HISTORIA / ¿Por qué Geopolítica? / Escribe: Alberto Methol Ferré






Patria Grande y Geopolíticas es el tema del informe de este Nexo. ¿Por qué geopolítica? Hace ya muchos años Josué de Castro decía “esta palabra tan comprometida, tan execrada, debe ser rehabilitada en su verdadero sentido”. Su sentido es sencillo, elemental.

Las cosas obvias de tan evidentes ni se las ve. Si la política es la relación del hombre con el hombre tomado en su conjunto, es siempre relación “localizada” en espacios concretos. El hombre es animal terrestre y político, por lo que hace naturalmente “geopolítica”, aunque sea de modo ingenuo, no explícito. No hay historia sino en espacios, “especializándose”. Lo que no impide que haya gentes que cuentan la “historia” con una gran desatención de los espacios. Pero la historia no es tiempo, sino espacio-tiempo. Los tiempos solos o los espacios solos son muy abstractos. Tanto, que la geopolítica es obviamente anterior a la “geografía”, una abstracción muy posterior, que separa la tierra de la política.


El espacio humano está siempre cualificado políticamente. No hay Estado sin territorialidad. El espacio sólo es neutro en tanto no dominado por el hombre, apenas dominado se “politiza”. Las luchas y conflictos humanos implican siempre conflictos y desplazamientos espaciales. En todas las dimensiones desde la casa, pasando por la fábrica, hasta el Estado. De tal modo que, sin pretensión de precisión “científica”, sólo para una noción, para entrar en tema recordemos -entre las muchas- alguna definición de geopolítica. Arthur Dix dice: “es la ciencia que estudia la morada y esfera de poderío de los Estados. Su campo de observación es la superficie de la Tierra, contemplada como lugar de actividad de las sociedades humanas y escenarios donde se desarrolla la vida de los pueblos organizados en Estados. Ocúpase, por consiguiente, de las relaciones de las colectividades en el espacio que habitan y el área de tráfico”. Otros son más sencillos, así nada menos que el “Dr. Fausto” de la geopolítica, Karl Haushofer: “Geopolítica es la ciencia de la vinculación geográfica de los acontecimientos políticos”. Un análisis geográfico de la política y un análisis político de la geografía.

Pero todo esto es demasiado general. Nos importa más concretamente ¿por qué geopolítica en América Latina? ¿Puede haber una “geopolítica latinoamericana”? ¿Puede interesar? ¿No habrá sólo geopolíticas argentinas, brasileñas, peruanas, chilenas, etc.? ¿Pueden tener un impulso y una referencia unitaria, latinoamericana? Digamos sólo como primera aproximación: puesto que no hay pueblo en plenitud sin “autoconciencia política de su tierra”, la cultura latinoamericana, el pueblo latinoamericano -compuesto de todas nuestras patrias- requiere para su autoconciencia gestar también su “conciencia geopolítica”. Dejar de sentir sólo sus fragmentos, y también “totalizarse”. Unirse, Y la unidad como realización práctica, comienza en la cabeza, en la inteligencia.

Tomemos un caso de preocupación geopolítica latinoamericana. Se trata de algunas citas que nos parecen significativas del S.E.P. (Servicio de Educación Popular, una organización de trabajadores cristianos latinoamericanos), extraídas de unos Apuntes de 1975. “La geopolítica ha sido definida por mucha gente y ha sido despreciada también por mucha gente. Entre los que han despreciado la geopolítica, nos hemos contado los trabajadores y en general las poblaciones de los países pobres, porque la geopolítica ha sido manejada, ha sido planteada, ha sido estudiada por los que tradicionalmente han dominado el mundo. Pero la primera conclusión que debemos sacar es, que, porque esta ciencia haya sido manejada por los que nos han dominado tradicionalmente, eso no nos da derecho a nosotros a dejarla de lado, a desconocerla, porque simplemente existe y si existe e influye en nuestra vida es preciso que la conozcamos, para saber cuál es su incidencia y para saber en qué medida la podemos utilizar, en qué medida, en caso de que no deseemos utilizarla, la podemos neutralizar”.

Los Apuntes del S.E.P. prosiguen diciendo que en tanto los dominadores geopolíticos tienen una visión global de nosotros, nosotros carecemos de ella. Porque ellos nos totalizan, nos controlan eficazmente. Y entonces, para liberar a América Latina hay que conocerla, tener una perspectiva de ella no abstracta, sino “aterrizada”. Este interés geopolítico de sectores de trabajadores latinoamericanos tiene escasos antecedentes. Pero los hay. Por ejemplo en los “Labour colleges” (Colegios obreros ingleses de los años 20. Ver J.F. Horrabin “Manual de geografía económica” Ed. Claridad. Buenos Aires. Sin fecha). El reverso obrero de la perspectiva imperial. Pero adentrémonos más en el ¿por qué geopolítica en América Latina?

