Walter Graziano es un economista tan interesante como difícil de clasificar, y parte de esa dificultad proviene de su trayectoria profesional e intelectual. Destacado apologista de la Convertibilidad a comienzos de los años noventa, se transformó tempranamente en uno de los economistas que comenzó a alertar sobre la necesidad de abandonar la paridad cambiaria, y hasta pagó de su bolsillo el viaje del hoy premio Nobel Paul Krugman para dar ese debate en plena etapa neoliberal. Ex funcionario técnico del Banco Central, las críticas a la Convertibilidad le valieron el ostracismo de los medios gráficos y televisivos donde participaba, y algunos años después escribió dos polémicos best sellers –Hitler ganó la guerra y Nadie vio la matriz– donde aborda conspiraciones en la política internacional, el poder de las corporaciones mundiales detrás de los gobiernos y las guerras comerciales que erosionan la globalización, entre otros aspectos. "El establishment siempre va a pedir cualquier cosa que signifique lazos mucho más estrechos con Wall Street y con las principales empresas tanto norteamericanas como europeas. Siempre va a pedir eso, aunque signifique importar el Gran Cañón del Colorado", afirmó en diálogo con Tiempo Argentino.
– ¿Cómo se pasa de defender la Convertibilidad a escribir un libro utilizado por el ex presidente Hugo Chávez para atacar a Bush?
–Eso prueba que nunca fui un economista del establishment. Se decía que yo lo era, pero ¿basado en qué? En que me llamaban muy seguido (los medios) para aparecer. Quizás en algún momento les fui funcional a algunas cosas que el establishment quería hacer en la Argentina. Como por ejemplo la Convertibilidad. Sí, yo fui uno de los primeros tipos que pensó la Convertibilidad. Y en esa época había que hacerlo, lo que no significa que debíamos seguir atados para siempre, había que salir unos pocos años más tarde. Y nadie lo decía. Ahí fue cuando el establishment empezó a tratar de bajarme por los medios que fuera.
–¿Cómo fue eso?
–Nadie te va a decir: "Usted está censurado, está en esta lista negra". No, es algo mucho más sutil. Te empiezan a correr de los lugares que habitualmente ocupas, te dan cada vez más ciclos con menor relevancia dentro de un mismo medio, te bajan los honorarios, hacen lo necesario para que des el portazo y te vayas. Es una censura inteligente que se hace sin que se note. La verdadera censura es más violentamente callada. Les piden a tus anunciantes que no te auspicien, te van recortando las líneas que vos escribís –como por ejemplo me ha pasado en La Nación, por una columna que no le gustó a Cavallo y compañía–. Desde 1997 o 1998 que no escribo en los medios de manera seguida y mi último programa de cable es del 2000. Cuando vos hacés un discurso que dice que hay que salir de la Convertibilidad, mientras no hay riesgos de salida a vos te dejan que hables en los medios, porque eso da la imagen de que hay pluralidad de voces. En cuanto la Convertibilidad empieza a correr riesgos reales de una ruptura violenta, ahí alejás a las pocas voces que puede llegar a haber en los medios con las cuales se ve que hay un agujero.
–¿Qué opinión tiene sobre economistas que tuvieron su auge entonces y que siguen siendo hoy materia de consulta? Se me vienen a la cabeza Miguel Broda, la usina del CEMA, José Luis Espert…
– Todos los que vos nombraste no merecen ninguna objeción, salvo una: se equivocaron mucho en el pasado con respecto a la Argentina. Ahora, cuando escuchás hablar a todos los que nombraste sobre la economía norteamericana o sobre el euro o los problemas financieros que hay en Japón, vas a ver que todos ellos normalmente tienen una apreciable cuota de razón. Lo que a mí me llama poderosamente la atención es: ¿por qué esta gente que normalmente no se equivoca para nada hablando de otros países se equivoca tanto o se equivocó tanto con respecto a la Argentina? De todos modos, no fue propiedad de los economistas el error. También hubo muchos periodistas que se equivocaron mucho. Hubo una buena parte de la prensa que hoy está en los medios llamados mayoritarios de la Argentina que le hizo reverencias a Cavallo y que nunca admitieron sus errores.
–¿Por ejemplo?
–Hacer nombres no me corresponde a mí como entrevistado.
–Se lo digo yo, Marcelo Bonelli.
–Bueno, (risas) evidentemente Bonelli no ha estado nunca en el lado progresista del análisis de la economía, pero no es el único.
