La política actual no sólo transcurre en las calles de la realidad cotidiana, en la puja constante entre capital y trabajo y en los vericuetos de la democracia representativa. También late en los medios de comunicación, quizás su espejo más incómodo, o uno de los campos de combate más importantes en los últimos diez años de historia argentina, especialmente a partir de la ruptura en la relación del kirchnerismo con el Grupo Clarín. Desde entonces, como no ocurría desde las críticas que hizo a viva voz Raúl Alfonsín en la Rural a mediados de los '80, o desde las disputas que soportó hace más de medio siglo Juan Domingo Perón, quedó en evidencia el enorme poder de los medios, y de las corporaciones que los controlan. Ese proceso ha sido vivido con enorme intensidad por lectores y audiencias, pero también por los periodistas, habitantes de las redacciones de diarios, revistas, sitios, canales y radios; los escenarios donde todavía se sigue experimentando uno de los momentos más críticos, controversiales y ricos de la profesión. Cada uno de esos rincones fueron recorridos por el maestro de periodistas Eduardo Blaustein, un trashumante de varias redacciones (El Porteño, Página 12, Página 30, Crítica de la Argentina y Miradas al Sur, entre otras) que se animó a cruzar los puntos más delicados del trabajo que Rodolfo Walsh definió como "el violento oficio de escribir". Para Blaustein, escritor e investigador, que se formó desde muy joven en el exilio forzado que le impuso la última dictadura militar, el periodismo transita por verdaderos "años de rabia". La definición también es el título de su quinto libro, y la tercera investigación periodística que realiza, luego del ya clásico Decíamos Ayer. La prensa argentina bajo el Proceso y Prohibido vivir aquí. La erradicación de villas durante la dictadura. En Años de Rabia. El periodismo, los medios y las batallas del kirchnerismo, publicado por Vergara, el autor analiza desde adentro del kirchnerismo, los aciertos y errores de su comunicación y la metamorfosis que sufrieron muchos periodistas estrellas, como Jorge Lanata que pasó en esta etapa de editar el autoproclamado "último diario de papel", con el extinto Crítica de la Argentina (donde Blaustein trabajó en su fundación), a transformarse en récord de audiencia, y en uno de los principales exponentes televisivos del arco opositor. El autor desliza en su libro, que "la figura del periodista estrella ha mutado de trabajador a operador político", pero también reconoce que "todavía existe el buen periodismo". Quizás se lo diga a todos los colegas que recibe para darles una entrevista, le retruca Tiempo Argentino, pero Blaustein insiste entre risas que el proceso que se vive dentro del periodismo argentino tiene una potencia que todavía sigue en marcha y cuyos resultados finales todavía no han sido advertidos. Lo dice sentado en un añejo bar de Retiro, mientras hace tiempo para partir hacia Rosario y seguir con la presentación de su libro en todo el país. "El proceso es rico, pero el debate actual sobre el kirchnerismo tiene una enorme superficialidad y un gigantesco empobrecimiento del lenguaje", advierte.
–-¿Para usted la actual polarización entre kirchnerismo y antikirchnerismo carece de profundidad?
–-Creo que hay un doble movimiento. Por un lado, la discusión y la crítica al poder mediático es enormemente anterior al kirchnerismo. En la academia, entre los periodistas más inquietos, en los medios alternativos, hay antecedentes clarísimos de esa discusión. El gran mérito del kirchnerismo es que esa discusión que parecía languidecer, reverdece y llega a través de 6,7,8 a una audiencia relativamente extendida muy mediada por los medios. Lo paradojal es que instaló esa discusión pero se adelgazó, por las propias simplificaciones que impulsó el kirchnerismo cuando sólo habla "de la corpo" y no se estudia más complejamente cómo es que el "sistema Clarín" tiene el poder que tiene y por qué las audiencias le dan bola. Y por otro lado, los propios medios, y una porción de nuestros colegas salen a replicar en blanco y negro y entonces el debate se termina empobreciendo.
