y sus emails en los operadores estadounidenses. Incrédulos, inocentes o pasivos, lo cierto es que terminamos formando parte de un gigantesco almacenaje de datos adonde fueron a parar nuestros pecados y nuestras virtudes. Un horror absoluto. La hora del cambio ha llegado. Todos los especialistas consultados confluyen en el mismo análisis: es imperativo cambiar nuestra cultura de la red, ser más responsables y, de la misma manera que ocurre con el entorno físico, tomar conciencia del peligro virtual que nos acecha y, desde luego, protegernos. La era del sueño virtual-colectivo y de la inocencia ante el computador llegó a su fin. Snowden, que era parte del sistema, desgarró la inmensidad de la verdad intuida. Ahora sabemos.
(Diario Página 12, domingo 4 de agosto de 2013)