HISTORIA / Chile y la construcción de un país mirando al Pacífico (primera parte) / Escribe: Julio Fernández Baraibar






La difícil colonia española

El primer español que llegó al actual territorio de lo que hoy es Chile fue Diego de Almagro, en 1536. Fue Almagro el primero en concebir al país como un todo orgánico. Fue Almagro quien le puso a la región el nombre de Chile y generó el gentilicio "chileno". Incluso, la etiqueta de "rotos", como se conoce a los pobres en ese país, deriva de la condición andrajosa de las tropas de Almagro.

Los quinientos hombres que salieron de Lima bajaron en búsqueda del oro del que hablaban los Incas del Perú. Esta información no era más que una trampa que los Incas preparaban a los españoles, ya que planeaban un levantamiento y buscaban de esa manera disminuir la cantidad de tropas españolas en el Perú.

Almagro cruzó el actual territorio de Salta y desde allí atravesó los Andes por el hoy llamado paso de San Francisco. Llegó por fin al Valle de Copiapó con una legión de 240 españoles, un millar de indios yanaconas y un centenar de esclavos negros. Después de varios enfrentamientos con los nativos, lograron llegar hasta la zona del Aconcagua, donde, según noticias, algunas tribus de indios querían negociar con los españoles.

Es en todo este territorio, al norte del río Itata, donde se produjo el originario mestizaje de españoles y aborígenes que caracterizó, en general, a la colonización española. Será recién el extremeño Don Pedro de Valdivia quien logra establecer, después de enormes vicisitudes, la Capitanía General de Nueva Extremadura o Chile.


La llamada guerra del Arauco, entre los conquistadores españoles, acompañados por los grupos indígenas del norte, y los mapuches y picunches se extendió durante varios siglos. El propio Pedro de Valdivia murió en una de sus batallas.

La colonización española en Surámerica se extendía a través del Pacífico. Solo mucho más tarde, con el puerto de Montevideo y el de Buenos Aires habría una vinculación por el Atlántico.

Hasta fines del siglo XVIII, las autoridades radicadas en Santiago de Chile dependieron del Virreinato del Perú, tanto en lo administrativo y militar, como en lo comercial. La particular ubicación de Chile, lejano de lo que entonces eran las principales rutas marítimas y con un gran aislamiento debido a las dificultades de comunicación terrestre, constituyó, desde el principio la principal dificultad de los colonizadores españoles. El permanente estado de guerra que vivía la región hicieron de Chile uno de los lugares más pobres de las posesiones españolas de ultramar. Si bien en un principio, como se ha dicho, el comercio se estableció exclusivamente con Lima, lentamente la Capitanía General establecería una vía comercial, si bien prohibida por la ley, regular e intensa con el puerto de Buenos Aires. Justamente esta vía relacionó a Chile con la región cuyana de este lado de la Cordillera, conformando una suerte de unidad económica y social.

La Junta Nacional de Gobierno

La ola de las juntas locales que se inicia en el continente en 1810 también toca Chile. En septiembre de 1810 se crea una Junta Nacional de Gobierno, presidida por quien hasta ese momento se había desempeñado como Gobernador, Mateo de Toro y Zambrano. Un estudiante porteño que participó activamente en el clima político que desembocó en la Junta tuvo posteriormente una intensa actividad en su país: Manuel Dorrego. Los diversos sectores sociales que conformaban los criollos, como en todo el continente, encontraron en la prisión del rey español en Bayona la excusa para sus pujos de autonomía, algunos, y de independencia, otros.

