La oposición política y mediática trata de instalar la idea general de un "fin de ciclo" kirchnerista con más premura que éxito. Este deseo adquiere alguna materialidad en un solo dato de la realidad, por ahora inevitable: no hay reelección y tampoco decisión de Cristina Kirchner de reformar la Constitución Nacional. El resto, revestido bajo la falsa agudeza del análisis contratado, es tratar de poner un punto final al proyecto político surgido en 2003, que en verdad aún exhibe una robusta y ferviente capacidad de movilización, mayorías parlamentarias prácticamente intactas, un núcleo duro de votantes leales que sus adversarios ni sueñan y una serie de iniciativas que lo colocan más en el centro del escenario de disputa que huyendo por los techos de la historia. Pero los pronósticos crepusculares, atentos a esta circunstancia, absolutamente excepcionales, tienen otra finalidad, también de carácter extraordinario. Cuando hablan de "fin de ciclo" no imaginan un recambio institucional clásico, no promueven un "poskirchnerismo". Están planteando que "hasta acá llegamos" y es hora de que el péndulo recorra el camino inverso. Quieren cavar una zanja de Alsina simbólica para detener el malón democrático que los acecha. Un territorio de sentido donde los diez años de interpelación a sus privilegios se lean como algo que llegó demasiado lejos y debe cesar, de cualquier modo, porque de seguir adelante, las cosas empeorarían para todos. En síntesis, pretenden explicar que llegó el momento de la corrección de una anomalía que cuestiona las bases mismas del país conservador. El "ciclo" del que hablan no es la temporalidad constitucional del ejercicio gubernamental de Cristina Kirchner. Es más que eso. Es todo lo que sucedió por abajo en una década de transformaciones políticas, económicas, culturales y sociales, de las más profundas en democracia. Van por la restauración del viejo orden de las cosas. Con un agravante: saben que nadie gana elecciones prometiendo la vuelta al infierno. Entonces se convencen de que pueden hacerlo, otra vez. Porque la historia es rica en las profecías autocumplidas de la derecha nacional contra todos los movimientos populares emancipatorios. Hubo un "fin de ciclo" para el yrigoyenismo, que desembocó en la primera dictadura, la de Uriburu, con prisión y persecución a dirigentes sindicales, socialistas y comunistas. Hubo un "fin de ciclo" para los dos primeros gobiernos de Perón, que no trajo la libertad y la justicia supuestamente conculcada por la "tiranía" de los votos sino 18 años de proscripción de la mayoría política, la supresión de las conquistas sociales y una larga cadena de dictaduras, cárceles y exilio, que terminó perjudicando aun a los no peronistas, hundiendo al desarrollismo continuador del industrialismo de mediados del '40, expulsando con los laboratorios extranjeros al reformista honesto de Illia y sumiendo en la oscuridad a la UBA con La Noche de los Bastones Largos, produciendo un atraso científico y tecnológico del que recién ahora se está saliendo. Hubo un "fin de ciclo" para el tercer gobierno peronista de los '70, boicoteado por la violencia de época, que tampoco inauguró un proceso de "paz y reorganización nacional" sino el mayor genocidio del que tengamos memoria y el cambio definitivo de la matriz económica en beneficio de los grupos monopólicos. Hubo un "fin de ciclo", también anunciado en la tapa de los diarios tradicionales, para Raúl Alfonsín, el artífice de la transición, acorralado por la hiperinflación y el chantaje de los exportadores y el FMI, que inauguró el remate del patrimonio público y el endeudamiento como sostén de una fantasía –el uno a uno–, que estalló en el 2001, con un acorralamiento de los depósitos, una devaluación salvaje, un default y el paisaje social inundado de desocupados y ollas populares.
