Quien saliera segundo -aunque muy lejos- en las recientes elecciones presidenciales ecuatorianas, declaró que "Correa tiene ahora el poder total", asumiendo así que la suerte del Ecuador depende de una especie de omnímoda voluntad del presidente.
No hay por qué suponer que la declaración se hiciera de mala fe; es decir, que el ex-candidato haya dicho una cosa y piense otra. Al menos en este caso, parece evidente que él cree en lo que dice; el presidente y su partido tendrían en sus manos, para el próximo período de gobierno, "todo el poder".
Vaya ingenuidad. En primer lugar, el gobierno no ocupa todo el poder del Estado. El poder judicial es parte del Estado, y en Ecuador no ha cambiado su composición por el resultado de las elecciones gubernamentales. Y en el Legislativo (la Asamblea) existen minorías que tienen palabra propia, voto minoritario pero existente, llegada amplificada a los consolidados medios de comunicación opositores.
Pero además, "poder", dicho así en general, no se limita a "poder político". Cuando las derechas gobiernan, ellas sí pueden reunir todo el poder en sus manos. Pero no porque lo atesoren todo desde lo político, sino porque serán apoyados homogéneamente por el poder militar, el financiero, el geopolítico del imperio del Norte, el de los dueños de los grandes medios, el de la jerarquía de la Iglesia Católica y los popes de la "religión electrónica". Es decir: el poder político no es todo el poder; hay muchos otros poderes, entre los principales ésos que acabamos de enumerar.
Si gobierna la derecha, puede reunir en fila tras de sí (o a su lado) a todos esos poderes, y en tal caso disponer de la totalidad del poder -lo que ha sido muy habitual en nuestros países latinoamericanos-. Así, tendrían poder político+financiero+militar+geopolítico+mediático+religioso.
Pero cuando gobierna alguien como Correa, puede tener a alguna pequeña parte de esos poderes de su propio lado, pero tendrá a la gran mayoría de ellos abiertamente en contra. Todos comprobamos diariamente que es así (como les ocurre a Dilma Rouseff, al gobierno chavista, a Cristina Fernández, a Evo Morales). Aún ganando con la amplitud de Correa (57%), de Cristina (54%) o del chavismo (54%), están a años luz del poder total; por el contrario, deben lidiar para que el poder político, el único ungido desde la voluntad popular, pueda trabajosamente dominar a los poderes fácticos, acostumbrados desde siempre a gobernar "per se", antidemocráticamente y sin pedir permiso a nadie.
Habrá quien sinceramente crea que puede haber hegemonismo de poder en un gobierno que democráticamente ha obtenido mayoría propia de representación legislativa. Pero se trata de un espejismo: cuando se gobierna en favor de los de abajo se choca con poderes de hecho, que demuestran cuán lejos está cualquier gobierno -por más mayoritario que sea- de la omnipotencia, y cuánto más difícil es gobernar cuando se lo hace desde el punto de vista de los intereses populares y mayoritarios.