Ciertos “patriotas” del déficit energético siempre existieron.
Scalabrini Ortiz, hace casi 60 años, con sus antecedentes enormes de patriota en serio, tuvo que denunciar a unos “antiimperialistas” improvisados, que habían descubierto que el General Perón, con el contrato con Chevron (entonces se llamaba Standard Oil) “¡entregaba la Patagonia!”
Sí, nada menos que los inventores y cómplices de que el sur argentino fuese casi inglés lucían “afligidos” ante el plan petrolero de un gobierno embanderado con la soberanía nacional.
Es que hacía falta, en aquel momento, una alharaca "antiimperialista" que le creara a la próxima "Revolución Libertadora" de los asesinos Rojas y Aramburu ese batallón "de izquierda" tan necesario para vestir de seda al gorila usual (mejor, lo actualizara, ya que siempre los Mitre, y "los hijos de Mitre", han tenido sus "izquierdistas", una comparsa ad hoc, descartable después).
Hacía falta, para derrotar a Perón y entregar ¡otra que el petróleo! nuevamente al capital imperialista y la oligarquía interna todo el país.
Ahora, más de medio siglo después, la prensa canalla que apoyó esa entrega y todas las contrarrevoluciones y el remate de la Argentina, desde 1976 hasta Menem y De la Rúa (Clarín y La Nación, La Voz del Interior y TN, Cadena 3, Radio Mitre y un largo etc.) han resuelto, ante el contrato de YPF y Chevron, portar un disfraz de celosos “patriotas”.
Y tienen, ya, lamentablemente, una tropa "de izquierda" haciéndoles coro, indignada frente a Cristina, no ya por haber lesionado intereses del núcleo de poder económico concentrado, sino por ser una Presidente "entreguista".
Adrián Simeoni, un columnista neoliberal de la escuela de Cavallo, dice el jueves en “La Voz del Interior” que "se le entrega a Chevron lo que se le quitó a Repsol", para satirizar con el "retroceso" a esta decisión y a un funcionario (Kicillof) que "posaba de guevarista" durante la estatización de YPF.
Todo para insistir, a renglón seguido, según los "argumentos" pro mercado –que el escriba ya usaba antes de la estatización–, de acuerdo a los cuales "el control de precios" “desalentó a Repsol” y a la inversión, en general.
De modo que el vaciamiento practicado entonces, no era el fruto del inicuo saqueo que los españoles hacían al limitarse a sacar el petróleo cedido por la anterior YPF, sin explorar nada y usando la cuenca de Vaca Muerta, sin pensar explotarla, para valorizar sus acciones en juegos de Bolsa y usar el dinero robado en la Argentina para perforaciones en África, sino el producto de que “el gobierno k” todo lo hace mal. Ahora, al fracasar con YPF, “debe reconocer la realidad” y entregarse a Chevron.
En la misma línea y con igual descaro, el funcionario del PRO Federico Sturzenegger, que propulsó en los 90, con López Murphy, nada más ni nada menos que privatizar el Banco de la Nación Argentina, ha declarado su enojo “por la falta de trasparencia” y el hecho de que “el Estado se pone de rodillas para ver si trae a alguien que quiera invertir”. Como es natural, es la misma postura de otros militantes de la década menemista y de esa increíble” izquierda” que votó a de la Rúa, y que “se sorprendió” después cuando el opaco mandatario designó a Cavallo, para cumplir las promesas de su campaña electoral de “respetar la convertibilidad”.
Simeoni y Sturzenegger, no obstante, no pueden vender gato por liebre, con alguna chance ante cierto público, que desea oír argumentos de “izquierda”, para poder justificar su alianza podrida con la derecha neoliberal.
Ese público “sabe” quién es Clarín, quiénes son los dueños de La Nación: sabe –aunque mire el techo y silbe, bajito– que ellos “son” la década del 90, los vio mimar al Papa Cavallo y a la Fundación Mediterránea, durante décadas.
¡Pero, para eso están Pino Solanas, Claudio Lozano y esa “izquierda” boba, la que siempre cree “que viaja al norte cuando va al sur”!
Ellos hacen bien esa tarea, que escapa a las posibilidades de los voceros directos del stablishment neoliberal.
Y no retroceden, al ver las sonrisas que sus arengas provocan en los medios hegemónicos, ni vacilan al comprobar que dichos medios ofrecen sus tribunas para disparar contra “la yegua” con artillería “roja”.