Como puede advertirse, siempre hubo "fines de ciclo" para ciertos gobernantes. No es casualidad que hayan sido aquellos que, con mayor o menor éxito, desafiaron los privilegios de los poderes fácticos, es decir, los poderes no democráticos, nacionales y extranjeros. Y siempre las promesas, escritas con la punta de las bayonetas y acunadas en la zozobra económica prefabricada, terminaron volviéndose en contra, incluso, de los que mostraban con tibieza o enjundia algún grado de acuerdo con los salvadores de la Patria de todo tiempo y lugar. "Fin de ciclo", hoy, quiere decir dar por acabado el proceso de fomento a la reindustrialización, de impulso a la ciencia y la tecnología, de juicio y castigo a los genocidas, de intervención estatal en la economía, de desendeudamiento, de combate heterodoxo a la inflación, de creación de un mercado interno, de sostenimiento de las fuentes de trabajo, del instrumento paritario, del equilibrio en la balanza de pagos, de las políticas sociales como la AUH, entre otras virtuosas medidas de la última década. Peor aún, si Cristina ungiera a un delfín para continuar adelante con ellas, en el marco de la lógica sucesión democrática y fuera revalidado en las urnas por las mayorías populares, seguirían hablando de "fin de ciclo" porque es el modo que tienen para plantarse ante el cambio que detestan. No quieren más de lo mismo. No quieren más. ¿Será porque ya lo tienen todo?
Los discursos republicanistas, la prosa salvífica, la retórica incendiaria, las cruzadas honestistas, el espiral de odio al otro, las lecturas paranoides de la realidad, forman parte del diccionario de los que, llegado el punto, no quieren más de eso mismo que los cuestiona. Pero sería un riesgo olvidar que gran parte de los desastres en la Argentina fueron perpetrados por sujetos o sectores que venían a rescatar al país de algún desastre y luego lo dejaron en estado de coma o catástrofe. La experiencia indica que los dueños del poder y del dinero, cada vez que reiniciaron un ciclo antidistribucionista, de recaptura de la renta intervenida por gobiernos populares, lo hicieron de modo salvaje y con secuelas dramáticas. El orden que reconstruyen para ellos no es otra cosa que el desorden para la mayoría.
El kirchnerismo no es un hueso fácil de roer. Coopera la anacronía de la oposición política que actúa bajo el guión de las corporaciones, creyendo que los puntos de rating son equivalentes a los votos potenciales que podrían lograr. Confundiendo sets de televisión con las barriadas donde vive la gente que podría catapultarlos con su elección a un estado de alternativa. No le encontraron la vuelta en una década, difícil que lo consigan ahora. La espectacularización mediática de las protestas caceroleras fueron un espejismo del partido del "fin de ciclo". Pero el antikirchnerismo social y político es una fuerza desmembrada, huérfana de programa aglutinante. El rechazo por el rechazo mismo, está visto, no genera una política superadora ni en el corto ni en el mediano plazo. La memoria de los '90 y el fracaso del amontonamiento de la Alianza, grabada a fuego en el inconsciente colectivo, funciona en los hechos como anticoagulante incluso entre los múltiples ofendidos con el oficialismo. La vanidad de sus referentes, de Carrió a De la Sota, de Macri a Solanas, tampoco los ayuda.
En el acto del 25 de Mayo, Cristina llamó a la sociedad a empoderarse en defensa de lo conquistado en estos "nuevos años felices". Hizo lo que la oposición no hace, porque no sabe, porque no tiene: defendió un programa ("esto no es un modelo económico, es un proyecto político") y habló, como nadie lo hace, del futuro. ¿Qué otra fuerza impulsa, con la potencia del oficialismo, el trasvasamiento generacional de sus dirigentes? Ninguna. ¿Qué otra fuerza tiene un liderazgo tan claro e incuestionable filas adentro como el kirchnerismo? Ninguna. Por momentos, la sensación es que hay un sistema propio de generación constante de iniciativas gubernamentales orbitado por satélites opositores que sólo alcanzan a brillar débilmente cuando el kirchnerismo los enfoca o el Grupo Clarín SA los azuza desde su diario y sus licencias a actuar en defensa de sus intereses monopólicos. No hay autonomía en sus planteos, hay una caricatura enfática, poco o nada convincente, que no cosecha adhesiones masivas ni orgánicas. ¿Sería una locura afirmar que los antikirchneristas silvestres le desconfían más a la oposición que al kirchnerismo? En un punto, el oficialismo es más previsible en sus decisiones, las buenas y las malas, que la oposición. Como si en un futuro improbable, los hartos de hoy pudieran escucharse diciendo: contra el kirchnerismo estábamos mejor. Y de inmediato sacudieran la cabeza para arrancarse la pesadilla.
