Descolonizarnos es descubrir América, rezaba una pintada en una de las paredes de mi barrio hace algunos años. Iniciaba el siglo y la Argentina se sumía en una de sus tantas crisis cíclicas que empobrecían a millones de argentinos y enriquecían a unos pocos. Nadie imaginaba el nacimiento de la Unasur ni el cambio cultural y paradigmático que iba a significar por primera vez en muchas décadas que la sociedad argentina dejara de maravillarse con la zoncera de creerse Primer Mundo y supiera, como si se tratara de un secreto destino manifiesto, que su suerte está atada a las peripecias de los demás países sudamericanos. Y esa transformación de paradigma puede resultar fundamental para el devenir de nuestros países y de nuestra Nación en las próximas décadas si no se interrumpe por la acción de las élites económicas localistas –los grupos económicos extractivos– asociadas al capital financiero internacional –y sus tentadores créditos– y a la hegemonía –y su imperio militar– de los Estados Unidos. Porque como bien profetizaba Jorge Abelardo Ramos en su ineludible Revolución y contrarrevolución en la Argentina, "la historia de los argentinos se desenvuelve sobre un territorio que abrazó un día la mitad de América del Sur. ¿De dónde proceden nuestros límites actuales? El origen de estas fronteras ¿responde acaso a una razón histórica legítima? ¿Nos separa una barrera idiomática, cierta muralla racial evidente? ¿O es, por el contrario, el resultado de un infortunio político, de una vicisitud de las armas, de una derrota nacional? Sin duda aparece como fruto de una crisis latinoamericana, puesto que América Latina fue en un día no muy lejano nuestra patria grande. Somos un país porque no pudimos integrar una nación y fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos. Aquí se encierra todo nuestro drama y la clave de la revolución que vendrá."
La foto de los seis presidentes latinoamericanos en Cochabamba en acto de solidaridad con el primer mandatario del Estado Plurinacional de Bolivia Evo Morales por el atropello sufrido es un eslabón más en la cadena de unidad que lleva adelante el frágil corredor continental Caracas-Quito-La Paz-Buenos Aires-Montevideo. Es una gran noticia en respuesta a una demostración de la soberbia concepción iluminista de los países europeos y de la prepotencia de la Casa Blanca a la hora de cuidar los intereses de sus agencias de inteligencia. Porque más allá del debilitamiento del poderío estadounidense, más allá de la multipolarización de los países del norte, más allá, incluso, de las heridas abiertas en la Unión Europea, lo que sigue siendo una constante es la capacidad de maltrato –surgido del autoconvencimiento de superioridad cultural– de los países centrales a los países del sur.
La nota curiosa de la semana fue la ausencia de Brasil en la cumbre de Cochabamba. Su presidenta Dilma Russeff se excusó aduciendo problemas políticos internos, pero se sabe que un viaje de Brasilia a Cochabamba no lleva más de cuatro horas en avión. Habría sido un claro mensaje a las naciones poderosas por parte de la potencia continental con pretensiones hegemónicas para la región que tuviera un rol protagónico protegiendo a uno de los países más frágiles del continente. Por lo demás, tanto la sinuosa actuación de Ollanta Humala, el presidente de Perú, como las esperadas respuestas de sus pares chileno y colombiano, Sebastián Piñera y Juan Manuel Santos, no modificaron el mapa de poder interno dentro de la región.
Sin embargo, dos cosas quedaron en claro: 1) la construcción de la Unasur se trata más de una voluntad de gobiernos y pueblos que comparten una misma visión ideológica y, según sople el viento, a intereses de intercambio cortoplacistas. 2) Estados Unidos volvió a mirar a la región y eso es una muy mala noticia porque sacude el tablero de acomodamientos políticos nacionales.
En los últimos días, Evo Morales recibió el apoyo de todo el sur del mundo: el Grupo de los 77, conformado por al menos 130 países, y el Movimiento de los Países No Alineados rechazaron los actos "injustificados e inamistosos" de cuatro países europeos contra la seguridad del presidente boliviano y solicitaron una explicación pública. Con ese aval, el vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, denunció que "el mundo ha protestado contra Estados Unidos y contra esos países europeos, no todos, unos cuantos países europeos que ahora son colonia, infame colonia, vulgar colonia de Estados Unidos". Y el propio Morales decidió ofrecerle asilo político al espía norteamericano Edward Snowden, desafiando, ahora sí, el poderío de la Casa Blanca.
¿Convendrá hoy ponerse en la mira de la principal potencia mundial?
América Latina tiene hoy un desafío inevitable e inconfundible: el de la unidad continental. Nada ni nadie puede distraer a los gobiernos de la región de ese objetivo. El martes se cumplirá un nuevo aniversario de la declaración de Independencia de las Provincia Unidas del Sur. No de la independencia de la República Argentina. Sino de ese grandioso sueño de Manuel Belgrano, José de San Martín, José Gervasio de Artigas de construir una Patria Grande para todos los americanos –sueño también de Simón Bolívar–. Hoy el corredor Caracas-Quito-La Paz-Buenos Aires-Montevideo mantiene despierto ese sueño de los grandes próceres de la región. Después de todo, cuatro provincias de la actual Bolivia se independizaron en Tucumán y varias provincias litoraleñas lo hicieron en el artiguista Congreso de Oriente en Arroyo de la China unos meses antes.
Jorge Abelardo Ramos decía que a Latinoamércia las oligarquías portuarias le habían robado una historia común confeccionando pequeñas y mínimas leyendas de próceres chiquitos y localistas. Hoy es tiempo también de reconstruir ese pasado común. Y esa reconstrucción no se puede hacer de otra manera que luego de debate profundo y democrático entre historiadores de los distintos países. Es necesario construir lazos entre intelectuales de todas las regiones para poner en común un pasado colectivo. Como ocurrió el 22 de mayo en la Casa de la Vicepresidencia de Bolivia, donde junto con el historiador boliviano Gustavo Rodríguez Ostria fuimos desentrañando los puntos de unidad en los procesos de Argentina y Bolivia. Es necesario reconstruir los lazos culturales de nuestros países, porque sólo tramando el pasado común de las distintas experiencias locales se podrá enfrentar la gran batalla cultural del siglo XXI: hoy, independizarnos es construir la unidad de Latinoamérica.
(Diario Tiempo Argentino, domingo 7 de julio de 2013)