Se trata de un coronel que apenas sobrepasa los 50 años, llegado a la Universidad de la Plata para dar una conferencia sobre Defensa Nacional. Se dice que es uno de los más capacitados de su promoción pero se supone que lo será solamente en cuanto a ejercicios militares y disciplina de los comandos. Sin embargo, a poco de iniciada la exposición afirma: "Indudablemente, la Nación se ha engrandecido, pero existe el problema del cosmopolitismo, con el agravante de que se mantienen dentro de la Nación, núcleos poco o nada asimilados." Entre los oyentes, Raúl Scalabrini Ortiz se sorprende y piensa: "¿Acaso este coronel ha leído algo sobre colonización pedagógica, sobre europeización cultural?" Pero el coronel aborda ahora el tema social: "Todos los años, un elevado porcentaje de ciudadanos, al presentarse a cumplir con su obligación de aprender a defender a su Patria, deben ser rechazados por no reunir las condiciones físicas indispensables, la mayoría de los casos originados en una niñez falta de abrigo y alimentación suficiente. Y en los textos de geografía del mundo entero, se lee que somos el país de la carne y del trigo, de la lana y del cuero. Es indudable que una gran obra social debe ser realizada en el país..."
Scalabrini se sorprende aún más de que este militar se preocupe por el bienestar de sus compatriotas. Si bien no cae en el antimilitarismo abstracto –pues ha conocido militares irigoyenistas que se han jugado la vida pocos años atrás para recuperar la soberanía popular–, le suenan insólitas estas ideas en la cátedra de Defensa Nacional que se inaugura ese día. Pero el coronel va más allá aún: "Durante mucho tiempo, nuestra producción y riqueza han sido de carácter exclusivamente agropecuario", es decir, critica aquello que Scalabrini, en sus libros, ha denominado "primitivismo agropecuario".
Asombrado, continúa escuchando: "El capital argentino, invertido así en forma segura pero poco brillante, se mostraba reacio a buscar colocación en las actividades industriales, consideradas durante mucho tiempo como una aventura descabellada y, aunque parezca risible, no propia de buen señorío. El capital extranjero se dedicó especialmente a las actividades comerciales, donde todo lucro, por rápido y descomedido que fuese, era siempre permitido y lícito, o buscó también seguridad en el establecimiento de servicios públicos o industrias madres, muchas veces con una ganancia mínima respaldada por el Estado. La economía del país reposaba casi exclusivamente en los productos de la tierra, pero en su estado más innoble de elaboración que luego, transformados en el extranjero con evidentes beneficios para sus economías, adquiríamos de nuevo ya manufacturados. El capital extranjero demostró poco interés en establecerse en el país para elaborar nuestras riquezas naturales, lo que significaría beneficiar nuestra economía y desarrollo, en perjuicio de los suyos y entrar en competencia con los productos que se seguirían allí elaborando. Esta acción recuperadora debió ser emprendida evidentemente por los capitales argentinos o por lo menos que el Estado los incitase, precediéndolos y mostrándoles el camino a seguir (...) La guerra del '14 al '18, con la carencia de productos manufacturados extranjeros, impulsó a los capitales más osados a lanzarse a la aventura y se establecieron una gran diversidad de industrias, demostrando nuestras reales posibilidades. Terminada la contienda, muchas de estas industrias desaparecieron por artificiales unas y por falta de ayuda oficial otras (...) El Estado no supo poseer esa videncia que debió guiarlas y tutelarlas (...) Hemos gastado en la adquisición de material de guerra, pagándolo a siete veces su valor (...) Una política inteligente nos hubiera permitido montar las fábricas para hacerlas en el país (...) Y eso se puede hacer extensivo a las maquinarias agrícolas, al material de transporte, fluvial y marítimo, etc. (...) La Defensa Nacional exige una poderosa industria propia y no cualquiera, sino una industria pesada." La sorpresa de Scalabrini alcanza al límite porque eso lo han venido diciendo él y sus compañeros desde el sótano de FORJA desde hace una década, sin que ningún diario ni radio lo reprodujera.
Pero lo más notable es que el coronel propone soluciones: "Es indudablemente necesaria una acción oficial del Estado que solucione los problemas y que proteja a nuestras industrias (...) Las escuelas industriales, de oficios y de química, industrias electrotécnicas, etc. deben multiplicarse (...) Y como condición óptima, la necesidad de disponer de una numerosa flota mercante propia (...) Y lo manifestado para el comercio marítimo, debe extenderse a las comunicaciones terrestres y fluviales (...) cuidadosamente orientadas por una sabia política."
Luego, agrega: "Los países siempre tratan de someter, a las economías probables adversarias, a cierto vasallaje (...) y por eso, habrá que realizar una guerra implacable a las finanzas de las naciones adversarias (...) Eso es la Defensa Nacional."
Concluida la conferencia Scalabrini participa de un banquete al que concurre el coronel. Entonces, en el menú del restaurant le escribe: "Coronel, le vamos a pedir los trencitos", lo firma y se lo hace llegar por un jovencito forjista. El coronel es ahora quien se sorprende: "¡Cómo, el autor de la Historia de los ferrocarriles está aquí! Pero, caramba, preséntemelo, pues." Así estrechan sus manos pro primera vez el coronel y Raúl Scalabrini Ortiz. Sólo cambian algunas frases, pero, al despedirse, el coronel le dice sugestivamente: "En cuanto a su pedido, confíe en que los tendrá, Scalabrini. Después, en el reverso de la tarjeta escribe: ¡Para la filial universitaria de FORJA, de La Plata. Muy afectuosamente! Juan Domingo Perón."
(Diario Tiempo Argentino, sábado 9 de junio de 2013)