ARGENTINA / El nuevo Papa es un cuadro / Escribe: Roberto Caballero






El jesuita Jorge Bergoglio proviene del peronismo ortodoxo, apadrinó un título honoris causa al genocida Massera, detesta el matrimonio igualitario y no simpatiza con el kirchnerismo, pero piensa igual que Cristina Kirchner en temas como el aborto, Malvinas, el liberalismo económico y las drogas. En suma, decir que el flamante Papa Francisco es una figura controversial sería, de mínima, la única certeza objetiva por fuera de las interpretaciones posibles y necesarias que surgen de su sorpresiva designación. Mirado con ojos argentinos, el nuevo Pontífice sería algo así como un significante vacío que se completa de sentido según quién y desde qué lugar se lo observe. Como la "baguette sepia" del cuadro Los Embajadores, del alemán Hans Holbein (ver ilustración adjunta), donde puede advertirse una figura que emerge de su parte inferior, y que tiene la forma de un pan o un hueso largo. Durante cuatro siglos, eso fue lo que cada uno quiso que fuera, hasta que un historiador del arte, Jurgis Baltrusaitis, acercando una cuchara sopera descubrió por el reflejo inverso que, en realidad, se trataba de una calavera, bastante fea, por cierto. Al parecer, Holbein es traducible como "hueso hueco", que es la manera en la que también se denomina al cráneo humano en Alemania. Sería entonces la vanidad del artista, por encima de los protagonistas de la obra, lo que allí quedó registrado como incógnita. Como una firma extravagante, disimulada en el portento del cuadro. Pero ese descubrimiento, en lenguaje geométrico, es la anamorfosis, una deformación reversible que sólo adquiere sentido concreto cuando se la ve desde la perspectiva adecuada, cuestión que llevada a la órbita del psicoanálisis produce algo parecido a la euforia entre los lacanianos. Para hacerlo simple: en el Fútbol Para Todos hay publicidades junto a los arcos que, vistas desde el lugar de los protagonistas y los hinchas de la popular, son un manchón colorido que no dice nada, pero para el televidente, son llamativas publicidades –prueben comprobarlo hoy a la tarde, ahora que los goles todavía siguen siendo gratis–.Si llevó cuatro siglos descubrir la pista megalómana de Holbein, 72 horas son pocas para descifrar al verdadero Papa Francisco y sus intenciones futuras. Visto con la cuchara sopera de una parte del bloque progresista del kirchnerismo, por ejemplo, su nombramiento representa una amenaza. Por eso vivió la noticia de su designación con estupor. Lo que hizo o dejó de hacer Bergoglio en relación a las desapariciones en mayo de 1976 de los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jalics, en un contexto de nula autocrítica pública por la complicidad clerical con el genocidio, es un antecedente pesado, indigesto, para un sector del movimiento de Derechos Humanos que apoya las políticas de Memoria, Verdad y Justicia del gobierno. La autoría del término "crispación" para criticar el estilo frontal del oficialismo, sus nada elípticas asociaciones de la gestión a la corrupción y el acompañamiento espiritual a opositores como Duhalde, Macri o Elisa Carrió, desdibujaron casi por completo el tibio apoyo que pudo haber dado el ahora Papa a la Ley de Medios, su inaudible y tardío llamado a que los represores acudan a la justicia y aporten datos sobre los nietos desaparecidos o la satisfacción pastoral por la Asignación Universal por Hijo, todas ellas banderas simbólicas constitutivas del imaginario kirchnerista. Sin dejar de apuntar que en temas como la interrupción del embarazo, la homosexualidad y el matrimonio igualitario, Bergoglio fue tan reaccionario como el ala inquisidora de la Iglesia Católica. El periodista Horacio Verbitsky, desde Página/12, tradujo este rechazo, lo puso en palabras inteligentes: "Su pasada militancia en Guardia de Hierro, el discurso populista que no ha olvidado, y con el que podría incluso adoptar causas históricas como la de las Malvinas, lo habilitan a disputar la orientación de ese proceso, para apostrofar a los explotadores y predicar mansedumbre a los explotados." De este bloque, Hebe de Bonafini, a través de un comunicado, con un lacónico "amén", evitó profundizar la disputa, y vale aclarar que ni Alicia Oliveira, ni el premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel, ni Clelia Luro –la viuda del obispo Jerónimo Podestá–, dieron crédito a las acusaciones, por las cuales Bergoglio ha sido citado como testigo en la justicia, pero no llegó a ser imputado, algo que reconoce incluso el abogado Luis Zamora, querellante de la familia Yorio.