El historiador argentino-chileno Luis Vitale establece cuatro etapas para estos años iniciales de la independencia:

a) De septiembre de 1810 al golpe de estado que dio José Miguel Carrera en noviembre de 1811. La figura más destacada de ese período fue el mendocino Juan Martínez de Rozas. Su posición era la de acercar la Junta chilena a la que había surgido en Buenos Aires. La ayuda recíproca era vital para hacer frente a los ejércitos que el virrey enviaría desde el Perú y la región oriental de la actual Bolivia. La posición que triunfa en estas jornadas es la de los criollos moderados -y muchos españoles europeos- que sostenían a la Junta ante la prisión de los reyes españoles, pero que no aspiraban a la independencia. Eran llamados por sus enemigos como “los pelucones”, una forma irónica de aludir a la continuidad de la monarquía. Quienes militaban en el bando más independentista recibían el mote de “pipiolos”, despectiva forma de aludir a su juventud, su irreflexión y entusiasmo por las nuevas ideas. Eran en última instancia lo que luego se conocería como conservadores y liberales. Los primeros expresaban los intereses latifundistas del campo y los comerciantes de la ciudad. Unían a su hispanismo y conservatismo social, un profundo espíritu localista y provinciano. Los llamados “estanqueros”, el grupo de comerciantes que maneja el monopolio fiscal sobre licores, yerba y naipes es el núcleo de esa burguesía comercial, que veremos más adelante.

b) Desde el golpe de Carreras al desastre de Rancagua, el 1 y 2 de octubre de 1814. En ese período se destacan las personalidades enfrentadas de Carreras, caudillo militar de Santiago y de Bernardo de O'Higgins, el caudillo de Concepción. Dice sobre ello Jorge Abelardo Ramos “Los Carrera pertenecían a lo que Segall llama la "fracción burguesa más progresista" de la época, pues, curiosamente, en Chile existía una burguesía minera de importancia, interesada en el comercio con el Pacífico y cuyas relaciones con el pujante capitalismo norteamericano constituyen el telón de fondo de la política chilena en la primera década revolucionaria. La lucha entre Carrera y O'Higgins, vinculado este último a la Logia Lautaro de San Martín, respaldada a su vez por los intereses británicos, se explica a la luz de las íntimas relaciones mantenidas entre José Miguel Carrera y el agente diplomático norteamericano Joel Robert Poinsett. Este último contribuye a la redacción de la Constitución de la Patria Vieja y resulta un pilar del partido carrerista. O'Higgins, por su parte, que ante la amenaza española disputa el poder con Carrera, formaba parte del sistema terrateniente-liberal interesado en la relación con el Imperio Británico y en su apoyo al movimiento de la Independencia”. Con la derrota de Rancagua termina el período que se conoce como Patria Vieja.

c) De Rancagua a la victoria militar patriota de Chacabuco. Entre 1814 y 1819, llegaron a América más de 30.000 soldados. Hacia 1815 estaba restablecido el dominio español en casi toda Hispanoamérica. Las tropas de Mariano Ossorio restablecieron el poder monárquico en Chile y tanto su gobierno como el de su sucesor Marcó del Pont reprimieron con violencia y sin misericordia al movimiento criollo. Este período de reacción conocido como “La Reconquista” logró unificar las fracciones criollas con el objetivo de echar a los españoles. Carrerinos y o'higginistas aunaron fuerzas en el interior del país y, desde Mendoza, colaboraron en la formación del Ejército de los Andes.

Bernardo O'Higgins fue, en esta etapa, la expresión más decidida de las ideas independentistas. A su vez, el abuso cometido por los españoles engrosó las tropas patrióticas con sectores populares que hasta entonces habían permanecido indiferentes a los hechos. En la zona central de Chile fue, justamente, el respaldo campesino lo que explicar el exitoso desarrollo de la guerrilla de Manuel Rodríguez.

d) La consolidación de la Independencia durante el gobierno de O’Higgins. Hacia 1817 Bernardo de O'Higgins ya se había convertido en el jefe militar y líder político capaz de afianzar la independencia, tarea en la que fue decisiva la participación del Ejército de los Andes al mando del correntino José de San Martín. Los triunfos de Chacabuco y Maipú ponen punto final al dominio español en Chile y el 12 de febrero de 1812 fue declarada la Independencia.