–Dentro del periodismo hay una discusión, donde algunos sostienen que el kirchnerismo debe ser comprendido como una nueva versión del menemismo, pero con algunos cambios. ¿Forma parte del empobrecimiento actual del debate?
–Hay una parte de los colegas que lo dicen convencidos, pero en alguno de ellos creo que prima una especie de ideología "periodística", como si el periodismo fuera una ideología. Para muchos periodistas parece que el periodismo fuera una religión, un dogma que lo explicara todo, desde el cual se pudiera responder un absoluto. Yo primero soy ser humano, luego un ciudadano politizado y como último soy periodista. Creo que toda la discusión sobre la creación de la artillería comunicacional kirchnerista, y la confrontación con la derecha mediática es una discusión, ante todo, política. Insisto: legitimo el derecho del kirchnerismo, y de Alfonsín en su momento, de crear su batería de medios propios. Y los compañeros periodistas, liberales, de centroizquierda, creo que discuten sin darse cuenta que están dando ellos una batalla por su propio rol político. Hay mucho exceso y mucho insulto con agresiones gratuitas en la comunicación kirchnerista. Eso me molesta y lo marco mucho, pero también hay muchos colegas que se piensan en una visión ombliguista y endogámica que dice: "no te metas con el periodismo", como si fuera "no te metas con mi Iglesia". Y en realidad están dando una disputa política competitiva.
-–¿Por qué habla en su libro de "sistema Clarín"?
-–Es como una calificación alternativa al mero diario, a la denominación "corpo, que me parece muy limitada y llena de sentido vaciado, y porque representa al conjunto de los medios y a un dispositivo muy sofisticado, muy complejo con matices internos, con toda una historia atrás, con un sistema de comunicación en sí mismo complejo y sofisticado, al que, insisto, no alcanza con discutirlo con la mera palabra "la corpo".
–Cuando analiza el consumo de medios, advierte que hubo una gran declinación en las últimas décadas. ¿El sistema Clarín esta malherido o podrá sobrevivir al kirchnerismo?
–Según los propios números presentados ante la CNV le sigue yendo bastante bien, pero en términos históricos eso ocurre gracias a la Ley Clarín que terminó de aprobarse en épocas del kirchnerismo para desendeudarse. Clarín saneó sus finanzas en pleno kirchnerismo, lo cual es toda una paradoja divertida. El gobierno le afectó alguno de sus negocios, la venta del diario bajó notoriamente, pero como se trata del sistema Clarín y uno de sus negocios más importantes es el cable, tiene una cantidad de ingresos sumamente saludables. Puede que esté un poco opacado en términos financieros, o términos de negocios, y un poco abollado en términos de credibilidad, pero sigue siendo un sistema bastante robusto y saludable.
–¿Cómo explica la mutación de la relación entre Clarín y el gobierno? En la primera etapa fue muy cercana, pero a partir de 2008 todo eso empieza a estallar en mil pedazos.
–Bueno, la etapa de cordialidad coincide con la etapa de saneamiento financiero y desendeudamiento y la etapa de pelea sucede con el gobierno nacional lanzando la Ley de Medios, con su famosos artículos no aplicados. Luego el gobierno da otro paso, con Fútbol para Todos, quitándole el negocio del futbol, en un proceso que no sé si ha sido bien medido y bien estudiado.
–En el gobierno admiten que por la televisación del fútbol han conquistado el acceso a un público al que no llegarían de otro modo en la televisión. Eso, desde la oposición, es condenado por la utilización de la pauta publicitaria estatal en el Fútbol para Todos. Sin embargo, a pesar de las críticas, ningún sector de la oposición se animó a prometer la finalización del Fútbol para Todos después de 2015. ¿Cuál es su opinión?
