Fue secuestrado y torturado en octubre de 1980 para desapoderarlo del Banco, que, entre otros activos, tenía las acciones controlantes de la aerolínea Austral, que la dictadura necesitaba para cerrar un gran negociado con la estatización.
El 25 de marzo, la Comisión Nacional de Valores (CNV), que es el órgano regulador del mercado de capitales, reveló las actas de directorio con las que el organismo intervino en el secuestro y desapoderamiento de financistas durante la última dictadura. Este diario publicó como parte del informe de la CNV el caso del empresario Eduardo Saiegh. Saiegh fue secuestrado y torturado en octubre de 1980 para desapoderarlo del Banco Latinoamericano, que, entre otros activos, tenía la única parte en manos de un grupo privado de las acciones controlantes de la aerolínea Austral, que la dictadura necesitaba para cerrar un gran negociado con la estatización. El informe de la CNV se metió en el corazón del sistema financiero, mostrando prácticas que articularon lo legal con lo clandestino y cuya herencia aún rige la cultura de la City. Quienes trabajan en el tema aseguran que para profundizar esta línea deberían conocerse los archivos del Banco Central de la República Argentina. Aquí, Saiegh cuenta su historia en base a las nuevas miradas de lo que sucedió en la dictadura con el BCRA, el trabajo de sus inspectores, la patria financiera frente a la productiva, la cultura del dólar o el Banco Nación como espacio de detención.
Detrás del negocio del Banco Latinoamericano estuvieron dos Reynal: Williman Reynal, presidente de Austral, y su primo Alejandro Reynal, vicepresidente del Central, mano operativa de José Alfredo Martínez de Hoz y desde febrero de 1981 uno de los integrantes propietarios de MBA Banco de Inversión. Así como el informe de la CNV mostró el modo en el que ese organismo intervino en varios casos, el caso Saiegh expone esas mismas prácticas dentro del BCRA y su articulación entre lo legal y lo clandestino. El expediente está en el juzgado de María Servini de Cubría. En febrero, la Cámara Federal anuló la prescripción y ordenó la reapertura de una vieja investigación por la que Saiegh batalla desde 1982. Ahí acusaba a la cúpula del Ministerio de Economía, entre ellos a José Alfredo Martínez de Hoz, Walter Klein y Alejandro Reynal por extorsión. Reynal tuvo pedido de prisión por este hecho, pero consiguió que el caso se diera por prescripto. La decisión de la Cámara ahora abre la opción de reanudarlo.
–¿Qué era el Banco Latinoamericano?
–Yo había desarrollado una tarea profesional muy exitosa, me recibí en el año ’64 y en el ’74 tenía mi empresa constructora. Había hecho no menos de 30 obras de propiedad horizontal para terceros y una serie de centros recreativos para sindicatos. Puse mi fábrica de viviendas industrializadas en hormigón en Paraná y en un momento vi que no había créditos en los bancos para las empresas constructoras. Era época de especulación y no de inversión ni de producción. La gente no tenía créditos para hacer o crecer. Hacía falta algo que prestara plata. Yo había visto en Europa bancos de negocios: compactos y que se dedicaban a tomar plata y prestarla para al crecimiento económico. Sentí y entendí que era la única forma de salir del sistema financiero manejado por la “patria financiera”.
–¿Quiénes eran ustedes para la patria financiera? ¿Tenían contactos con ellos?
–Nunca. Estuvimos enfrentados desde el primer momento con Martínez de Hoz. (Bernardo) Grinspun (que era vicepresidente del directorio) era presidente de la comisión de economía del radicalismo y le contestaba a Juan Alemann (secretario de Hacienda). Grinspun fue co-querellante en mi causa hasta que falleció. El único que podía haber estado vinculado por razones formales era el presidente de la Bolsa de Comercio, Sebastián Pérez Tornquist, y como director del Latinoamericano en las reuniones de directorio nos decía sobre los Chicago Boys: éstos se la están llevando con pala. La idea era un banco que desarrollara proyectos no de tipo especulativo. Y si bien en la Ley de Entidades Financieras figuran los bancos de inversión, ellos no los querían. La gente colocaba la plata a no mas de 30 días por la inflación galopante, pero el banco de inversión tenía que prestar a tres años; entonces no podíamos tomar plata a 30 días y prestarla a tres años. Por eso pedí mi transformación a banco comercial.
–Empezaron, ¿y qué pasó?
–Nos fue muy bien, y eso no le gustó nada al establishment financiero. Nunca me imaginé que iban a ser tan sanguinarios y tener que recurrir a lo que me hicieron para poder sacarme de la cancha. Primero para robarme un comprador, mientras yo estaba bajo las torturas, y luego trabarnos la venta del Banco con cuatro compradores en firme.
–¿Como intervinieron el Banco?