Bajo el gobierno de Bernardo O'Higgins, “los que no pudieran acreditar su patriotismo quedarían inhabilitados para el desempeño de cualquier empleo. Igualmente decretó el secuestro de todos los bienes de los realistas prófugos”, según relata el historiador chileno Sergio Villalobos. La fuerza política de O'Higgins residía, no tanto en los sectores políticos civiles, sino en la de su ejército y en la Logia Lautaro. La fuerte oposición a su gobierno de características bonapartistas estuvo encabezada por los sectores terratenientes, quienes comenzaron a endilgarle el mote despectivo de “huacho”. Comenzaron a presionar a O'Higgins para apurar el alejamiento del Ejército de los Andes al Perú, por un lado, para disminuir la presión impositiva de su mantenimiento, pero por la otra con el deseo de que la caída de Perú les permitiera reconquistar el mercado peruano de trigo que había perdido con la suspensión de las importaciones chilenas decididas por el virrey Abascal.

Afirma Luis Vitale: “Durante este período, una vez más, los productos mineros salvaron al país de la crisis. La minería financió las guerras de la Independencia. El oro, la plata y el cobre fueron la base económica de los gobiernos surgidos de la revolución de 1810. José Miguel Carrera pudo comprar armas a los comerciantes norteamericanos en 1815 porque tenía como respaldo la producción minera. En el proyecto que Carrera presentó al gobierno argentino el 8 de mayo de 1815 para expulsar a los españoles de Chile, recomendaba invadir por Coquimbo porque la expedición podría costearse con la riqueza minera del Huasco. La mina de plata Agua Amarga financió parte de la expedición al Perú. El minero José Antonio de Zavala contribuyó a costear los gastos del Ejército Libertador de los Andes (...). El hecho de que las guerras de la independencia hayan sido financiadas por la minería nacional reafirma nuestra caracterización de Chile como país esencialmente minero”.

La Guerra a Muerte

Entre 1818 y 1827 se desarrolla un período de la historia chilena con características parecidas a otros ocurridos en el continente suramericano. Benjamín Vicuña Mackenna llamó al período “La Guerra a Muerte”, el mismo nombre como se conoció una dramática situación similar en Venezuela después del fracaso de la primera república. El intento de contraofensiva por parte de los españoles logró durar tantos años como consecuencia de la participación que tuvieron los grupos indígenas mapuches, en el sur del país, a favor de los realistas, sobre todo en Chillán, Concepción y La Frontera. Un chileno desertor, Vicente Benavídez, se convierte en caudillo de este proceso contrarrevolucionario, sumando a estas tribus indígenas para las que la independencia de los españoles no tenía significación alguna, en la medida que no respondieran a sus únicos objetivos: la recuperación de sus tierras y el reconocimiento de sus derechos a la autodeterminación. Tomás Guevara fue el primer chileno que se introdujo en el mundo mapuche, desde una perspectiva etnográfica, escribe que “los iniciadores de la revolución chilena cometieron un grave error descuidando desde el principio la propaganda entre los araucanos, el trato amistoso y cordial con ellos y, sobre todo, dejando armada a sus espaldas una poderosa máquina de guerra que pertenecía a los realistas (...) Todo este cuerpo de empleados (capitanes de amigos y lenguaraces) se manifestaba profundamente adicto al rey. Suspendidos los sueldos de muchos por las necesidades del nuevo orden de cosas y el descuido de los servicios de la frontera, creían y propalaban que el antiguo gobierno español disponía de mayores recursos y cumplía mejor sus compromisos (...) Entre los agentes realistas, ejercían un influjo directo y decisivo en la opinión del indio los capitanes de amigos y los lenguaraces”. Para entender mejor el párrafo, se llamaba capitán de amigos a un funcionario colonial chileno mediador entre las autoridades españolas y los mapuches durante la Guerra de Arauco.


