Hay cosas que parecen insignificantes, y tal vez lo sean; tal vez hablar de ellas a esta hora parezca banal, pero aprendí con mi Presi a fijarme en lo pequeño para encontrar grandezas. A esta hora tan llena de sentimientos, vienen a mi recuerdo los zapatos favoritos de Chávez.
Zapatos imposibles de un indefinido color sobao’ por el tiempo. Quizá fueron marrones, tal vez grises, entonces, hace años, cuando reposaban en alguna tienda zapatos aspirando a ser calzados, sin saber que su destino sería caminar tanto, tan sin descanso, abriendo tantos caminos.
Inmensos zapatos talla de gigante, que no pegan ni con cola con nada. Zapatos sin pretensiones, sabrosos, con la suela gastada mas de un lado que del otro. “Son mi zapatos favoritos” -me dijo mi Presi, “tienen como quince años conmigo.” Quince años... catorce de revolución, esos zapatos guardan historias.
La tele no los captó, pero los imagino gastando suelas en aquel trote bolivariano, agradecido, rompiendo el protocolo junto al pueblo haitiano aquel día inolvidable. Los imagino levantando polvo en las áridas tierras árabes, mientras mi Presi levantaba hermandades clamando justicia. Caminaron estos zapatos todos los caminos de la Patria Grande.
Descansaban mientras mi Presi se negaba el descanso. Entonces otros zapatos, los negros formales, iban con él a escenarios donde el disimulo campea disfrazado de diplomacia, ahí donde mi Presi cantaba las verdades, donde olía a azufre, donde mandó el alca al carajo. Se quedarían desolados los zapatos fieles, cuando Chávez se calzó sus botas militares el 11 de abril y partió heroico a Fuerte Tiuna, sabiendo que la muerte ahí lo esperaba, protegido por el escapulario de Maisanta. Estaban ahí esperándolo el trece. Quedaba todavía tanto por andar y tanto anduvieron.
Zapatos incomprendidos que alguien desechó por viejos y que fueron luego rescatados por mandato presidencial. Gemelos separados cuando uno de ellos se perdió hundido en el fango: “¡Mi Zapato! Y lo buscaron y buscaron, y ahí estaba enterrado, lleno de barro… una semana cepillándolos hasta que quedaron como nuevos, eso sí, tiesos, pero ya están blanditos otra vez... ¡Ji, ji, ji!”
Yo vi esos zapatos de cerca, los vi vencer la fatiga de ser calzados por un hombre infatigable. Los vi bailar; llenarse tantas veces de barro; tornarse oscuros como el cielo lluvioso que los empapaba; los vi secarse en los pies que no les daban descanso; los vi pisoteados por un tumulto de niños amorosos que abrazaban a mi Presi... Estaban ahí, en el balcón del pueblo, con el Presidente invicto, una, dos, tres… ¡catorce veces! Ahí con pueblo invencible. Zapatos siempre presentes en esta historia que Chávez y nosotros vamos escribiendo.
Están ahí los zapatos de mi Presi, ahora nos toca a nosotros calzarlos.