El "fin de ciclo" enunciado por el orden conservador es como un eco. Lo que agoniza es un paradigma que entendía el rol exclusivo del Estado como garante de la renta de los grupos económicos, que naturalizaba una sociedad dual de incluidos y excluidos, que festejaba la sumisión a los organismos multilaterales de crédito como el modo eficiente de insertarse en el mundo, que cedía a las corporaciones el poder de veto sobre los funcionarios de las áreas que involucraban sus negocios, que veía a la dolarización de la economía como una extravagante ventaja, que fugaba el trabajo argentino a cuentas de veinte familias, que se resignaba al asesinato de la industria en el altar agroexportador, que pensaba al Poder Judicial como mandadero y que reducía la política a la administración precaria de lo existente. Ese es, en realidad, el ciclo que está terminando y tiene al kirchnerismo como sepulturero.
Los cambios sociales, económicos y culturales producidos en la sociedad argentina en la década reciente no son fácilmente reversibles. Han cristalizado como valores tangibles de un cambio de época con rumbo de profundización. Se convirtieron en derechos restituidos. Son un piso irrenunciable para el bloque más compacto de los electores, que eligen a Cristina o lo que Cristina finalmente elija. El que lo entienda primero, podrá delinear el futuro con mayor nitidez.
A dos años de su final de mandato, Cristina no padece los dolores típicos del síndrome del pato cojo. Hay un desierto de ideas y figuras menores a su alrededor que colaboran con eso. El proceso político que conduce, ella misma lo viene anunciando, la excede y exuda vitalidades ausentes en los otros. Una elección de medio término por delante no es escollo. Difícilmente el kirchnerismo baje del 40% de los votos en octubre, según los encuestadores de todos los colores, es decir, que en cualquier caso mantendría la supremacía legislativa. El problema para los restauradores del orden conservador ya no es solamente Cristina: es el kirchnerismo orgánico e inorgánico que la reconoce como conductora, en la Casa Rosada o en El Calafate. Un consolidado bloque político, social y cultural que discute, como no sucedía en décadas, la hegemonía del poder real en la Argentina.
Está claro que los restauradores no se la van a hacer fácil. Lo que no logren en las urnas, lo intentarán por otros medios. La saga esmeriladora de la TV con su caravana de bolsos y bóvedas palaciegas, las seis corridas cambiarias que enfrentó el gobierno, la cadena de tapas y zócalos que lo asocian a una dictadura, las satanizaciones mediáticas de sus funcionarios más comprometidos, las alianzas vacilantes con sectores agroexportadores que hoy ayudan y mañana amenazan con dejar la cosecha en las silobolsas, la intención permanente de la élite empresaria local de aislar al país de la comunidad internacional, la agitación de una estampida inflacionaria, las presiones devaluatorias para bajar salarios de los que ignoran el mercado interno, el papel desestabilizante de los fondos buitre; en fin, el escenario turbulento que atraviesa dista de ser un lecho de rosas.
Pero no es menos cierto que el kirchnerismo, lejos de retroceder ante los embates, redobló todas y cada una de las apuestas de los que proponen el caos como solución. A cada desafío, le contestó con una medida mucho más radical en sus efectos.
Así las cosas, la sensación es que los que agitan el fantasma del "fin de ciclo" harán lo imposible por concretar su deseo, pero sabiendo que mientras lo intentan no podrán zafar de mirarse en el espejo.