En octubre de 1824 fue aplastado el ejército español, por las fuerzas del General José Joaquín Prieto, y se puso fin a esta primera etapa de la Guerra a Muerte. Sobrevendría por varios años más, la llamada “Guerra de los Pincheiras”, una constante acción de pillaje y predación por parte de la hermanos Pincheira, al frente de fuerzas integradas en su mayoría por indios pehuenches. Su acción alcanzó, no solo el sur de Chile, sino que se extendió hasta las provincias argentinas de San Luis, Córdoba y Santa Fe y llegaron a atacar Bahía Blanca y la Sierra de la Ventana. En 1829, Juan Manuel de Rosas firmó un acuerdo con un grupo de tribus mapuches conocidas como boroanos a través de su emisario Eugenio del Busto, sustrayéndolos del bando pincheirino. Las fuerzas de los hermanos Pincheira se refugiaron, entonces, en el norte de Neuquén. Los Pincheira se mantuvieron como el último bastión realista de Sudamérica. Recién en 1832, el general chileno Manuel Bulnes, logró desbaratar la banda de los Pincheira, fusilando al cabecilla Pablo Pincheira y a varios de sus subordinados. El último de ellos, José Antonio, murió como peón de la estancia del presidente José Joaquín Prieto, siendo ya un legendario anciano.

La Guerra Civil y el establecimiento de la República Oligárquica

En 1831, Inglaterra reconoció la independencia de Chile. Desde 1825, cuando ya era evidente que el continente no necesitaba de la ayuda británica para lograrla, el Reino Unido comenzó a reconocer a los nuevos países. Según el primer ministro Lord Castlereagh, ese reconocimiento tenía como objetivo evitar que fuesen los EE.UU. con su nueva república, quienes lograran quedarse con el mercado del mundo hispanoamericano. George Canning llevará esta política hasta su perfeccionamiento por medio del fraccionamiento que conocemos como balcanización.

El período caracterizado por la guerra civil transcurrió desde 1823 hasta 1830. El período se caracterizó por un enfrentamiento entre los “pelucones”, conservadores terratenientes y comerciantes, y los “pipiolos”, liberales democráticos que pugnaban por el establecimiento de una república constitucional. Mientras aquellos expresaban a los sectores más retardatarios y aislacionistas de la sociedad chilena, estos, pese a sus devaneos ideológicos, representaban, como dice el chileno Pedro Godoy, “un matiz de continentalidad”. Detrás de sus filas se expresaba, a veces, la burguesía minera y, otras, el artesanado y los campesinos, sacudidos todos por la crisis económica que sobrevino a las Guerras de la Independencia. Los intereses de las provincias, que en Argentina se conoció como federalismo, dieron lugar a un gobierno federalista en 1826. Basta decir que la Aduana de Chile tenía su asiento en Santiago, que no es una ciudad costera, para entender los reclamos que la región minera de Coquimbo y la región triguera de Concepción le formulaba al centralismo santiaguino. Según afirma Luis Vitale: “En cifras comparativas, Chile fue una de las naciones de América latina a la cual ingresaron mayor cantidad de mercaderías inglesas, francesas y norteamericanas durante la década 1820-30. Hacia 1827, Inglaterra vendía anualmente a Chile por un valor superior a los tres millones de pesos; le seguía Estados Unidos con un millón y luego Francia”.

La Constitución de 1828 fue el resultado de una negociación entre federales y unitarias tendiente a terminar con la guerra civil, pero que implicó, según Vitale, “la derrota definitiva de la rebelión de las provincias”. Es necesario mencionar que las tendencias federales, liberales y plebeyas continuaron la lucha iniciada por Carrera y O’Higgins contra los privilegios, sobre todo como latifundistas, de la Iglesia Católica.