Lo que nos obliga, claro, a retornar a Scalabrini y decirles a los compatriotas: “Compañeros y amigos, conciudadanos: éste no es un país petrolero, es un país que usa el petróleo para que sus fábricas y empresas puedan marchar y ser competitivas, llegando a las mismas y al público en general con precios y volúmenes aptos para lubricar al conjunto de la economía, que se desangra si debemos importar petróleo y venderlo aquí a precios internacionales”.
Era, precisamente, la situación que fue generando Repsol, al vaciar los pozos y no invertir en exploración, hasta agotar las reservas.
Y aunque cabe decir que la recuperación de YPF debió anticiparse, ese planteo no puede surgir desde el sector que impulsó la privatización de la empresa, ni paralizar las decisiones que son necesarias para responder, hoy, a una situación dada.
Como ha ocurrido ya otras veces, el “antiimperialismo petrolero” no propone alternativas más racionales que atiendan mejor el interés nacional y en base a las cuales se fundamente la crítica del contrato firmado por el gobierno.
No dirá, tampoco, que en un año la explotación estatal ha logrado remontar la caída de la producción, lo que no es poco, aunque no alcance para poner fin a la sangría de divisas que supone importar el petróleo faltante.
Y menos aún que no existen modos de encarar la explotación de las fabulosas reservas de Vaca Muerta, que son, al parecer, luego de las ubicadas en los EEUU, las más importantes de todo el mundo en la variedad all share, a menos que se tome uno de los dos siguientes caminos: primero, lo resuelto por el gobierno de Cristina Kirchner, de buscar el concurso de firmas internacionales dispuestas a transferir una tecnología desconocida por el país, y efectuar inversiones de gran volumen, bajo ciertas condiciones contractualmente favorables; o, en caso contrario, decidirse a tomar medidas extremas en la apropiación de riqueza y ahorro interno, expropiando a sectores del poder económico, para financiar así una explotación para la cual el país debe adquirir esa tecnología nueva y experimentar, en cabeza propia.
Un gobierno revolucionario podría elegir ese camino, que implica romper con la Argentina tradicional y el capital imperialista, pero no se descarta que sin traicionarse a sí mismo un gobierno patriótico pueda dar otra respuesta: Venezuela tiene contratos con Chevron, en sus cuencas del Orinoco; China tiene sus múltiples acuerdos con el capital extranjero, que implica hacer determinadas concesiones, para obtener como resultante un beneficio superior.
Una política capaz de expropiar al núcleo de poder económico concentrado, para obtener los recursos que exige la tarea de explotar Vaca Muerta supera los límites del kirchnerismo, sin duda, pero cabe preguntarse, al mismo tiempo, si esa variante de enfrentamiento frontal refleja el consenso de las mayorías nacionales, sin cuyo concurso nada podría hacerse con éxito.
Y proponerlo, aun así, sería caer en el aventurerismo de ultraizquierda, propio de esas “vanguardias” cuya distancia de las masas las asemeja más a una patrulla perdida que a la condición loable de aquel que se propone avanzar fortaleciendo un movimiento de mayorías.
Y, aun cuando, desde una posición nacional revolucionaria, podamos juzgarlo más adecuado, el que esto escribe cree que los argentinos no han dado signos, por ahora, de predisposición a marchar por esos senderos.
Por otra parte, consideraciones de esta índole no son las que motivan al “izquierdismo” banal que motiva las reflexiones aquí expuestas.
Sus partidarios actúan movidos por el instinto, en realidad: ven, de pronto, un pretexto para golpear a un gobierno popular y proceden como el escorpión…sin importa a quién beneficiarán sus actos.
Es, no cabe duda, una actitud lamentable, pero además reiterada: lo hicieron, en 1930, contra el presidente Irigoyen y lo repitieron en el 55 contra el segundo gobierno del General Perón.
En ambos casos, los gobernantes populares no fueron sustituidos por un gobierno “izquierdista", sino por restauraciones oligárquico-imperialistas.
Las cacatúas, empachadas de “patriotismo” ante “la entrega de la Patagonia por parte de Perón” (a la Standard Oil, antecesora de Chevron), advirtieron tarde que los vivos de siempre (con los que habían colaborado, quizás sin quererlo) no sólo vendían el petróleo y sus derivados, sino la Nación entera.
Lo peor, a mi juicio, es que no trasmitieron esa lección.
Las generaciones se renovaron, es verdad, pero hay quienes confirman lo que dijo Jauretche: “cuando muere el zonzo viejo, deja la zonza preñada”.