¿Se convertirá Bergoglio en el Karol Wojtyla de este tiempo y de esta parte del mundo? ¿Será el sepulturero del proceso político emancipador que vive la Argentina y la región, como lo fue Juan Pablo II del "socialismo real" para garantizar el triunfo del capitalismo globalizado en los '90? Wojtyla recuperó un discurso cristiano-populista no exento de macartismo para sus objetivos políticos y pastorales. Conviene estar alerta. La advertencia descansa en la siguiente analogía: Juan Pablo II fue el Sumo Pontífice del Consenso de Washington que acabó con el comunismo; cuidado porque Francisco podría ser el que viene a desterrar las ideas populistas de izquierda predominantes en los gobiernos de América Latina y restaurar el "orden natural" de las cosas. No por sencilla, esta prevención es mentirosa. Es tributaria de una caracterización del personaje, de la institución que representa y de la experiencia histórica. Bergoglio, el Papa Francisco, el Santo Padre que vive en Roma, podría expresar un peligro, puesto que vendría a disputar, con la ayuda de la religión y su potencia en la hegemonía cultural y espiritual del continente –dicho en términos gramscianos–, el corazón y la mente de las masas que en todos estos años vienen apoyando a los Kirchner, a los Lula, los Chávez, los Maduro, a Dilma, Correa, Mujica, Castro, Evo, Ortega y todos los liderazgos populares que defienden una democracia inclusiva, que confronta con las corporaciones y los poderes internacionales.

