INTERNACIONAL / Jugando en el límite / Escribe: Fernando Krakowiak






Es una de las fronteras más vigiladas del mundo y al mismo tiempo una de las mayores atracciones de esta ciudad. Mientras Corea del Norte amenaza con un ataque nuclear, del lado surcoreano los turistas continúan visitando la Zona Desmilitarizada (DMZ, en inglés), donde hace 60 años las dos Corea firmaron el armisticio que puso fin a la guerra y dividió la península. El gobierno de Park Geun-hye no cerró el lugar porque está convencido de que las palabras de Kim Jong-un son sólo provocaciones. No obstante, las personas que desean ingresar siempre deben firmar un libro que genera cierta inquietud: “La visita a Panmunjom implicará la entrada a una zona hostil y la posibilidad de sufrir heridas o la muerte como resultado directo de la acción enemiga”, dice el texto.


La DMZ abarca los 248 kilómetros de frontera por dos kilómetros de ancho dentro de cada país. Como su nombre lo indica, ambas Corea se comprometieron a no realizar maniobras militares allí dentro. A su vez, este espacio incluye un Area de Seguridad Conjunta (JSA, en inglés) administrada por las Naciones Unidas, de tan sólo 800 metros cuadrados, en la localidad de Panmunjom, en el Paralelo 38. Este enclave está a solo 50 kilómetros de Seúl por la llamada Ruta de la Libertad, pero para visitar la JSA es necesario reservar lugar a través de agencias de viaje. Los precios van de 42 a 109 dólares por persona, de acuerdo a las actividades que se contraten. En 2012 pasaron por allí cerca de 160 mil personas. Este año, en cambio, esperan una cifra menor. Luego de que Kim Jon-un amenazó con tirar un misil nuclear, algunos turistas prefirieron, con un poco de sentido común, dejar la visita para una mejor ocasión. Página/12 recorrió ayer la JSA por invitación de la Asociación de Periodistas Coreanos, junto a colegas de 75 países.

El último tramo de la ruta que lleva a JSA, tiene a su izquierda tres alambradas con púas que la separan del río Han. Al otro lado del río, ya puede verse Corea del Norte. Para ingresar al predio es necesario sortear una serie de puestos de chequeo donde no se permite filmar ni sacar fotos. Una vez adentro, la primera parada es Bonifas Camp, una zona de edificaciones bajas donde se encuentra el Centro de Visitantes. Además, sobresalen ahí un cajero automático del NH Bank y un negocio de venta de merchandising para turistas.

Al bajar del micro, un marine de los Estados Unidos invita a ingresar a las instalaciones. Allí está el libro de firmas, una sala de conferencias y un pequeño museo donde se cuenta la historia de la DMZ. Se incluyen fotos de jefes de Estado y otras personalidades que recorrieron el lugar. También hay un televisor que muestra imágenes de visitantes ilustres, desde el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, hasta el presentador televisivo Larry King.

Una vez concluido el recorrido por el centro, hay que subirse a otro micro que llevará a los periodistas a la frontera. El militar estadounidense actúa de guía turístico, mientras otros oficiales se mezclan con los visitantes para controlar que nadie saque fotos en las zonas no autorizadas. La JSA está a cargo de las Naciones Unidas, con participación de varios países, pero el sello de Estados Unidos sobresale. A los pocos minutos, el micro pasa un nuevo puesto de control que a los costados tiene otras tres alambradas con púas. “Están electrificadas”, aclara el oficial. Ya en la frontera, los periodistas deben ingresar a un edificio de tres pisos, atravesarlo, bajar una escalinata y cruzar una pequeña calle. Lo que sigue es la línea que separa a ambos países. Allí no hay alambrada electrificada ni ningún tipo de muro. Solo tres casas azules rectangulares de un ambiente montadas sobre la frontera, de modo tal que una mitad quede del lado de Corea del Norte y la otra, del lado de Corea del Sur. La casa del medio, conocida como Edificio de Conferencias, es utilizada para mantener reuniones entre ambas partes, en épocas donde la relación es menos tensa que ahora. Los turistas pueden ingresar allí. Sólo hay doce escritorios de madera, una bandera de las Naciones Unidas y dos soldados norcoreanos que montan guardia, uno en el medio de la sala y el segundo junto a la puerta que conduce a Corea del Norte. Los visitantes pueden sacar fotos e ingresar en territorio norcoreano sólo con pararse del otro lado de una mesa. Mientras tanto, los soldados de Kim Jong-un permanecen de pie, con los puños cerrados y anteojos negros para no dejar traslucir emociones.

Esas prefabricadas azules están separadas entre sí por pequeños canteros. Del lado Norte, rellenos con arena y del Sur con pequeñas piedras. Por ahí cualquiera podría pasar caminando, pero los militares no permiten ni acercarse. Una vez fuera de la casa azul principal, el guía reúne a todos los asistentes en la escalinata del edificio principal y desde ahí les permite sacar fotografías nuevamente, pero sin hacer ninguna clase de gesto. Del lado norcoreano, se ve un edificio, también de unos tres pisos, donde un oficial con binoculares monitorea lo que pasa del lado sur.


La próxima parada es un punto panorámico desde donde se puede ver Corea del Norte, en particular un pequeño poblado. Es la Villa de la Paz, aunque el oficial de Estados Unidos dice que es un pueblo construido por el gobierno norcoreano con el único objetivo de hacer propaganda. Afirma que tiene edificios vacíos y otros habitados por personas enviadas especialmente por períodos cortos para cumplir con una función patriótica. Corea del Sur también tiene su villa en la frontera, bautizada Libertad. La información oficial es que allí habitan trescientas personas, pero no se puede visitar. Cada lado también tiene su bandera, izada en enormes mástiles de 160 metros.

Luego de pasar por el punto panorámico, el micro se detiene frente a una placa que homenajea a un soldado asesinado a hachazos por las fuerzas norcoreanas en agosto de 1976. A pocos metros, está también el Puente de no Retorno, un viejo pasaje que era utilizado para intercambiar prisioneros. Al volver al centro de invitados, hay tiempo para pasar por la casa de regalos donde se vende ropa militar, mochilas camufladas, el brazalete que usan los soldados de las Naciones Unidas, remeras, llaveros, pines y tazas con inscripciones. Ese merchandising bélico lleva al extremo un show que no se condice con las noticias sobre la creciente tensión entre las dos Corea. La DMZ parece un parque temático de Hollywood, pero con una historia de sangre y un futuro incierto.

(Diario Página 12, domingo 21 de abril de 2013)

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