(viene de la edición de ayer)
La guerra civil, la Nueva Política Económica (NEP) y los errores de la dirección, alimentados por las presiones de un aparato burocrático cada vez más famélico y poderoso, habían cambiado la fisionomía del mismo partido. Como había denunciado la Oposición de Izquierda en su plataforma de agosto de 1927, en aquel año “al 1º de enero solo una tercera parte de nuestro partido eran obreros de las fábricas (en realidad, solo un 31 por ciento)… después del XIV Congreso el partido ha dado ingreso a 100.000 campesinos, la mayoría de los cuales son campesinos medios… al celebrarse el XIV Congreso, el 38% de los que ocupaban puestos responsables y de dirección en nuestra prensa eran personas que habían venido a nosotros de otros partidos[6]”.
Mariátegui no conocía la plataforma de la Oposición de Izquierda. Este documento empezó a circular fuera de la URSS solo cuando un delegado del Partido Comunista de los EEUU encontró una copia traducida de la misma en su carpeta, colocada ahí por error por una secretaria de la Internacional. Contrariamente a la opinión expresada por Mariátegui, la plataforma contenía un análisis realista y proposiciones concretas para revertir el proceso degenerativo de la URSS y rescatarla a su dirección proletaria.
Propuestas en el ámbito económico, que exigían menos conservadurismo a los planes quinquenales de Stalin-Bujarin y una política de industrialización que favoreciese al campesinado pobre y la colectivización voluntaria de la tierra; propuestas sobre temas concretos como la vivienda, la prohibición de los desahucios, la reducción del horario de trabajo, escuelas y servicios sociales en los barrios obreros para poner realmente al proletariado en condición de dirigir su Estado; propuestas sobre la composición social del partido, la cuestión nacional y las cuestiones internacionales. Propuestas que iban en la misma línea de la batalla de Lenin en los últimos años, cuando sugería ampliar la base obrera en el partido y su presencia en el Comité Central para combatir lo que él mismo definió como “degeneraciones burocráticas”.
La Oposición de Izquierdas no combatió contra la teoría del “socialismo en un solo país” en nombre de un radicalismo abstracto, sino mediante la crítica de sus bases analíticas y consecuencias prácticas. “Toda la teoría del socialismo en un país se deriva fundamentalmente de la suposición de que la estabilización del capitalismo ha de durar una serie de décadas…. [esta teoría] está desempeñando ahora un papel disgregante y obstruye notoriamente la consolidación de las fuerzas internacionales del proletariado en torno a la Unión Soviética[7]”. Cabe recordar que solo un par de años más tarde el mundo se precipitaba a la crisis más aguda y profunda que el capitalismo haya conocido hasta la actual. La “teoría” del socialismo en un solo país no educaba los cuadros de la Internacional ni del partido para afrontar las tormentas que se acercaban.
Mariátegui y los zigzags de la Internacional
Frente a la crisis del grano de 1928 la burocracia se asustó y dio un profundo viraje a la izquierda, pasando del oportunismo al sectarismo. La liquidación de los kulaks se realizó con métodos criminales, al precio de millones de muertos y de un colapso de la producción agrícola del que la URSS nunca se recuperó. Los planes de industrialización ahora eran osados: un plan quinquenal debía concluirse en cuatro años. Solo Trotsky, exiliado, entendió que la asunción de una caricatura de lo que fue el programa de la Oposición de Izquierda era una manera de estabilizar el poder de la burocracia, poder que residía en la economía planificada amenazada por la NEP.
En los años ’30 la maquinaria represiva se dirigió definitivamente contra cualquier resabio de bolchevismo. Si en los años ’20 la disputa era entre quienes habían sido realmente bolcheviques, en los años ’30 haber sido bolchevique era la mejor garantía para conseguir una condena a muerte. Los liquidadores de la vieja guardia bolchevique eran hombres como Vishynski, juez de los juicios farsas de Moscú, que había sido menchevique hasta 1920 y había firmado en verano de 1917 la orden de detener nada menos que a Lenin. El 80% del Comité Central del PCUS que dirigía los procesos eran mencheviques. El proceso de expropiación del poder político de la clase obrera soviética se había concluido victoriosamente a favor de la burocracia, que se convertiría en agente mundial de la contrarrevolución.
