Está todo mal, dicen. Es un convencimiento raro, cuando en las entrevistas se sostiene: "yo estoy bien, pero el país mal". Le preguntan al de al lado, y lo mismo: "yo bien, el país mal".
Y el que sigue, igual. Algo es inexplicable en esta idea de que me va bien, pero estamos ante el apocalipsis. Y en que a otros muchos también les va bien, pero también creen que todo está mal.
Muchos andan por Europa, por México, por Colombia, por Cuba. Pocas veces se ha viajado tanto fuera del país, a pesar de las evidentes dificultades que presenta la AFIP para obtener dólares. Pero que se puede, no cabe dudas que se puede. Abundan los viajeros, incluso a los más remotos e insólitos destinos (Europa del Este, China, Dubai).
Los sectores medios son expertos en individualismo; suelen creer que su suerte no es la de un conglomerado social, sino la merecida por sus propios esfuerzos. Los cuales, por cierto, es claro que efectivamente existen; pero también es claro que en un país que se estuviera hundiendo, como sucedió en la Argentina del 2001, no habría buen emprendedor que se salvara. Entonces las colas en consulados no eran para conseguir permiso de viaje, sino para salir del país a buscar trabajo fuera. Y eran interminables (había que hacer cola desde el día anterior, y quedarse toda la noche para obtener turno).
En la clase media no se lo suele reconocer. "Lo que tengo es porque me lo gano, porque me lo merezco", se supone. Si otro tiene menos, "es que hizo menos que yo, o que mi padre, del que heredé". Eso es todo. No se advierte -y a menudo con total buena fe- que si hubiéramos nacido en un barrio marginal, en una familia sin padre presente y con madre sola y pobre, ninguno de los buenos alumnos podría haberlo sido, y ninguno podría haber llegado a buen trabajador. Desde la clase media, en cambio, se imagina que hay que apostrofar a ese hijo de la desgracia y la pobreza, que seguramente es un vago, un incapaz, un desafectado. "Si no tiene nada, es porque no merece tenerlo". Eso se piensa, sin advertir que somos efecto de circunstancias que no hemos elegido, y que no seríamos quien somos si hubiéramos nacido en otro hogar, en otro país o en otra época.
Lo cierto es que la clase media es el jamón del sandwich social. Los de abajo, tienen claro su lugar enfrentado -en intereses- con los más ricos. Los de más arriba, la tienen clara en cuanto enfrentados a los de abajo. Los únicos que no saben muy bien qué lugar ocupar, son los sectores sociales medios, eso a que se llama "clase media".
Así, los sectores populares se han identificado con el peronismo desde los años 50 en la Argentina, y las clases hegemónicas han seguido a las derechas favorables a economías de libre mercado, ya sea con golpes de Estado o con apelaciones a los Alsogaray, lo que fue la UCD o ahora el macrismo. Y el país, ha oscilado a favor de unos u otros, en diferentes momentos.
Los sectores medios no tienen peso propio, juegan a favor de un sector o del otro. Son el fiel de la balanza, en una Argentina donde representan un importante porcentaje de población (más de un tercio de la misma). Cuando las derechas los han ganado, esas derechas han conseguido imponerse como gobierno (por ej., hacia 1965-66 para apoyar a Onganía, y en 1975-76 para apoyar el golpe de Videla); cuando han retirado su apoyo a estos sectores y favorecido a posiciones populares, son éstas las que han triunfado (rechazo de la dictadura de Onganía a comienzos de los 70 hasta la caída de Lanusse, rechazo a la última dictadura militar tras la derrota de Malvinas).
Es, por ello, problemático que un núcleo duro del poder mediático consiga convencer a buena parte de la clase media de que está hoy todo mal, a partir de aprovechar hábilmente su ideología antiperonista y su tendencial rechazo a los sectores populares. Los grandes ajustes económicos, la pérdida de libertades y la entrega a una deuda externa impagable, son lastres del pasado que pueden volver si no hay lucidez para enfrentarlos. Ojalá haya en las clases medias quien sepa advertirlo.
Y que no continúe, en cambio, dándose aquel fenómeno que Erich Fromm tan bien explicara en su libro "El miedo a la libertad". Sectores medios golpeados -en la Alemania de 1930- por la crisis se sentían impotentes y enojados, porque las políticas de los de arriba los desfavorecían. Su frustración la descargaban no contra los responsables de arriba, sino contra los más perjudicados de abajo, pues esto era mucho más simple, y requería menos esfuerzo. Así, la personalidad autoritaria implicaba agacharse ante el de arriba, y poner la bota sobre el de abajo.
Ojalá no reproduzcamos esos mecanismos, que podrían hacernos volver a una Argentina no querida, a merced de los grandes monopolios económicos, y víctima de un Imperio mundial que hoy se muestra desnudo en su poder, al hacernos a todos víctimas de su espionaje y seguimiento electrónicos.-