Este artículo es el resultado de una recopilación de notas que salieron publicadas en el periódico Pregón de la Izquierda Nacional , entre agosto y octubre de 1989. El FREJUPO había ganado las elecciones de ese año, y la existencia de importantes sectores nacionalistas en el seno del Ejército, iluminados, por un lado, por la experiencia malvinera y, por el otro, por la perversa resolución de Alfonsín a la cuestión de la violación de los derechos humanos por parte de los militares procesistas. Esos sectores, ideológicamente confusos y políticamente débiles, aparecían, entonces, como una posibilidad capaz de entroncarse con el triunfo popular de aquellas elecciones.
La razón para sacarlo nuevamente a la luz es que el clima de apasionada y vibrante discusión democrática que hoy vive nuestro país, el renacimiento de un nuevo y actualizado patriotismo continental y la pasión latinoamericana que ha despertado en nuestros pueblos la partida del comandante Hugo Chávez Frías, hacen posible reabrir esta discusión, quizás una de las más decisivas y estratégicas. Las reflexiones llegan, obviamente, hasta 1989. La discusión sobre el papel de las FF.AA. en un proceso nacionalista, -democrático, transformador y latinoamericanista no puede quedar congelada en aquella fecha. Se hace necesaria su reapertura.
La cuestión de las FF.AA. ha adquirido un sentido trascendental puesto que, por primera vez en varias décadas, existe en su seno una fractura de carácter estratégico, a la vez que un conjunto de fuerzas antinacionales, de izquierda a derecha, pretende mantener el esquema impuesto por los “libertadores” de 1955.
Según informaciones y reportajes aparecidos en diversos medios de prensa, el gobierno del doctor Menem estaría listo a declarar un indulto para los miembros de las Fuerzas Armadas afectados por procesos judiciales. Se ignora, al momento de escribir estas líneas, cuál será la extensión y las características del mismo, aún cuando diversas declaraciones permiten interpretar que existirían tres grupos distintos de potenciales destinatarios de la medida presidencial: los ex altos oficiales condenados por delitos contra los derechos humanos durante la dictadura militar; los oficiales procesados, sin sentencia, por el mismo tipo de delitos, y los oficiales con proceso por insubordinación y actos de indisciplina militar a raíz de los hechos de Semana Santa, Monte Caseros y Villa Martelli1.
No cabe duda que esta situación es parte de la nefasta herencia que el gobierno electo de Menem recibió de Raúl Alfonsín. Pero no es menos cierto que la cuestión militar ha arrastrado sus trágicas consecuencias a lo largo de los casi cuarenta años que van desde el cuartelazo gorila de 1955. Presentar el indulto como “la solución al tema militar”, abstrayéndolo de las condiciones que gestaron la actual situación, es tan erróneo como enfrentar abstractamente a los militares acusándolos de la totalidad de las desgracias que han aquejado, durante estos cuarenta años, a este desafortunado país.
EL EJÉRCITO EN 1945
La aparición del peronismo en las jornadas de Octubre del 45 es inseparable de la existencia de un poderoso y joven sector del Ejército enfrentando a la vieja conducción liberal creada por Agustín P. Justo. Este sector logra, en 1943, asumir la jefatura del arma y la dirección política del país. A partir de ese momento, el Ejército se involucra directa y activamente en la vida económica nacional. Las tendencias nacionalistas industrialistas, soterradas durante toda la Década Infame , desarrollan su programa: un capitalismo nacional autónomo, de fuerte intervencionismo y con una importante participación del sector público a través de grandes empresas estatales.
A partir del 17 de Octubre, establecida la alianza de ese Ejército nacional a través de Perón –su único e indiscutido caudillo- con las grandes masas populares y, especialmente, con los trabajadores, las FF.AA. se convierten en un factor determinante en la actividad política y económica del Estado. Ante la ausencia de una real burguesía y, por lo tanto, de un partido que la expresase, los cuadros del ejército involucrado en la industria pesada cumplían su papel, y la institución militar reemplazaba al inexistente partido burgués. El Ejército encuentra una finalidad, una función vinculada al país como totalidad, a la vez que desarrolla su propia y específica función. La defensa de la soberanía territorial y de la independencia nacional era, a la vez, el desarrollo de la industria pesada, la nacionalización de los transportes, los recursos naturales y las comunicaciones, el fortalecimiento del mercado interno y el bienestar popular.
Durante casi diez años reina una total unidad en las Fuerzas Armadas. El conjunto de la oficialidad, con excepciones marcadamente minoritarias, coincidía con los objetivos y fines del movimiento popular.
EL EJÉRCITO GORILA EN 1955
En las vísperas del golpe de 1955, el ejército se vuelve a dividir. La fracción oligárquica que, durante los diez años de gobierno peronista, había intentado levantarse, sin éxito, contra la legalidad constitucional, logra su objetivo. Un sector católico reaccionario se une a la minoría liberal y triunfa el 16 de septiembre de ese año. Meses después, los elementos nacionalistas reaccionarios son desplazados, a través de un incruento golpe de estado. El Ejército nacional es desmantelado en sus cuadros, los oficiales liberales que Perón había pasado a retiro por su actividad conspirativa son reincorporados, así como los funcionarios policiales enjuiciados por torturas y asesinato2. Se establece, después de los fusilamientos del 9 de junio de 1956, una nueva unidad, aún cuando los objetivos de esa unidad son diametralmente opuestos a los de la década anterior.