–Por esta fecha, el debate es si se trata de una década ganada o perdida. ¿Cuál es su análisis de estos años? –Se aplicó una política cambiaria y una política fiscal que fueron a la vez proactivas en el nivel de actividad –ayudaron al desarrollo industrial rápidamente en la Argentina– y además beneficiaron a los sectores de menores recursos. Tuvieron en la picota los subsidios a las tarifas públicas, pero lo cierto es que cuando se sale de la Convertibilidad en la Argentina, en los primeros años de intenso cartoneo en las principales ciudades, esas medidas ayudaron enormemente a que los sectores más bajos pudieran vivir, lo cual no es poco. Es difícil diseñar un plan económico que sea a la vez proactivo con la política industrial, con los servicios, con la economía del país, y que por el otro lado beneficie a los sectores de menores recursos, porque normalmente las medidas que benefician al desarrollo industrial no son las medidas que equivalen a tirarle dinero a la gente en el bolsillo. Y acá eso es algo que se logró. Fue muy efectiva al inicio, y con el paso de los años empieza a ser una medida menos relevante.
–¿Hay un fundamentalismo en el plano que sigue poniendo el eje en lo fiscal?
–Quizás las cuentas fiscales no cierran tan bien como cerrarían con la derogación de los subsidios, pero por suerte el gobierno tiene claramente en la cabeza que el ajuste fiscal es sólo una de las patas de la mesa, no es el summum de la realidad. El ajuste no implica que vos vas a tener la economía andando bien solamente porque aumentaste los impuestos y bajaste el gasto. Si hay algo por lo cual felicito al gobierno, es por hacer oídos sordos en todo lo que sea fundamentalismo económico. Mal que mal, el fundamentalismo de los noventa se cuela cada vez que puede, no sólo en los medios sino en la opinión personal de mucha gente que opina de economía, de la misma manera que opina de futbol o medicina. Va a la farmacia y pide determinado remedio pensando que eso es lo que tiene que tomar sin que ningún médico lo haya visto. Con la economía pasa lo mismo, mucha gente opina simplemente porque escuchó o leyó alguna cosa.
–Con respecto a esto último, uno de los slogans que se coló en la opinión pública es "Bolivia se financia a tasas más bajas que la Argentina", dicho incluso por legisladores de la oposición.
–Comparar la tasa de financiamiento que Bolivia obtiene con la situación de Argentina es comparar peras y manzanas. Por una situación muy sencilla de entender: Argentina nunca intentó seriamente, en lo que va de la última década K, volver a los mercados financieros internacionales. No intentó colocar bonos, renovar deuda, porque tuvo una política de desendeudamiento. Otros países no intentaron eso. Intentaron poner parte de los recursos naturales que tienen –generalmente minerales– como garantía para conseguir un préstamo. La garantía en el caso de Bolivia es la plata, estaño y gas. Es obvio que si la Argentina también decidiera poner los recursos de los yacimientos de Vaca Muerta –en un estado de desarrollo un poco más avanzado– como garantía de un préstamo se podría obtener un préstamo a tasas muy bajas. Ahora, ¿serviría para algo? Tomar dinero a baja tasa no significa que una economía ande bien. Italia y España tomaron durante muchos años dinero solamente a un punto de sobretasa o punto y medio con respecto a los alemanes, es como si nosotros estuviéramos tomando dinero a un punto de sobretasa de la misma proporción. ¿Implicaba eso que Italia y España anduvieran bárbaro? No, implicaba que los problemas no se veían en España e Italia, porque tenían esa tasa de financiamiento, nada más que eso.
-Pero hay presiones para volver a los mercados.
–El establishment siempre va a pedir cualquier cosa que signifique lazos muchos más estrechos con Wall Street y con las principales empresas tanto norteamericanas como europeas. Siempre va a pedir eso, aunque signifique importar el Gran Cañón del Colorado o excremento de Francia. ¿Por qué? Porque generalmente los grandes empresarios, su base de poder, viene de allá. Y para ello no hay mejor manera que endeudarse. En el sentido de que al endeudarte, comenzás a esclavizarte con esa deuda.
–Usted habla de un cambio en la estrategia para tomar el poder, que pasó de los clásicos golpes de Estado militares a métodos un tanto más sofisticados.