A la verdad, la geopolítica siempre me ha interesado. Pero no es un asunto personal, un “hobby”. Es cuestión ligada a procesos objetivos de la historia latinoamericana. Por eso, me siento autorizado a tomar el hilo de mi experiencia personal para señalar de modo más viviente, menos esquemático y distante, algunos caracteres de la situación geopolítica latinoamericana. En 1972 introdujimos perspectivas geopolíticas en el Departamento de Laicos del CELAM, cuyo Presidente era el obispo paraguayo Mons. Bogarin y su secretario ejecutivo el Ing. Luis Meyer. Principalmente desde una reunión en Asunción en mayo de aquel año, en la que participaron justamente entre otros, José Aguilera, dirigente obrero chileno, de M.O.A.C (luego uno de los fundadores del S.E.P. junto con el uruguayo Carlos Duran y el brasileño Tibor Sulik) y Luis Horacio Vignolo. La introducción de la geopolítica en el Departamento de Laicos del CELAM tenía dos motivos muy claros. Uno de necesidad “interna”, otro de presión “externa”.


La “necesidad interna” era bien comprensible. La escala de la misión del Depto. de Laicos exigía una mirada “articulada” de América Latina, que era su campo de acción. Un campo de acción tan inmenso, que so pena de un andar errático debía ponerse un orden, indicar proporciones, diferenciar lo principal de lo secundario. En una palabra, no nos alcanzaba enunciar a América Latína como un “bulto”. Eso no nos servía, no nos daba ningna orientación. Las meras generalidades eran un naufragio. Por ejemplo la “dependencia” de Brasil no es igual que la de Honduras, ni sus procesos, significados y proyecciones equivalentes. Había que comparar, situar, relacionar, no de modo estático sino dinámico. Había concentraciones urbanas industriales y gigantescas extensiones vacías con muy diversas problemáticas apostólicas. Había que seleccionar los lugares estratégicos, que economizar esfuerzos y encontrar los modos de mayor comunicación, etc. Todo debía ser unificado en un solo cuadro. América Latina no podía ser para nosotros un “objetivo declamativo”, la habitual retórica de la invocación. Diría Comte, había que alcanzar una “anatomía” y una “fisiología” del cuerpo histórico latinoamericano. Por eso la “geopolítica” se convirtió en una necesidad. Si no “totalizábamos” de modo diferenciado y dinámico a América Latina, no podíamos “operar” de modo sensato. Para no caer en lo “indiferenciado”, el Dpto. de Laicos del CELAM debió -entre otras cosas- hacerse “geopolítico”, desde una perspectiva eclesial latinoamericana. Por esas exigencias, redescubrimos entonces a Mario Travassos, muy borrado entre los hispanoamericanos, pero no por cierto en Brasil. O mejor, en el Ejército de Brasil, pues por aquellos tiempos no hubo intelectual brasileño que encontrara y no le preguntara por Mario Travassos que nos había facilitado el diseño básico de América del Sur, y ninguno le conocía. Lo que muestra la verdad de aquel aserto que solía repetir Darcy Ribeiro: “El drama actual del desarrollo de América Latina reside en gran medida en el divorcio entre sus tres élites intelectuales fundamentales: la clerical, la militar y la universitaria. Hasta que no haya convergencia entre esas tres élites, no habrá vigor para la independencia de América Latina”.

Queda claro que el mirador latinoamericano del CELAM nos exigió un pensar geopolítico. Sólo el mirar geopolítico nos salvaba de lo amorfo. Esto, en lo que respecta al motivo de la “necesidad interna”. En cuanto al otro motivo, el de la “presión externa”, ese tenía nombre propio: se llamaba Brasil.

En efecto, podría decirse que la “geopolítica”, en América Latina, es ante todo Brasil, viene de Brasil. Viene de Brasil como práctica y como especulación, mirar. Al iniciarse los años 70 era un hecho el “milagro” de la industrialización brasileña, de su formidable expansión interna, en la asociación de un Estado autoritario militar y grandes corporaciones. El gigantesco cuerpo brasileño vibraba en todas las direcciones. Está en el centro de América del Sur y llegaba a todos sus vecinos. Las líneas divisorias, se volvían fronteras vivientes. Recuerdo que entonces, luego de una recorrida por América del Sur, exclamé en un artículo: “Las bandeiras asoman en todas las fronteras”. Por supuesto, “bandeiras” modernas. Entre los materiales que se examinaron en aquella reunión de Asunción estaba un ensayo del chileno Alejandro Magnet titulado: “Brasil: gran Potencia del año 2.000″.