Esta tensión, tan parecida a la ocurrida de este lado de los Andes, provocó el enfrentamiento entre Bernardo O'Higgins, un centralista, y Ramón Freire, un federal, ambos guerreros de la Independencia a las ordenes de José de San Martín. El resultado fue que de la guerra civil de 1829-30, promovida y financiada por los terratenientes y la burguesía comercial santiaguina aplastó todos los pujos liberales y continentalistas, imponiendo la hegemonía de Diego Portales, la expresión acabada del partido del “estanco”, la burguesía comercial, conservadora y aislacionista que conformó a la República de Chile, blanca, lejana y distante del resto del continente.

Esa guerra tuvo su punto final en la batalla de Lircay que es el momento inicial del Chile conservador, proinglés, aislacionista que la oligarquía chilena adoptó como propio y del que no ha logrado desprenderse en gran parte el sistema político del país trasandino.

Este período, que sucede a la derrota de los “pipiolos”, es conocido formalmente como “la República autocrática o autoritaria”, mientras otros historiadores menos formalista proponen denominarla “los decenios de la burguesía comercial y terrateniente”. Joaquín Prieto, Manuel Bulnes, y Manuel Montt gobernaron entre 1831 y 1861 y consolidaron el poder hegemónico del “portalismo” y su acérrimo aislamiento del continente suramericano.

La guerra de Chile contra la Confederación Perú-Boliviana

La guerra contra la Confederación Peruano Boliviana, del Mariscal Santa Cruz, fue el acontecimiento más importante del período, en relación al continente. Los viejos enemigos O'Higgins y Prieto se opusieron al conflicto y apoyaron el último intento bolivariano antes de la total balcanización. Diego Portales, el administrador detrás de las bambalinas -a quien apoyó Juan Manuel de Rosas en su lucha contra el Mariscal Santa Cruz- logró imponer a través de la guerra al Puerto de Valparaíso como el más importante para el comercio inglés en nuestras costas del Pacífico. Los tres gobiernos “portalinos” consiguieron establecer a Chile como un país exportador de materias primas agrarias y mineras, incorporándolo a la división internacional del trabajo determinada por el Reino Unido. El tradicional anglicismo de las clases dominantes chilenas tuvo su consolidación en este período, así como su también tradicional visión de país cercado. El “portalismo” es, de alguna manera, lo que el “rivadavismo” ha sido para el pensamiento oligárquico en nuestro país, la base ideológica de un país oligárquico, anglodependiente y antilatinoamericano.

Citamos aquí a Luis Vitale pues coincidimos en su juicio: “Esta guerra formó parte del proceso de división o "balcanización" de nuestro continente. Inglaterra, Francia y Estados Unidos, aprovecharon las contradicciones entre las burguesías criollas para ahondar la división de América Latina, alentando guerras entre los países limítrofes. La guerra entre Argentina y Brasil en 1826 y la segregación de la Banda Oriental -hoy Uruguay- de las Provincias Unidas del Río de la Plata, constituyeron los primeros triunfos de la diplomacia inglesa para quebrar el ideario bolivariano de unidad latinoamericana”.

Diego Portales, como se ha dicho, vio la posibilidad de convertir al puerto de Valparaíso en el principal para el comercio a través del Pacífico, desplazando al de El Callao que era, hasta ese momento, el más importante. Su pensamiento geopolítico, provinciano y portuario, veía con recelo la confederación de los dos países andinos bajo la conducción del mejor heredero de Simón Bolívar, el mestizo Andrés Santa Cruz. Como Rivadavia en Buenos Aires, Portales despreció con firmeza y convicción la naturaleza mestiza y criolla de su país. Su carta sobre la Confederación Peruano Boliviana deja en claro su pensamiento: “La posición de Chile frente a la Confederación Perú-boliviana es insostenible. No puede ser tolerada ni por el pueblo ni por el gobierno, porque ello equivaldría a su suicidio. No podemos mirar sin inquietud y la mayor alarma, la existencia de dos pueblos confederados y que, a la larga, por la comunidad de origen, lengua, hábitos, religión, ideas, costumbres, formarán, como es natural, un solo núcleo (...) La Confederación debe desaparecer para siempre jamás del escenario de América (...) Debemos dominar para siempre en el Pacífico: ésta debe ser su máxima ahora, y ojalá fuera la de Chile para siempre”.