–Lo decía por lo de Honduras, pero es aplicable a lo que después pasó con (Fernando) Lugo. Antes hacías un golpe de Estado con tres generales, tres almirantes y dos brigadieres que convencían a sus pares de que había que meterse en el golpe. Esa es una imagen de dictadura que está en desuso ahora. Berlusconi no asumió solamente porque quiso, fue primer ministro porque representaba los intereses de una clase empresarial que estaba encolumnada detrás de él y que quería hacer ciertos cambios en la economía para beneficiar a los empresarios. También te podría nombrar el caso de la vuelta de Cavallo en la Convertibilidad en la Argentina, que fue una presión a De la Rúa para que lo nombre y vuelva aquella Convertibilidad de inicios de los noventa que nunca debió ser perdida como imagen de lo que debía ser ese plan económica. Si sos una persona maquiavélica que está pensando en dominar un país contra los intereses de la gente que vive, ahí pones un civil especializado en el área que vos quieras dominar especialmente. Entonces, te conviene poner generalmente un economista.
–En los últimos años, el gobierno acusó reiteradamente acerca de movidas desestabilizadoras y golpes de mercado. ¿Tienen asidero?
–Intentos siempre va a haber en una economía que fue tan inestable como esta durante tantos años. Las denuncias en ese sentido son ciertas, me parece, pero no por eso son demasiado importantes. Siempre el poder económico va a intentar presionar, voltear a los funcionarios que no les gusta, intentar poner su gente y que en las elecciones ganen los tipos que más pueden darles una mano a ellos como empresarios.
"Puse plata de mi bolsillo para traer a Krugman"
–¿Cómo fue la experiencia de traer al país al hoy premio Nobel Paul Krugman, crítico de la Convertibilidad, en plena etapa neoliberal?
–Me terminó costando plata. Porque yo no tenía el poder para armar un evento de la medida que lo tienen las corporaciones. Se me ocurrió que traer a Paul Krugman podía ayudar al debate económico en Argentina. Él estaba diciendo en Estados Unidos que había que salir de la Convertibilidad y acá no le daban relevancia, los medios no lo levantaban, no existía Tiempo Argentino. Ámbito, que junto con el Cronista eran los medios donde yo había participado, tenían una tendencia favorable a lo mismo que se escribía en Clarín y La Nación, esa visión de que no había que tocar nada y que todo se arreglaba solo. Y que si llamaban a Cavallo mucho mejor. Krugman luchaba contra eso, porque tenía la visión de que esto estallaba mal. Entonces armé una conferencia, alquilé un salón del Plaza Hotel, hablé con empresas auspiciantes de mi programa de cable. Hubo un faltante que lo puse yo, el objetivo no era ganar plata, sino oxigenar el debate económico en la Argentina.
La reputación de Cavallo
– Usted le da mucha importancia a la conexión entre corporaciones y universidades. ¿Cómo es ese lazo en Argentina?
–Es más sencillo y se ve a simple vista. Las universidades más caras y que tienen más renombre dentro del establishment argentino son digitadas en todas sus cosas (profesores que nombran, planes de estudios) por el propio establishment. En el caso norteamericano era más difícil observarlo, a vos te dicen Harvard y lo primero que vas a pensar es "acá está el nido de la cultura del hemisferio occidental, acá esta el saber". Recién cuando te pones a escarbar, te das cuenta que son las empresas las dueñas de Harvard y que los directivos están puestos por las empresas. Acá tuvimos un ministro de Economía –Domingo Cavallo– que no sabe inglés y que dice que se doctoró en Harvard. Fue dos veces ministro de Economía, se le cayó la Convertibilidad y habla inglés como un indio. Y dice que se doctoró en Harvard. Una de dos. O miente, cosa que no creo. O Harvard también da títulos por amistades, por una cuestión de que "este tipo me sirve en tal país". El principal problema que tiene el CEMA o FIEL es que no han hecho un mea culpa. Si hubiera oído un mea culpa que diga: "Nos equivocamos, se nos fue la mano con lo fiscal, apoyando la convertibilidad, apoyando a Cavallo." Un mea culpa tranquiliza, hace que vos puedas volver a abrir la puerta para creer en lo que alguien dice. Ahora, esta gente no lo ha hecho, y al no hacerlo, lo que digan ahora –aunque muchas veces estén en lo correcto– directamente es desechado por una enorme cantidad de gente que prefiere no volver a perder los ahorros.
(Diario Tiempo Argentino, domingo 2 de junio de 2013)