La industrialización es reemplazada por el catecismo liberal; el papel del Estado, por el credo de la privatización; el mercado interno, por la apertura de la economía y el bienestar popular, por la destrucción de las organizaciones gremiales. Se inicia un período nefasto caracterizado por lo que un autor nacionalista, Aníbal D’Angelo Rodríguez, describió de esta manera:“la suprema desvergüenza de los generales abrepuertas que saltan de las palmas sanmartinianas a los despachos de las sociedades anónimas”.
Durante todo ese nuevo período la unidad estratégica de las Fuerzas Armadas es total. Los enfrentamientos, aunque serios, de la década del 60 –azules y colorados- estaban determinados por diferencias tácticas. El antiperonismo cerril del 55 discutía con un antiperonismo de nuevo cuño, auspiciado por los EE.UU., que intentaba integrar a un sector del peronismo, limándole todos los elementos revolucionarios y nacionalistas El proyecto era la integración de la Argentina al sistema generado en Washington y las Fuerzas Armadas argentinas se convertían en un destacamento de un Ejército Mundial en lucha contra el comunismo, cuyo Estado Mayor era la OTAN.
“Este Ejército –sostiene el mismo autor- que ha terminado por ser, como estructura, una inmensa burocracia uniformada que le cuesta carísimo al país y no le devuelve nada, ni siquiera el ejemplo de un retiro de digna pobreza o el de la vergüenza que antes llevaba a un oficial deshonrado a pegarse un tiro en la cabeza. A este Ejército, tarde o temprano, el país le pedirá rendición de cuentas y le exigirá una transformación total y a fondo. Porque la Nación necesita un Ejército. Pero no éste”.
ILLIA Y EL ANTIPERONISMO “DEMOCRÁTICO”
El Ejército de la Revolución Libertadora se hizo nuevamente cargo del poder en 1966. El doctor Illia había significado la posibilidad de impedir el triunfo peronista por medios constitucionales. Desde el gobierno impidió, en complicidad con la dictadura militar brasileña, el regreso del general Perón a la Argentina y trató de dividir al justicialismo, aprovechando la lejanía obligada de su jefe y la necesidad del sindicalismo de generar una conducción propia que diese más autonomía a las negociaciones gremiales, desvinculándolas de la política de conjunto que imprimía Perón. Cuando las elecciones de Mendoza –en las que se presentaron dos fórmulas peronistas, una impulsada por el general y la otra por parte de la dirigencia sindical- demostraron la inviabilidad de esa política, el papel de Illia, como mejor discípulo de la Libertadora , pierde sentido. Será el momento para que los militares impidan lo que el sistema constitucional no puede impedir: un triunfo electoral del peronismo. Onganía, el nuevo jefe del Ejército oligárquico, derroca a Illia y, después de un coqueteo intrascendente con algunos jefes sindicales y empresarios nacionales, nombra a Krieger Vassena ministro de Economía. Se iniciaba la llamada “Revolución Argentina”. La oligarquía, que había hecho el golpe “democrático” del 16 de septiembre de 1955, asumía, a través del ejército “azul”, la dictadura.
EL CORDOBAZO Y EL REGRESO DE PERÓN
El destino posterior de esa “Revolución Argentina”, con sus “tiempos”, sus ridículas pretensiones ideológicas y sus obtusos ministros generales, terminó, como es sabido, en el Cordobazo y la ola de insurrecciones populares del interior. El Ejército encontró en Lanusse a su nuevo jefe para dar la batalla contra un Perón que era, a los ojos del conjunto del país, el único capaz de dar salida a la grave crisis política generada por la proscripción del pueblo argentino.
Aún en esas duras jornadas, las FF.AA., formadas bajo la advocación de la Marcha de la Libertad y el odio gorila al “tirano prófugo”, lograron mantener su unidad política y, por lo tanto, institucional. Las insurrecciones populares y masivas del 69 y el 70 no permitieron, pese a su estratégica importancia, generar una nueva y definitiva relación de fuerzas en la sociedad argentina y parte de esa energía revolucionaria terminó en el callejón sin salida del terrorismo y la lucha armada.
Esto ùltimo –es importante remarcarlo- había estado ausente de las grandes movilizaciones del ’69 y el ’70. La tan promocionada existencia de francotiradores en el Cordobazo constituyó un fenómeno puramente individual y sin ninguna conexión organizativa. Se trataba, como muchos testimonios de la época lo demuestran, de afiliados radicales cordobeses que guardaban sus armas de la época de la Revolución Libertadora. Es más, se puede afirmar que el terrorismo y la lucha armada, en sus dos grandes organizaciones –ERP y Montoneros- nace al margen de las grandes movilizaciones y como fenómeno de clase media estudiantil que reniega de la lucha de masas.
Y estos grupos, si bien durante cierto período son usados por Perón como amenaza potencial a la dictadura oligárquica, lograron un objetivo sustancialmente distinto al que pretendían realizar: unificar al conjunto de las FF.AA. frente a la agresión que sufría como cuerpo. La teoría de la lucha contrarrevolucionaria, aprendida en los manuales franceses escritos por los torturadores de patriotas argelinos, se convierte en la nueva doctrina militar.
Cuando el general Perón retorna en 1973 a la primera magistratura ya no controla, como en 1945, a su Ejército. Este es profundamente hostil a la política que Perón formula para el conjunto del país y, encima, ve en el viejo general al jefe de las bandas terroristas. La amenaza que estos grupos significaban para el propio gobierno de Perón y el notorio carácter antiperonista que su accionar encerraba, es ignorado por los estrategas de la guerra contrarrevolucionaria. Al morir el general Perón, los herederos de la Revolución Libertadora sólo esperan el momento para dar un nuevo zarpazo.
(sigue en la edición de mañana)