–Primero, lo semidijo entre dientes Mauricio Macri, y después se desdijo con su habitual torpeza comunicacional. Son dos cosas separadas: me parece legítimo que se transmita el Fútbol para Todos. Me parece una medida legítima, que se transmita por canales de aire, con la mayor diversidad de canales posibles, porque me pareció horrorosa su privatización. Y coincido también que hay un cierto abuso de la pauta publicitaria gubernamental, una de las tesis centrales del libro es que todo gobierno y Estado democrático tiene derecho a crear su propia comunicación ante el poder político de las corporaciones mediáticas, y su propia política cultural en sentido amplio. Cuestiono algunos excesos, entre comillas, como el manejo de la pauta publicitaria, que me gustaría que fuera un poco más transparente, pero más aún critico que las tandas que se emiten en los entretiempos de los partidos de fútbol, el gobierno las hace con un sentido escasamente profesional. Esto lo conozco: el gobierno no hace testeos previos de sus piezas publicitarias y tampoco testea sobre cómo funcionan, lo cual es un error profesional y político grave. A mi gusto hay un sobre exceso de la figura de Cristina, con todo lo que la defiendo, que es eventualmente hasta perjudicial para el propio proyecto kirchnerista. Esta es una cosa en la que digo que el kirchnerismo (y toda la política), sabe menos de comunicación que las corporaciones o que el sistema Clarín. Clarín desde el '45 hasta hoy tiene un expertise alucinante, se la pasa midiendo a sus audiencias, viendo que pasa con sus productos, lanzando para nichos de mercado. Por eso mide y sabe construir audiencias. El kirchnerismo hace una cosa "vamos para adelante", con toda la épica y su potencia transformadora, pero construye algo medio tosco. Creo que un proyecto político, sea en su discurso político, en su discurso comunicacional, o en sus spots publicitarios, tiene que sofisticar más para interpelar más la complejidad y la diversidad social.
–¿Pero no le parece que desde 2003 el kirchnerismo logró construir una estética propia?
–La creó, con cosas muy bonitas. El momento top, o el más brillante comunicacionalmente, y que no casualmente es una bisagra, es el Bicentenario, como acto en sí y como estética publicitaria. También creó su batería de medios propia, cosa que yo defiendo, pero esa batería fue diseñada de una manera relativamente tosca frente a la sofisticación estética de medios como La Nación, Clarín o Perfil, y con una cerrazón política importante que es la que impide que esos productos de esa batería comunicacional, lleguen a más gente, a mas audiencias y con mayor riqueza. Siempre doy un ejemplo del libro que publicó hace poco Martín Sivak sobre Clarín: cuando describe la relación del diario con el desarrollismo, hay una cosa muy interesante que el kirchnerismo pudo tener en cuenta. Frigerio, Frondizi o el MID no le pedían a Clarín que se convirtiera en un panfleto. Era una cosa hipócrita, sibilina, medio opaca, poco transparente, pero Clarín siguió siendo Clarín, siguió interpelando audiencias muy vastas, siguió sofisticándose y la línea desarrollista iba por los editoriales, en las notas de economía y en otros espacios del diario, durante ese cuarto de siglo que duró la relación. Pero Clarín no se convirtió en un panfleto, sino que conservó autonomía, la frescura de sus secciones blandas. Hizo crecer deportes en dictadura. Me parece que al kirchnerismo le faltó esa astucia por esta cosa de ir al frente con todo.
- En su libro, repasa las formas que adopta la comunicación presidencial y advierte que el kirchnerismo no alcanza a construir voceros que complementen la centralidad de Cristina. ¿Por qué sucede?
– Creo que es consecuencia de una tradición peronista movimientista, del más poderoso del momento conduciendo al peronismo. Y hay un estilo personal en Néstor y Cristina que es verticalista. Me acuerdo las primeras columnas de Mario Wainfeld en Página/12 cuando despuntaba el gobierno kirchnerista, y retrataba a Kirchner como un montañés desconfiado. Ese nivel de centralización en la figura de Cristina tiene mucho de peronismo, y tiene mucho de la marca específica del temperamento de ellos dos. De la carambola histórica que los llevó al poder sin tener un sistema que los respaldara por abajo, del armado que vertiginosamente tuvieron que hacer de una manera medio débil. Pero también creo que ese centralismo conspira contra el kirchnerismo. Luego de ocho o diez años, durante todo este tiempo, pese a toda su potencia política, no generó figuras atractivas. La sucesión es complicada y a la vez una paradoja interesante, pero el kirchnerismo paga relativamente caro esa centralidad que tuvo Néstor y que ahora tiene Cristina.