Fue en esta “era portalina” cuando el ejército se transformó en uno de los principales factores de poder, sobre todo después del triunfo sobre la Confederación Peruano Boliviana. Tanto el general Joaquín Prieto como el triunfador en la guerra, Manuel Bulnes, fueron elegidos presidentes por los sectores terratenientes debido a que contaban con el apoyo del ejército, que daba respaldo al rígido control político y social del estado, garantizando los planes económicos de la oligarquía.

Fue en este país, consolidado bajo la dominación de una burguesía comercial en estrecha relación con el Reino Unido y con control sobre todo el país, que vivieron y discutieron dos talentosos argentinos: Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi.

Escribe Jorge Abelardo Ramos: “Era perfectamente natural que semejante clase social encontrase su gran hombre político en un comerciante de Valparaíso, el puerto extranjero por excelencia de Chile, el Buenos Aires del Pacífico. Ese hombre fue Diego Portales. Es el pequeño burócrata práctico que aparece en todos los Estados balcanizados y aborrece las quimeras. Organiza la administración pública, pone orden en las finanzas, somete el ejército al poder civil oligárquico, gobierna con mano de hierro y aspira a una República chiquita y centralizada, una especie de Estado comercial más próspero que sus propios negocios privados, siempre ruinosos”.


Las formas despóticas de los gobiernos portalinos pueden ser descriptos con las palabras de un testigo: “La obra de Portales consistió en quebrantar en el país todos los resortes de la máquina popular representativa y en sustituir a ellos, como único elemento de gobierno, lo que se ha llamado el principio de autoridad (...) Se desplegaba un verdadero lujo de crueldad y barbarie contra los reos de delitos políticos y hasta contra los jueces que procedían en esos casos con benignidad. La fuerza y el miedo eran los instrumentos favoritos” (Sergio Villalobos).

La guerra tuvo en los generales chilenos Bernardo O'Higgins y Ramón Freire sus grandes críticos, a punto tal que el primero vivía exiliado en el Perú durante su transcurso y manifestó claramente su opinión contra la misma. La burguesía comercial mapochina no estaba interesada en proyectos continentales. Le bastaba su supervivencia como clase dominante en su pequeña provincia.

El conflicto bélico tendría posteriormente su prolongación en la Guerra del Pacífico o Guerra del Guano en 1879.

La Guerra Civil de 1851

Las tendencias liberales de la sociedad chilena fueron, como se ha dicho, reprimidas durante los decenios oligárquicos. No obstante, la burguesía minera, enfrentada al conservadorismo terrateniente intentó durante esos años constituirse en una tendencia política orgánica. La Sociedad Literaria fue el centro inicial del liberalismo político chileno. Benjamín Vicuña Mackenna, Francisco y Manuel Bilbao y Manuel Guerrero -fundador de la Sociedad Caupoulicán, que agrupó a sectores plebeyos vinculados al artesanado- fueron las figuras más importantes hacia las décadas del 40 y el 50 del siglo XIX. Después de varias rebeliones y desórdenes provocados por el descontento social contra la dictadura conservadora, en 1850 se crea la Sociedad de la Igualdad. Su promotor fue Santiago Arcos, un afrancesado que pretendió desarrollar en Chile las ideas de la Revolución de 1848 en Francia, que al ser exiliado en la Argentina colaboró con Valentín Alsina, terminó sus días apoyando en Paris la posición mitrista sobre la Guerra del Paraguay. A Arcos se sumó la figura de Francisco Bilbao, un introductor del pensamiento social cristiano de Lamennais, que tuvo un fuerte impacto, a juzgar por la reacción de la jerarquía eclesiástica como por el apoyo logrado en algunas órdenes religiosas y muchos curas seglares.

(sigue en la edición de mañana)

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