La dinámica brasileña ha comenzado a despertar por “dentro” a América del Sur. Antes los imperios venían de “fuera”, no hacía falta entonces la radiografía interior de América Latina. Ahora, por fin, la industrialización nos interiorizaba, y el revulsivo no podía ser sino producto de la mayor posibilidad latinoamericana, Brasil. Por eso, la geopolítica como “atmósfera” latinoamericana tiene poco más de quince años. Me atrevería hasta a fechar: 1967. Allí Golbery de Couto e Silva -que venía publicando artículos geopolíticos desde 1955- los reúne en libro: “Geopolítica del Brasil”. Esta es la obra que precipita la nueva “atmósfera”. Y la primera reaccción no podía venir sino de una “frontera” sensible, el Uruguay. El fenómeno fue inmediatamente registrado por un recordado y querido amigo, Vivián Trías, que publicó enseguida, en el mismo año, “Imperialismo y Geopolítica en América Latina”. Una respuesta a la pretensión del “sub-imperialismo” brasileño de Golbery de Couto e Silva. También los brasileños cuestionaban tal pretensión, el más notorio fue el riograndense Paulo Schilling.

Esta preocupación rioplatense ante la marcha “hacia adentro” de Brasil tiene otro antecedente próximo, el ensayo “Ejército y Política” de Arturo Jauretche, publicado en febrero de 1958, profundamente impresionado ante el significado de la fundación de Brasilia por Juscelino Kubischec, saliendo de la “costa atlántica” carioca. Allí Don Arturo muestra la coherencia de la geopolítica brasileña y la falta de una geopolítica argentina. Esa publicación de Jauretche era “su parte” de una obra que proyectamos escribir juntos en 1956 sobre cuestiones geopolíticas latinoamericanas. ¿Y de donde venía mi inquietud en estas cosas? Desde 1955 en otra revista “NEXO”, no latinoamericana como esta, sino uruguaya, que sacábamos con Ares Pons y Reyes Abadie, tenía yo una obsesión: el fin de la inserción del Uruguay, del Río de la Plata en el Imperio Británico. Y entonces pensaba del Uruguay que, por ser “frontera”, había sido históricamente dos posibilidades: Banda Oriental (solución “argentina”) y Provincia Cisplatina (solución brasileña). Había resultado sin embargo la anulación de esas dos posibilidades inherentes a la frontera, y había nacido el Uruguay como neutralización, es decir, la solución no de la tierra, sino del mar (Inglaterra). Pero ahora vivíamos la retirada inglesa. ¿Qué hacer? No cabía más camino que “latinoamericanizarnos” y ser a la vez “Banda Oriental” y “Provincia Cisplatina”. Ser nexo y no cuña. Tal el designio. Sólo en 1967 publiqué mi parte: “El Uruguay como Problema”. Aquí la cuestión es exactamente la inversa de Brasil. No es la expansión, sino los límites de todo intento de desarrollo puramente “uruguayo”. Es la inviabilidad de nuestros países si no se “latinoamericanizan”. Por eso me importó la geopolítica, para entender cómo reinsertar mi propia patria en el árbol latinoamericano de ramas tronchadas. Y el Uruguay se me volvió símbolo de la falta de destino de todos los países latinoamericanos, salvo Brasil, si persisten en políticas anacrónicas de campanario. De tal modo, para mí América Latina es a la vez una experiencia y exigencia nacional y eclesial.


Todo nos lleva así a la recuperación de Bolívar, San Martín, Lucas Alamán y tantos otros, de la generación frustrada de la primera independencia. Luego de ellos se perdió la visión totalizadora, y quedaron los fragmentos dispersos. Sólo en nuestro siglo, vuelve el “latinoamericanismo”. Primero con los poetas y literatos modernistas. El que acuñó la designación “Patria Grande” fue el argentino Manuel Ugarte. Había algunas ideas geopolíticas sueltas. Pero la articulación comienza, de modo independiente, por dos caminos, a fines de los años 20. Por un lado Haya de la Torre, con su “espacio-tiempo” indoamericano donde diferenciaba la dinámica de “cuatro sectores” básicos: México, Centroamérica y el Caribe; los países andinos o bolivarianos; Chile y los países del Plata; Brasil. Por otro lado, Mario Travassos que diferencia también “cuatro regiones” esenciales. Una, México, Centroamérica y el Caribe. Otra, América del Sur, con tres regiones: los países del espinazo andino, y hacia el Atlántico, las dos grandes cuencas, la del Amazonas y la del Río de la Plata. Es decir, no es una división por países, pues varios participan en más de una región. El que participa de las tres regiones que es la intersección de las tres es Bolivia, el turbulento “corazón de América del Sur”. Pero no sigamos, porque desde aquí, poco a poco, comienza a nacer la geopolítica en América Latina.

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