La década ganada
Después de 37 años, la intransigencia en la negociación paritaria de las cámaras patronales hegemonizadas por Clarín y La Nación y el surgimiento de un nuevo activismo sindical en el sector, logró lo que parecía imposible: un paro de trabajadores de prensa de la rama gráfica, con movilización por distintas redacciones de la CABA. La jornada de protesta amenaza con no ser la única. Mañana, lunes 10, los delegados paritarios y los representantes empresarios volverán a juntarse, pero nada indica que la discusión salga del pantano en el que se encuentra por ahora. La huelga del viernes 7, Día del Periodista, fue para exigir un aumento salarial del 35%, entre otros beneficios. Atrás quedaron las “tomas de empresas”, las “retenciones de tareas” y “las asambleas permanentes”, eufemismos para paralizar las actividades y expresar descontento hace una década, cuando las medidas sindicales tenían como objeto evitar la destrucción de los puestos de trabajo o rechazar rebajas salariales arteras. El cambio operado en estos últimos diez años es sorprendente.
A 57 años de la masacre de José León Suárez
Hoy se cumplen 57 años del Levantamiento de Juan José Valle y la Masacre de José León Suárez, como se conoció la serie de fusilamientos, entre el 9 y el 12 de junio de 1956, de 27 civiles y militares peronistas que se sublevaron contra la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Rojas, en defensa de la democracia y el derecho obrero, la liberación de los presos políticos, el cese de la persecución al peronismo y la vuelta a la Constitución del '49. El escritor y militante montonero Rodolfo Walsh, en su libro Operación Masacre, pudo reconstruir junto a los sobrevivientes civiles la saga criminal clandestina de los basurales, bautismo del Terrorismo de Estado en la Argentina, que 20 años después provocaría la desaparición de 30 mil personas en los campos de exterminio de otra dictadura, la de Videla & Cía. El general Valle fue señalado por sus matadores como el cabecilla de la insurrección peronista sofocada. Antes de ser fusilado, escribió una carta a Aramburu, que se reproduce a continuación:
"Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido. Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta. Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes, escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos.
Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan 100 años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados.
Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones. La palabra 'monstruos' brota incontenida de cada argentino a cada paso que da. Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral.
Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las Instituciones y templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos un solo hombre de ustedes. Y hubiéramos procedido con todo rigor contra quien atentara contra la vida de Rojas, de Bengoa, de quien fuera. Porque no tenemos alma de verdugos. Sólo buscábamos la justicia y la libertad del 95% de los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido político, sin garantías constitucionales, sin derecho obrero, sin nada. No defendemos la causa de ningún hombre ni de ningún partido.
Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen depuesto, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad como no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran terror.
Pero inútilmente. Por este método sólo han logrado hacerse aborrecer aquí y en el extranjero. Pero no taparán con mentiras la dramática realidad argentina por más que tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes.
Como cristiano me presento ante Dios que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino, derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos no sólo de minorías privilegiadas.
Espero que el pueblo conocerá un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable.
Así nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias en sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la patria."
El "fin de ciclo" que Aramburu y Rojas pensaron para el peronismo fue cruel y extenso.
Duró 18 años, en los que el movimiento político surgido el 17 de octubre del '45 fue proscripto, sus seguidores encarcelados y sus símbolos prohibidos. La utopía oligárquica de una Argentina sin Perón y sin el peronismo fracasó. La inestabilidad política, la persecución y la violencia desatada desde el Estado inauguraron un período negro. El 29 de mayo de 1970, Montoneros secuestró y asesinó a Aramburu, e irrumpió en la escena nacional como brazo juvenil del peronismo armado que peleaba desde la clandestinidad por el retorno de su líder exiliado. Lo que pasó después, es historia conocida. Trágica, por cierto. Como todo lo que sucedió desde 1955 a 1983, salvo fugaces respiros, si se pretende reconstruir la memoria completa de aquellos años.
(Diario Tiempo Argentino, sábado 9 de junio de 2013)