–A comienzos del ’80, cuando veo venir la maroma, me busco a un grupo francés para que compre mi banco. Al Credit Lyonnais le interesaba mi modelo. Mi negociación con ellos estaba cerrada para mediados del ’80. Días antes de mi secuestro, habían llegado a la Argentina a firmar el acuerdo final. Cuando vienen a hacer el cierre final, Reynal manda la inspección al Banco. Nos tenían que liquidar de chiquitos, si seguíamos creciendo iba a ser mas difícil. Mi caso es calcado el de Papel Prensa con la diferencia de que a mí me secuestran y después me roban el banco. A ellos primero le roban y después los secuestran. Yo no tenía nada que sea cuestionable. Nunca tuve una causa penal en contra.
–Antes de pasar al secuestro, ¿quién era Reynal y a quiénes ubica como responsables?
–Martínez de Hoz tenía una línea de mando descendente que era Walter Klein, por un lado, y Reynal, por el otro. Reynal manejaba todo el sistema financiero y con Klein las empresas tenían que ir trasladándose a los amigos, y con el cuento de la privatización las iba regalando. Menos dos: la Italo y Austral, que, oh casualidad, las estatiza. Austral fue un negociado de 600 millones de dólares: la llamo la caja negra de Austral. Reynal era el tesorero y el cajero general de la sangrienta dictadura, todo, todo lo financiero, público y privado, pasaba por él.
–¿Dónde estuvo?
–Primero en la división Bancos del Banco Nación. Ahí empezó el submarino en piletones llenos de agua donde me sumergían como para ahogarme, dándome como en la guerra, después con la toalla mojada, para mostrarme cómo era que empezaba la cosa. Esto es octubre del ’80. En mi caso fue muy salvaje, si no hubiera tenido encima años de análisis no habría sobrevivido. Como ya sabían que no había nada me decían: “Confesá algún delito, cualquier cosa”, algo que justificara liquidar el Banco. Adentro del Banco estaban las acciones de Austral que necesitaban para perfeccionar el decreto de estatización de septiembre. “Ya está –me dije en ese momento–, me llegó la hora”. Y un miércoles a la noche, luego de una interminable sesión de tortura, se sacaron las capuchas: “Preparate –me dijeron–, mañana es tu día, despedite si sabés rezar”.
–¿Le hicieron firmar papeles, trasferencias?
–No les firmé nada. Esa noche hice una introspección de conciencia y me di cuenta de que me moría en paz. Al día siguiente me vienen a buscar, me sientan alrededor de una mesa redonda, en el mismo lugar donde me habían torturado. Estaba el elástico ahí, y se sientan tres delante mío. Cada uno con un fierro arriba de la mesa y me tiran un revólver plateado. Y empieza una cantilena así: “Turco, liquidate”; “te va a salir más barato, liquidate”. Yo estaba con las manos así, juntas abajo de la mesa. “Bueno, ma’ sí”, dije yo, la termino, me suicido y chau. Y de repente no sé de dónde me salió, cosas del inconsciente: “¿Hay liquidación y es barato? –les dije–. El Turco negocia”. “Ah, podés negociar todavía”, me dijeron. “Sí, pero con el jefe”. “Esperá un cachito”, me dijeron.
–¿Llegó el jefe?
–“Che, pónganlo presentable”, dijo uno. “Hay que llevarlo a hablar con Iannibelli.” Y ahí viene la negociación. (El subcomisario Angel Iannibelli era el jefe de la División Bancos de la Federal.) Iannibelli era de la banda de los comisarios; como yo sabía qué había pasado con Sivak y Neuman, que los liquidaron para que no pudieran hablar, les dije otra cosa: “Yo no tengo toda la plata”. Empecé por 200 y arreglé 500 mil dólares, y les dije que lo pagaba mensualmente. “¡No! –me dijo–. ¡Qué mensualmente, a lo sumo por semana!” Todos los viernes en el Jockey Club de Cerrito y Sarmiento, 50 mil dólares: dejaba un sobre arriba de la mesa, pasaba un tipo, levantaba el sobre y se iba. Y así salve mi vida, y cuando salvé mi vida no me dejaron volver al Banco, se lo exigieron a (el general Jorge) Shaw y a Grinspun.
–¿Ellos habían ido a reclamar por usted a Casa de Gobierno?
–Yo le debo la vida a Shaw también, nada de Casa de Gobierno. Con mi ex mujer, la madre de mis hijos, hicieron una conferencia de prensa en la escalinata de Tribunales.
–¿Qué pasó con el Banco?
–Cuando yo salgo, aparecen tres compradores más, y tampoco me dejan venderlo. El 15 de enero de 1981, Reynal les exige a Shaw y a Grinspun la “autoliquidación voluntaria del banco o acuérdense lo que le pasó a Saiegh; y prepárense porque entraremos con la policía tirando las puertas abajo”. Estando en juego la vida de los directores del banco y sus familias, accedí a firmar la ilegal liquidación por extorsión, que fue el juicio que inicié en agosto del ’82. A partir de ese momento el Banco quedó en poder del Central y a las 48 horas se robaron las acciones de Austral después de liquidarlo.
–¿Qué argumento le dieron?
–Ninguno. Tenían que robarse las acciones de Austral que estaban en el tesoro del banco, si no, no podían perfeccionar la estatización. Y para robarlas necesitaban robarme el banco.
(Diario Página 12, domingo 14 de abril de 2013)