La cuchara del peronismo clásico que también existe dentro del dispositivo kirchnerista permite verlo de otra manera. Julián Domínguez entró eufórico a la Cámara de Diputados el miércoles 13, al grito de "Tenemos Papa y es argentino". Parte de la bancada del FPV quedó de brazos cruzados y la oposición festejó como si el mensaje hubiera sido: "Dios eligió un vocero antikirchnerista." Es interesante advertir que dentro del kirchnerismo conviven dos culturas, que aprecian la política, el mundo y la religión de modo diferente, sin por eso declararse enemigas. Cuando se habla del kirchnerismo como un todo homogéneo, se olvida mencionar los matices que aportan tradiciones populares que no son las mismas, pero que anteponen las muchas coincidencias a sus innegables diferencias. Allí radica buena parte de su potencia, que condena a los opositores la mayoría de las veces a ser espectadores de mayorías que se unen en una elástica diversidad, sin resignar perfiles ni propósitos. Pero volviendo a este sector del kirchnerismo, su lectura es que por primera vez en la historia hay un Papa latinoamericano, no europeo, de indudable prosapia peronista ortodoxa, que es el menos conservador de una serie de obispos y cardenales que están casi en la ultraderecha, como Aguer o el mismísimo Ratzinger, y que es dueño de una sensibilidad popular que podría acercarlo a la opción preferencial por los pobres, a Juan XXIII y al Concilio Vaticano II, al menos, en apariencia. Cuando Nicolás Maduro, Rafael Correa y Leonardo Boff (referente de la Teología de la Liberación) saludan al nuevo Papa como un signo del cambio de época, este grupo se siente de alguna manera reafirmado en sus convicciones. Como si privilegiara la esperanza celestial a la desconfianza humana. Hablamos de una corriente peronista que no está peleada con las visiones progresistas, de hecho, las incluye en sus decisiones, pero que es indudablemente mucho más pragmática y porosa a la espiritualidad popular. Que puede votar el matrimonio igualitario y ponerse contenta con el éxito de Francisco, que lo combatió con una semántica antediluviana. Decir pragmática es insuficiente. Es, por conformación ideológica, de un oportuno realismo: las cosas son, buenas o malas, según convengan o no al proceso político general de construcción de mayorías en una circunstancia determinada. Apenas conocida la noticia, son los que salieron a explicar por lo bajo que una cosa es Bergoglio como obispo metropolitano, y otra como Papa, representante de 1200 millones de fieles en el mundo. Tercia, en este caso, una mirada estatalista con proyección diplomática, de la que el ala progresista a veces no se hace cargo. Cuando Cristina Kirchner saludó desde Tecnópolis la asunción del nuevo Pontífice, diciendo que estaba muy contenta, que le deseaba lo mejor y, a la vez, marcándole la cancha en términos ideológicos, lo hizo pensando cómo piensa una estadista. Si Bergoglio hecho Papa levanta su voz contra el colonialismo inglés, el liberalismo económico y a favor de un nuevo orden económico internacional que contemple los derechos de la pobreza periférica podría ser un aliado clave para la Argentina y la región en la escena global. Cristina obró con cautela, no con estupor progresista, porque tiene una cuchara propia, de cuño peronista, para ver las cosas e interpretar aquello que realmente asoma bajo una verdad aparentemente sólida. ¿Es Francisco, entonces, un kirchnerista potencial? Nada de eso: como en la "baguette sepia" de Los Embajadores, eso que se ve es algo hueco que se llenará de sentido según el intérprete y sus circunstancias, si se usa la cuchara del pasado o la del futuro. Si la primera visita del Papa es a la Argentina, llena con un millón de fieles o más la 9 de Julio y en su discurso habla contra la "crispación", vuelve a mencionar la "reconciliación" con los represores y fustiga el matrimonio igualitario y el populismo, todo este sector peronista del kirchnerismo le recordará que los bombardeos a Plaza de Mayo del ’55 se hicieron desde aeronaves que tenían pintada la consigna "Cristo Vence", y adoptará la retórica principista del bloque progresista y la más combativa del peronismo de la resistencia. Estaríamos ante una paradoja histórica: un Papa peronista que le hace el juego a los gorilas y caceroleros que quieren tumbar a un gobierno popular, de origen democrático y raíz peronista. Pero eso todavía no pasó. Ahora Bergoglio está en el Vaticano, con problemas muy serios, como la pedofilia de algunos colegas, un Papa emérito a la par que como Reutemann vio algo que no le gustó y decidió marcharse, y el divino clearing bancario en rojo infernal, como para ocuparse de asuntos políticos de comarca que suceden en el fin del mundo. Su realidad ya no es la del microcentro porteño, sino la del universo católico, que es algo mucho más grande. La otra cuchara es la opositora. Si la arrima a Francisco, es verdad, no le aparece una calavera. Surge un Wojtyla, como mínimo. La alegría de sus referentes, desde Pino Solanas, Carrió, Stolbizer, Binner, Macri, De Narváez, Michetti, Moyano y el peronismo disidente del peronismo es, por estas horas, inmensa. Suponen que a Cristina le salió un Papa tan opositor como ellos, que con furia inquisitorial pondrá en orden a la Argentina K, y en ese orden ideal, los que vuelven al gobierno son ellos. Creen, sinceramente, que comenzó un cambio de ciclo. Una de las profecías de Carrió, al fin de cuentas, se cumplió: Bergoglio ocupa el sillón de Pedro. También el día de la investidura papal salieron el 40 (El Cura) y el 88 (El Papa) en la quiniela, y hasta los últimos cuatro números del carnet de socio de San Lorenzo del ahora Pontífice. Una golondrina no hace verano, pero entusiasma a los que están hartos del frío. Y la oposición vive, desde hace tiempo, esperando que un espejismo deje de serlo, como quien espera salir, precisamente, de los rigores invernales. Hay que decirlo: sus ganas tienen, esta vez, de dónde aferrarse. Si Francisco es Wojtyla, la trabajosa, artesanal y, a veces, voluntarista construcción político-cultural del kirchnerismo que avanzó 40 centímetros de un metro y medio por la disputa de sentido contra los monopolios y la mirada empresariocéntrica de las élites locales e internacionales que colonizan buena parte de la subjetividad de nuestra sociedad, entrará en un cono de incertidumbre y turbulencia. Volvamos a un escenario ya escrito: un Bergoglio que hable contra los populismos, que contribuya a la estigmatización del cambio democrático como hace Héctor Magnetto desde su diario, que advierta sobre la intervención del Estado con gramática afín a los sectores conservadores, que aliente el aislamiento internacional de la Argentina, que apunte contra la participación popular en la cosa pública con el sayo del clientelismo, que descubra la bondad de "la libertad de empresa", es decir, que propale a su rebaño cautivo de 1200 millones de fieles las mismas cosas que escribe Joaquín Morales Solá en La Nación cada domingo, lo convertiría en una especie de padre espiritual del antikirchnerismo. Esa prédica crearía condiciones que hoy no están dadas, o que fueron puestas en crisis por el oficialismo gobernante y con éxito durante una década, con el apoyo masivo de la sociedad. La oposición espera un milagro, es cierto. Pero tener al Papa de su lado sería como haberse ganado al proveedor oficial de los imposibles. La pregunta final es qué tiene Francisco para ofrecernos, detrás de lo que ve cada uno de los grupos que pretenden, suponen e interpretan algo, malo o bueno, de su cuadro. Cuál de todas las cucharas tendrá la virtud del utensilio de Baltrusaitis para reflejar la verdad de su esencia en un futuro que comenzó hace 72 horas. Para saber si debajo del cuadro de Bergoglio asoma una calavera como pronóstico de infortunio o un pan con que alimentar a los millones que vivimos entre el pesimismo y la esperanza.

El futuro todavía no está escrito.

Que Dios nos ayude a aprovecharlo.


(Diario Tiempo Argentino, domingo 17 de marzo de 2013)

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