Si en aquellos años incluso dirigentes más expertos e informados como Preobrazhenski y Zinoviev capitulaban frente al giro a izquierda de la burocracia, no se puede acusar a Mariátegui por haber expresado los juicios que expresó sobre el “realismo” de las políticas de Stalin. Más que el propio Gramsci, Mariátegui entendió que las “medidas” utilizadas contra la Oposición en la URSS no eran un simple “exceso”, un adorno superfluo, sino la sustancia y la expresión de la lucha de clases dentro de la URSS, lucha en la que colocó a Trotsky a lado del “marxismo ortodoxo” y del “proletariado urbano”. Estas intuiciones son señales claras de una inteligencia viva alimentada por el marxismo. Fueron las circunstancias del giro a la izquierda en la URSS que lo mantuvieron al margen de la escisión de la Internacional y solo la muerte repentina interrumpió su ávido proceso de formación e información sobre los hechos.
La resistencia del hombre que, de exiliado, había conformado la primera Célula Comunista Peruana, a cambiar el nombre de su partido en Partido Comunista del Perú, puede explicarse solo como desconfianza hacia la Internacional. La que Mariátegui conoció no fue la de Lenin y Trotsky sino la que expresaba y premiaba a figuras deslucidas como Ravinez, luego convertido en acérrimo anticomunista, y Codovilla, dirigente del Partido Comunista de la Argentina que será recordado solo por sus errores frente al peronismo y su meticulosa persecución de los “trotskistas”. Estos eran quienes rechazaban las tesis de Mariátegui, cuyo núcleo fundamental es en definitiva una reformulación en clave latinoamericana de la Revolución Permanente.
La teoría de la Revolución Permanente
Esta teoría, tan mistificada y falsificada, puede resumirse así: en los países coloniales y semicoloniales la plena y definitiva solución de los problemas pendientes de la revolución democrática burguesa solo es posible por la acción revolucionaria del proletariado, que, en alianza y dirigiendo a las masas campesinas, incursionaría en el terreno de la propiedad privada dando así a la revolución un carácter permanente hacia el socialismo, cuya victoria definitiva – aun más en los países de capitalismo atrasado – depende en última instancia de la victoria de la revolución mundial. Es decir que la revolución en los países coloniales y semicoloniales es socialista e internacional o es simplemente un aborto.
El signo distintivo de los países coloniales y semicoloniales es el atraso y la dependencia económica. La burguesía de estos países apareció tarde en la escena de la historia, cuando el mundo ya había sido repartido entre las grandes potencias capitalistas. Es una burguesía parasitaria en la medida que participa como socia menor del imperialismo al saqueo y vive de la renta y la demanda generada en los enclaves de inversión imperialista. Es una burguesía conservadora por los miles lazos que la atan al gamonalismo y la gran propiedad agraria.
Es en definitiva una burguesía incapaz de llevar a cabo las tareas de la revolución democrático burguesa, es decir la liquidación del feudalismo, la reforma agraria, el desarrollo de las fuerzas productivas, la solución de los problemas nacionales al interior de los Estados y la independencia nacional. La amalgama de intereses de esta burguesía con el imperialismo y el latifundismo hacen de ella un adversario que, incluso cuando maneje una fraseología anti-imperialista, capitula frente al imperialismo cuando se trata de defenderse del ascenso revolucionario de las masas.
La teoría de la Revolución Permanente ha sido corroborada en un sinfín de ejemplos históricos, tanto negativos como positivos. La misma revolución rusa fue el primer ejemplo. Una vez derrocado el zar, la burguesía rusa no supo ni pudo cumplir con ninguna de las expectativas de las masas e incluso defendió y continuó en la guerra imperialista. Hasta abril de 1917 el periódico oficial de los bolcheviques Pravda, dirigido en aquel momento por Stalin, daba apoyo crítico al gobierno provisional presidido por el aristócrata liberal Georgi Lvov, defendiendo además la continuación de la guerra e incitando a los soldados rusos a responder con balas a las balas alemanes.
(sigue en la edición de mañana)