–Pero usted también dice en el libro que la ausencia de voceros, ocurre porque el guión estructural de Clarín desgasta a cada una de las figuras. ¿Cómo operará en estas próximas elecciones?
–Alfonsín decía que la política no se hace en condiciones puras de laboratorio, entonces, efectivamente, el kirchnerismo o el partido que sea tiene trabas formidables con los medios. Clarín y La Nación, cuando surge alguien poderoso desde el poder central, lo destrozan. Todo el tiempo hablo de las limitaciones del discurso kirchnerista pero también todo el tiempo digo que no es una tarea fácil, porque las audiencias y los medios miran la comunicación del Estado con un alto nivel de desconfianza. No estás vendiendo un chocolatín y no pasa nada: tenés niveles de resistencia, de defensa, de sospecha y de suspicacia espantosos, contra los cuales confrontar todos los días. «
"No son omnipotentes"
"¡Pero atentos!", ataja Blaustein: "Los medios no son omnipotentes y la prueba está en que el kirchnerismo ganó varias elecciones con el sistema Clarín en contra, así es que basta de decir que son omnipotentes y que construyen realidad permanentemente. La gente no es pelotuda”.
–Pero el sistema que usted menciona no para de hablar del "fin de ciclo del kirchnerismo". ¿Cómo lo interpreta?
–Es un intento de instalación de construcción de realidad de la derecha mediática y de la oposición política que tiene algunos rasgos de verosimilitud. Es sorprendente como todo el kirchnerismo espera de Cristina que saque un conejo de la galera y sea la mujer maravilla. No sé si hay un fin de ciclo, pero hay una necesidad de que el discurso político y mediático del kirchnerismo se renueve.
–¿Cree que el modelo autocelebratorio de 6,7,8 ha llegado a un límite en la estética del kirchnerismo?
–El programa 6,7,8 no es maniqueo porque es kirchnerista, sino porque es profundamente televisivo donde manda esa lógica del impacto. Hay un capítulo en el libro sobre 6,7,8 así como hay otro sobre Lanata. Yo preferiría un programa de más serenidad, pero sé que televisivamente funciona mucho más la estética del shock. Pero respecto a la tendencia autocelebratoria del kirchnerismo, voy a hacer una comparación histórica delicada: el menemismo fueron diez años de destrucción, el kirchnerismo ya cumplió el mismo tiempo de reparación, pero no hicimos la revolución socialista, sigue habiendo bolsones de pobreza, inflación, cantidad de desafíos, pero el kirchnerismo sigue hablando como si todo estuviera ya hecho. Lo entiendo humana, política y sociológicamente porque fui militante, pero me resulta doloroso cuando el kirchnerismo repite errores de la parte fulera del setentismo.
–¿Usted cree que la Ley de Medios va a ser recordada como uno de los aciertos del kirchnerismo en el futuro?
–Me da la sensación que será recordada como la discusión de Laica o Libre, ojalá como la reforma universitaria. Creo que sin la aplicación de los artículos centrales de la ley se siguen pudiendo hacer cosas. No me gusta la aplicación que está haciendo el gobierno respecto a la desmonopolización de otros grupos comunicacionales, como dice el experto Martín Becerra. Parte de lo central del experimento depende de lo que diga la Corte Suprema, en cuanto a que Clarín tenga una menor predominancia de la que tiene ahora, pero aún aplicando la ley Clarín seguirá siendo muy potente, porque es un fenómeno cultural no es solamente un tema de Magnetto malo confabulador, sino de audiencias que siguen eso.
(Diario Tiempo Argentino, domingo 21 de julio de 2013)