Se estima que en el neolítico superior, es decir 3.000 años antes de Jesucristo, había 8 millones de humanos habitando el planeta. Pasaron 3.000 años y cuando nació Jesucristo, se estima que ya éramos 200 millones que estábamos distribuidos por el mundo. Al año mil, suponemos que éramos 300 millones y llegamos a los primeros 1.000 millones en el año 1.800; 2.000 millones en 1930; 5.000 millones en 1990 y hoy superamos los 7.000 millones.
Teniendo en cuenta que en el mundo existe la misma cantidad de agua que en el neolítico, evidentemente estamos ante una encrucijada. Hay síntomas alarmantes sobre el agua dulce, como ser que casi el 40% de los seres humanos hoy tienen problemas por escasez de agua, mientras asistimos a la sobreexplotación y a la contaminación del agua, sumando a todo esto los efectos del cambio climático, que nos obligará a modificar de raíz hábitos y costumbres milenarias.
La Organización Mundial de la Salud considera que la cantidad mínima adecuada de agua para consumo humano, o sea beber, cocinar, higiene personal y limpieza del hogar, es de 50 l/hab-día. Hoy, según la OMS, más de 1.200 millones de personas consumen agua sin garantías sanitarias, lo que provoca entre 20.000 y 30.000 muertes diarias y gran cantidad de enfermedades.
Ante esta situación es necesario un cambio en las tendencias actuales de consumo según la denominada “nueva cultura del agua”, basada en el ahorro del agua, el no despilfarro en actividades superfluas para la vida, la optimización de su manejo, su reparto equitativo y la valoración como activo ecológico y social.
La madre naturaleza, con sus inequívocas señales, nos está indicando que vamos por mal camino, que es hora de encontrar alternativas correctas para la mayoría de los habitantes del mundo, pero, asistimos a hechos para nada auspiciosos, por ejemplo la intervención de los EE UU sobre el acuífero guaraní, para lo cuál activaron su IV Flota de Mar y la estacionaron en el Atlántico Sur; el derrocamiento del Presidente Lugo de Paraguay, una de las patas del MERCOSUR, recordemos que Paraguay está asentado mayoritariamente sobre ese acuífero; la compra de vertientes en todo el mundo por parte de las multinacionales de la talla de Nestlé o la caída y muerte de Kadafy en Libia, que algunos observadores vinculan con la explotación que él estaba haciendo del mayor acuífero del planeta ubicado bajo sus pies, que es el Acuífero de Nubia.
Los científicos estiman que hace casi 40.000 años, cuando el clima del norte de África era templado, el agua de lluvia se filtró, formando inmensas reservas de agua potable que abarca partes de Chad, Egipto, Libia y Sudán, es el mayor sistema de agua fósil del mundo, cubre unos dos millones de kilómetros cuadrados y se estima que contiene unos 150.000 kilómetros cúbicos de agua dulce. Para comprender el tamaño del acuífero, digamos que es como la Argentina continental, como una Argentina entera llena de agua. En 1983, Kadafy puso en marcha un enorme proyecto de irrigación, conocido como el Gran Río Artificial, para extraer reservas subterráneas y alimentar las ciudades de Kufra, Sirte, Morzuk, Hamada y empezó a llevar más de cinco millones de metros cúbicos de agua, al día, a las ciudades costeras. Poco a poco el desierto se iba venciendo, pero todo terminó como sabemos. Es la otra cara de la lucha por el agua.
Es la demostración palpable que estamos a las puertas de una crisis internacional por el dominio del agua y no siempre lo que nos dicen los grandes informadores, representa las verdaderas razones de la geopolítica internacional y las agresiones que vemos en distintos lugares del planeta.